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Los comediantes, Rusia, fin del siglo

Eugenio Bai

Acerca del pueblo ruso que no votaba por el reformista Yeltsin en las elecciones de junio de 1990, sino que votaba contra el comunismo.

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Eugenio Bai, “Los comediantes, Rusia, fin del siglo,” accessed March 29, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/753.

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Los comediantes, Rusia, fin del siglo

Subject

Internacional

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Acerca del pueblo ruso que no votaba por el reformista Yeltsin en las elecciones de junio de 1990, sino que votaba contra el comunismo.

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Eugenio Bai

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Nueva Revista 040 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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LOS COMEDIANTES. RUSIA, FIN DEL SIGLO Eugenio Bai En las elecciones de junio de 1990, Yeltsin y su equipo hicieron creer que éste era la única persona capaz de ser presidente, que no había otros candidatos; y Occidente cayó en la trampa al apoyarlo en exclusiva. Mientras tanto, el pueblo ruso no votaba por el reformista Yeltsin, sino contra el comunismo. n acontecimiento de importancia histórica, según sus autores, tuvo lugar en Moscú a finales de abril. Seis meses antes de Ulas elecciones parlamentarias se fundaron dos agrupaciones políticas, una de orientación de centroderecha, y otra de centroizquierda. Los directores del proyecto, los más sabios de Kremlin, decidieron aplicar en la Rusia postcomunista el viejo modelo de la democracia americana. Para desempeñar el papel de Alexander Hamilton, padre del partido republicano, se prestó el actual primer ministro ruso Victor Chernomirdin, un conservador moderado. El papel de Thomas Jefferson, líder de los demócratas, correspondió a Ivan Ribkin, portavoz de la Duma Estatal, cámara baja del parlamento ruso. Pero toda la jugada la echó a perder el propio presidente Yeltsin. Dijo, sin pensar mucho, que estos dos bloques habían sido creados a su voluntad y capricho. Los autores del proyecto se llevaron las manos a la cabeza. En efecto, todo el plan lo hicieron para Yeltsin, pero se suponía que el primer bloque tendría que ser gubernamental, mientras que el segundo debería reunir a la oposición moderada. Y ¿cómo iba a ser posible que, en vísperas de la campaña electoral, el Presidente creara una oposición contra sí mismo? Desde aquel entonces la prensa está burlándose del Presidente de la República. El invento infantil fracasó. Pero los analistas opinan que de no haber revelado Yeltsin el secreto, el plan hubiera fracasado igual. Se suponía que los dos bloques hubieran podido reunir hasta el 80% de los votos, dejando al margen del proceso a los extremistas de ambos flancos. Con los mismos objetivos se crearon dos partidos pro Yeltsin en las elecciones parlamentarias del 93. Se les brindó todo el apoyo financiero del Estado, pero entre los dos ganaron menos votos que un solo payaso, el ultranacionalista Vladimir Zhirinovski. Un elector impredecible en un país de misterios Los políticos pueden elaborar cualquier modelo, pero en definitiva la decisión corresponde al elector. Así pasa en cualquier país, pero Rusia es especial. Aquí el elector es un sujeto incontrolable. Vamos a hacer un bosquejo del elector medio ruso. Por lo general es un ciudadano de unos 40 años, con educación secundaria, casado, tiene dos hijos, trabaja de obrero o empleado en el sector estatal, gana unos 150 dólares mensuales, y tiene un apartamento de dos habitaciones de unos 30 metros cuadrados. Todos sus ahorros bancarios se los comió la inflación. En verano no puede permitirse el lujo de ir a los balnearios del Mar Negro, como antes, porque no tiene dinero. Perdió además todas las facilidades que antes le brindaba el socialismo (círculo infantil, educación y medicina gratuitas, etc.). Ese individuo medio, no obstante, hace cuatro años votó por Yeltsin, porque entonces aquél era perseguido por los comunistas. Ahora, mirando la pantalla de su televisor, dice a su esposa sobre el mandatario: Mira, ese cabrón otra vez está borracho. Mira su forma de caminar. Apenas se mantiene de pie, el imbécil. Ha sido precisamente este elector el que ha mostrado su potencial, dos años y medio más tarde. Aquel día de diciembre salió a la calle, miró alrededor, vió los viejos basureros llenos de escoria, vió las calles llenas de baches y votó por un payaso, por un loco que tiene una receta radical para todo el mundo y para cualquier situación. ¿Son malos los ucranianos? Les lanzaremos la bomba atómica. Y ¿se comportan mal los musulmanes? Les derrocaremos en la guerra y limpiaremos las botas de nuestros soldados en el índico. ¿Falta dinero a la población? Vamos a bajar los precios del vodka y la kolbasa (salchichón, mortadela). A la comunidad internacional le preocupa enormemente si el impredecible elector raso quiere repetir su hazaña de volver a votar por Zhirinovski. Yo creo que la hora estelar del líder nacionalista ruso ya pasó. Ahora la mayoría no lo apoyaría porque respaldó la criminal guerra en Chechenia. Chechenia y la guerra de la mafia Desatar la guerra en Chechenia ha sido el error más grave de Yeltsin, por concepto y por la forma en que se realizó esa aventura. Toda la nación sufrió un choque viendo en las pantallas de los televisores los horrorosos cuadros de muerte y destrucción. Yeltsin esperaba subir su índice de popularidad entre los nacionalistas que se manifiestan por un Estado fuerte. Pero se equivocó, porque desde siempre su principal apoyo han sido las masas democráticamente orientadas. Las perdió por completo. Otro fracaso, de la misma envergadura, ha sido su impotencia para combatir el crimen organizado. Los rusos han quedado asombrados por la eficacia con que los agentes del FBI han podido detener, en un período tan breve, al culpable del atentado de Oklahoma. El presidente Clinton hizo a la nación la promesa de detener a todos los criminales y la cumplió ejemplarmente. El presidente Yeltsin en un sin número de ocasiones ha prometido a la nación encontrar a los asesinos de prominentes políticos, destacados periodistas e importantes empresarios. Nunca ha podido cumplir con su palabra. La policía nunca ha podido encontrar un solo asesino a sueldo. A ninguno de los miles que operan en todo el territorio nacional. El elector medio hace rato que se ha dado cuenta de que la palabra del Presidente no vale para nada. De una forma u otra, los cien millones de rusos saben sobrevivir en medio de una aguda crisis económica. Una buena parte ya está integrada en la sociedad de mercado libre, aunque ese mercado libre, como me dijo un amigo, tiene una sonrisa de bolchevique. Están vendiendo y comprando lo que pueden, sin leer los libros de los Chicago boys. Lo imperdonable aquí son tres cosas. A la belicosidad manifestada en Chechenia y a la impotencia para luchar contra la mafia se agrega la tercera, que está estrechamente vinculada con las dos primeras: corrupción desenfrenada. Secta Aum Shinri Kyo: Conexión rusa En Rusia se ha robado siempre. Al gran clásico de la literatura del siglo pasado le preguntaron en una ocasión: ¿Cómo viven los rusos? Respondió tranquilamente: robando. Quería decir: como siempre, más o menos. Pero tradicionalmente los principales acusados eran solo los empleados. Ahora la corrupción ha contaminado todos los niveles del poder. Los ministros, los diputados, los altos Generales del ejército hacen fortunas millonarias en meses, a veces en semanas. Al Ministro de Defensa, Pavel Grachev, lo llaman Pasha el Mercedes, porque todo el mundo sabe que le regalaron tres Mercedes Benz traídos de Alemania Oriental. El portavoz de la Cámara Alta del Parlamento, Vladimir Shumeiko, ha sido acusado de apropiarse de las ganancias de una empresa que debió suministrar productos lácteos a los niños rusos. Los productos, por supuesto, nunca han llegado al mercado. Un ministro pide a un periodista de 500 a 1000 dólares por entrevista. Qué hacer exclama es la inflación.... Un director de escuela pide al padre de 2000 a 3000 por el ingreso de su hijo. Si no, el muchacho no pasará los exámenes. En la época del comunismo robaban con cuidado porque tenían miedo. En el período de Stalin podían perder la vida, en la época de Brezhnev un puesto cómodo. Ahora nadie teme nada, no responde ante nadie, no está controlado por nadie. Muchos meses antes de que el mundo se horrorizara con la tragedia en el metro de Tokio, los rusos conocían la cara del gurú japonés Asajara por sus prédicas televisivas. Este individuo de extraña retórica para un ortodoxo ruso llegó a Moscú por primera vez en 1992 en vuelo charter. Para su actuación religiosa se le cedió el Palacio del Kremlin, la sala más prestigiosa de la capital rusa. Estuvo dando clases también en la Universidad estatal Lomonossov de Moscú. Había sido recibido por el Vicepresidente, en aquel entonces Alexander Rutskoi, y por el portavoz del Parlamento Ruslan Jasbulatov. Estas dos figuras han desaparecido del panorama político actual, pero Rutskoi declara ahora haber recibido la orden de atender al gurú japonés directamente del Presidente Yeltsin. Pero la persona que más aportó para inmortalizar la obra del maestro japonés ha sido el actual Secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Oleg Lobov. Con la intervención personal de Lobov, que anteriormente se reunió con Asajara en Tokio, la secta recibió en Rusia un reconocimiento oficial y unas libertades como ninguna misión diplomática o empresa extranjera hayan tenido jamás. A Asajara se le permitió crear sucursales en todo el territorio ruso, así como empresas comerciales, supuestamente con fines humanitarios. Se le brindó un acceso casi ilimitado a los medios de información masiva (entre ellos el Canal Uno de la televisión nacional) y el derecho de dirigir mensajes tanto al interior como al exterior del país. Para colmo, varias semanas después del envenenamiento masivo en Tokio, la policía japonesa descubrió que la secta había comprado varios helicópteros de transporte rusos y que algunos de sus miembros habían hecho practicas de tiro en campos de entrenamiento rusos. En cualquier país civilizado estas denuncias costarían el puesto al Secretario del Consejo de Seguridad. Oleg Lobov ni siquiera dió explicación alguna. La prensa rusa está llena de testimonios de que, tras las visitas de los japoneses a los despachos del Kremlin, quedaban olvidados abultados sobres y, a veces, incluso maletines. Los sobres aparecidos quedaban en los despachos de los Generales que casualmente llevaban armas a Chechenia hace dos o tres años. El separatista rebelde Dudaev había sido armado hasta los dientes por la misma élite militar rusa que ahora está tratando, sin éxito, de eliminarlo. Por supuesto, nunca lo lograrán, mientras el ejército esté en las manos de los ladrones. Los magos de Kremlin Hay un servicio que está supervisando los horóscopos del Presidente, está corrigiendo las auras de los dirigentes, crea el campo electromagnético favorable a los líderes de la nación, extrae del cosmos toda la información necesaria. Ese servicio se llama Servicio de Seguridad del Presidente de la República. El jefe del servicio, el general Korzhakov, es la persona tal vez más temible del momento en Rusia. Tiene una influencia extraordinaria sobre Yeltsin. Hace poco se hizo pública la carta que mandó Korzhakov al Primer Ministro Chernomirdin, con recomendaciones de cómo organizar mejor el control sobre los suministros de petróleo al exterior. Pero no se trataba de control estatal: Korzhakov tenía en la mente el control del aparato presidencial. Es decir, sugería crear una empresa independiente que se ocupara de suministrar una buena parte del petróleo. ¿Con qué objetivos? Según algunos analistas, para crear una caja secreta a disposición del aparato, a fin de financiar la campaña electoral y tomar las medidas necesarias si ese partido del poder pierde las elecciones. Todo el mundo tiene miedo a la mafia rusa. Pero ¿dónde está? Se encuentra por todos lados. Y uno de los centros se ubica en el Kremlin. Una gran revolución criminal, así llamó a su documental uno de los más destacados cineastas rusos. Y es cierto, el proceso aparentemente democrático de los años 1990 y 1991 se transformó en una evolución criminal, una corrupción universal y una degradación moral completa en los altos niveles del poder. La vocación por el espiritismo siempre ha sido señal de agonía. Así era en los tiempos del famoso Rasputín. Así es ahora. El futuro incierto Con todo eso, los rusos no perdemos la fe en el futuro. No tenemos más remedio que conservar las esperanzas. El equipo de Yeltsin hizo todo lo posible para preparar un ambiente electoral homogéneo. Declaró mil veces que él, el Zar Boris, era la única persona capaz de ser presidente, que no hay otros candidatos por ahora. Occidente cayó también en esa trampa, al apostar solo por Yeltsin, un exdirigente comunista con todos los hábitos del pasado. Pero, ¿acaso es incapaz una nación de cien millones de personas de presentar un solo candidato serio? Nadie lo puede creer. El proceso democrático en Rusia ha ido degradándose, pero floreció una prensa independiente, atributo de toda sociedad civilizada. Se ha conservado la libertad de expresarse sin tapujos, lo que constituye, por ahora, el freno más importante en el camino de los que quieren usurpar el poder. El equipo de Yeltsin está utilizando la amenaza de la posible victoria de Zhirinovski. Preguntan al pueblo: ¿acaso vivís tan mal? No hay guerra civil en Moscú. Hemos parado la inflación. El mercado está lleno. ¿Qué queréis que hubiéramos logrado en cuatro años? El pueblo quiere salir adelante. No está satisfecho con la posibilidad de elegir entre un fascista y un presidente paralizado e ineficaz, entre la dictadura y la democracia corrupta. En junio de 1990 el pueblo no votó por el reformista Yeltsin, sino en contra del comunismo. Ahora también será un voto negativo, y si el partido de poder no aplaza las elecciones o no las falsifica, la joven democracia rusa ganará, dando la oportunidad a otros líderes que no están comprometidos con el pasado. •