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1945 y todo eso

Andrew Roberts

De cómo la división de opinión de los conservadores británicos en el tema de la Unión Europea es consecuencia directa de la obsesión nacional existente respecto a la Segunda Guerra Mundial.

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Andrew Roberts, “1945 y todo eso,” accessed April 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/752.

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1945 y todo eso

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Internacional

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De cómo la división de opinión de los conservadores británicos en el tema de la Unión Europea es consecuencia directa de la obsesión nacional existente respecto a la Segunda Guerra Mundial.

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Andrew Roberts

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Nueva Revista 040 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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1945 Y TODO ESO Andrew Roberts La división de opinión de los conservadores británicos en el tema de la Unión Europea es consecuencia directa de la obsesión nacional existente respecto a la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué está orgulloso de ser británico? (deténgase aquí si no lo está; este artículo no le gustará nada). Posiblemente sea mejor preguntar: ¿Por qué cree usted que tiene mejores razones para sentirse orgulloso de ser británico que, por ejemplo, un suizo de ser suizo o un sueco de ser sueco? Dado que Gran Bretaña, al contrario que algunos individuos británicos, no ha destacado en prácticamente ningún campo desde la guerra, ¿por qué sigue usted creyendo, de forma instintiva, en esa vieja idea de que le ha tocado el gordo en la lotería de la vida? No hemos ganado el Mundial en nuestro deporte nacional desde hace casi tres decenios. No ocupamos más que los puestos medios en las clasificaciones de indicadores económicos que merecen alguna confianza, por detrás de varios países del Extremo Oriente. Nuestro puesto en el Consejo de Seguridad, si es que somos capaces de mantenerlo por mucho tiempo, se debe íntegramente al pasado. El carácter exclusivo de nuestra calidad de miembros del club nuclear se ha visto devaluado por la intrusión de los israelitas, indios, paquistaníes, sudafricanos, coreanos del norte y, probablemente, a estas alturas, de los árabes. Hoy en día nuestra monarquía es ridiculizada ampliamente en el extranjero y es menos respetada que las Casas Reales de Japón y España. Si nuestro idioma se ha generalizado tanto en el mundo de hoy es tan solo porque hace doscientos años fue adoptado como lengua oficial por un país que está a miles de kilómetros de distancia. En todo aquello que destacamos hay siempre otros países que lo hacen mejor, más barato o de forma más eficiente. Hay pocas excepciones a esta regla, pero se supone que entre ésas se encuentran la industria de la música rock y pop, el teatro y ciertas áreas de investigación científica. No obstante, miremos en el interior de nosotros mismos, ¿realmente se siente usted orgulloso de ser británico porque Paul McCartney, Kenneth Branagh e incluso la doctora Dorothy Hodgkin lo son? No. La pregunta sobre qué ha ocurrido desde la guerra para que usted se sienta más orgulloso de ser británico que de ser italiano o francés tiene truco, ya que es la Segunda Guerra Mundial en sí la que proporciona la respuesta. Admítalo. El orgullo en la memoria Gran Bretaña fue la única nación que luchó de principio a fin, desde septiembre de 1939 hasta el 15 de agosto de 1945, Día de la Victoria sobre Japón, casi seis años más tarde. Ese período, y en especial el año en que resistió sola, desde el 18 de junio de 1940 hasta el 22 de junio de 1941, es aunque normalmente permanezca en el subconsciente la verdadera razón de que sigamos estando orgullosos, a pesar de todas las humillaciones de carácter imperial, político, estratégico, industrial y económico que hemos soportado desde 1945. Todos los pueblos tienen su Annus mirabilis, el período crucial de su historia que les define, que les otorga la Raison detre de su raza: grandes actuaciones políticas o constitucionales, como la de 1776 para los americanos o la de 1789 para los franceses, o importantes acontecimientos militares como en 1812 en Rusia (a pesar del largo y engañoso amanecer de 1917) o 1813 en Prusia. Los italianos que se oponen al Risorgimento de 1870 se vuelven hacia las ciudadesestado del Renacimiento, o incluso hacia la antigua Roma. Los griegos siempre tendrán la Atenas del siglo v a. c. para despertar el orgullo nacional. Las naciones necesitan de esa edad de oro, de ese tiempo en que disfrutan de una buena situación, de un período en el que, como dijo Hitler respecto de la Operación Barbarroja, el mundo contiene la respiración y las vigila. Dinamarca tuvo a los vikingos, Suecia la Guerra de los Treinta Años, y 194041 fue el momento de Gran Bretaña; como escribiera entonces T. S. Eliot en Little Gidding, el momento en que la Historia es Inglaterra y ahora. Es difícil, confuso, embarazoso y deprimente que los mitos y leyendas del momento que más nos define se hayan mezclado con nuestros recuerdos. Nuestro mejor momento no es un hecho histórico, sino que prácticamente forma parte del presente. Da color a nuestras perspectivas de futuro, fomenta el nihilismo, arroja una sombra sobre todo aquello que hacemos. Es también, en parte, la razón de que la guerra siga siendo noticia. Las disputas respecto del número de víctimas ensombrece la ceremonia de Dresden, el proyecto para Auschwitz abre viejas heridas, los pubs de EE.UU. recuerdan a Churchill, los veteranos se enfurecen por la proyección del bombardeo de Hiroshima, los polacos critican algunos aspectos de la liberación de Varsovia y los veteranos condenan el veto oficial de la celebración del Día de la Victoria sobre Japón, todos estos han sido titulares del Times en los últimos quince días. Ninguno se debe exclusivamente a la industria que se está desarrollando en torno al cincuenta aniversario del final de la guerra. Las cuestiones y mitos del período 193945, al igual que los de 1776 y 1789, seguirán influyendo en el sentimiento nacional y alimentando la autoestima de la nación mucho después de que el último veterano de guerra muera hacia el 2030. Con el 50 aniversario llega el momento de enterrar algunos viejos mitos, mientras que otros, simplemente por el hecho de que algo adquiera el rango de mito no significa necesariamente que no contenga algo de verdad, deben realzarse aún más. No deberíamos tener nada que temer en este proceso, con independencia de lo doloroso que pueda resultar en ocasiones. Los aniversarios de este año empezaron con el de la liberación de Auschwitz. Entre el 4 y el 11 de febrero, tuvo lugar el de la Conferencia de Yalta. Iwo Jima fue tomada el 19; en marzo el ejército olvidado conquistó Mandalay. El 28 de marzo, el último cohete cayó en suelo británico y Franklin Delano Roosevelt murió el 12 de abril; le siguieron la muerte de Mussolini el 28 y la de Hitler dos días más tarde. Mientras, el Ejército Rojo llegó a Berlín el 20 de abril y se reunió con el ejército americano en Torgau el 26. Berlín se rindió el 2 de mayo. Apenas se celebre el Día de la Victoria en Europa, el 8 de mayo, las cabezas se volverán, al igual que lo hicieron cincuenta años atrás, al escenario de Extremo Oriente. Si pueden tomarse como referencia las celebraciones del Día D del pasado año, la atención de los medios de comunicación será inmensa, habrá cuestiones polémicas y ceremonias solemnes e impresionantes. Pero, ¿qué será de los mitos? ¿Cómo sobrevivirán? ¿Se frenará Gran Bretaña en seco, como un septuagenario artrítico hojeando un periódico deportivo de hace cincuenta años en busca de escenas que confirmen sus viejas glorias, para descubrir finalmente que los recuerdos de carreras brillantes en partidos de cricket locales no están a la altura de los fríos hechos de papel impreso? Podría desvelarse que los recuerdos y las viejas historias entrañables nunca fueron totalmente ciertas. Las naciones, al igual que los individuos, pueden borrar recuerdos que les resultan dolorosos, embarazosos o inquietantes. En la Francia ocupada y de Vichy, así como en los propios países del Eje, fue necesaria una amnesia colectiva para que la vida pudiese continuar. Lo mismo puede ser cierto para algunos recuerdos de los vencedores. El hecho de no haber experimentado nunca una ocupación otorga a los británicos un sentido de limpieza moral que no puede darse en ningún otro lugar de Europa. Nunca hemos sido sometidos a esa prueba definitiva. Tuvimos la esperanza de que ocho siglos de independencia conferirían más firmeza a nuestras gentes de la que demostraron otros países, pero el ejemplo de los únicos británicos que experimentaron de hecho la opresión no es esperanzador. El último libro sobre la ocupación de las Islas Normandas muestra un inquietante grado de colaboración y, en el mejor de los casos, una aceptación con resentimiento. Bien es cierto que Saint Helier no podía, como dijo Churchill de Londres, engullir todo un ejército invasor, pero los burócratas británicos no tardaron en comenzar a identificar judíos para su deportación a Auschwitz y cientos de niños fueron engendrados por madres de las Islas Normandas y padres alemanes. Los franceses tenían una expresión para ello: collaboration horizontale. La ignorancia de la historia El desconocimiento de muchos de los hechos básicos sobre la Segunda Guerra Mundial es endémico, incluso entre aquellos que lucharon en ella. A continuación se expone una versión de los primeros dos años de guerra con la que el británico medio, dejando a un lado a sus hijos, podría estar bastante de acuerdo: Hitler invadió Polonia, y Gran Bretaña y Francia declararon inmediatamente la guerra. (De hecho, transcurrieron dos días y medio antes de que se respetase el compromiso de declarar la guerra inmediatamente.) Su objetivo era destruir el nazismo, suprimir todas las modificaciones del Tratado de Versalles introducidas por Hitler y, si fuera posible, salvar a los judíos. (Los tres son incorrectos). Una vez iniciada la lucha, el impopular (todavía era popular) Primer Ministro Neville Chamberlain perdió una votación en la Cámara de los Comunes (ganó por 281 frente a 200 votos) y Winston Churchill se convirtió en líder de los conservadores (no se convirtió en líder). Traicionada por los belgas (no) y defraudada por los franceses (no exactamente), la Fuerza Expedicionaria Británica se retiró ordenadamente (bueno...) a Dunquerque desde donde fue evacuada, en gran parte en pequeñas embarcaciones (que de hecho solo transportaron a una pequeña minoría). Solo la actuación de los pilotos británicos (polacos, checos, canadienses, neozelandeses) que ganaron la Batalla de Gran Bretaña gracias al importantísimo (no) descubrimiento del radar evitó que Hitler llevase a cabo su plan para invadir Gran Bretaña inmediatamente después de Dunquerque. Mientras se libraba la batalla, Londres era objeto del bombardeo alemán (no ocurrió hasta más tarde), que prácticamente paralizó la ciudad (incorrecto). Durante este extraordinario período los miembros del Parlamento mantuvieron todos sus antiguos derechos y privilegios (Archibald Maule Ramsay, miembro del Parlamento, fue encarcelado sin ser juzgado). Si Gran Bretaña hubiese sido invadida, el gobierno, la Familia Real, las reservas de oro del Banco de Inglaterra y la Marina de guerra habrían sido acogidos por Roosevelt en el continente americano. (Este le comunicó al embajador británico que no creía que fuesen acogidos, y Churchill le hizo saber que la Marina podría no ir). Si Gran Bretaña hubiese sido invadida no habría colaborado como lo hizo Francia, sino que habría luchado hasta la muerte. (Quién sabe, la experiencia de las Islas Normandas no es un precedente alentador). Es casi un tópico señalar el efecto de la crisis de Renania de 1936 sobre la entrega de Suez por parte de Edén 20 años más tarde, y la palabra Munich es todavía un dardo certero que la derecha puede lanzar contra un apaciguador Foreign Office, pero las comparaciones con la época de la guerra parecían estar perdiendo fuerza a finales de los setenta y en los ochenta, hasta que surgió la cuestión que permitió volver a ellas con renovados bríos. Europa y nuestra historia Es probable que nuestra relación con la Unión Europea sea el tema principal en la política británica durante varias décadas. Evoca una cacofonía de ecos y resonancias del período de 193945, que van desde lo sutil a lo enormemente ordinario. La Unión Europea iba a ser un hijo de la guerra, fuese quien fuese el bando que venciera. Los nazis lo utilizaron en los territorios occidentales ocupados como una hoja de parra con que esconder la desnudez de su imperio. De igual forma, los padres fundadores de la Comunidad la promovieron como la fuerza que podía desterrar para siempre la guerra del continente europeo. Esta esperanza aparece de forma regular en los discursos de Sir Edward Heath. El mensaje subliminal es que si la Alemania Unida después de todo es difícil dirigir el temor hacia España o Grecia se mantiene estrechamente ligada a la Comunidad, no volverá a estar tentada de luchar por su Lebensraum. Edward Heath no es tan mal educado (al menos con los extranjeros) como para sugerir que la arrepentida y democrática Alemania de hoy en día es una amenaza potencial para la paz en Europa, pero, con todo, este es el mensaje sotto voce. El Ministro de Asuntos Exteriores de antes de la guerra, Lord Halifax, comparaba a Alemania con un caballo al que había que encajar en su establo de tal forma que no pudiese cocear. Su razonamiento daba por sentado (equivocadamente) que la Alemania nazi daba prioridad al engrandecimiento económico sobre la hegemonía territorial y racial. Los dirigentes del movimiento británico en pro de una Europa Unida, hombres como Healey, Heath, Duncan Sandys, Ian Gilmour, Julián Amery, poseen todos ellos buenos historiales bélicos. Tanto ellos como los padres fundadores de la Comunidad Europea, hombres como Robert Schumann, Jean Monnet, el conde Coudenhove Kalergi y Couve de Murville, llegaron a creer que las nacionesestado propiciaban el nacionalismo, el cual engendraba el nacionalismo a ultranza, que a su vez desembocaba en fascismo y, tal y como concluyeron los intelectuales franceses de 1936: Le fascisme, cest la guerre!. Predicaban por tanto que a ninguna nación debería concedérsele el derecho de acción ilimitado ni el de autodeterminación. La naciónestado había sido la perdición de Europa. Pero esta aseveración no tenía en cuenta que la naciónestado fue, en 1940, el factor clave que representó la salvación de Gran Bretaña. Si sobrevivimos, fue en gran medida gracias a la naciónestado. Esta dicotomía explica en gran parte la profunda división de opiniones de la clase política británica con respecto a Europa. La división de la opinión británica Las discusiones de hoy en día tratan, en parte, de las diversas interpretaciones y conclusiones que deben extraerse de la Segunda Guerra Mundial. Los historiadores tienen un papel vital que desempeñar en la lucha de los mitos. Han usurpado el puesto que Shelley reclamó un día para los poetas, el de ser los legisladores no reconocidos del mundo. Para la generación de euroescépticos de más edad recurrí también a las lecciones de los años treinta y cuarenta. Los recuerdos de la guerra afectan claramente a Margaret Thatcher y a Norman Tebbit. Thatcher tenía 19 años, edad a la que uno es altamente impresionable, cuando finalizó la guerra; Tebbit, futuro piloto, se estremecía con los bombardeos de la RAF entre los 9 y los 14 años. El encendido lenguaje que Nicholas Ridley utilizó en su entrevista con The Spectator en 1990 la unión monetaria era una trampa de Alemania para tomar toda Europa muestra la furia que le produjo como ministro de comercio visitar países como Hungría o Checoslovaquia solo para descubrir que los alemanes ya se habían acomodado en los sectores más atractivos de las economías de los países del Este. La generación más joven de escépticos, hombres como Michael Portillo, Peter Lilley (los padres de ambos lucharon contra el fascismo) y John Redwood, aborda el problema de Europa de una forma menos visceral y más influida por los fantasmas de la guerra. Su objeción a la pérdida prácticamente total de soberanía que comporta la moneda común se deriva de un análisis de posguerra más racional, sobre las intenciones y ambiciones alemanas. Es, por supuesto, imposible ser totalmente racional en estos temas tan emotivos, pero la diferencia generacional total implica que la sombra de la opresión nazi no se cierne sobre su visión de una Europa Unida. La odian y la temen por razones más actuales. Jonathan Aitken, quien hace poco consiguió sus credenciales como principal oponente del Gabinete a una moneda única europea, está en una categoría completamente distinta. Aunque proviene de la generación más joven, es también historiador; el sobrino nieto de uno de los grandes confidentes y lugartenientes de Churchill, así como propietario de la casa de la que Churchill partió con Brendan Bracken para condenar Munich. Algunos rebeldes irreparables, en particular Teresa Gorman, se consuelan abiertamente con la experiencia de los rebeldes de los años treinta, que fueron también condenados al ostracismo (aunque continuamente fustigados) por parte del partido conservador, hasta que se acabó demostrando que tenían razón respecto a Munich. Bill Cash y Nicholas Budgen, los propagandistas euroescépticos más efectivos, perdieron a sus padres en acto de servicio durante la guerra. Aunque su oposición a un superestado europeo se basa en motivos impecables desde un punto de vista intelectual, no es de extrañar que desconfíen ante la perspectiva de que los eurofanáticos presenten el Lebensraum en bandeja a una Alemania unida. Enoch Powell es un veterano de guerra y habla alemán con fluidez. Aunque su oposición a la unidad europea se deriva de una filosofía sobre Inglaterra anterior a la Reforma o incluso a la Antigüedad, ni siquiera este quisquilloso filósofo de la derecha conservadora está un poco por encima de la postura ¿y qué pasa con la guerra?. La semana pasada, en una reunión del Bruges Group, dijo: si Alemania hubiese ganado la guerra, Hitler no habría impuesto controles más estrictos al Reino Unido de los que le fueron impuestos con la Ley de la Comunidad Europea de 1972. De hecho, tal y como estableció el mariscal Waither von Brauchitsch en su directiva del 9 de septiembre de 1940, de vencer Alemania, ia población británica masculina y sana con edades comprendidas entre los 17 y los 47 años sería recluida y enviada al continente a menos que circunstancias especiales exigiesen que se dispusiese de otro modo. Incluso los euroescépticos aceptarán que esto es más dramático que las peores propuestas de Jacques Santer para la unión monetaria. El pasado es un terreno pantanoso Pero el premio por el ejemplo más escandaloso de citas fraudulentas y fuera de contexto y de creación de mitos debe ser para Michael Heseltine, por la obra de trapacería histórica perpetrada en el Sunday Times en su artículo Gran Bretaña debe marchar tras Churchill hacia Europa del pasado fin de semana. Citó lo que según éldijo Churchill en Zurich en 1946: Por mi experiencia en grandes empresas, he descubierto que a menudo es un error intentar disponer todo inmediatamente. Sabemos donde queremos llegar, pero no podemos prever todas las etapas de una Europa unida en la que nuestro país desempeñará un papel decisivo... Es responsabilidad de todos los hombres de estado, que tienen en sus manos la autoridad para conducir los hechos y para actuar, diseñar y forjar la estructura. Encantado de poder citar a su héroe desde la derecha conservadora, Heseltine terminó diciendo Como tantas veces en el pasado, sería inteligente por parte del partido conservador escuchar sus palabras. Mis sospechas inicialmente surgieron de la oportuna utilización por parte de Heseltine de los puntos suspensivos. ¿Habría dicho Churchill algo banal o aburrido que necesitase ser suprimido? Seguramente no. Busqué entonces el discurso (que de hecho pronunció en el Albert Hall el 14 de mayo de 1947) y descubrí lo que Heseltine había suprimido. Eran unas pocas frases que contradecían completamente el argumento de todo el artículo. En los puntos suspensivos Churchill decía: la Europa unida constituirá una gran entidad regional. Están los Estados Unidos con todas sus dependencias; está la Unión Soviética; está el Imperio Británico y la Commonwealth; y está Europa, con la que Gran Bretaña se encuentra intimamente entremezclada. He aquí los cuatro pilares del Templo mundial de la Paz. Churchill, como sí dijo en Zurich, pretendía que Gran Bretaña fuese amiga y patrocinadora de la nueva Europa, pero no parte integrante de la misma, y así lo dejó claro en Zurich, La Haya y el Albert Hall, y se lo confirmó sin ningún género de dudas a Montgomery cuando Gran Bretaña negociaba su entrada en 1961. Fue por ello por lo que Gran Bretaña no contribuyó con tropas al Ejército Europeo propuesto en 1954. Como demuestran la hipérbole de Powell, la dislexia histórica de Heseltine y los mitos populares del período 194041, el pasado es un terreno pantanoso que los políticos eligen para izar sus estandartes. Es peligroso que nuestro futuro se decida por referencias a percepciones de la historia excesivamente desvirtuadas, distorsionadas e incorrectas. La célebre crítica de J. M. Keynes sobre la gente práctica que se cree exenta de influencias intelectuales y que son normalmente esclavos de algún economista fallecido es también aplicable a los políticos que son esclavos de algún historiador fallecido como Arthur Bryant. Es vital para nosotros entender nuestra propia historia reciente; solo entonces podremos construir un futuro que la merezca * • (Traducción: Lucía Ortiz Martín) * Artículo reproducido por cortesía del autor y The Spectator (Feb. 1995). El último libro de Andrew Roberts, Eminent Churchillians, ha sido publicado por Weindenfeld & Nicolson.