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Civilización y desperdicio

Manuel Toharia

Acerca de reciclar materiales, que sólo es posible si se establecen las oportunas infraestructuras, aunque en España ya son realidad algunos reciclados, sobre todo de vidrio y papel. Pero hay todavía mucho camino por recorrer.

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Referencia

Manuel Toharia, “Civilización y desperdicio,” accessed March 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/682.

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Title

Civilización y desperdicio

Subject

Naturaleza y medio ambiente

Description

Acerca de reciclar materiales, que sólo es posible si se establecen las oportunas infraestructuras, aunque en España ya son realidad algunos reciclados, sobre todo de vidrio y papel. Pero hay todavía mucho camino por recorrer.

Creator

Manuel Toharia

Source

Nueva Revista 036 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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Hacer camino al andar: es el único medio posible de acercarnos a nuestros deseos de un medio ambiente óptimo. CIVILIZACION Y DESPERDICIO Por Manuel Toharia ocas veces se habrá definido con mayor precisión el mundo en que vivimos: civilización del desperdicio. Así se titulaba un pequeño en tamaño, que no en ideas libro editado a finales del decenio de los setenta por Juan Ignacio SáenzPDíez, sociólogo, periodista, exdiputado de UCD y, sobre todo, uno de los más lúcidos pensadores en temas ambientales que nunca haya habido en España. Los países más ricos se caracterizan por el volumen de sus desechos. Por fijarnos sólo en la basura doméstica, conocida últimamente más bien por las ennoblecedoras siglas RSU, que corresponden a Residuos Sólidos Urbanos los líquidos se van por los desagües del fregadero, del lavabo, del inodoro, del lavavajillas o de la lavadora, los habitantes de una gran ciudad de los Estados Unidos producen hasta dos kilos de basura por habitante y día. En Europa no andamos muy lejos, y cada uno de los habitantes de París, Londres, Roma o Madrid producimos diariamente en promedio cerca de un kilo y medio de estos residuos sólidos. Por lo que respecta a los residuos industriales, y sin entrar en más detalles, basta señalar que sólo en España se producen cerca de dos millones de toneladas anuales. La palabra producir mueve a reflexión. Porque en realidad esos residuos lo son ya incluso antes de que el ciudadano los produzca. Basta con observar, por ejemplo, el contenido del cubo de a basura: restos de comida (ya sabemos cuando compramos una sandía que irán a la basura las pepitas y la cáscara exterior), envoltorios diversos (continentes todos ellos de muy variados contenidos) y enseres varios cuya vida ya sabíamos efímera cuando los adquirimos (por ejemplo, un bolígrafo BIC de usar y tirar). Muchos de estos residuos sólidos urbanos no caben en el cubo de la basura: por ejemplo los electrodomésticos usados, los colchones viejos, los muebles ya inservibles o estéticamente desfasados, los escombros de la construcción o las reformas de las viviendas... Así las cosas, lo raro es que, en promedio, sólo produzcamos ese kilo y medio de basura por habitante y día. La filosofía consumista Es obvio que consumir bienes implica desechar una parte de esos bienes. Ello es obvio en el caso de los envases y embalajes. Cuando compramos la mayoría de los alimentos, ya sabemos que vendrán envueltos en algo que luego desecharemos. Y ello no es malo; por razones higiénicas, por ejemplo. Lo que ya no resulta deseable es el abuso. So pretexto de comodidad, sin ir más lejos, se renuncia expresamente al envase retornable, al embalaje mínimo, y se potencia en cambio el usar y tirar al que antes aludíamos. Ello es inherente a la filosofía consumista que ha presidido hasta ahora nuestra forma de vida industrialmente desarrollada. Y que llevó a SáenzDíez a definirla como una civilización del desperdicio que, por cierto, no sólo incluía a las basuras sino a prácticamente todos los bienes que consumimos, incluidos los combustibles, la electricidad o el agua potable. El problema no reside, pues, en nuestra producción de residuos sino en la propia filosofía productiva del mundo industrializado. El desarrollo económico que conocemos desde la Revolución Industrial ha resultado indudablemente beneficioso en cuestiones sanitarias, culturales y de calidad de vida, pero ha conllevado innumerables abusos ambientales que han culminado en lo que hoy se conoce ya como un desarrollo insostenible. El excesivo consumo de recursos naturales, en su mayor parte no renovables, y la posterior producción masiva de residuos de todo tipo que van a parar al aire, al suelo y a las aguas, muchos de ellos gravemente peligrosos para el medio natural y para la propia humanidad, impone que nos preguntemos si no seríamos capaces de cambiar el modelo por otro que sea menos insostenible. Así nació en la Conferencia de la ONU sobre medio ambiente y desarrollo, celebrada en junio de 1992 en Rio de Janeiro, la expresión desarrollo sostenible. Nadie sabe en realidad qué es esto del desarrollo sostenible. Si, como parece lógico, el desarrollo implica esencialmente un crecimiento económico, al cabo del tiempo será imposible crecer de manera sostenida, porque el planeta constituye un medio físico limitado en el que resultará imposible crecer indefinidamente. No hay que olvidar que el crecimiento económico no se basa en bienes metafísicos y etéreos sino en elementos tangibles y en su mayor parte en trance de agotamiento; en particular, la energía y los alimentos. Se podría pensar en un mundo en el que fuera posible el reciclado absoluto de la energía y de los bienes alimentarios en general. Pero ése no es nuestro mundo. Reciclar íntegramente la energía resulta imposible, a causa de las pérdidas causadas por la ineficiencia de los sistemas de transformación energética, cuyo rendimiento deja mucho que desear, y a causa sobre todo de la utilización masiva de fuentes de energía no renovables. Y aunque quisiéramos y pudiéramos, ¿habría suficiente energía renovable para atender no ya a las necesidades Si el desarrollo implica esencialmente un crecimiento económico, al cabo del tiempo será imposible crecer de manera sostenida del Primer Mundo sino a las de los países en desarrollo? ¿Cómo impedir que China queme su carbón sus reservas suponen casi un 40% del total mundial de manera al menos tan ineficiente como la nuestra si hay allí ya cerca de 1.300 millones de humanos y su economía crece a un ritmo desenfrenado, del orden del 13 por ciento anual? Por otra parte, nuestro modelo de desarrollo, oficialmente reconocido ya como insostenible, es generador de múltiples residuos cuya eliminación por vía de reintegración a los ciclos naturales es absolutamente imposible. Es el caso de los residuos formados por sustancias artificiales no biodegradables los plásticos, por ejemplo o por gases inexistentes en la naturaleza e inventados por el hombre los CFC, por ejemplo. Modificar el actual modelo de desarrollo Desarrollo sostenible expresa, pues, más bien un desiderátum que un objetivo. Lo importante, sin duda, es modificar el actual modelo de desarrollo económico de forma que resulte menos dañino para el entorno y más adecuado para, sin dejar de generar bienestar a un número cada vez mayor de personas, respetar de manera lo más duradera posible los bienes naturales de los que dependerán las generaciones futuras. Dejémoslo, pues, en desarrollo ambientalmente viable, e intentemos olvidar lo de sostenible. En aras de esa viabilidad, la futura política ambiental ha de impregnarse de pragmatismo deberá ser realista, contando con las estructuras de poder existentes, sin perseguir utopías estériles. Y ha de contar con el mundo de la economía capitalista, porque es el que hay y no otro. Deberá ser igualmente una política global, superando el concepto del siglo pasado de las naciones, aunque desde luego sin perder identidades propias. En cuestiones ambientales es más cierto que nunca aquello de piensa globalmente y actúa localmente. Y, finalmente, no deberíamos jamás perder de vista que el futuro se nos echa encima, en cuestiones demográficas y de agotamiento de recursos, por ejemplo. Hay que resolver cuanto antes la contradicción entre millones de humanos que habrá dentro de dos decenios. En conjunto, habrá que ir al fondo de los problemas, analizando y corrigiendo las causas en vez de curar simplemente los efectos o trasladar geográficamente los peores conflictos. El nuevo desarrollo ambientalmente viable debe tener un evidente carácter de nuevo modelo de bienestar; no se puede pedir a los habitantes de los países ricos que renuncien a su actual progreso. Los costes ambientales deben comenzar a transformarse en factor de beneficios: ya basta de ecología contra economía, debe ser ecología en economía. Y hay que regular las tasas de consumo (energético, de materias primas, de tráfico de personas y mercancías, de agua potable), reduciéndolo gradualmente en los países ricos, al margen de cuál sea la demanda actual. ¿Cómo hacerlo? ¿Es utópico pensar en ir dejando de crecer, los que ya hemos crecido bastante, y aprender a repartir mejor? ¿Es posible reducir nuestro actual nivel de desperdicio? Son preguntas que no tienen fácil respuesta. Es obvio que uno de los problemas fundamentales del actual desarrollo insostenible ha sido la no internalización de los costes ambientales en todos los procesos productivos; es decir, considerar que el aire, el agua y el suelo no eran de nadie y se podían usar, por tanto, libremente. El cambio de filosofía que ahora se impone requiere que esos costes ambientales, deReutilizar bienes es bastante difícil en un mundo en el que ha acabado por imponerse el usar y tirar. Sin embargo, deberíamos volver al usary volvera usar rivados del uso, abuso y degradación del agua, el suelo o el aire, sean internalizados en los ciclos económicos globales. Sólo así se podrá afrontar la restauración de los impactos producidos por la actividad económica; y cuando esa restauración no sea posible, se deberá tender a ir eliminando la actividad que así actúa. Parece fácil de enunciar, pero es difícil de aplicar, y por ahora casi utópico de imponer. Por lo que a nuestros residuos urbanos respecta, lo tenemos un poco más fácil. Por lo pronto, deberíamos aplicar las famosas tres erres de los ecologistas: reducir, reutilizar y reciclar. No es fácil renunciar a muchos usos, a menudo suntuarios, típicos de nuestra civilización del desperdicio. Pero bien pensado nada cuesta renunciar a determinados productos o hábitos que en realidad poco o nada nos aportan y que, en cambio, resultan muy consumidores de energía, de agua o de recursos naturales. Y desde luego, para reducir nuestros consumos nada mejor que vigilar el constante desperdicio que hacemos en nuestra vida corriente de la electricidad, los combustibles, el agua corriente o la comida. Reutilizar bienes es bastante difícil en un mundo en el que ha acabado por imponerse el usar y tirar. Sin embargo, deberíamos volver al usar y volver a usar; hasta donde se pueda, claro. Un ejemplo lamentable es el de los envases de bebidas no retornables. Si fueran retornables, reutilizaríamos entre cincuenta y cien veces el mismo envase; al no serlo, con un sólo uso va directo, y en perfecto estado, a la basura. Finalmente reciclar materiales sólo es posible si se establecen las oportunas infraestructuras; en España ya son realidad algunos reciclados, sobre todo de vidrio y papel. Pero hay todavía mucho camino por recorrer. Con todo, siempre habrá basura urbana. Y residuos industriales de todo tipo. Que habrá que tratar convenientemente, reciclando lo que se pueda y obteniendo eventualmente energía con lo que quede, que es otra forma de reciclado. La incineración para obtención de energía eléctrica tiene una doble ventaja: reduce enormemente el volumen del residuo (lo convierte en gases, que se han de filtrar convenientemente, y en cenizas, que se pueden almacenar a menor coste o bien inertizar y por tanto reutilizar posteriormente), y produce energía eléctrica. No es la solución única al problema de los residuos, pero sí constituye un deseable elemento de final de proceso, cuando ya se han agotado los márgenes de reducción, reutilización y reciclado. Mientras llega la aplicación de la deseada filosofía capaz de inducir un desarrollo ambientalmente viable, no es malo ir haciendo camino al andar. Un camino que se inicia con la concienciación de la población y aquí resulta esencial la labor de los medios de comunicación y de los grupos ecologistas, incluso cuando se muestran extremistas y que luego depende por una parte de las grandes decisiones políticas globales cada vez parece más obvia la necesidad de creación de una Autoridad Ambiental Mundial que dicte los criterios de obligado cumplimiento para un desarrollo viable y por otra de nuestra propia actitud personal, que al fin y la postre es la que de verdad va a señalar el auténtico cambio de mentalidad. ¿Seremos capaces? El mero hecho de que ya estemos hablando de ello supone un dato que inclina al optimismo. Pero cuánto camino tenemos todavía que andar... •