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El libro, cosa de todos
Luis Marañón
Hace referencia a encuestas realizadas últimamente sobre el hábito de lectura de los españoles, que ofrecen un panorama desolador.
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Número
Referencia
Luis Marañón, “El libro, cosa de todos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/685.
Dublin Core
Title
El libro, cosa de todos
Subject
Libros y lectores
Description
Hace referencia a encuestas realizadas últimamente sobre el hábito de lectura de los españoles, que ofrecen un panorama desolador.
Creator
Luis Marañón
Source
Nueva Revista 036 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
Libros y Lectores ¿Hacia una sociedad más torpe e ignorante? EL LIBRO, COSA DE TODOS Por Luis Marañón ¡Esos libros son vida, señores, son vida! Witold GombrowiczFe rdydurke arece ser que la Feria del Libro de Madrid se cerró con una nueva marca de ejemplares vendidos que sorprendió a todos, incluso a los turistas extranjeros. Es una buena noticia para la cultura española. Ahora viene lo difícil: que el rumbo iniPciado se mantenga y, de ser posible, se incremente en el tiempo. Si cuestionamos su duración es porque las encuestas realizadas últimamente sobre el hábito de lectura de los españoles ofrecen un panorama desolador . Con motivo del Liber 94 se apuntó que la media nacional de consumo de libros al año es de... ¡3,3 ejemplares! Produce sonrojo tal cifra. A mayores, en el Informe sobre la sociedad española 19931994, dirigido por el profesor Amando de Miguel, se señala la pertinacia de la sequía lectora: el 28% de los hogares no compró un libro en 1992 y el 13% adquirió más de 20 libros. Dicho informe vino en señalar, además, que existe una gran confusión en nuestra sociedad por cuanto que se mezcla la cultura con entretenimiento y la comunicación con diversión. Y añadía que en el año 9091 el gasto en libros fue de 627 pts.año y el dispendio en bares y revistas sumó las 8.130 pts.año. ¡Aviados estamos con una realidad tan tozuda! Por otra parte, los editores catalanes Beatriz Moura y Antonio López levantaban su voz, en diciembre de 1992, contra la enorme profusión editorial de las instituciones públicas estatales, autonómicas y locales, produciendo alegremente libros inservibles e inalcanzables en escandalosa competencia desleal con el sector editorial y a costa de los contribuyentes. Y aportaban datos concretos: el 25% de la producción editorial de España 8.000 títulos se asigna a este concepto. De añadidura, facilitaban una serie de tendencias perversas, alertando así de lo que, realmente, está sucediendo: el número de lectores se estanca; las librerías de fondo desaparecen; los editores bajan sus producciones; los costes de producción se elevan, como también suben los precios de venta de los libros. El panorama, pues, se presenta complicado. Inmersos como estamos en una imaginitis aguda hinchazón visual y mental que deteriora impunemente la sensibilidad y paraliza el latido del corazón no es de extrañar que todas estas cosas ocurran. También que los espectaculares resultados de la Feria del Libro de Madrid sean más bien un efecto no pretendido de la brujería al uso de las tribus urbanas. Los rasgos de éstas podrían perfilarse así: coleccionistas de pins y otras nimiedades; se realizan intelectualmente mediante las técnicas del Karaoke; y subliman, es un decir, su peculiar realidad en la ruta del bacalao, cuajada de alcohol, velocidad, espasmódicos bailongos y palabrería vana. Tengo para mí que una sociedad sin lectores se coloca al borde de la nada, que es una enfermedad grave y casi incurable. A estas alturas del siglo me pregunto: ¿es posible que la sociedad española haya tomado partido por la ignorancia? Lógicamente, la percepción del escritor en esas cuestiones es crítica y un pellizco pesimista, puesto que el medio ambiente que le rodea está colmado de soledad, egoísmo y hedonismo. La vida del escritor, como dijo Burgess, hierve por dentro, no por fuera: y cuando se enfrenta a la realidad ignara su alma se aflige y compunje. La lecNo hay lectura de un libro sin esfuerzo del lector tura es una convivencia sutil entre el escritor y el lector, es una experiencia compartida que enriquece a pesar del empeño que conlleva: no hay lectura de un libro sin esfuerzo del lector. La obra literaria se define como una creación del espíritu, en donde el escritor es un elemento más y decisivo de la realidad nueva que elabora estéticamente. Leer las palabras escritas con paciencia es inventarlas, como diría Borges. Por eso, el escritor debe escribir los libros que lleva dentro y sin concesiones al lector, puesto que si el escritor intenta gustar acabará por rebajarse, como señaló Epicteto hace mucho tiempo. En la ponencia presentada por el apócrifo Doctor Eduardo Torres al Congreso de todo el Continente latinoamericano, en mayo de 1967, en el pueblo de San Blas, se afirmaba: escribir es vivir. Efectivamente, escribir es, para el escritor, la única manera de vivir. Y para el lector ocurre lo mismo, pero al revés: no se puede vivir sin leer. Es por eso que el que lee tiene el derecho, por lo menos, a la honradez del que escribe, afirmó la cubana Dulce María Loynaz. De todas formas, y ante tantas pesadumbres y asechanzas antiliteratura, la potencia editorial de España es un hecho incuestionable... y eso que el 42% de los conciudadanos mayores de edad no lee un solo libro al año. Doce grupos editoriales facturan el 75% del total editado 46.000 títulos más 11.365 títulos de traducciones, ocupando el segundo lugar de los socios comunitarios. Las exportaciones del sector editorial continúan a buen ritmo crecen al 9,05% pero la tirada media oscila entre 3.000 y 5.000 ejemplares, es decir, estamos en los niveles de lectura de mediados los años sesenta... cosa que no debe extrañar porque los jóvenes los lectores potenciales sólo dedican catorce minutos diarios a la lectura, frente a los ciento veintiún minutos diarios que dedican a ver la televisión. Estos últimos datos, proporcionados por el Ministerio de Cultura, me llevan a realizar una serie de reflexiones literarias a fin de encandilar el rezago de lectura que nos frecuenta. A una ilustre escritora argentina, Victoria Ocampo, le pesaba sobremanera el fardo de la melancolía y para superarlo se refugiaba de continuo en el silencio embriagador de su biblioteca. Rodeada de libros sentía una fuerte y siempre renovada necesidad de coleccionar almas, las de los seres admirados y queridos. Y cuando se ponía a escribir, esta bella dama se dejaba arrebatar por la idea de que era la mejor manera de aprender y ordenar su peculiar mundo interior. Aquí y ahora, las bibliotecas domésticas parecen servir únicamente para exhibición ante las visitas: se ven los libros pero no se tocan; menos aún se leen. A pesar de los progresos técnicos y económicos de toda suerte, uno considera que los ruidos nos ensordecen y acartonan la sensibilidad, y el paisaje interior de cada cual se reduce a su desafortunado afán de verse sumergido en la marejada de trastos, más o menos inútiles, huyendo del libro y del placer sosegado de la lectura como si del mismísimo diablo se tratara. Mi escalofrío lo comparte un colega uruguayo cuando pone en boca de uno de sus personajes el pensamiento siguiente: y el tiempo iba pasando y yo lo perdía, lo perdíamos todos. ¿No perdemos paso a paso la vida rodeándonos de cachivaches que tanto lucen y tan poca intimidad otorgan? Ciertamente, espanta ver cómo masas amorfas e indefensas de teleadictos se dejan narcotizar por bazofias burdamente montadas para destacar los más primarios instintos de la persona humana. Resulta estremecedor el modo aberrante el de la meningitis aguda en que se están conformando las mentalidades y los comportamientos uniformes y acríticos, con la supuesta pretensión de construir un futuro mejor del que nos ha tocado en suerte. Dos frases esperpénticas, pero cotidianas, sirven para describir el mal generalizado, casi endémico. Una Mi Manolo no me lee dice la santa esposa a sus amigas en una merienda, a propósito de su marido, Y dos: ¡Niños, a vuestro cuarto que os pongo un vídeo o si no a entretenernos con los vídeojuegos! grita la mamá a sus hijos desde Una sociedad que no lee se sitúa al borde de la total indefensión la cocina al regreso del colegio. Entiendo que para tal vividura no hemos hecho tan largo viaje. Parecería que se ha abierto la veda de nunca acabar contra la palabra escrita. ¿Es que acaso, a los escritores se nos condena a ejercer de dineros en los semáforos menos transitados? ¿Somos una especia a extinguir? ¿Es el libro una peligrosa pieza a abatir? La adicción a la pequeña pantalla en sus distintas modalidades pero en color está causando estragos en la cultura literaria de la sociedad española. Ante panorama tan ralo repaso, una y mil veces, la sabia frase de la andariega monja abulense: Las palabras llevan a los hechos. Preparan el alma, dejándola lista, y la conducen hacia la ternura. Aquí y ahora, sobra crispación, violencia y sexo duro y sin amor, echándose en falta la beatífica sonrisa tras la lectura de un buen libro. Hay que levantarse de la tierra. Aférrate al libro, aconsejaba el angustiado Kafka a su novia, en 1916, desde Marienbad. Creo que una sociedad que no lee se sitúa al borde de la total indefensión. Al contrario, con la lectura el ser humano se hace entero, se completa, hasta con la parte muda, silenciosa e inaprensible de la palabra escrita. Gracias al libro, a los libros, la imaginación amplía nuestra realidad cotidiana y nuestra personalidad se potencia y enriquece. Con la lectura se descubre el silencio, un silencio sin rencor y promisorio, donde, a través de las palabras, revolotean los recuerdos y el paso de los días ya gastados. Leer es sacudirse la pereza del alma y adentrarse por los senderos de la imaginación, siempre cuajada de aventuras impensables. Mis palabras, por tanto, abogan por la construcción de un nuevo espacio interior que amplíe y diversifique nuestro horizonte vital. Por dignidad y por principio rechazo el reduccionismo, la manipulación y el sesgamiento de una realidad, conflictiva sí, pero dinámica y apasionante. Mis palabras aspiran a que todos, sin distinción ni exclusiones predeterminadas, puedan encontrar un hueco en su agenda para que, con la lectura de libros, destierren de su lado la vulgaridad alienadora y sean capaces de escuchar los auténticos latidos del corazón humano. Parafraseando al escribiente borgeano me premito prevenir a los lectores que mi preocupación y mi vanidad se sobreponen a mi lástima. También que rehuso, con toda la fuerza que puedan tener mis palabras, a dejarme encandilar por el viento rabioso de la frustración para que no me introduzca en la espesa bruma de la nostalgia. Escribo y leo, luego existo. El libro es cosa de todos; hay que salvarlo de las piras invisibles y siniestras que se organizan a nuestro alrededor, tan inútilmente agitado. Cuenta Edith Wharton en sus memorias que, siendo una niña, su regreso al viejo Nueva York significó el reencuentro con la biblioteca de su padre. Era de roble y contaba con ochocientos títulos bien seleccionados. Y confesó tras el hallazgo: Ahora disfrutaba por primera vez de un hartazgo de libros. Y un poco más adelante señalaba: nadie de mi edad me resultaba tan cercano como las excelsas voces que me hablaban desde los libros. Sí, los libros producen emociones, amplían la sensibilidad y fortalecen el espíritu para encarar el futuro ignorado. Sí, los libros son cosa de todos. Estamos todos comprometidos para salvarlos: los libros son vida.