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La apoteosis de lo neutro
Fernando R. Lafuente
Acerca de un vendaval de intolerancia política se cierne sobre la sosiedad americana desde hace varios años. que exige a los ciudadanos un nuevo código de expresión en aras del pluralismo cultural.
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Fernando R. Lafuente, “La apoteosis de lo neutro,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/747.
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Title
La apoteosis de lo neutro
Subject
Ensayos
Description
Acerca de un vendaval de intolerancia política se cierne sobre la sosiedad americana desde hace varios años. que exige a los ciudadanos un nuevo código de expresión en aras del pluralismo cultural.
Creator
Fernando R. Lafuente
Ignacio Sánchez Cámara
Source
Nueva Revista 040 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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LA APOTEOSIS DE LO NEUTRO LA CORRECCIÓN POLÍTICA DESDE LA PERSPECTIVA ESPAÑOLA Fernando R. Lafuente e Ignacio Sánchez Cámara Un vendaval de intolerancia política se cierne sobre la sociedad americana desde hace varios años: la llamada corrección política, que exige a los ciudadanos un nuevo código de expresión en aras del pluralismo cultural y condena cualquier utilización del lenguaje que pueda ofender a las minorías. Se somete así a las mayorías a una especie de jerga sin más razón que el delirio político: como era de esperar, no tiene límites. n los últimos años ha surgido en los Estados Unidos una corriente de opinión, sustentada en leyes y normas legales impul1rf sadas desde el Gobierno, que pretende, so capa de la tolerancia, imponer un determinado uso del lenguaje como politically correct, en aras, y como expresión, del pluralismo cultural. Esta expresión ha sido traducida de manera literal como lo políticamente correcto aunque puestos a ser precisos, de acuerdo con la sugerencia del Marqués de Tamarón en su espléndido artículo Las cosas por su nombre publicado en esta misma revista en noviembre de 1991, debería traducirse como la corrección política, es decir, la political correctness. El principal foco de este movimiento ha sido, como era de esperar, California. En este Estado, el más extenso de EE.UU., se han dado los mayores excesos por mor de lo políticamente correcto: desde declarar obligatorio el bilingüismo hasta tildar a Shakespeare y Milton de DWEMS (Dead White European Males, es decir, blancos europeos muertos). Más adelante nos extenderemos sobre ello. Claro está que ha hecho falta muy poco tiempo para que ese supuesto lenguaje neutro se transformara de mera imposición lingüística en drástica imposición ideológica. ¿Se trata de una defensa del humanismo universalista que lucha contra la injusticia y repara las deudas de la historia o, de un no por sutil menor atentado contra la libertad individual ?¿ se trata, en fin, del nuevo intento por imponer gran parte del programa radical surgido en los años sesenta, tras su primer intento de aplicación, saldado con un fracaso estrepitoso? El gusto empalagoso por el eufemismo En todo caso, asistimos a un nuevo período de intolerancia como ha recordado el ensayista Robert Hughes en su enjundioso volumen, La cultura de la queja (Anagrama, Barcelona, 1994) que se combina con un gusto empalagoso por el eufemismo. En efecto, los ejemplos siguientes componen un curioso catálogo de los excesos que caracterizan la práctica indiscriminada de la corrección política. Vayan algunas de sus más citadas expresiones: Indian summer para designar, como destacaba Vicente Verdú (El desorden políticamente correcto en El País, domingo, 13 de noviembre de 1994), los veranillos de san Miguel y otros efímeros pasajes de buen tiempo no es expresión políticamente correcta. ¿Por qué? Pues, porque todos los norteamericanos deben saberlo. Indian no debe seguir asociándose a la entrega de una cosa que es prontamente arrebatada. En lo políticamente correcto vale todo; se relaciona con el sexismo, el clasicismo, el regionalismo, el etnocentrismo y así hasta el infinito. Hoy son varios los diccionarios confeccionados con tal fin, entre ellos, los más divulgados son: Definitions, del Smith College de Massachussetts, el Dictionary of cautionari words and phrases, del Journalist School de Missouri y The Official Politically Corred. Dictionary and Handbook, realizado por Henry Peard y Christopher Cerf. Es la apoteosis de lo neutro, la fiesta del eufemismo. De este modo, no fracasamos sino que no conseguimos; no somos yonquis sino que abusamos de ciertas sustancias; no existen subnormales sino disminuidos psíquicos. Un calvo es alguien facialmente incompleto; un sordo, un individuo que no puede oír; un negro es un afroamericano; los enanos son personas que no han llegado a gigantes; a una flor no se la puede denominar kajfir porque ésta es una palabra insultante en Suráfrica. Incluso, grupos feministas han propuesto la palabra womyn en lugar de woman para erradicar la mención man (hombre). Pero el asunto ha ido más lejos, porque ha circulado, también, la propuesta de cambiar history por hertory que feminiza, en su opinión, el supuesto posesivo de la primera sñaba. Un viejo es alguien cronológicamente dotado, un borracho se encuentra privado de sobriedad y la muerte es tan sólo una inconveniencia terminal. El caso del afijo man tiene su historia. Se considera que estas palabras tienen género y por lo tanto insultan a las mujeres. Hughes trae algunos ejemplos en su libro citado: mankind (humanidad) implica que las mujeres no son humanas. Así que en lugar de chairman (presidente y literalmente hombresilla), tenemos la molesta chairperson (personasilla), como si el infortunado presidentepresidenta de una entidad, comenta el ensayista norteamericano, tuviese cuatro patas y respaldo. Pero la moda del eufemismo ha calado también en los manuales de estilo. En uno reciente, destinado a las publicaciones oficiales del Gobierno australiano se prohibe, entre otras, la palabra sportsmanship (deportividad) y statesmanlike (propio de un estadista). Para reemplazarlas se ofrecen los sinónimos habilidad, discreción. Sin embargo, cualquiera que conozca la historia de la lengua inglesa sabe que, en el inglés antiguo y el anglosajón, el sufijo man era neutro; tenía, y conserva, el mismo significado que tiene hoy persona, refiriéndose a todas las personas por igual. Para indicar el género, tenía que ser calificado: el varón se llamaba waepman, la mujer, wigman. El uso de man libre de género nos da palabras como chairman, fisherman, craftsman que significan sencillamente una persona de cualquier sexo que realiza un determinado trabajo o profesión. Y concluye Hughes: El viejo mal sexista supuestamente encarnado por esa palabra desde tiempos remotos resulta que no existe. Sin embargo, da grandes oportunidades para exhibir el legalismo virtuoso de la corrección política. Del mismo modo se ha expresado el Marqués de Tamarón en su artículo citado, cuando destaca que el centro de la batalla está en la palabra, y la táctica consiste en suprimir las palabras peligrosas, más que en desvirtuarlas. Se censura el diccionario porque reacción de raíces bíblicas protestantes tan sólo en el libro puede hallarse la culpa de los males del pueblo y su remedio. Otro grupo feminista, tal vez el mismo, consiguió que retiraran una reproducción de La Maja desnuda de Francisco de Goya instalada en la sala central de la biblioteca de la Universidad de Pennsylvania, por el hecho de que la figura expresada en el cuadro denigraba la condición de la mujer. Resulta algo más que divertido relacionar este gesto de intolerancia postmoderna con aquél episodio ocurrido en una provincia española hacia los primeros años de la década de los setenta cuando un policía municipal obligó, también, a retirar de un escaparate una reproducción de... La Maja desnuda de Goya. Otra muestra de intolerancia esta vez premoderna y castiza. Los ejemplos también se multiplican y no todos tienen a los Estados Unidos como protagonista, aun cuando haya sido allí donde se encendió la mecha, sobre todo en los recintos universitarios. Traigamos otro enjundioso ejemplo, de la mano de Mario Vargas Llosa (El pene o la vida en El País, domingo, 30 de enero de 1994): en un libro de ensayos recién publicado El caimán ante el espejo de Uva de Aragón Clavijo, se propone una polémica tesis: la violencia política que ha ensangrentado la historia de Iberoamérica y la de Cuba en especial, es la expresión y consecuencia del machismo, de la cultura homocéntrica de profundas raíces en el Continente. En el libro se pueden leer análisis tan penetrantes como el siguiente: un sólo hombre penetró a un pueblo hembra que se abrió de piernas al recibirlo. Pasado el primer orgasmo de placer, de nada han servido genuinos forcejeos en busca de la liberación. El peso bruto de la fuerza masculina aún cautiva a unos, asesina a otros y controla a la mayoría. Si esto no fuera nada más que una muy minoritaria expresión de una idea de América, valdría tal vez como anécdota; pero es que palabras como las que acabamos de leer, quizá menos fogosas en cuanto a su pasmosa metaforización, significan el caldo de cultivo del fenómeno de lo políticamente correcto, a lo largo del continente americano. El miedo a lo concreto La idea de que puedes cambiar una situación buscando una palabra nueva y más bonita para denominarla surge, de acuerdo a lo expresado por Hughes en su obra citada, del viejo hábito americano del eufemismo, el circunloquio y la desesperada confusión sobre la etiqueta; un hábito, provocado por el miedo a que lo concreto ofenda. Sin embargo, éste hábito no está circunscrito a los Estados Unidos. Víctor Pérez Díaz en su artículo Hiperrealismo mágico (El País, martes, 1 de noviembre de 1994) recordaba como en España, casi de manera secular, se actúa como si se pensara que, al nombrarla y mantenerla en la sombra, esa realidad deja de existir, o cambia por arte de birlibirloque. Es el caso, también, de lo que Pérez Díaz denomina en su trabajo el pensamiento tribal: reduce los costes de razonamiento de las gentes por el procedimiento de centrar su atención en la tribu que defiende cada uno de los argumentos, e instar a que cada cual, simplemente, se coloque en la tribu correspondiente y haga suyo su argumento. El argumento tribal se convierte así en una invocación a la solidaridad de la tribu frente a la tribu adversaria. La operación se pone en marcha. Se trata de convocar de un lado a los verdugos, del otro a las víctimas. De esta forma, el número de americanos que sufrieron malos tratos en la infancia, por ejemplo, y que gracias a ello deben ser absueltos de culpa, de cualquier culpa por cualquier cosa que se les haya ocurrido hacer puede equipararse, añade Hughes no sin retranca, al de quienes, hace algunos años, aseguraban haber sido en una vida anterior Cleopatra o Enrique vm. Ahora, cuidado, no es un chiste lo que está ocurriendo. Hoy, como se citaba al principio, se hallan en vigor leyes que dan preferencia a las mujeres y a las minorías en cuanto a puestos de trabajo y a contratos con el Gobierno se refiere. De acuerdo con las leyes vigentes en Estados Unidos, las instituciones estatales pueden favorecer, y de hecho favorecen, a las mujeres, a los negros y a los hispanos, con relación a la población blanca masculina auténtica bestia negra de la situación creada en teoría para remediar la discriminación que estos grupos sufrieron en el pasado. No es ninguna broma, pues, la legislación en marcha. Las consideraciones raciales desempeñan un papel muy importante en las decisiones sobre el gasto gubernamental, como ha recordado el analista del diario The Guardian, Jonathan Friedland, en su artículo Regresa el azote blanco (El Mundo, 15 de enero de 1995), desde el presupuesto para Defensa hasta la contratación de un servicio de limpieza. Más de 13.000 millones de dólares (el equivalente a 1,7 billones de pesetas) del dinero público van a parar, bajo la forma de contratos de servicios, a pequeñas empresas de minorias. Hasta ayer, la discriminación correcta se había limitado al sector público, pero ante su avance, y la fuerte presión ejercida desde determinados medios de comunicación, las grandes corporaciones piden asesoramiento a especialistas en asuntos de pluralismo cultural para no herir sensibilidades. Incluso, los mandos medios de las compañías suelen ver cómo sus propios ingresos dependen en gran medida de la diversidad étnica y de género que se manifiesta en su plantilla. Uno de los campos escogidos para la aplicación de la corrección política ha sido el de la investigación y docencia de la historia. En realidad se trata de algo muy semejante a un pulcro lavado de cerebro correcto impuesto desde las escuelas públicas. En un reciente manual, elaborado por el National Center for History in the Schools, de la Universidad de Los Angeles, se establecen, a lo largo de sus escuetas 271 páginas, los hechos capitales sucedidos en la historia de los Estados Unidos; hechos que ningún niño debe ignorar. En este texto escolar aparece diecinueve veces alguna referencia a la caza de brujas del senador McCarthy y ni una sola vez aparece la más mínima referencia a Edison, Einstein o los hermanos Wright; hermanos a los que les cabe el honor de ser los primeros que lograron volar. Mientras en el mismo manual una convención de mujeres en el Estado de Nueva York en 1848 en defensa de la igualdad de derechos es citada nueve veces. Así están las cosas. Sin embargo, los responsables ni se inmutan. Al ser requerido el director del Manual para que explicara la ausencia de Edison del texto, éste contestó: Si falta Edison, también faltan inventoras y grandes inventores negros. Los campus universitarios y las redacciones de los diarios han sido los más sensibles a las nuevas formas del lenguaje. Harold Bloom, uno de los más prestigiosos profesores de Literatura Comparada de la Universidad de Yale, ha levantado el acta de defunción de la literatura a manos de la escuela del resentimiento: Estoy rodeado de colegas afirmó hace apenas unos meses que tienen más interés en el pop que en Cervantes o Proust, y añadió que si tanto les interesa a algunos profesores mejorar la situación terrible de los guetos urbanos o la miseria del campo no deben dedicarse a enseñar literatura sino hacerse activistas políticos. Porque lo cierto es que hoy solo interesan los autores cuya expresión literaria es la de una minoría racial, sexual, regional, étnica... Muchas universidades se han entregado a los nuevos bárbaros, un nuevo macarthysmo de izquierdas, tan efectivo y perverso como lo fue su antecedente desde el lado ultraconservador. El problema es que esta nueva historia, que denuncia Bloom, es muy crítica con todo lo blanco y muy poco crítica con todo lo demás. Rockfeller, en el caso del manual citado, es un déspota, mientras Mansa Musa, emperador de Malí, es de una esplendidez radiante. Ya hace un año, en un congreso de historiadores americanos, quienes defendían que el papel del historiador no es salvar al mundo sino explicarlo, fueron derrotados por quienes mantenían que la historia es multilateral y no un monólogo europeo. Lo cierto es que el movimiento Politically Correct, que apareció alrededor de 1990, aun cuando su gestación había madurado en los campus universitarios más relevantes de Estados Unidos a partir de la segunda mitad de los años ochenta, y ganó publicidad con una serie de artículos en las revistas New Yorker, Newsweek, Time y Atlantic Monthly en 1991, establecía un doble principio; por un lado, todas las culturas han contribuido por igual a la historia de la humanidad, y, por otro, cada juicio sobre los demás obedece a una perspectiva cultural que en nombre de la justicia y la convivencia debe ser abolida. El asalto posmoderno a la razón histórica La clave, por tanto, es sencilla. Nos encontramos ante un nuevo asalto, uno más tal vez en la vieja carcasa occidental, del multiculturalismo contra el etnocentrismo europeo promovida por los defensores del relativismo cultural y moral, bajo el pretexto de la defensa del pluralismo y de la tolerancia. Pero la paradoja está en que, trás esos postulados, se atacan los fundamentos del ideal ilustrado, que aspira a una civilización universal. De esta forma, la civilización que podría encontrarse amenazada es precisamente la europea, la que partiendo del pluralismo, como enseñó Guizot en su célebre curso sobre la historia de la civilización europea, aspiró al universalismo. Hoy, sin embargo, el multiculturalismo se ha convertido en el caballo de batalla de los defensores de la historia políticamente correcta. Estos forman lo que podríamos calificar, siguiendo a Nietzsche y Scheler, el clan del resentimiento; quienes, para ocultar su derrota en el campo de la razón y el conocimiento, declaran abolida toda excelencia. Sin embargo, como afirma Mario Vargas Llosa (Cabo de tormentas, en El País, viernes, 4 de junio de 1993) al respecto, si para preservar la identidad cultural de los débiles hay que reducir al mínimo o eliminar del todo sus intercambios con quienes proceden de culturas más poderosas y avanzadas, cuyo contacto consideran destructor, ¿cómo cambiaría ese status quo del mundo que nos parece discriminado e injusto?. Y concluye: El rechazo de la integración y el mestizaje, en nombre de la identidad de los pueblos explotados y marginados, que predican en nuestros días algunos sistemas de pensamiento considerados progresistas, acerca a éstos peligrosamente a quienes, desde las antípodas reaccionarias, proponían no hace mucho, en la Alemania nazi o en la Africa del Sur del apartheid, el desarrollo separado de las culturas y las razas. Aunque, en apariencia, esta teoría del multiculturalismo, cocinada por respetables antropólogos, juristas y filósofos, no puede ser más progresista, pues se enfrenta al etnocentrismo, a la prepotencia de la cultura occidental, que, creyéndose superior, invadió a los más débiles y los arrasó y explotó durante siglos, amparándose en el pretexto de llevar la civilización a pueblos bárbaros. Proclamando que las culturas son y deben ser iguales, ni más ni menos que los seres humanos, y que todas, por su mera existencia, tienen ganado el derecho al reconocimiento y el respeto de la comunidad internacional, los multiculturalistas quieren vacunar la historia futura contra nuevas aventuras imperialistas y colonialistas. Y es que como ya demostrara Alain Finkelkraut en La derrota del pensamiento, y Mario Vargas Llosa se ha cansado de repetir, los defensores del multiculturalismo insólita amalgama donde LéviStrauss se codea con Frantz Fanón, como se ha definido de manera espléndida han remozado y legitimado, desde una perspectiva contemporánea, en nombre del tercermundismo, las doctrinas nacionalistas de románticos alemanes como Herder y ultrareaccionarios como Joseph de Maistre. Si se acepta la premisa multicultural de que el individuo no existe; de que es un mero epifenómeno de su cultura y de que, por tanto, ésta debe ser mantenida pura, se aceptan los horribles crímenes que se están cometiendo contra los bosnios por parte de los serbios, y los que se cometieron antes por éstos contra los croatas, empezando por esas operaciones de limpieza étnica. Sirva solo como grosera referencia inmediata. Porque como bien dice el citado Finkelkraut, esta peligrosa fantasía ideológica, la multiculturalista, fraguada con la altruista finalidad de reparar el agravio que significó el colonialismo para pueblos débiles y primitivos ha servido más bien para privar a los antiguos países colonizados de lo mejor que podía ofrecerles el antiguo colonizador: pluralismo, tolerancia, derechos humanos; y, para que en nombre de la sacrosanta tradición étnica y la cultura propia encontraran justificación el despotismo político, la tiranía religiosa, la cosificación de la mujer y salvajismos como las mutilaciones corporales por mandato judicial y la castración femenina. Como ha recordado el experto francés en religiones, Gilíes Kepel o se opta por la yuxtaposición de grupos culturales, religiosos o étnicos, celosos de sus derechos y dispuestos a afirmar su identidad propia o bien se opta por una sociedad mucho más integrada y homogénea. La escuela, aludiendo al asunto del velo islámico en los centros de enseñanza franceses, en este caso es un modelo a escala de toda la sociedad. En efecto, claro que se puede establecer una jerarquía moral entre esas muchas civilizaciones y culturas que son otros tantos hitos en la historia del hombre. De nuevo escribe Vargas Llosa: según fueron alejando al individuo de su engranaje social, y reconociéndole una dignidad y unos derechos propios e inalienables, o retrocediéndolo a partícula dispensable de una categoría superior la raza, la nación, la clase, la religión fuera de la cual sería inconcebible y perdería su identidad, su ser. Porque aquellos representan la civilización y éstas la barbarie. El ataque a la libertad No puede caber duda de que este postmoderno asalto a la razón histórica es la forma en que hoy se reviste el ataque a la libertad de expresión, o mejor, a la libertad sin más. Como afirmó Milton en su Aeropagítica: Dadme libertad para saber, expresar y argumentar de acuerdo con mi conciencia, por encima de todas las libertades. En España el malogrado Ganivet advirtió: No debe inspirar temor ninguno la libertad. A pesar de ello, el mundo occidental se encuentra ahora en una encrucijada. La condición postmoderna en la que vivimos, ha escrito Agnes Heller, desde la ladera izquierdista, se distingue por la fragmentación en microdiscursos del discurso universalista, humanista y racionalista de otro tiempo forzosamente homogéneo. Llega la hora de recapitular todo lo anterior. La vinculación del multiculturalismo a lo políticamente correcto es innegable. Esto, ha convertido lo que debía haber sido un reconocimiento generoso de la diversidad cultural en un programa simbólico, quizá inútil, atascado en la jerigonza lumpenradical. Su retoño es la retórica del separatismo cultural. Esta forma de separatismo niega el valor, incluso la posibilidad, del diálogo. Rechaza el intercambio. Es el multiculturalismo agriado, fermentado por la desesperación y el resentimiento. La cultura y la historia están llenas de fronteras pero todas hasta la fecha y hasta cierto punto habían sido permeables. Los críticos del eurocentrismo dirán que implantó una predilección permanente. Tal vez. Sin embargo, no se pueden conocer bien otras culturas hasta que, a través del conocimiento de la propia, se alcanza un punto en el que la inteligencia significa algo. De lo contrario, solo te encuentras con una mezcolanza inútil. Se preguntaba, uno de los historiadores que acudieron a la reunión mencionada al principio de estas páginas: ¿Cómo se pueden entender otras civilizaciones si no se conoce la propia?. A manera de sucinto repaso de todo lo anterior, ofrecemos una suerte de ideario de la corrección política (CP). El ideario CP (de la corrección política) Su núcleo esencial es, siguiendo las huellas de Tocqueville, lo que podríamos calificar como la pasión democrática de la igualdad, el origen y el resultado de la igualación de las condiciones. La igualdad suscita, en efecto, dos tendencias; una, impulsa directamente a los hombres a la independencia y puede llevarlos a la anarquía, y otra, los conduce por un camino más largo y más oculto a la servidumbre. El amor a la igualdad es más fuerte que el amor a la libertad. La igualdad es el carácter distintivo de las sociedades democráticas. Los males de la igualdad se manifiestan poco a poco, gradualmente. No existe hoy pasión social más fuerte que la igualdad. Ni la libertad ni el despotismo pueden implantarse en nuestro tiempo sin su ayuda. La ideología CP es la versión postmoderna y light de la pasión democrática de la igualdad universal. Los principales elementos ideológicos de lo CP serían, en nuestra opinión, los siguientes: 1. Cualquier defensa (no inmediatamente matizada) del capitalismo y de la competencia no es CP. 2. Lo CP no impone el dogma, no ya de la igualdad de los hombres en cuanto a su dignidad y a sus derechos políticos, sino el de su igualdad real. Si Don Quijote dijo que ningún hombre es más que otro a menos que haga más que otro, hoy diríamos que no lo es aunque lo haga. Toda superioridad es social y, por ello, injusta, fruto del privilegio no del mérito. Toda superioridad o excelencia es explotación o robo. 3. Cualquier afirmación que ponga en duda o niegue el relativismo cultural y moral no es CP. Así, ninguna cultura puede en ningún aspecto relevante ser superior a otra. Son simplemente distintas. Ninguna pauta ni principio moral es superior a otros. Todos son intercambiables. Reprochar la conducta ajena (a menos que se aparte de los dogmas de lo CP) es una bárbara muestra de intolerancia. Sólo existe una excepción: Occidente. Occidente es la encarnación del mal, del racismo, de la violencia, del pillaje. Es el diablo del mundo. La manía de la denigración del etnocentrismo está haciendo estragos. Acabaremos proscribiendo las vacunas porque proceden de investigadores occidentales. El multiculturalismo está vinculado a lo CP. El marxismo ha renacido de sus cenizas bajo la forma del multiculturalismo. Según Alain Touraine, un multiculturalismo radical, como el que en Estados Unidos se pretende politically correct termina por destruir la pertenencia a la sociedad política y a la nación. Opresión es lo que hacemos en Occidente. Lo que hacen en Oriente Medio es su cultura y no tenemos derecho a criticarlo. 4. Cualquier afirmación que pueda afectar a la autoestima de alguien, en el más amplio sentido del término, aunque la relación causaefecto sea delirante, no es CP. Vivimos bajo la permanente sospecha de la autoestima dañada. Especialmente nocivo resulta ésto en el ámbito de la educación. La exigencia al alumno puede lesionar su autoestima. Pedir a los estudiantes que lean más, o que lean algo, o que estudien genera angustia. El elitismo no es, desde luego, CP. Este es uno de los factores principales de la degradación de la educación superior. Como afirma Hughes, si un estudiante lee a Evelyn Waugh antes que a Franz Fanón se puede convertir en un racista (si es blanco), o (si es negro) puede sufrir una embolia debido a la descompresión súbita de la autoestima. 5. El radicalismo político izquierdista y el politicismo, la tendencia a que la política lo invada todo y especialmente el ámbito de la cultura alienta bajo lo CP. Se politizan la literatura y el arte. La ideología es el rasero que mide la calidad del artista. Un mal escritor radical se convierte en un intelectual comprometido. Un pésimo artista negro es una víctima que da testimonio de su raza. Un excelente escritor conservador pasa a ser un repugnante fascista. Un artista genial de raza blanca es un privilegiado. No es correcto juzgar a los artistas en función de su aptitud para mejorar en cierta dirección la conciencia social. Juzgar el arte en términos estéticos y no políticos no es CP. 6. La falsa tolerancia es el supremo valor moral CP. Falsa, por dos motivos. Porque se basa en la negación de toda excelencia y jerarquía. Se respeta todo porque nada tiene valor. Y falsa, porque la tolerancia tiene un límite nítido. No cabe tolerar al intolerante etnocentrismo. La patria de la tolerancia se convierte en lo único tolerado. Toda esta jerga CP es una manifestación, sutil y benigna, de lo que profetizó Tocqueville como modelos de tiranía democrática. Naturalmente, todo este texto es de modo absoluto un compendio de incorrección política. Menos mal.