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De economista a político

Antonio Martino

De como Antonio Martino decidió pasar al campo de la lucha política convencido del poder de las ideas, de la necesidad de liberarlas del confinamiento académico.

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Referencia

Antonio Martino, “De economista a político,” accessed April 18, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/773.

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Title

De economista a político

Subject

Economía

Description

De como Antonio Martino decidió pasar al campo de la lucha política convencido del poder de las ideas, de la necesidad de liberarlas del confinamiento académico.

Creator

Antonio Martino

Source

Nueva Revista 041 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Language

es

Type

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DE ECONOMISTA A POLITICO _ ^ Antonio Martino A pesar de sus reticencias iniciales, Antonio Martino decidió pasar al campo de la lucha política convencido del poder de las ideas, de la necesidad de liberarlas del confinamiento académico, y de utilizar el proceso electoral como un gigantesco ejercicio pedagógico. ebido a mi trayectoria académica, siempre desconfié de los políticos, coincidiendo en esto y en tantas otras cosas con Adam Smith, quien se refería a esos insidiosos y taimados Danimales, vulgarmente llamados hombres de Estado o políticos. Tal desprecio por los políticos era compartido por J. M. Keynes, quien decía que su estupidez es inhumana. En realidad, los economistas solemos sentir por los políticos el mismo tipo de admiración que las palomas tienen por las estatuas. Y, pensando así, ¿por qué me metí en política? En una reunión en Licchtenstein, hace varios años, George Urban me pidió que hablara sobre el crimen organizado en Italia. Respondí diciendo que la política organizada le hacía mucho más daño a mi país que el crimen organizado. A lo que Urban replicó: ¿cómo puedes diferenciarlos? A partir de 1992, en Italia ha habido un sinfín de acusaciones de sobornos, desfalcos y corrupción política. Casi a diario se lanzaban acusaciones contra conocidos políticos y empresarios; decenas de ellos fueron detenidos. Casi todos los partidos resultaron afectados; a finales de 1993, no menos de 338 diputados (54% del total) y 100 senadores (32%) habían sido acusados de irregularidades. Para quien siempre ha visto a la política como una nueva versión de la peste bubónica, todo esto debiera haber sido reconfortante. No fue así porque el Poder Judicial estaba abusando abiertamente de sus facultades para llevar a cabo lo que consideraba una cruzada contra el sistema político. Lo pudo llevar a cabo por el inmenso desprestigio de los políticos, pero los métodos utilizados no tenían excusa. Se mantuvo a gente presa durante meses sin ninguna evidencia válida, para así obtener confesiones, con total violación de la ley. Linchamiento generalizado y un Poder Judicial que se coloca por encima de la ley son precios demasiado altos para lograr limpiar el entorno político. Además, la destrucción de los partidos hizo aún más difícil la tarea de gobernar. Esto me lleva a un segundo punto. La mayoría de los italianos estaba convencida de que la partitocracia era culpable de todos los problemas y que la solución sería modificar el sistema electoral. Pero el abuso político no es un fenómeno italiano: se repite en todas las latitudes, y ningún sistema electoral es inmune a las críticas. ¿Sistema electoral o abuso político? La corrupción es el resultado obvio del gran tamaño del sector público. El sistema electoral no tiene nada que ver con esto. El soborno existe cuando el gobierno está por medio. Tal cosa sucede muy raramente entre contratantes privados. Por tanto, era inútil pensar que en un país cuyos gastos gubernamentales exceden el 58% del PIB y donde más de la mitad de la actividad económica está bajo el control del gobierno, un cambio en el sistema electoral eliminaría automáticamente la corrupción. Tendríamos que recordar el viejo dicho de Europa Central: en las sociedades comunistas, la corrupción no es el problema, sino la solución. En cualquier caso, la ley electoral fue cambiada en el referéndum de abril de 1993, cuando el 83% de los votantes indicó que prefería el cambio de una representación proporcional por un sistema de mayoría. Precipitadamente se aprobó una nueva ley electoral en la cual el 75% de los nuevos senadores y diputados estaría comprendido por los que quedaran en primer lugar en sus distritos, y el 25% restante sería elegido bajo una extraña versión de representación proporcional. En las elecciones locales de finales de 1993 se hizo obvio que algo había que hacer, porque la izquierda, con apenas poco más de una tercera parte de los votos, resultó victoriosa en el 80% de las ciudades. La izquierda está bajo la dirección del PDS (sucesor del Partido Comunista italiano) y la componen los viejos comunistas, los verdes, lo que queda del Partido Socialista italiano, la izquierda católica, etcétera. Entre sus planes está la nacionalización de los programas privados de pensiones, confiscar sus activos y utilizarlos para crear empleos. Conociendo la popularidad de la privatización, planeaban privatizar empresas privadas, una fórmula para confiscar los activos de las grandes empresas y así crear empleos. Además, Italia se enfrentaba a una situación desastrosa en las finanzas públicas. La deuda pública alcanzó 1.176.000 millones de dólares (120% del PIB), con un déficit anual cercano al 10% del PIB. El gasto gubernamental absorbía el 58,8% del PIB, los impuestos se habían vuelto punitivos, el desempleo era del 12% y la economía languidecía. Ante tal situación, Silvio Berlusconi me pidió que elaborara el programa económico del movimiento político que encabezaría. Acepté con gusto, pensando que mi responsabilidad se limitaría a diseñar el programa; pero cuando llegaron las elecciones, Berlusconi me pidió que participara: si no te lanzas, ahora que la gente sabe que estás tras nuestro programa, eso nos debilitará, me dijo, añadiendo: no nos puedes abandonar. Elecciones y pedagogía Terminé presentándome porque siempre he creído en el poder de las ideas. Ellas sobreviven en las circunstancias más inusuales. Cuando conocí a Vaclav Klaus, en Viena, en 1988, me impresionó su conocimiento del pensamiento de Milton Friedman. Me contó que lo que había aprendido sobre el libre mercado lo había hecho en Nápoles. ¿Cómo le pregunté si no existen economistas a favor del libre mercado en Nápoles? Cierto me contestó Vaclav pero hay bibliotecas. Y pensemos en el caso de Anatoli Chubais, autor del plan de privatización ruso, quien mantiene que sus días más felices los pasó leyendo a Hayek, cuyas obras eran copiadas a mano durante el régimen soviético. Sin embargo, para que tengan consecuencias, las ideas no pueden mantenerse reservadas entre académicos, sino ser dadas a conocer al público. Estoy convencido de que el proceso electoral es un gigantesco ejercicio pedagógico. Mi campaña me permitió dar discursos, hablar en televisión y radio, escribir en la prensa. Durante los dos meses de la campaña transmití mis ideas a más gente de lo que lo había hecho en treinta años de lucha por la libertad. Me presenté en Lombardia y en Sicilia. Fui elegido en ambos lugares, con 787.147 votos en el norte y 478.342 votos en el sur. Opté por representar en el Parlamento la región donde nací, Sicilia. El programa de Forza Italia incluía un tope en los impuestos, una enmienda constitucional que obligara a presupuestos equilibrados, una reforma impositiva que adoptara una tasa única, un sistema de federalismo fiscal que trasladaba toda autoridad sobre los impuestos al gobierno local (el cual asumiría la responsabilidad de pasar al gobierno central una parte proporcional de los impuestos recabados), la privatización de las empresas estatales, vales escolares para que los padres puedan enviar a sus hijos a la escuela que quieran, desmantelamiento del sistema de salud socializado y su reemplazo por un sistema de seguro privado, con vales para que los menos favorecidos tengan acceso a hospitales, etcétera. Ganamos las elecciones en marzo de 1994 con ese programa. Por primera vez en la historia de Italia existía un partido que apoyaba consistentemente un programa radical de mercado. El hecho de que en los siete meses en que estuvimos en el gobierno no pudiéramos instrumentar las reformas es secundario. Lo realmente importante es que después de 50 años de consenso socialista, la opinión pública fue informada de la existencia de una alternativa. Eso le gustó a la mayoría y votó en consecuencia. Hemos cambiado el centro del discurso. En las próximas elecciones presentaremos esas mismas ideas y sobre ellas se concentrará el debate. La persuasión es el primer paso necesario en una revolución liberal. Solo si la gente conoce nuestras ideas, hay esperanza de cambiar las políticas del gobierno. En un seminario en Florencia en octubre de 1992, la señora Thatcher me dijo: Su país es bello, pero su gobierno está podrido. A lo cual contesté: Lo contrario sería mucho peor. Quizá tengamos éxito en darle a Italia un gobierno decente, estable y liberal. Algo a lo que aspiramos desde 1876.* ^ *Por gentileza de la Agencia Interamericana de Prensa Económica, servicio exclusivo para El Diario de Caracas.