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De la corrupción y la mediocridad como bellas artes

Antxón Sarasqueta

De cómo en la España de la última década ha ocurrido lo que está en la naturaleza de las cosas: cuando se recurre al cambio para que nada cambie, se acaba creando un ejército de mediocres que resiste a los cambios y al futuro.

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Antxón Sarasqueta, “De la corrupción y la mediocridad como bellas artes,” accessed April 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/746.

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De la corrupción y la mediocridad como bellas artes

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Ensayos

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De cómo en la España de la última década ha ocurrido lo que está en la naturaleza de las cosas: cuando se recurre al cambio para que nada cambie, se acaba creando un ejército de mediocres que resiste a los cambios y al futuro.

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Antxón Sarasqueta

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Nueva Revista 040 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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DE LA CORRUPCIÓN Y LA MEDIOCRIDAD COMO BELLAS ARTES . i.,..»., f.r.i y • . • Antxón Sarasqueta En la España de la última década ha ocurrido lo que está en la naturaleza de las cosas: cuando se recurre al cambio para que nada cambie, se acaba creando un ejército de mediocres que resiste a los cambios y al futuro. a corrupción del poder político ha sido siempre objeto de preocupación, prevención y condena. Este tipo de corrupción se suele identificar con el abuso, el robo y el aprovechamiento de los dineros públicos. La Ley de Prácticas Corruptas aprobada por el Parlamento inglés en 1854 ya lo ponía de relieve. Y el propio Walter Bagehot se ocupaba, en 1867, de analizarlo en relación con el gobierno de la nación y la aprobación de las leyes. También lo hizo respecto a la corrupción producida por los grupos de presión, los lobbies. Y en la época Victoriana, como hoy, la corrupción estaba vinculada a la financiación de las maquinarias electorales. Por eso, quizá, la percepción del pueblo no acaba de creerse a algunos gobernantes y políticos que prometen empezar una nueva etapa haciendo propósito de enmienda, a cambio, naturalmente, de olvidar el más inmediato de los pasados. Pero no son estos condenables hábitos los únicos que explican lo acontecido en España y en Europa Occidental desde los años ochenta hasta hoy. La transición democrática, después de la dictadura del General Franco, sirvió a las potencias occidentales para fortalecerse frente al imperio comunista soviético. (Había una Guerra Fría entre bloques, ¿recuerdan?). A través de la Internacional Socialista se promovieron movimientos y líderes que ayudasen a frenar el crecimiento comunista en Europa Occidental. De manera muy especial en los países del sur, donde el crecimiento de los partidos comunistas resultaba una mayor amenaza, después de la frustrada revolución de Portugal a mediados de los años setenta. Los partidos y líderes socialistas actuaron de muro de contención del crecimiento comunista, dentro de la izquierda, y la alianza occidental pudo mantener el pulso con Moscú. Felipe González fué uno de los actores que representó con soltura ese papel. Firmó un pacto con el Moscú de entonces, enarboló una bandera antiOTAN que cautivó a la izquierda, y vació hasta quebrarlo al PCE, y una vez en el poder, consolidó la presencia de España en la Alianza Atlántica. Sin embargo, pronto comprobó el líder socialista español que esas cuentas saldrían algún día, cuando precipitadamente explotó el caso Flick (fondos de la compañía alemana que llegaron al PSOE). Este escándalo lo pudo amortiguar González porque entonces disponía de dos armas infalibles: el poder que dan diez millones de votos y la información de que todos los partidos habían recibido ayudas externas. El cambio de escenario El final de la Guerra Fría y de la lucha de bloques desarboló a los partidos socialistas, y sus líderes han comenzado a caer. Lo que antes eran ayudas se convirtieron en corruptelas, en un negocio particular y organizado. El diccionario español identifica la corrupción con el sinónimo de contagio. Como consecuencia del virus de la corrupción, muchos dirigentes socialistas y sus amigos han terminado en la cárcel, otros estuvieron huidos, algunos se han suicidado, y todos creen que son víctimas de una conspiración. A la vista de lo que ha acontecido a algunos de sus íntimos amigos de la is (como el italiano Bettino Craxi, por ejemplo, perseguido por la justicia y huido a Túnez), González ha reaccionado como un hombre acosado y dispuesto a defenderse con todos los medios que le proporciona el poder. A este conjunto de factores históricos e ideológicos se han sumado otros de caracter virulento e incontrolable: el cambio de escenario político y la revolución de las comunicaciones, que ha convertido a los media en protagonistas políticos. La nuestra ha sido bautizada como una sociedad mediática. Esta nueva realidad altera la relación del individuo con su entorno. Cambia la naturaleza de los poderes y la sociedad. Se vive un proceso convulso que pone a prueba los cimientos más sólidos. Confusión y desorientación son los signos en los escenarios más superficiales. Certeza y apuesta por el cambio en los liderazgos con mayor visión. (Tres reflexiones personales que me transmiten sus protagonistas: Peter Sutherland, el director general del GATT, dice que habría que cambiar el sistema de la actuales organizaciones multilaterales (G7, OCDE...). El primer ministro de Dinamarca, Poul Nyrup Rasmussen, describe los grandes cambios y sacudidas del mundo, para concluir que vivimos un nuevo proceso evolutivo histórico al más alto nivel. El ex ministro germano de Finanzas y presidente del Partido Liberal, Otto Graf Lambsdorf afirma: en 25 años no he conocido peor momento que éste para poder ejercer la política). En esta representación, el principal actor en el escenario español se resiste a dejar su papel. Se niega a aceptar la nueva realidad. La incredulidad y rabia de Felipe González responden a la lógica de quien ve cómo la historia le abandona a su destino. Es el hombre de poder que asiste al revés de la historia: reclama honor, y comienzan a llamarle Señor x; los que peregrinaban a la bodeguiya presidencial de La Moncloa en busca de dádivas y favores, le dicen desde las tribunas de los periódicos y las radios que se vaya. Él, hombre de poder; él, y que se considera España, y que todo lo ha hecho por la Nación, a él le acusan ahora de haberse llevado la Nación como botín, y de haber protegido a un grupo de malhechores y de matones. ¡El pueblo ingrato no se merecen el placer de asistir al espectáculo de mi inmolación en la plaza pública!, gritaba el césar encerrado con su propia locura. Prisionero de la obcecación. ¿Qué realidad habían estado viendo y compartiendo hasta ayer tantos estómagos agradecidos y enemigos de salón?, se pregunta el hombre de poder, que vive su verdad en el Palacio de la Moncloa como un yo absoluto. Recuerdo que en los libros que publiqué a mediados de los ochenta (De Franco a Felipe, El Abuso del Estado...), describí y analicé la verdadera naturaleza del poder político con anatomía caudillista. Los hechos y datos así lo revelaban. Esta realidad era conocida. Pero primaban más las complicidades, los favores y el temor a un poder que hacía gala cotidiana de su prepotencia. El propio González confesó que todo el que ejerce el poder tiene tentaciones totalitarias. El asesinato político estaba a la orden del día. Hasta que comenzaron a verse sus consecuencias, y aumentó el número de los perjudicados por las mentiras del poder. No el que me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a tí, eso es lo que me ha hecho estremecer, escribió Nietzsche. La opinión pública comenzó a sentirse estremecida con los escándalos del GAL como organización terrorista dirigida desde el propio Estado, por la malversación multimilionária de los fondos reservados, Filesa, el gobernador del Banco de España, el director de la Guardia Civil, el B0E...cas0 tras caso, han ido saliendo a la luz pública los comportamientos de un poder de naturaleza corrupta. En los cines locales triunfa la película Todos a la cárcel, un tradicional retrato berlanguesco. Como nos demuestra la historia, a los pueblos les viene costando mucho librarse de la corrupción política. Sin embargo, la gravedad del caso español es mayor, porque se deriva sobre todo de la mediocridad del poder (y no sólo del gobierno). Cuando todo empezó (la confesión de El Paular) En el cambio de naturaleza del poder correspondiente a esta época de mudanza está el fin de la figura del estadista. Aquel líder que se distinguía del común de los gobernantes por su rápida comprensión de la realidad cotidiana en su contexto histórico, con su visión y autoridad para cuajar el futuro. Figura que algunos, en su empeño por abaratar y empequeñecer el talento, han venido a confundir con el carisma populista de otros actores del poder en la teledemocracia. Como en cualquier época de la historia, hoy los gobernantes serán mejores o peores, pero sobre todo, responden a un perfil diferente al de sus antepasados, incluso al de los más inmediatos. Adenauer, de Gaulle o Churchill fueron producto de la Europa en guerra, de unas potencias que abandonaban sus colonias. Margaret Thatcher, Ronald Reagan...fueron ya sucesores con otro perfil, con más dosis de populismo y convicción que de pensamiento. Líderes de su tiempo, que también han dejado huella, haciendo claudicar a la Unión Soviética. En febrero de 1985 le pregunté a Felipe González durante un encuentro en El Paular, al norte de Madrid, por qué había abandonado aquel mensaje del cambio que había conquistado la ilusión de un sector mayoritario de la sociedad española dos años antes. El pacto con la sociedad lo llamó González. Aquel día, la conclusión del líder socialista y jefe del Gobierno era distinta: no estamos consiguiendo el compromiso de la sociedad con un proyecto. González reconocía que esa falta de tirón forma parte de mis frustraciones. Era un Presidente frustrado y sin mucha confianza en la sociedad que gobernaba. Me llamó la atención, al mismo tiempo, lo que dijo González cuando habló entonces de los avances tecnológicos. Resaltando la enorme importancia de llegar a poner ese sistema de ordenadores en las escuelas, añadió a continuación que es evidente que para mí ya no va a servir, porque ya no voy a alcanzar ese desafío. Falta de confianza o de visión, porque lo evidente era que los ordenadores estaban ya entrando en las escuelas. Era un gobernante que vivía en la contradicción de dirigir una política deliberadamente desmovilizadora de la sociedad y luego pretendía que esa misma sociedad asumiera grandes retos. En aquella confesión de El Paular, fue él mismo quien reconoció abiertamente que su Gobierno y su partido seguían una política desmovilizadora, para poder hacer lo que deseaban, sin resistencias. Es verdad que nosotros hemos pensado en cada cosa que hemos ido haciendo: es mejor hacerla de manera desmovilizadora. Añadió: creo que en esa consciente operación de desmovilización en todas las reformas que se han ido haciendo, los elementos positivos son más, aún comprendiendo los riesgos de la desmovilización, incluidos los riesgos potenciales de una cierta desviación hacia el abstencionismo. Con estas premisas e ideas no era difícil advertir el rumbo que seguirían los acontecimientos. El fomento de la mediocridad Los hechos demuestran que González ha apostado, durante sus sucesivos mandatos, deliberadamente, por los sectores dependientes de los ingresos directos del Estado (pensionistas, parados, subvencionados...). Ese apoyo de un sector mayoritario del cuerpo electoral, y la connivencia con el statu quo económicofinanciero y del mundo de la comunicación, han sido las claves fundamentales (junto a la interesada tutela internacional) para mantener su poder, conteniendo cualquier alternativa. Esa es una fórmula de evidentes resultados positivos para sus intereses y los de su partido, pero es inservible para una realidad que avanza hacia las autopistas de la información. Es el recurso al cambio para que nada cambie: se trata solo de cambiar de manos la propiedad del poder y, luego, de conservarlo. Ortega decía de Franco que lo peor no era su poder dictatorial, sino el nivel de mediocridad que representaba y al que había dado lugar en España. El gobernante y lider político tiene, ante su conciencia, dos opciones sobre las que dirigir sus propias capacidades y autoridad: explotar los vicios de un pueblo para un manejo más cómodo del poder, o, por el contrario, favorecer sus virtudes y movilizar a la sociedad y a sus instituciones. Parece evidente, por sus hechos y palabras, que González no optó por lo segundo. Históricamente no se le reprochará a González haber introducido la mediocridad en la dirección y administración del gobierno de España, que ya había tenido sus épocas de gloria en otros períodos de este siglo. Pero sí el haberla fomentado hasta límites ofensivos. Teniendo en cuenta que la razón superior del mediocre es impedir a toda costa que alguien mejor le sustituya (algo que está en su naturaleza), se comprenderá la auténtica fortaleza creada por un ejército de esas características durante la última década en España, que representa el verdadero freno a los cambios de futuro. Una afrenta permanente a toda innovación. Mediocridad y corrupción representan la diferencia entre la capacidad y aptitudes, por una parte, y la moral del individuo, por otra. Pero su denominador común está en el recurso. Un ejemplo muy ilustrativo está en el siniestro caso GAL. Desde el poder se ha hecho una auténtica campaña, explotando los más bajos instintos de la ciudadanía, para que la opinión pública llegase al menos a comprender la puesta en escena de una banda antiterrorista con los mismos métodos delictivos de los terroristas. Es decir, ante la incompetencia de un aparato del Estado incapaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos frente al terrorismo, se acude a los métodos corruptos. Los ejemplos se pueden multiplicar hasta el infinito, y son del conocimiento de quienes han seguido o vivido con alguna atención la actualidad de los últimos años en España. ¿Qué importaba la competencia en la construcción de un proyecto inmobiliario, si todo dependía y depende de la comisión económica que diese la constructora al partido político o al gobernante? ¿Qué importa seleccionar al mejor candidato para el decanato de una universidad, si de lo que se trata es de satisfacer demandas políticas, de amiguismo o de clanes? ¿Qué necesidad tuvo Siemens de demostrar la competencia de su oferta, si sabía que los contratos los obtendría en España mediante el pago de comisiones a las autoridades corruptas? Han quedado grabadas para la historia las palabras de los gobernantes de González durante los años ochenta, que no invitan a la población a emprender el desafío de la excelencia y la competitividad, sino al enriquecimiento con el dinero fácil. El balance de todo este recorrido del poder socialista ha quedado marcado por la corrupción y la mediocridad. Certezas tan elementales en la escuela política como la natural desconfianza hacia los gobernantes extranjeros que te aplauden, se han tornado en la España del poder socialista en muestras de alborozo y en elementos para la propaganda oficial. La política exterior e internacional, la que se esgrime con mayúsculas, no está hecha para el halago ni los fuegos artificiales. Es el escenario donde dominan la fuerza del poder, la razón de los intereses, la credibilidad, el temor y el respeto. La moralidad de las personas no tiene que ver necesariamente con su capacidad y competencia profesional, pero un modelo de país corrupto sí pierde el valor de la competitividad. Pierde su credibilidad, y se le pierde el respeto, que son valores esenciales para ejercer cualquier autoridad. Se puede decir que aquellos polvos trajeron estos lodos. Gobernar en democracia con sensación de impunidad nunca arroja un saldo tranquilizador, sino inquietante. Queda alterado el equilibrio entre democracia y gobernabilidad. Sufre la estabilidad. Los dirigentes con mayor visión han impulsado reformas aperturistas y liberalizadoras en los sistemas democráticos. La hemeroteca es rica para ilustrar treinta años de crisis y reformas, desde la Guerra del Vietnam a la caída del muro de Berlín. Dos acontecimientos contemporáneos que marcan una época, donde la opinión pública es el eje (emisorreceptor) de los cambios, de la revolución silenciosa que detectan los sociólogos avanzados en los años sesenta y setenta, a la actual sociedad del conocimiento y del poder individual. Se comprueba que la inestabilidad está en el inmovilismo y, por el contrario, que la estabilidad está en el cambio. ¿Qué futuro? El deslizamiento hacia un modelo corrupto y mediocre supone una auténtica amenaza para la estabilidad y el futuro. En España, si no se produce un cambio de rumbo visible y sustancial, el riesgo de perder el liderazgo europeo con el grupo de naciones más avanzadas, se convertiría en consumación. No se pueden alcanzar ninguno de los objetivos de convergencia en la UE (ninguno, como se está demostrando mes a mes desde hace años) si no se aplican medidas reales hechos que muestren una apuesta decidida a favor del saneamiento y la eficacia de la vida nacional, empezando por la propia Administración y el Gobierno. Corruptos y mediocres han arrojado los valores y las normas por la borda. En esta tortuosa navegación se ha llegado a perder el sentido elevado de la política, diciendo que lo que necesitamos son gestores... ¡cuando lo que realmente se necesita son políticos de altura y con visión, que remuevan el liderazgo nacional para cambiar su rumbo! Hoy no se dan las condiciones ideológicas ni las históricas que han dominado la mayor parte del siglo xx. Que, además, fueron determinantes en la promoción de un poder político en España que ha despreciado los valores, la ilustración, y la modernidad. La historia sitúa el listón muy alto para cualquier gobernante de futuro. Es el gran desafío de una alternativa política, como la que representa José María Aznar, a quien se le dan todas las cartas de ganador en unos próximos comicios. El listado de urgencias y medidas trascendentes que se amontonan sobre la mesa de trabajo de un futuro jefe del Gobierno crece por momentos. Hasta los terroristas de ETA le han tomado la medida a Aznar, intentando asesinarle con un coche bomba (19595), porque han analizado el significado de su mensaje sobre un proyecto nacional de España, y no les ha gustado. Sin embargo, como en cualquier proyecto político de algún significado histórico, para el gobernante todo se reduce a una decisión. De ella se derivará el consiguiente conjunto de políticas y acciones. Para salir del arroyo, la dirección política de España necesita un rumbo bien distinto al que tomó el poder socialista. Aznar ha apuntado su determinación a hacerlo, mediante un proyecto que gire entorno al binomio regeneración y eficacia. Aznar y su liderazgo representan a una nueva generación: la primera generación que podría llegar al poder sin vinculaciones con el pasado franquista ni a favor ni en contra. Tiene, por tanto, la ocasión de representar el futuro. De imprimir un liderazgo que cuente con la participación cívica de una sociedad creativa, v