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Alabanza y menosprecio de lujo
Jesús de Garay
Acerca de valorar de manera diferente la posesión de bienes, o lo que es lo mismo, la pobreza es tratada de muy distinto modo por cada cultura.
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Jesús de Garay, “Alabanza y menosprecio de lujo,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/678.
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Title
Alabanza y menosprecio de lujo
Subject
Ensayos
Description
Acerca de valorar de manera diferente la posesión de bienes, o lo que es lo mismo, la pobreza es tratada de muy distinto modo por cada cultura.
Creator
Jesús de Garay
Source
Nueva Revista 036 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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El lujo puede verse como simple placer desmesurado. Pero como el concepto de medida no basta para explicar la condición humana, lo que el auténtico lujo expresa es sobre todo, la riqueza de una vida cuyos placeres incrementan la propia libertad, sin recortar la de otros. ALABANZA Y MENOSPRECIO DEL LUJO Por Jesús de Garay xiste una vieja discusión acerca del lujo. Tiene que ver con el sentido de la riqueza. Es bien sabido que cada cultura tiene una concepción distinta de la riqueza. No sólo porque se considere más valioso un bien que otro, sino sobre todo porque se valora de manera diferente la posesión de bienes. O lo que es lo mismo, la pobreza es tratada de muy distinto modo por cada cultura. Y lo que vale para las culturas, vale para los hombres individuales: en la sociedad actual conviven personas que interpretan de forma diversa la riqueza y la pobreza. Hay quien alaba el lujo y quien lo condena. Por otra parte, parece que los límites de lo lujoso no están claramente definidos. Las fronteras de espacio y tiempo marcan a menudo la distinción entre lo que es un lujo y lo que no lo es. ¿Existen unos límites estrictos del lujo, más allá del marco geográfico y del momento histórico? El lujo, ¿es realmente bueno o malo, o ni una cosa ni otra? Y sobre todo: ¿qué es el lujo? Observaciones terminológicas La definición de la palabra lujo de la Real Academia de la Lengua dice: Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo. La voz demasía remite a su vez a la de exceso, que se define del modo siguiente: Parte que excede y va más allá de la medida o la regla. Lo que sale en cualquier línea de los límites de lo ordinario o de lo lícito. Etc.. Por tanto: 1) El lujo es el exceso, que está fuera de la medida y la regla. Lujo y medida se oponen. 2) El lujo es también el exceso en tanto se sale de lo ordinario: es un ir más allá de las medidas marcadas por el modo común de comportarse. Eso vale, p.ej., cuando se trata de una abundancia excepcional: el término lujuriante expresa esta ¡dea. Lujo equivale a abundancia extraordinaria. 3) Asimismo el lujo es el exceso en tanto que se opone a lo lícito: es decir, el lujo rompe una determinada medida de la moralidad. La voz derivada lujuria remite a la noción de exceso como vicio ilícito. Sin embargo, la referencia al exceso no es suficiente para calificar al lujo. Según la definición citada, el exceso propio del lujo es el del adorno, la pompa y el regalo. El adorno se pone para la hermosura o mejor parecer de personas y cosas. La pompa, a su vez, se define como acompañamiento suntuoso, numeroso y de gran aparato, que se hace en una función, ya sea de regocijo o fúnebre. Y también como fausto, vanidad y grandeza. Por último el regalo alude al gusto o complacencia que se recibe, a la comida o bebida delicada y exquisita, y también a la conveniencia, comodidad o descanso que se procura en orden a la persona. Por su parte, el uso del término latino luxus confirma estas acepciones: fausto, esplendor, suntuosidad, magnificencia, aparato, ostentación, profusión. Resumiendo estas indicaciones, el exceso característico del lujo: a) está relacionado con la hermosura y el mejor parecer; b) tiene que ver con lo suntuoso, esto es, con lo magnífico y costoso; c) alude a las apariencias (el mejor parecer, la vanidad), añadiendo una posible connotación de engaño (parecer algo que en realidad no es); d) por último,la referencia del lujo al regalo añade la nota de gusto, placer y bienestar corporal. En síntesis, lujo significa un estar más allá de la medida, en lo relativo a la hermosura, al gasto, a la grandeza, a las apariencias, y al placer. El concepto central que parece aglutinar a los demás es el de exceso. Y más exactamente el concepto de medida. El lujo supone una medida previa: hay lujo porque hay exceso, y hay exceso porque hay un ir más allá de una medida. Pero ¿qué medida? Parece que estudiar el lujo equivale a estudiar la medida de la riqueza y de la pobreza. La medida del placer y del bienestar. La medida de la belleza. La medida de la imagen. La medida del uso y del gasto. La medida de la abundancia. No obstante, es difícil saber cuál es la medida de la belleza, del placer o de la riqueza. Parece, más bien, que son realidades que reclaman exceso y abundancia extremosa. En particular, nuestra sociedad tan amante del consumo se encuentra especialmente predispuesta a la alabanza sin restricciones del placer, de la belleza o de la riqueza. ¿Puede la riqueza ser excesiva? La abundancia de riqueza no parece nada mala. Muy al contrario, la riqueza expresa algo valioso en sí mismo. La riqueza parece preferible a la pobreza. Es decir, si el lujo se concibe simplemente como abundancia de riqueza, entonces del lujo sólo se puede hablar bien. Por eso, hay que dilucidar si hay bienes cuyo exceso es siempre bueno para el hombre; y en caso contrario, de dónde procede la medida. Es decir, es preciso aclarar qué sentidos tiene la expresión ir más allá de la medida. Para caracterizar adecuadamente lo relativo al lujo. ¡Lujo y necesidades Existe una acepción del lujo, usada especialmente en círculos económicos, que no se ajusta exactamente a la señalada. Sombart, por ejemplo, define el lujo como todo dispendio que va más allá de lo necesario. Resulta frecuente definir el lujo en referencia a las necesidades del hombre. Se suele oponer el lujo a las necesidades elementales. Habría lujo allí donde se extralimite a el gasto por encima de lo que reclame la propia subsistencia. Esas necesidades básicas vendrían exigidas por la naturaleza: comer, tener un techo donde dormir, disponer de vestido... Estas necesidades naturales se añade deberían ser satisfechas. El modelo ético de la sociedad burguesa, descrita por Max Weber, ilustra con claridad un estilo de vida donde la racionalidad económica se define por el ahorro, la austeridad y el trabajo. Y sobre todo, por el afán de que todo sea útil en orden a esas necesidades. El lujo sería entonces exactamente el vicio del exceso, que rompe la medida determinada por la naturaleza. Los hombres ricos incumplen su deber cuando traspasan esa medida; y los pobres sufren una vida indigna pagando injustamente los excesos de los ricos. Junto a verdades como puños, detrás de estos planteamientos hay, sin embargo, algunos supuestos discutibles. Sobre todo uno: parece como si la conservación de la vida corporal fuese el ideal primero. Comer, y disponer de techo y vestido paro no pasar frío. Pero ¿con qué frío empieza a ser indigna la vida? Una vida consistente en una alimentación, una vivienda y un vestido dignos, es un cierto ideal de vida humana. Seguir la medida y renunciar al exceso, entendiendo por medida la vida corporal ausente de dolores: esa es la mejor tradición epicúrea. Sin embargo, esta medida parece quedarse corta. El hombre puede salvar la vida a otra persona aunque eso signifique dejar de vivir. El hombre puede renunciara su vida por defender su libertad. La tentación de reducir la medida de la riqueza a la medida corporal es muy fuerte, pues la actividad humana, considerada desde su base corporal, tiene unas medidas evidentes. El hombre siente según la medida de su cuerpo y nadie duda que el cuerpo fija medidas bien precisas a la actividad humana, que una sana vida corporal es condición previa para cualquier otra actividad. Pero eso no significa que la actividad humana se reduzca a tales medidas. Por ejemplo, el nacimiento de alguien no parece marcado por la necesidad corporal de los progenitores. ¿Cuál es la medida para engendrar nuevos hijos? Es obvio que estas medidas tienen más que ver con la libertad que con la necesidad. Tampoco es suficiente aludir a la satisfacción de los deseos para fijar la medida de su riqueza. En el hombre existen tendencias que no pueden evitarse. Por ejemplo, el deseo de vivir, el deseo de alimentarse, el deseo de placer, el deseo de saber, el deseo de ser feliz, etc. Pero, aunque algunos deseos se presentan como necesarios, el hombre tiene en su poder el rechazarlos. Por ejemplo, el hombre puede rechazar el placer. Ningún placer es necesario para el hombre, por mucho que desee necesariamente el placer. Y lo mismo se puede decir de otros deseos necesarios como el comer, disponer de casa, tener relaciones sexuales o tener una gran sabiduría. Piénsese en quienes hacen huelgas de hambre por motivos políticos, en los que ayunan o renuncian a los deseos sexuales por motivos religiosos, en los aventureros sin techo que exploran selvas y montañas, en tantos escépticos que desprecian el saber y la verdad. En resumen, ni la medida de las necesidades corporales ni la medida de los deseos necesarios expresan plenamente la medida de la vida humana. El hombre es algo más. Parece que la medida buscada tiene que ver con la medida de la libertad. Pues la renuncia a las necesidades corporales o a los deseos necesarios son actos de libertad. Optar, por ejemplo, entre la espontaneidad de la razón o la espontaneidad del placer es un acto libre. El excederse es libre. El lujo como exceso Ahora bien, hablar de medida supone una cierta homogeneidad y continuidad de lo medido. Por ejemplo, puedo medir el tiempo de una carrera si supongo que hay un mismo tiempo en cada corredor, en el árbitro y en los espectadores. Si no fuese así, entonces no se podría cronometrar la carrera, porque no se podrían comparar unas unidades con otras. Pues algo así sucede con la libertad, con la vida humana..., y con la riqueza. Por eso, el concepto de medida es insuficiente para explicar la condición humana. Dicho de otro modo: hay muchas acciones humanas que son fines en sí mismas. Tienen un cierto valor absoluto. Piénsese, p. ej., en muchas decisiones libres, en el placer, en la creación artística... Y atiéndase en especial a cada vida humana que, en cierta manera, es algo absoluto en sí mismo. Esto significa que, en cierto sentido, son realidades completas, que, de algún modo, su medida está en sí mismas. El exceso es esencial a ellas, porque cualquiera de esas realidades es siempre un exceso un lujo con respecto a la anterior. La vida humana es un reiniciarse constante: un comienzo reiterado. Lo nuevo no es requerido necesariamente por lo ya vivido antes La vida humana es un reiniciarse constante. Es un comienzo reiterado. Una decisión es un cierto lujo respecto a la situación precedente. Lo mismo vale para el placer. Un placer no exige otro anterior para ser placer. Todo placer es un lujo respecto a otro placer pasado. Que yo hoy coma o beba maravillosamente es algo ya acabado. Mañana podré también gozar de la comida o la bebida, pero es otro placer añadido. Es un sueño engañoso de la imaginación al suponer un placer al que se ordenan otros placeres. Ciertamente hay actividades que son medios para determinados fines, pero hay muchas otras actividades que son fines en sí mismos. Al lujo se le reprocha que es consumo puro, carencia de productividad. Puro derroche. Simple placer. Placer reducido al presente. El tiempo del lujo es el presente, frente al futuro, que es el tiempo del ahorro. El lujo se define por el bien presente; el ahorro, por el bien futuro. El lujo se opone al ahorro, efectivamente. Pero en sí mismo esto no significa nada contra el lujo. Es difícil sostener que el placer en sí mismo sea malo. Sería tan absurdo como decir que gozar es doloroso. Sencillamente contradictorio. Se puede prescindir de un placer por otro placer o por otro bien mayor, pero no por sí mismo. Es decir, que el lujo sea puro placer presente no significa nada en contra suya. Más bien es el mayor elogio que de él se puede hacer. Es un fin en sí mismo y no un medio para otras cosas. Otro tanto se puede decir de la belleza. Es también un fin en sí y no un medio para otra cosa. Por eso, el arte es un lujo. Y esto sí que es un lugar común. A veces el arte incluso parece el símbolo del lujo. Porque es improductivo. Porque parece un despilfarro. Porque no lleva a ninguna parte. Porque simplemente produce gusto. Algo propio de gente que no atiende a las necesidades sino que se queda en lo superfluo. Artistas derrochadores. Pero no sólo son realidades completas una decisión libre, el placer o la creación artística. En rigor, el mismo vivir está ya acabado en cualquiera de sus momentos. Como decía Aristóteles, cualquier operación de un viviente, en tanto que viviente, es ya completa y perfecta. Por ejemplo, el ver. Se pueden ver más cosas. Muchas más. Pero si veo una casa, ya está vista: ver a continuación una mesa es un lujo respecto a la visión anterior de la casa. Se añade como algo completo sobre algo también completo. Y lo mismo el oír, el entender, etc. Lo decisivo, en cualquier caso, es que nacer es un lujo. Y seguir viviendo es también otro lujo. Por eso, para definir la medida y el exceso del lujo, es preciso aclarar lo relativo al nacimiento y la muerte de cada hombre. Si se acepta seriamente con Kant que el hombre es un fin en sí mismo, entonces hay que concluir que no existe una necesidad previa por la que haya nacido. Es un ser completo en sí mismo, y no un medio o instrumento para otro ser. La tesis kantiana es incompatible incluso con interpretar al hombre como un útil de Dios. El hombre no es un medio para nada ni para nadie. En cierto modo, la vida puede llamarse regalo, en tanto es placentera y ha sido recibida gratuitamente. No hay ninguna exigencia por parte de quien la recibe: ni de justicia ni de ninguna clase. Hay pura gratuidad. La vida de la que se dispone es un lujo. Lujo y regalo son correlativos. Porque la situación previa al regalo no exigía el regalo. El regalo es un lujo: un exceso. La lógica de los nacimientos puede entenderse desde la lógica del regalo. El lujo es la otra cara del regalo: es regalo para quien da, y lujo para quien recibe. Por lo que se ha dicho hasta aquí, se podría creer que en el lujo no hay nada éticamente rechazable: como si el hombre actuase siempre bien, cuando va más allá de la medida. Parece que la medida del lujo está estrechamente relacionada con la medida de la libertad, porque es ella la que decide cuándo se debe ir más allá de las necesidades y de las circunstancias dadas. La libertad, en efecto, muestra un poder de añadir siempre más a lo ya existente: nuevas vidas, nuevos conocimientos, nuevos placeres, nuevas amistades, nuevas comunicaciones, nuevas sociedades, y en general nuevas necesidades. Por eso la medida del lujo está en íntima relación con la verdad de la libertad. En una formulación negativa, se podrían proponer las siguientes tesis: 1) el lujo de unos puede recortar las libertades de otros; 2) el lujo puede suponer disminición de la propia libertad. IContexto social del lujo Igual que tantos conceptos usados en economía, el lujo es una noción que incluye la referencia a varios hombres y no a uno solo. Por ejemplo, disponer de muchas piedras preciosas es un lujo porque hoy la mayoría de los hombres no tiene ninguna. Pero, ¿hay alguna malicia en ello? ¿Es acaso Dios culpable de disponer de riquezas no accesibles al hombre? ¿Se debe condenar al hombre por tener una inteligencia que no tienen las hormigas? Ciertamente no. En este sentido, lujo significa un ir más allá de la medida, en cuanto por medida se entiende normalidad. Lujo expresa, en esta perspectiva, lo excepcional. Y medida significa un nivel de riqueza generalizado en una mayoría de la población. Lo decisivo es que esta proporción vale sólo para una época y un lugar determinados: La riqueza que se puede repartir hoy difiere mucho de la riqueza que se podía distribuir hace mil años. En consecuencia, el lujo aparece cuando las condiciones socioculturales de un pueblo hacen de un bien algo excepcional y accesible sólo a unos pocos. La medida del lujo, desde este punto de vista, está en permanente transformación. Una nueva decisión, además, desequilibra la medida del lujo en cualquier grupo social. Que alguien fabrique un nuevo modelo de coche, que alguien aprenda una nueva técnica: todo eso son variaciones significativas en la medida del lujo en esas sociedades. Estas consideraciones muestran lo difícil que resulta una condena o una aprobación abstracta del lujo: el crecimiento económico sólo es posible si se rompen una y otra vez, en multitud de puntos, estas medidas. El lujo es un fuerte motor de la actividad económica. Y como ya se ha señalado repetidamente, incrementar la riqueza, el placer y la belleza no parece algo éticamente rechazable. Pero, por otra parte, puede darse el caso de que la posesión elitista de un bien se alcance por medio de la violencia sobre otras libertades. En ese momento el lujo aparece como algo negativo: cuando alguien trata de incrementar su poder violentando la libertad de los demás, el lujo es un robo a las otras libertades. Cuando alguien derrocha placeres presentes a costa de la libertad de otros; cuando el lujo de una generación significa basura y miseria para la siguiente generación. La basura es medida del lujo: al menos como regla externa, permite dilucidar en qué medida el lujo de los unos es explotación de los otros. Otra razón negativa se puede añadir frente al lujo, en tanto se identifica con la ostentación. Entendido así, el lujo es el signo del poderoso, su esplendor. El resplandeciente brillo de su hegemonía. Manifestar la riqueza del propio poder es un lujo, si se trata de un poder excepcional. Nuevamente hay que decir aquí que no hay nada culpable en el brillo y en la pública manifestación del poder. Más aún, todo poder necesariamente se manifiesta de algún modo. Como señala Veblen, el consumo de cosas lujosas en el verdadero sentido de la palabra es un signo distintivo del amo. Que Dios brille en su esplendor a nadie molesta mientras que el hombre permanezca libre, y se le pida ser amigo, pero no se le fuerce a ser esclavo. Si Dios impusiera la esclavitud, entonces su brillo resultaría repugnante. Sin embargo, la manifestación del poder comporta frecuentemente ostentación. Ostentación procede de ostento (presentar con insistencia, mostrar como quien promete o amenaza), intensivo de ostendo (presentar, mostrar). Ostentación significa no solamente dejar ver, sino además hacer ver: alardear, jactarse. La ostentación es un ir más allá de la medida de la imagen. No es ya el resplandor de la belleza espontáneamente expresada por el poder, sino que es la forma bella manipulada para que brille más allá de su manifestación espontánea. La medida de la imagen se traspasa por la insistencia, por el empeño en el mostrar. Todo poder se expresa en una imagen, esto es, en una forma bella. Pero cuando se aisla la forma y se la expone con insistencia, entonces hay ostentación. La ostentación, por eso, a veces es mentirosa. Y mentir es violentar las otras libertades, porque es violentar su conocimiento. Se insiste en la exposición de las formas buscando el reconocimiento de un poder falso. Otras veces la ostentación reside en mostrar un poder superior ganado violentamente. Se insiste en mostrarlo para marcar el dominio. En ese caso el lujo es la expresión del sometimiento. lEl lujo en relación a la libertad individual Por último, el lujo puede hacer perder la propia libertad. Porque el lujo implica una abundancia de consumo, y el exceso de consumo frecuentemente se traduce en una pérdida de libertad personal. Decía Rousseau que es desconocer a los hombres el creer que, tras haberse dejado seducir por el lujo, podrán renunciar a él. Veamos rápidamente por qué. La basura es medida del lujo: al menos como regla externa, permite dilucidar en qué medida el lujo de los unos es explotación de los otros La libertad es poder. Un poder singular, porque es un poder que dispone de sí mismo, que puede sobre sí. En sentido amplio, en tanto el hombre puede, en esa medida es libre. Por el contrario, en tanto el hombre es sometido por poderes ajenos, en esa medida es un esclavo de esos poderes. Pues bien, el poder sobre el placer es un aspecto central de la libertad. Es libre quien puede sobre los placeres que goza. Quien es dominado por ellos, no lo es. Los placeres tienen una rara autonomía frente a la libertad. Pueden llegar a mandar a la libertad y esclavizarla. Es decir, el placer no es siempre algo buscado libremente, sino en ocasiones impuesto, padecido. El placer puede estar añadido a una actividad no querida. Y viceversa: puede haber acciones voluntarias nada placenteras. No obstante, es indudable que cuando alguien hace algo libremente, se dice que lo hace con gusto, gustosamente, etc. Es decir, parece que existe un tipo de placer, un tipo de gusto ligado esencialmente a la libertad. En este sentido, el placer de la libertad forma parte de la misma libertad. Así pues, el placer de la libertad no puede violentar a la libertad. Pero existen otros placeres que reclaman una evidente independencia frente a la libertad. Ejemplos hay muchos. En la actualidad el uso de drogas es un ejemplo rotundo de exceso de placer que recorta la libertad. En general, cuando el dominio sobre el placer disminuye, entonces hay pérdida de libertad. Y por tanto, cuando el lujo significa una abundancia tal de placer, que destruye el dominio sobre el placer, entonces el lujo es contrario a la libertad. ¿Cómo disminuye el poder de la libertad sobre el placer? En primer lugar, por una razón simple: el dinero es poder. Y concretamente es un poder sobre el placer. Disponer de dinero es disponer de placer. Por consumir se entiende gastar dinero en placer (aunque consumo vale en general para todo tipo de desgaste de poder, como, p.ej., el desgaste de energías físicas). El consumo actualiza el poder del hombre sobre el placer. Ahora bien, si el dinero se gasta en placer se consume, entonces el poder sobre el placer disminuye. Por eso, el consumo normalmente significa pérdida de poder, porque es pérdida de dinero. Si alguien consume mucho dinero pierde el poder sobre placeres futuros. Al derrochar se pierde poder y por tanto libertad. Pero no siempre actualizar el poder implica pérdida de poder. Por ejemplo, actualizar el saber no supone poder saber menos, sino más. Otro tanto pasa con el amor: el trato con la persona amada actualiza el placer, pero no recorta el amor, sino que normalmente lo incrementa. Sin embargo, con el dinero normalmente no pasa así: actualizarlo es perder poder. De todos modos, la razón profunda por la que el lujo puede recortar la propia libertad es porque, en ocasiones, el placer crea necesidades que violentan la libertad. Es decir, el goce de un placer despierta el deseo de volver a gozar de él. Y tanto más, cuanto más intenso es (y tan fuerte puede ser ese deseo, que incluso incite a violentar las libertades de otros para verse satisfecho. La relación de la droga con la delincuencia es otro ejemplo obvio). Por consiguiente, sólo cuando el placer incremente la libertad sin recortarla es valioso. Y sólo entonces su exceso el lujo es un bien. Cuando la libertad es señora y dueña de sus placeres, entonces el lujo es un bien. Cuando el lujo es innecesario, entonces es valioso, y su infinitud es rotundamente positiva. El lujo consiste así en añadir un placer tras otro, como expresión de la riqueza de la vida libre.