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Neoliberalismo para una Europa de las libertades
Carlo Pelanda
De cómo influye el Tratado de Maastrich en la economía socializada de Europa, la ineficiencia del capitalismo burocrático constituirá un grave desastre para su población y para el crecimiento económico global.
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Carlo Pelanda, “Neoliberalismo para una Europa de las libertades,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/772.
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Title
Neoliberalismo para una Europa de las libertades
Subject
Ensayos
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De cómo influye el Tratado de Maastrich en la economía socializada de Europa, la ineficiencia del capitalismo burocrático constituirá un grave desastre para su población y para el crecimiento económico global.
Creator
Carlo Pelanda
Source
Nueva Revista 041 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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NEOLIBERALISMO PARA UNA EUROPA DE LAS LIBERTADES Carlo Pelanda El Tratado de Maastricht no es más que una europeización del modelo alemán de economía socializada combinado con el proteccionismo nacionalista francés. Una Europa que reproduce los defectos de ineficiencia del capitalismo burocrático y cuya estructura socialasistencial no funciona constituirá un grave desastre para su población y para el crecimiento económico global. uropa tiene que decidir en estos años si la arquitectura política de su mercado habrá de estar inspirada en el capitalismo social o en el capitalismo liberal, si habrá de ser abierta o cerraEda, si sus diversos Estados nacionales se orientarán hacia una economía de la estabilidad o hacia una economía de las oportunidades. La nueva cuestión europea consiste en elegir entre estas dos alternativas. Desde un punto de vista general la solución parece estar ya predeterminada por el predominio de Alemania, y en un segundo término de Francia, en el ámbito europeo. Europa en el nombre pero en el fondo Alemania. Alemania y Francia se basan en un modelo económico de proteccionismo socialnacional. El Tratado de Maastricht, de hecho, no es más que una europeización del modelo alemán de economía socializada combinado con el proteccionismo nacionalista francés. En realidad Francia y Alemania y el resto de los Estados de Europa están obligados a liberalizar la economía porque el modelo socialasistencial no funciona. Pero ello crea una paradoja. La formación de la arquitectura política del mercado europeo está influida por un modelo que en cualquier caso tiene forzosamente que cambiar. No resolver esta paradoja significa exponerse a los posibles desastres de una liberalización simulada o de una liberalización jerárquica. En el primer caso el ambiente económico europeo permanecería deprimido empeorando su ya baja capacidad de producción de riqueza (en los últimos quince años Europa ha perdido competencia económica con los Estados Unidos y Japón, creciendo menos y produciendo más paro). En el segundo caso Alemania podría obligar a los socios europeos a financiar la ineficiencia de la economía nacional alemana. Esta sobrecapitalización permitiría a la industria alemana ganar eficiencia sin demasiados sacrificios sociales. Alemania se volvería más eficiente en el plano económico, pero el resto de los europeos se volverían más pobres (gracias a su fuerza financiera y la coordinación estratégica entre bancos y grandes industrias Alemania sería capaz de importar valor añadido a costa de los demás países). En un escenario de este tipo Francia probablemente encontraría más ventajas permaneciendo en un segundo término tras Alemania, ganando algún espacio de imperialismo económico secundario. Este escenario crea enormes problemas de estabilidad política y de eficiencia económica en el ámbito europeo. ¿Es posible encontrar un escenario alternativo? Sí, es posible. En teoría una Europa hecha de Estados con economía liberal sería menos vulnerable a este problema. La industria y las finanzas serían menos nacionales y tendrían que responder solo a los criterios del mercado y no a los del proteccionismo socialnacional. Todo el ámbito económico europeo sería revitalizado por un Big Bang debido al paso del capitalismo burocrático de la economía de la estabilidad al más eficiente de la economía de las oportunidades. La cuestión europea, en esencia, se reduce al problema de cómo conseguir liberalizar las economías de los distintos estados nacionales del continente. El problema reside en el hecho de que liberalizar significa quitar garantías asistenciales y proteccionistas. Si la gente que las pierde no está convencida de encontrar una buena posición en el mercado, ciertamente no estará dispuesta a conceder su aceptación a las políticas liberales. Alguno tratará de explicar que las garantías proteccionistas son falsas garantías y que el Estado socialasistencial quebrará en cualquier caso bajo el peso de su propia ineficiencia. Incluso se podrá demostrar que el paro en Europa está ocasionado precisamente por una forma de economía que reduce las oportunidades de creación de nuevos puestos de trabajo justo porque protege el trabajo de quien ya lo tiene. Pero los partidos de izquierda dirán lo contrario y continuarán ofreciendo la ilusión de un acceso de las masas a la riqueza a través de leyes redistributivas independientes del movimiento real del mercado. La crisis del Estado socialasistencial es evidente en todos los países europeos. También es evidente que sería necesario llevar a cabo una liberalización de emergencia para salvar las perspectivas de riqueza en el futuro. Pero la resistencia de los sindicatos, de los grupos de interés dependientes del dinero público y de las personas que trabajan en sectores subvencionados, tiene una fuerza tal que vuelve el proceso lento y conflictivo. Y esta situación es parecida en Alemania, Francia, Italia y España. La solución consiste en encontrar una propuesta política que sea capaz de conciliar libertad de mercado y garantías sociales. Hay que encontrar un modelo que sea capaz de sustituir la pérdida de las viejas garantías proteccionistas por garantías de nuevo cuño. Concretamente, el liberalismo capaz de obtener el 51 % del consenso en los diversos estados europeos ha de ser un neoliberalismo que además de garantizar una mayor eficiencia en el plano de la creación de riqueza garantice también el acceso de las masas a aquélla. En Europa tenemos la experiencia de la liberalización del Reino Unido llevada a cabo por el gobierno Thatcher en los años 80. Gracias a la liberalización, la industria inglesa se ha vuelto más eficiente y competitiva y se ha salvado del desastre al que las administraciones laboristas la habían conducido. Pero el coste social ha sido alto. Entre la pérdida de las garantías asistenciales y las nuevas oportunidades creadas por la liberalización del mercado ha pasado demasiado tiempo y, en esta transición, mucha gente se ha vuelto más pobre. El problema reside en entender cómo liberalizar reduciendo al mínimo el tiempo transcurrido entre pérdida de las garantías sociales y adquisición de nuevas oportunidades a nivel de masas. Entender esto significa hacer políticamente posible el liberalismo y resolver positivamente la cuestión europea. El problema histórico de la socialización de la economía La formación en los siglos xix y xx de la sociedad de masas ha creado dos problemas absolutamente nuevos en la historia: (a) creación de capital para un volumen creciente de ciudadanos que pasaban de una economía de supervivencia (trabajo a cambio de comida) a otra industrial (trabajo a cambio de dinero); (b) creación de garantías para la difusión masiva del capital. De hecho, la participación de las masas en la economía ha dado como resultado una creciente presión histórica para la socialización de la economía misma. A causa de esta presión, en Europa y América, el Estado no ha podido evitar la intervención directa en la economía (regular la masa monetaria y proporcionar garantías sociales a los ciudadanos). Por este motivo la explosión de la sociedad de masas ha creado una relación de interdependencia objetiva entre Estado y mercado y el problema de encontrar una relación positiva y equilibrada entre los dos. Desde el inicio de nuestro siglo, sin embargo, la búsqueda de este equilibrio no ha producido resultados estables, y la cuestión permanece todavía peligrosamente abierta, tanto en el plano teórico como en el práctico. Comunismo y Nacionalsocialismo han sido las formas más extremas y jerárquicas de socialización de la economía. El primero se ha caracterizado como un intento de crear políticamente el capital para que la creación de la riqueza estuviera subordinada al principio de distribución masiva de la misma (sustitución total del mercado por parte del Estado). El segundo ha intentado estatalizar el capitalismo, es decir convertir el Estado en un elemento del mercado y, consecuentemente, garantizar de modo político la participación de las masas en el mercado mismo. (El fascismo, nazismo, falangismo y los otros nacionalsocialismos de la primera mitad del siglo, de hecho, pueden ser definidos como ejemplos de Capitalismo estatalista). El comunismo, victorioso en la Segunda Guerra Mundial, posteriormente ha fracasado, principalmente porque la servidumbre que la socialización de la economía ha impuesto en el ámbito de los modos de crear la riqueza ha hecho imposible que ésta se genere. La forma jerárquica del capitalismo estatalista ha quebrado en Alemania, Japón e Italia a causa de la derrota bélica. Pero valorando las prestaciones económicas de las formas de capitalismo estatalistajerárquico que han sobrevivido a la Guerra Mundial o posteriores, tipo el franquismo o el salazarismo en España y Portugal y el peronismo en Argentina, se puede decir que esta forma de socialización de la economía ha sido tan ineficiente desde el plano de la creación y difusión de riqueza como el comunismo, por motivos parecidos aunque en el ámbito de una forma diversa y menos extrema. La primera respuesta estatalista a los nuevos problemas de socialización de la economía había fracasado. La otra teoría era la liberal, basada en el principio de que la libertad del mercado era una condición necesaria y suficiente para la creación y difusión masiva de la riqueza. Los Estados Unidos eran históricamente el único país que había dado a los principios liberales forma de Estado y de modelo económico operativo. Pero este modelo resultaba tan fuerte a causa del fracaso de los otros y no porque realmente hubiera dado prueba de ser la mejor combinación entre requisitos de creación del capital y su difusión entre las masas. Como es conocido los Estados Unidos de los años 30 se habían convertido en un desastre económico y social. Y este desastre había sido corregido por una fuerte intervención del Estado que produjo garantías redistributivas (por ejemplo, rearme y medidas de asistencia). Después la guerra reorganizó el enorme capital humano y natural de los Estados Unidos en forma de industrialización masiva y acelerada. La reconstrucción postbélica, con su excepcional vitalidad, escondió el problema del modelo: la economía crecía y la gente participaba en ella no guiada por una idea precisa del capitalismo de masas, sino por una situación histórica que creaba espontáneamente el capitalismo de masas mismo. En los años 60 la mayor parte de los países europeos, Japón y los Estados Unidos se habían enriquecido y la riqueza parecía poder ser riqueza de masas. Pero en realidad nadie sabía cómo y por qué. La Europa de los años 50 se encontraba sin una teoría de la riqueza capaz de llevar a cabo la socialización de la economía en una forma al mismo tiempo eficiente desde el punto de vista del mercado y eficaz desde el social. El Estado tenía una personalidad histórica que parecía resolver de modo eficiente y eficaz el problema de la socialización de la economía. Pero en realidad todavía no había logrado la personalidad teórica que lo hiciese capaz de estabilizar el método para obtener un capitalismo de masas. En Europa, el éxito económico sin teoría provocó la perpetuación de las viejas teorías. En Francia, Alemania, Italia la situación postbélica no había sustituido en realidad a la forma prebélica del Estado. El intervencionismo del Estado en la economía perduraba. Esto sucedía en parte porque las masas mantenían una fuerte demanda de garantías económicas. Pero la parte más importante del fenómeno de continuidad se basaba en el hecho de que las nuevas élites políticas no tenían en su repertorio más idea que la de continuar el modelo prebélico de socialización de la economía mediante el intervencionismo estatal, aunque en forma más moderna y menos jerárquica. La cuestión se había complicado por el hecho de que la presión geopolítica comunista, combinada con la endémica demanda de garantías por parte de las masas, obligaba a los partidos favorables al libre mercado a competir contra la izquierda en el plano de la oferta de protección social. Por estos motivos Alemania combinó libre mercado y redistribución socialista como modelo de Capitalismo social (conocido como economía social de mercado o modelo renano). Francia, todavía alimentada por su vocación imperial prebélica, generó un modelo de capitalismo nacionalproteccionista. Italia, influida por la solidaridad católica, creó una variante fuertemente asistencialista del capitalismo social. En los años 70, España y Portugal se convirtieron en cumplidas democracias, pero la demanda de las masas de garantías económicas favoreció un método de socialización de la economía que una vez más se basaba en el fuerte intervencionismo económico del Estado. A mitad de los años 90 podemos valorar la segunda respuesta ofrecida por los estados europeos al problema de la sociedad de masas: hallar un compromiso entre libre mercado y socialismo. Sin embargo, sustancialmente, no es muy distinta de la primera. Los mismos motivos que han llevado a la quiebra de la primera respuesta prejuzgan la segunda. En concreto, la respuesta de socializar la riqueza imponiendo con métodos políticos la redistribución forzada de las ganancias a las masas implica la depresión estructural del proceso de creación de la riqueza misma. Era un defecto del comunismo soviético. Es un defecto de la socialdemocracia de tipo sueco. Es un defecto de las variantes de capitalismo social adoptadas en los principales países europeos. ¿Y la alternativa liberal? En los Estados Unidos ha producido un modelo donde el proceso de creación de la riqueza es muy eficiente, pero la difusión social de la misma no lo es tanto. La reforma neoliberal A mitad de los años 90 estamos en condiciones de valorar las prestaciones de los dos modelos de respuesta al problema de socialización de la economía que han sido adoptados en Occidente. 1) El modelo de capitalismo social europeo busca un compromiso entre creación liberal de la riqueza y redistribución socialista de la misma. No lo logra porque los países redistributivos (impuestos, proteccionismo social, coste e ineficiencia de la burocracia) deprimen precisamente la creación de riqueza. En efecto el capitalismo social fabrica parados, bien porque protege demasiado a quien ya tiene un trabajo, bien fundamentalmente, porque reduce las oportunidades de las nuevas empresas. No funciona y no puede funcionar. Y es demostrable. 2) El modelo del capitalismo liberal, adoptado en los Estados Unidos y en el Reino Unido, resulta ser el mejor método de proporcionar el máximo de eficiencia a la creación de riqueza. Pocos impuestos, mucho capital privado circulando libremente, flexibilidad para las empresas, son factores que producen el mejor ambiente para la eficiencia del capital. Se puede observar que en el capitalismo liberal la economía corre más veloz, pero que solo una parte de la sociedad está capacitada para coger al tren de las oportunidades. El capitalismo liberal crea muchas oportunidades, pero éstas parecen mayores de las que la gente consigue a aprovechar. Evidentemente en los sistemas observados ha faltado y falta una inversión en el capital humano que dé un acceso masivo a las posibilidades existentes. En síntesis hay datos fácticos suficientes para permitirnos efectuar la valoración que hacemos a continuación. El modelo de capitalismo social produce una depresión sistemática de la circulación de capital que atenta contra la creación de riqueza. Los costes de las garantías sociales y de las burocracias que las gestionan aumentan, pero las fuentes para financiarlas disminuyen. Este desequilibrio estructural entre entradas y salidas torna sistemática la tendencia al endeudamiento de los estados o al incremento de los impuestos en una situación de bajo crecimiento económico. A largo plazo un sistema con esta organización no puede sino quebrar, conduciendo al colapso financiero del Estado o a otras catástrofes sociales (inflación, desindustrialización estructural, etc.). Precisamente porque es incompatible con los requisitos de creación de riqueza este modelo no es reformable. Es un camino definitivamente agotado en la evolución de las relaciones entre Estado y mercado. Sin embargo, el modelo liberal es reformable porque su problema no es el de la eficiencia en el campo de la creación de riqueza, sino el del acceso de las masas al ciclo del capitalismo. El sistema se financia bien a sí mismo, pero tiende a crear contrastes entre el número de oportunidades y la cantidad de personas que son capaces de aprovecharlas. Las medidas de reforma consisten en efectuar inversiones que aumenten el valor de mercado de todos los individuos, facilitando el acceso de las masas al mismo. Esta consideración nos indica el camino para la reforma del liberalismo. La teoría liberal clásica dice que los problemas del mercado se resuelven proporcionando más libertad al mercado. En la práctica sabemos que esto resuelve solo la mitad de los problemas. Para hacer socialmente eficaz la libertad hay que capacitar a cada individuo para hacer uso de ella y aprovecharla. El mercado por sí solo no consigue financiar el acceso de las masas al mismo. Alguien más ha de efectuar esta inversión. El concepto socialista y proteccionista de garantías se traduce en la forma simplificada de financiación directa de los ciudadanos utilizando los fondos obtenidos a través de los impuestos. Y la cosa no funciona porque el sistema de ayudas es incompatible con los requisitos de vitalidad del mercado. Un concepto de protección que sin embargo es compatible con los requisitos del mercado es el que contribuye a la formación en el individuo de la capacidad para tener un valor de mercado. Se llama garantía inversora. En vez de financiar a los individuos independientemente de sus prestaciones económicas, la nueva garantía estaría dirigida a invertir en la competitividad de cada individuo. La nueva garantía social es una inversión en capital humano. ¿Quién la hace? Debe hacerla el Estado, para asegurar que la inversión tenga características sistemáticas. No debe hacerlo necesariamente mediante un sistema público, sino que puede recurrir a sistemas privados sujetos a normas públicas, lo que sería más eficiente. ¿Cómo lo hace? De tres maneras: (a) Creando un sistema de formación continuada, y sobre todo individualizada, de los ciudadanos. (b) Generando y favoreciendo sistemas tutoriales personalizados que asistan a cada trabajador en sus relaciones con el mercado de trabajo (facilitar la movilidad intelectual y espacial de los trabajadores). (c) Organizando un sistema de reaseguro que permita a cada ciudadano en dificultades reactualizarse y encontrar en un nuevo sector el valor de mercado perdido en el precedente. Estos son los tres lados del triángulo de las garantías sociales neoliberales: formación continuada, servicios de movilidad y servicios de reaseguro. En este modelo el individuo no estaría nunca solo en sus relaciones con el mercado. Estaría dotado de una protección que lo haría capaz de navegar una y otra vez en el mar, incluso tempestuoso, de las oportunidades liberales. Este tipo de garantías sociales pueden sustituir a las de tradición proteccionista y socialista resultando más eficaces y menos costosas. En vez de ofrecer una protección a un trabajador financiando un puesto de trabajo que no da beneficios se financiaría la capacidad del mismo trabajador para encontrar un trabajo que diera beneficios. Todo esto, evidentemente, se basa sobre el hecho de que existe un mercado y que es vital. Por lo tanto es razonable aprovechar esta situación para recualificar el nivel de las garantías sociales transformándolas en financiación de las capacidades competitivas antes que mantenerlas en forma de tutela de la pasividad. La teoría clásica liberal no ha aclarado nunca la relación entre Estado y Mercado, dejando entender que el segundo pudiese sustituir al primero. No es verdad y este vacío ha dado una ventaja inmerecida a la teoría socialista y social que piensa exactamente lo contrario. El Neoliberalismo debe solucionar este problema de la teoría y método liberales definiendo una relación muy precisa entre Estado y mercado. El Estado debe dar garantías sociales. El mercado debe dar riqueza. El Estado financia y tutela la capacitación del capital humano. El mercado debe transformar esta capacitación en creciente riqueza. Una pequeña parte de esta riqueza sirve para refinanciar las ayudas a la capacitación y el ciclo sigue adelante. Menos impuestos, más .garantías sociales. Esto es el neoliberalismo. Evidentemente queda mucho más. Pero esto sirve para dar una idea clara de cómo una propuesta neoliberal puede competir, en el plano de las prestaciones sociales, con otros modelos más anticuados. También pueden llamarlo Estado de la socialidad eficiente, pero es más sencillo definirlo como Nuevo Estado o Estado neoliberal. La misión del Estado neoliberal Hemos visto, aunque solo haya sido por encima, que un modelo neoliberal de Estado puede generar una relación al mismo tiempo técnicamente eficiente y socialmente eficaz entre Estado y mercado. Pero el Estado nacional ha caído en crisis por la globalización de los mercados desde el punto de vista de la soberanía económica. La teoría del Nuevo Estado también debe resolver de forma positiva el conflicto potencial entre Estado nacional y mercado global. Este punto es tan esencial como el precedente para hacer creíble la oferta de nuevas garantías sociales. En pocos decenios el capital ha aumentado en volumen absoluto, está organizado por técnicas eficientes y es libre de moverse internacionalmente. Por estos motivos el capital ha encontrado su propia soberanía direccional. Ya no paga simplemente impuestos al Estado, sino que elige, legalmente, en qué Estados pagará impuestos. En pocos segundos es capaz de transformar su propia denominación monetaria y emigrar de una nación a otra. Si en un país el coste del trabajo es demasiado alto la producción es trasladada a otro lugar, donde tales costes son menores. Lo que el mercado piensa se transforma inmediatamente en acción dinámica, trasladando masas monetarias y actividades productivas hacia lugares con mayor posibilidad de ganancia, independientemente de las lógicas nacionales, proteccionistas o de solidaridad. El coste de una posible desviación de los criterios de competencia o de ganancia definidos por el mercado es una prueba burda, pero clara, de la pérdida de soberanía económica del Estado nacional frente al nuevo dominio globalizado del capital. Y significa también una pérdida de soberanía política. Un Estado que no puede llevar a cabo una política económica votada por los ciudadanos porque el mercado la sancionaría (desinvirtiendo o disminuyendo el valor de la moneda) ya no puede garantizar a sus electores que su voto será respetado. Tietmeyer, presidente del Bundesbank, la llama democracia financiera. En este régimen los Estados tienen su soberanía limitada porque el mercado global puede mover una masa de capital más grande que la que los Estados individuales puedan controlar por sí solos o incluso aliándose en grupos. Tal pérdida de soberanía significa que los Estados ya no pueden hacer políticas económicas o monetarias independientes de lo que el mercado internacional, en ese momento, piensa. Con la prevalência de la soberanía del capital sobre la del Estado nacional, tiende a decaer la posibilidad de generar o mantener garantías sociales que tutelen a los ciudadanos y a las empresas independientemente de su capacidad de sobrevivir autónomamente en el mercado. La ciudadanía única es sustituida por una doble: la territorial en el Estado y la económica en el territorio virtual del mercado global. La primera ya no es capaz de ofrecer garantías económicas directas. La segunda las ofrece solo a posteriori, es decir tautológicamente como consecuencia del éxito individual en el mercado mismo. Estas palabras parecen una simple confirmación de los motivos sostenidos en el epígrafe precedente para pasar de las garantías proteccionistas a las neoliberales. Pero hay mucho más. El régimen de garantías neoliberal puede ser aplicado de modo creíble en un territorio si en el mismo existe un mercado suficientemente vital. Si el capital castiga a ese territorio y se va a otra parte, las garantías neoliberales no sirven para nada. Éstas tienen en parte el objetivo de mantener una alta vitalidad del mercado en un territorio dado. Pero también en parte dependen de algo que es más complejo. La misión de garantía del Nuevo Estado no se agota en la formación y tutela del capital humano, sino que solo se completa si es capaz de asegurar que en un territorio dado el mercado permanezca vital y crezca. La misión del Nuevo Estado es la de asegurar que una inversión de capital en el propio territorio es una inversión óptima. El Estado debe crear un valor, en el plano nacional, que el mercado global reconozca como útil para obtener una plusvalía. La moneda debe ser fuerte y estable, las instituciones eficientes y creíbles, la cultura debe tener vitalidad, las infraestructuras deben ser eficientes, los impuestos deben ser bajos, la burocracia mínima, máximas la seguridad civil y militar. En síntesis, el dilema del Estado consiste en tener que concentrar mucho capital para inversiones en cualificación y, al mismo tiempo, reducir lo más posible los impuestos. El nuevo requisito de más inversiones y menos impuestos impide al Estado nacional financiarse de un modo sencillo (impuestos) y le impone tener que producir mucha más calidad, como resultado de su poder normativo. Por este motivo el Estado ya no necesita una burocracia extensa y difundida por todo el territorio, sino una tecnocracia ágil y eficiente. Por este motivo ya no puede mantener una relación jerárquica con las propias regiones o ciudades internas, sino que debe organizarías en una nueva comunidad de intereses autogobernados, basada en la flexibilidad, en un delicado equilibrio entre competencia e igualdad en las relaciones entre las diversas entidades locales. En el Nuevo Estado todos los niveles de la sociedad deben producir más calidad para obtener un aumento total de la competitividad. En síntesis el Estado debe transformarse en una especie de merchant bank que transforma las ideas en dinero y emplea su poder normativo en invertir en el capital humano y en la calidad de su territorio. Es precisamente la nueva necesidad de conciliar menos impuestos y más inversiones lo que empuja al Estado a una nueva misión de creación de capital: aprovechar todo valor no monetario para transformarlo en un valor de capital reconocible por el mercado. Cuanto queda dicho sirve solo para indicar qué grande y compleja es la transformación que debe hacer el Estado nacional para lograr hacer coincidir sus propios intereses y los del mercado. Pero sirve también para indicar que tal transformación es posible. Y además necesaria. Los Estados que no lo logren entrarán en decadencia. Podrán retrasarla financiando las barreras proteccionistas del mercado mediante deuda. Pero llegará un momento en que tendrán que renunciar y se verán constreñidos a liberalizar con procedimientos de emergencia y, por lo tanto, con un mayor coste social. En conclusión, la misión del Nuevo Estado en el mercado global es la de reorganizar el territorio nacional para que sea lo más atractivo posible para las inversiones de capital financiero. El desarrollo de esta misión de garantía directa hace posible el de la garantía indirecta como inversión en capital humano, a la que hemos aludido más arriba. El estado nacional es la unidad básica del mercado global El Estado nacional entra en crisis frente al desarrollo del mercado global cuando no es capaz de desarrollar su propia misión de garantía en los nuevos términos que hemos dicho. Es obvio que un estado que quiere mantener las viejas garantías asistenciales y al mismo tiempo pretende resistir a la presión del mercado global, acaba estallando y empobreciendo a sus ciudadanos. La propuesta neoliberal sirve precisamente para adecuar el Estado nacional a los criterios competitivos del mercado haciendo capaz al primero de desarrollar garantías que coincidan con los presupuestos del segundo. Pero la nueva alianza neoliberal entre Estado y mercado no sirve solo para hacer sobrevivir al primero en su forma nacional. El Estado nacional liberalizado que es capaz de producir garantías inversoras sirve al propio mercado global para mantener sus ciclos y desarrollarse. Si el Estado proporciona garantías (crea valor) el mercado puede crear riqueza (plusvalía). Si un gran número de Estados nacionales producen lugares específicos y un ambiente en total fuertemente estructurados desde el punto de vista de las garantías inversoras entonces el mercado global puede existir mejor y desarrollarse más. Este ciclo expansivo de la riqueza, además, permite la realización del capitalismo de masas en los Estados nacionales individuales, renovando la contribución de su riqueza al mercado global. Por lo tanto existe una interdependencia objetiva entre Estado nacional y mercado global. Este es el punto principal que debemos entender para poder pensar en cuál es la mejor arquitectura política del mercado. El Estado nacional es la unidad básica del mercado global. Lo es porque acuña la moneda, porque tiene poder fiscal y por lo tanto para financiar garantías, porque, sobre todo, es el lugar donde se produce la transformación en capital monetario de los recursos no monetarios. Y es un lugar capaz de cumplir esta transformación porque está políticamente estructurado para hacerlo. La democracia es un hecho nacional: no existe democracia por encima o por debajo del Estado nacional (las regiones locales sin Estado nacional serían Estados nacionales ellas mismas, solo que más pequeñas). Guste o no guste debemos utilizar el Estado nacional como material básico para cualquier intento de dar una arquitectura política al mercado global. La teoría neoliberal produce un modelo muy preciso de arquitectura del mercado global que se ha de crear en el futuro próximo. La unidad básica está formada por los Estados nacionales que llevan a cabo una reforma en su interior en dos puntos principales: (a) transformando su propia organización para garantizar las inversiones de capital en su territorio; (b) proporcionando garantías sociales mediante inversiones que cualifiquen continuamente su capital humano. En las relaciones entre ellos los Estados nacionales neoliberales se asocian formando áreas de libre cambio. Primero es necesario que estas áreas se formen agrupando a países similares entre ellos y homogéneos en sus condiciones económicas. La segunda fase sería la de la integración planetaria de las áreas de libre cambio. Durante este proceso los Estados no deben construir una organización jerárquica en el ámbito de las política económicas y monetarias porque el sistema debe permanecer flexible. En síntesis, la arquitectura política del mercado global debe ofrecer garantías de estabilidad que guarden equilibrio con la flexibilidad que precisan los Estados individuales. En el ámbito monetario, fundamental, este equilibrio entre deberes de estabilidad y de flexibilidad se obtiene no tratando de crear una moneda única sino organizando un sistema de compensación y reaseguro respecto al riesgo de cambio. Un sistema internacional de cambios precisa estabilidad monetaria, pero ésta se puede alcanzar de modo suficiente reduciendo el riesgo de las oscilaciones de la moneda para los operadores económicos. Basta un pacto inteligente entre los Estados nacionales para reducir los costes y riesgos de las transacciones. En general, el neoliberalismo es capaz de construir una arquitectura política del mercado global al mismo tiempo estable y flexible. El modelo neoliberal de mercado global puede ser llamado: cooperación suficiente, abierta y recíprocamente reaseguradora o, más brevemente, cooperación suficiente. Conclusiones: la idea de una Europa suficiente La auténtica cuestión reside en hallar arquitecturas políticas del mercado que aseguren las mayores probabilidades de crecimiento global de la riqueza. La Europa de Maastricht se basa en un modelo que reproduce a escala internacional los defectos de ineficiencia del capitalismo burocrático alemán y francés. Una Europa construida de esta manera constituiría un grave desastre económico para los europeos y un grave daño para el crecimiento económico global (ya lo es). Es urgente proponer un modelo alternativo. El modelo de una Europa suficiente es alternativo al de Maastricht y se basa en cuatro puntos principales: * Liberalización interna de los Estados nacionales europeos según un standard común de estado neoliberal. * Transformación de la Unión Europea en un organismo dedicado a la realización práctica del Mercado Unico como Área de libre cambio. * Transformación del Instituto Monetario Europeo en un organismo para la compensación de los riesgos de cambio. Para hacer funcionar el Mercado Único no es necesario tener una moneda única sino que es suficiente con garantizar a los operadores del mercado que no sufrirán daños por la oscilación eventual de las monedas. * Creación de la Alianza Europea bajo forma de tratado de cooperación para la seguridad militar. ¿En qué consistiría Europa desde este punto de vista? Sería una Alianza que es más que una alianza, pero menos que una unión. Sería una Europa lo suficientemente integrada para hacer eficiente la creación de riqueza. La Europa suficiente sería mucho más útil al mercado global que la de Maastricht y, por lo tanto, más útil a las esperanzas de riqueza de los ciudadanos europeos. La segunda tendería a permanecer un sistema más cerrado que abierto, con perspectivas limitadas de crecimiento económico. La primera tendría un mayor potencial de crecimiento y, por lo tanto, de contribución al crecimiento de la riqueza global. Por otro lado la Europa suficiente, a la vez que integrada, tendría capacidad para tomar parte en posteriores integraciones. Primero con el área americana de libre cambio. Después con la asiática. Al final el modelo de cooperación suficiente se convertiría en una sólida arquitectura global para todos. Pero todo el proyecto parte de la capacidad de imaginar y poner en práctica un Neoliberalismo que haga políticamente posible la conquista de una eficiencia capitalista combinada con la eficacia social. El estado debe dar garantías y el mercado riqueza. El Estado neoliberal puede dar nuevas garantías que ayuden al mercado a crear nueva riqueza. La revolución neoliberal en los Estados Individuales europeos puede dar lugar a la reforma neoliberal de la idea de Europa. Una Europa abierta y liberal puede ayudar mucho mejor a la integración del mercado global. Un mercado global mejor organizado produce más oportunidades de riqueza para todos. Produce un capitalismo de masas que es la respuesta creativa y eficaz al problema histórico de cómo socializar la economía. Se abre un gran período de investigación creadora y realización práctica. Amigos, es la hora de la revolución en favor de las nuevas libertades, contra los que quieren burocratizar la historia. (Traducción: Fernando Iscar Álvarez)