Nueva Revista 036 > El jardin, donde la naturaleza se convierte en arte
El jardin, donde la naturaleza se convierte en arte
Consuelo Correcher y Gil
Nos hace referencia a los jardines, que no son producto ni parte de la naturaleza, sino que representa un logro humano.
File: El jardin, donde la naturaleza se convierte en arte.pdf
Número
Referencia
Consuelo Correcher y Gil, “El jardin, donde la naturaleza se convierte en arte,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/683.
Dublin Core
Title
El jardin, donde la naturaleza se convierte en arte
Subject
Naturaleza y medio ambiente
Description
Nos hace referencia a los jardines, que no son producto ni parte de la naturaleza, sino que representa un logro humano.
Creator
Consuelo Correcher y Gil
Source
Nueva Revista 036 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
Los jardines no son producto ni parte de la naturaleza, porque en ella no existen jardines: el jardín es un logro humano. EL JARDIN, DONDE LA NATURALEZA SE CONVIERTE EN ARTE Por Consuelo M. Correcher y Gil l mal tratado concepto de jardín y su esquivada consideración artística están consiguiendo que el error y la confusión se adueñen de muchos que hacen jardines y de casi todos los usufructuarios. La remota existencia del jardín no puede Eachacarse a una necesidad del hombre primitivo de rodearse de verde, ni de naturaleza, en la que estaba ya inmerso. Actualmente naturaleza es un término abusivamente utilizado, como si sólo la vegetación lo fuera. Lo primordial para la existencia del jardín fue la existencia del hombre. Antes del hombre no había jardines, y sin él no los hubiese habido. Los jardines no son producto ni parte de la naturaleza. No existen jardines en la naturaleza. El jardín es un logro humano. Lo que el hombre realizó no fue un sucedáneo o una repetición de su entorno, ni una continuidad, sino una diferenciación y hasta una sublimación. Por la voluntad creadora a la consecución de la obra, no como un fin sino como un medio de enaltecer, de reverenciar, de alcanzar un más alto destino, el contentamiento de su espíritu. El hombre, ser pensante, fue manifestando en el jardín sus deseos tanto como sus temores y transformó un lugar elegido que protegió como un bien mayor que el circundante. Esta catarsis tuvo lugar en el huerto neolítico, productor de alimentos, fijador de hombres y propulsor de la civilización: el sedentarismo y el conservadurismo, la domesticidad y la utillería provocaron el nacimiento de las tradiciones. El sentimiento religioso y el sentimiento estético, el huerto sacralizado fue el antecesor del jardín. La utilidad del huerto fue aventajada por un valor superior, más allá de lo atendido por los cinco sentidos, la conexión con el intelecto. El jardín donde lo invisible trata de hacerse visible, aún parcialmente, y donde incluso lo no visible puede transformarse de la manera más absoluta. El jardín, paisaje creado por la mente humana, es expresión de la infinitud del espíritu y de su libertad. De la búsqueda de aquello que enaltece, de lo bello y lo sublime. El jardín no fue nunca un instrumento para, dónde o con qué. Es una plasmación de lo mental que volverá a ser interiorizado en cada nueva persona y en cada momento nuevo. La materialidad del jardín es el medio de su idealidad, que viene de la razón y del sentimiento. En el transcurso de la historia los hombres han realizado jardines, y los que han subsistido, o sus referencias, son el mejor documento del pensamiento humano. El triunfo de Asurbanipal se celebró en un jardín y no en una sala aúlica. Música, vino, sombra, perfume, carecían de sentido sin la cabeza del enemigo colgada frente a los ojos del rey tendido bajo un emparrado, efímera arquitectura creada por el hombre. Dosel formado de pámpanos, hojas de vid y racimos de uva. Espacio de privilegio destinado al vencedor. Hacer creer que el fin de un jardín, su excelencia, sea la paz, la oxigenación, la crianza vegetal, es tratarlo con ignorancia y menosprecio El Bosque Sagrado de Bomarzo, con sus restos escultóricos y arquitectónicos, de estructura difuminada y de plantación desaparecida, si es que la hubo alguna vez, transmite con la mayor fuerza, con una fuerza impactante incluso hasta el transtorno físico, el pavor, el rencor, el odio, la venganza, la lujuria, el fracaso, la burla, el estupor, resaltados por la presencia sutil del orden, la medida, la proporción y el símbolo. Los jardines de Versalles son el más claro exponente de un régimen político y su más eficaz colaborador. El absolutismo, el poder centrado en una persona y la grandeza de una mente. Del rey al infinito en el horizonte sin fin, punto perdido entre las brumas. Sol forzado a incendiar horizontalmente el espejeante trazo de agua y el rigor geométrico que prolonga en Versalles la línea de la razón, entre la verticalidad verde de las rígidas pantallas que enmarcaban la desmesura del egocentrismo. Hacer creer que el fin de un jardín, su excelencia, sea la paz, la oxigenación, la crianza vegetal, es tratarlo con ignorancia y menosprecio. Cada jardín tiene elementos y características superiores a los bienes generales, repetitiva y trivialmente nombrados, y un propósito exclusivo e incomparable, una composición única, insustituible, para transmitir una idea en un sitio específico, en abierta comunicación con el universo. Los jardines no existen para la función social de la expansión higiénica o la utilidad recreativa, fines a los que se prestan mal, a menos que se les agreda para hacerlos compatibles para esas funciones. Los jardines no son zonas verdes instrumentalizadas, no son áreas de servicios ni lugares suceptibles de recibir objetos heterogéneos e inconexos sin relación con la composición y ajenos a su esencia. El uso del jardín debe ser tan leve que no sea abuso, que no haya explotación. El jardín no debe ser distraído de su propia esencia: la de ser jardín. Los jardines no son espacios para utilizar; eso comporta su desfiguración, la negación de su figura, el paso importante para su desaparición. El jardín, expresión del espíritu, no requiere de los múltiples servicios con que se les quiere dotar a posteriori tantas veces, ni es campo de cultivo ni de salubridad. La razón de ser de un jardín, el lugar donde el arte supera a la naturaleza, lo importante, es ese mensaje único que transmite en plenitud de matices no estáticos, de lecturas innumerables y lenguaje recíproco. La idea genera la forma, el contenido, la expresión. Entre lo real y lo ideal habita lo bello y lo sublime. En la contemplación, el mirar para reflexionar, mirar fuera y ver dentro, se recrean la memoria y la imaginación. En el instante que es el presente, el pasado y yo, el futuro y yo. Lo que ya no es, pero está. Lo que aún no está pero será. Si se tuviera en cuenta que determinados elementos son componentes de una idea estética no se les cambiaría, no se les suprimiría no se les añadirían otros objetos, extraños a la intención original. La alteración de estructuras básicas que borran el trazado expresivo elegido o la sustitución de calidades llevan a la destrucción de la pura emoción estética. Convertir un bien de fruición en un bien de consumo es asolar un jardín. El utilitarismo aplicado a un jardín es heraldo de la destructividad. Los silencios entre los sonidos son indispensables para la música, son partes del orden compositivo de la misma manera que son los espacios de la obra de arte no se pueden llenar, porque la destruirían; la medida de esos espacios, aparentemente vacíos, aunque no de contenido, es el contrapunto de los volúmenes, elementos dispuestos de un modo determinado en un jardín: intervenir en ellos es romper su armonía. Los jardines no son espacios de acumulación, sino de selección. Dedicarse sólo a describir y enumerar las especies vegetales de un jardín sería como contabilizar sólo las corcheas y las fusas de una partitura. No se llegaría a oír, no se podría sentir y por lo tanto no se podría pensar y repensar en ese flujo y reflujo que hay entre el yo y la obra. Hay que esperar que los visitantes de un jardín se compenetren con él, sea cual fuere su condición. No se selecciona al público de una ópera o de una muestra plástica. El acontecimiento es la comunicación entre las partes en este caso personajardínpersona. Con la ventaja de que el jardín es un espacio para ser, no solamente el espacio con que se convive sino el espacio en el que se vive, donde se alcanzan vivencias superiores. Hay que defender los jardines por su belleza. Cuanto más antiguos con mayor empeño. Esta compleja creación de idea, espacio, tiempo, luz y vida, el arte de los jardines, no puede confundirse con la técnica de realización, la jardinería. La arquitectura del paisaje, responde al país o al entorno, a lo que se ve alrededor, que no es algo caótico sino algo ordenado, hecho sabio (pays sage, país sabio). Este largo aprendizaje especializado carece de respaldo en algunas partes del mundo, aunque lo realmente incomprensible es que los jardines no figuren en los tratados de historia del arte.