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La tercera gran metáfora

Javier Gomá Lanzón

Acerca de las publicaciones de Ortega y Gasset, trata los siguientes puntos: La segunda navegación; de la razón al mito; ciencia, religión y literatura; España, Europa y su diversa suerte y La otra navegación.

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Javier Gomá Lanzón, “La tercera gran metáfora,” accessed March 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/677.

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La tercera gran metáfora

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Ensayos

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Acerca de las publicaciones de Ortega y Gasset, trata los siguientes puntos: La segunda navegación; de la razón al mito; ciencia, religión y literatura; España, Europa y su diversa suerte y La otra navegación.

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Javier Gomá Lanzón

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Nueva Revista 036 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Resulta un disparate aspirar a sembrar en el mundo español fin de siglo la simiente ilustrada, atribuyendo esa empresa a un Ortega oficial: El Ortega real estaba empeñado en la formidable tarea de superar la razón ilustrada con los mitos y metáforas de la razón vital. LA TERCERA GRAN METÁFORA Por Javier Gomá Lanzón Heidegger no ha conseguido todavía hablar con el cogote (Ortega y Gasset, O.C. IX, p.631) n 1914 publicó Ortega y Gasset sus Meditaciones del Quijote, su primer libro. Cumplidos ochenta años desde aquella fecha, que representa la salida a la primera navegación en el pensamiento de Ortega, y que ha sido usada para definir Iuna generación, la Revista de Occidente, en su número 156 del mes de mayo de 1994, acaba de ofrecer varios artículos en su memoria. El primero de ellos, Ortega y la generación de 1914: un proyecto de ilustración, es firmado por Pedro Cerezo Galán. En esencia, la tesis de Cerezo es ésta: nuestra España actual es prolongación, tras el hiato franquista, de la España de la II República. Por su parte, la II República fue creación de la generación del 14, cuyo campeón fue Ortega y Gasset. En consecuencia, del estudio de los rasgos característicos del pensamiento de Ortega y su generación, obtendremos sazonados frutos que orienten la nuestra. De modo congruente, Cerezo emprende el expresado estudio y encuentra en el pensamiento de Ortega el programa ilustrado. Hace un examen comparativo con la generación precedente de 1 898, que califica de romántica y, en contraposición con ella, concluye que la de 1914 es clásica. En concreto: en lugar de religión, de literatura y de actividad administrativa, Ortega, según él, propone laicismo, ciencia y educación. Así se demuestra en los tempranos combates periodísticos que riñe con Ramiro de Maeztu y Unamuno. Al primero le espeta que o se hace literatura o se hace precisión o se calla uno (O. C., 1,1 1 3). Y Ortega quiere hacer ciencia, precisión, claridad, rigor del concepto, cultura. Al segundo le reprocha su mórbido misticismo, su credo cristiano tenebroso: Dios queda disuelto en la historia de la humanidad; es inmanente al hombre: es, en cierto modo, el hombre mismo padeciendo y esforzándose en servicio de lo ideal. Dios, en una palabra, es la cultura (Idem, 1,135). No contento con ello, dentro ya de la célebre querella sobre Europa, tacha a Unamuno de energúmeno por su casticismo antieuropeo. El, en cambio, opina: Europa es ciencia y cultura superior (Idem, X,1 1 8), por lo que España era, pues, el problema, y Europa la solución (Idem, 1,521). Todo lo expuesto hasta aquí creo puede expresarse por medio de esta ecuación: cultura=ciencia=llustración=clasicismo=Europa. Este es el ideario de Ortega, que tuvo el gozo de verlo cumplido en España en 1932 y que Cerezo vindica para nuestra actual España fin de siglo. •¡La segunda navegación No comparto la opinión de que nuestra Monarquía sea la prolongación de la II República. Es extraña la pretensión de Cerezo de hacer derivar la Constitución de 1931 del pensamiento de Ortega cuando es conocida su rectificación de la II República y su retraimiento de la misma, al extremo de confesar un día a su hijo que ya no había nada que hacer (Miguel Ortega: Ortega y Gasset, mi padre p.1 10.) Pero sobre todo, y por encima de todo, afirmo que Cerezo se ha inventado un fariseo y que esta vez es muy fácil refutar al fariseo. Por supuesto me parece que disparata cuando aspira a sembrar en el suelo español fin de siglo la simiente ilustrada, ofreciendo a la consideración de los lectores la figura de un Ortega transfigurado en Jovellanos redivivo. Sucede que el Ortega real es bien distinto, acaso contradictorio, con el Ortega oficial que él imagina. Me propongo enmendar el Ortega de Cerezo, de lo cual es fuerza inferir que la ecuación por él propuesta nada podrá aprovechar a la España de hoy. Más tarde, distrayendo la atención de Cerezo a Ortega, no al quimérico sino al sublunar, quisiera apuntar las razones por las que este Ortega, hombre eminente y sobremanera conspicuo, no debe, sin embargo, constituirse en nuestro modelo. En otras palabras, no debemos emular a ninguno de los dos Ortegas y es menester buscar en otra parte el paradigma. Hallamos en la ecuación de arriba un inequívoco sabor a juventud, la misma presunción de tener el remedio a todos los males encerrado en una fórmula sencilla que ha traído de Alemania. Y, en efecto, comprobamos que todas las citas hechas por Cerezo se extraen del tomo primero y décimo de las obras completas de Ortega y Gasset, que se corresponden con sus escritos de mocedad. Todas proceden de artículos y conferencias anteriores a 1910, cuando Ortega no pasa de 26 o 27 años. En 1911 emprende su segundo viaje a Alemania, en 1912 estudia con despacio la fenomenología de Husserl y en 1913, cuando pide recado de escribir y empuña la pluma de la que habrán que salir sus Meditaciones del Quijote, es otro hombre, un Ortega converso a la vida, la vocación, la historia. De modo que en 1914, que publica su libro, se abre la época de su filosofía original, mostrando un progresivo aborrecimiento por cada uno de los términos de la ecuación de marras; más aún, se convence de que aquella ecuación es la cifra de la modernidad, mundo racionalcientífico, nacido en el Renacimiento M y caído en el gadir de su existencia en la época en que Ortega, oficiando de profeta, anuncia la aurora de un nuevo mundo. Este nuevo cielo y nueva tierra, devotio posmoderna, stil novíssimo, lo concibe en no pequeña medida como contrapunto a la exactitud matemáticafísica que tuvo su apogeo durante la Ilustración. De consiguiente, la efeméride de 1914 es símbolo no de una ilustración en proyecto, como Cerezo quiere, sino de todo lo contrario, del ocaso de la ilustración. Entre 1913 y 193233 (de sus 30 a 50 años) desarrolla Ortega, con tenacidad de clavos, su magna rectificación de sí mismo. Ortega no lo confiesa nunca, salvo, con timidez extrema, en las líneas introductorias a su colección de tempranos artículos reunidos en 1916 con el título de Personas, obras y cosas, pero toda su producción durante la edad madura es una palinodia de sus inmaturos pensamientos anteriores a 1910. Hacia 193233 se aparta de la política tumultuaria y de la plazuela intelectual que es el periódico y emprende, usando la locuela platónica, su segunda navegación, que consistirá en la forja de libros para Europa (Prólogo a una edición de sus obras y Prólogo para alemanes). Dejo para otro día la derrota que finalmente tomó esta segunda navegación. Ahora voy a exponer las cuatro principales enmiendas que hace Ortega a la expresada ecuación y, de reflejo, a sí propio. Muchas veces y de muchas maneras afirma que la formidable tarea de su generación consiste en superar el idealismo y el subjetivismo de la modernidad. La caída del ídolo arrastra a sus dogmas. •De la razón al mito Primera enmienda. De la apología de la ciencia a su amonestación: ya en 1915 anuncia una crisis general de las ciencias (Investigaciones psicológicas, Revista de Occidente, p.23). En 1916 presenta su exclusiva revista El Espectador con la rúbrica Verdad y perspectiva donde propone un nuevo método inconcebible para la ciencia: ésta no admite más que lo general, de modo que lo individual es de suyo falso; en cambio, él reclama la perspectiva, el punto de vista particular, único (O. C., II, p. 1819). Acto continuo, se declara nada moderno y muy siglo XX. La razón pura de Kant trató de explicar cómo es posible el conocimiento científico, cuya autoridad nadie discutía en el siglo de las luces. El idealismo alemán (que para Ortega equivale durante al menos tres siglos a Alemania y aún a Europa) representa la única filosofía hacedera en una edad científica. Pues bien, la razón pura, dice Ortega, debe ceder su imperio a la razón vital: en 1915 lo sugiere (en Investigaciones... alude al sistema de la razón vital) y en 1923 lo convierte en tesis fundamental de su libro El tema de nuestro tiempo. Distingue una verdad objetiva, que sería la verdad científicarazón pura, y otra subjetiva, función biológica del organismo. La ciencia debe rendirse ante la vida. En el apéndice II del libro se sirve de Einstein para sustraer a la ciencia clásica de Galileo y Newton el suelo en que descansa. En 1929 su recelo a la ciencia se convierte en casi aversión. La primera parte del curso ¿Qué es filosofía? la dedica a describir lo que llama el imperialismo de la física desde el siglo XVI. Vislumbra las razones sociológicas de su éxito: la ciencia convenía a los fines prácticos de los burgueses. Este imperialismo ha obligado a la filosofía a contraerse a los problemas menores, como la teoría del conocimiento (Kant), abandonando los grandes. Ortega combate este imperialismo: la ciencia, dice, es una forma de conocimiento menor, un conocimiento simbólico, porque no dice nada de la realidad concreta corpórea. Einstein ha hecho batirse en retirada a la ciencia, que vuelve a sus verdaderos límites, mientras que la filosofía renace y recupera su terreno. En conclusión: La verdad científica es una verdad exacta, pero incompleta y penúltima, que se integra forzosamente en otra especie de verdad, última y completa, aunque inexacta, a la cual no habría inconveniente en llamar mito. La verdad científica flota, pues, en mitología, y la ciencia misma, como totalidad, es un mito, el admirable Ya en 1916 se declara Ortega nada moderno y muy siglo XX: en 1923 apunta que la ciencia debe medirse ante la vida mito europeo (Revista de Occidente, p.55; estos párrafos son de El origen deportivo del Estado, escrito en 1924). ••Ciencia, religión, literatura Segunda enmienda. Cienciareligión o del desvío de la religión hasta la proclamación de su momento. Antes opuso a Dios y a la cultura, inclinándose decididamente por ésta. Ahora moteja a la modernidad de culturalista en exceso e incluso, lejos de contraponer el cristianismo y la cultura moderna, afirma que ésta es una excrecencia o emanación de aquélla, pues ambos comparten idéntico extrañamiento de la vida: El pensamiento de las dos postreras centurias, aunque es anticristiano, adopta ante la vida una actitud muy parecida a la del cristianismo y el culturalismo es un cristianismo sin Dios (El tema...). Años más tarde, en ¿Qué es filosofía?, descubre que el subjetivismo de Descartes trae su origen del ensimismamiento del cristianismo medieval. En 1926 firma Ortega su misterioso artículo Dios a la vista. Unas veces Ortega se ve como nauta, otras como náufrago. Esta vez es marinero que avista a sotavento el promontorio de la divinidad (O. C., II, p. 493). Refiere con evidente desdén la estrechez del escepticismo científico que, con el gnosticismo, conforman dos extremos. El quiere una línea intermedia, como la del horizonte entre el cielo y la tierra. Todas las ciencias particulares, por necesidad de su interna economía, se ven hoy apretadas contra esa línea de sus propios problemas últimos, que son, al mismo tiempo, los primeros de la gran ciencia de Dios (p. 496). Cierto que supone un Dios laico, no religioso, parece que inexorable a la plegaria, al culto y al amor, pero un Dios que no repugna la ciencia, porque Él mismo es una ciencia, la más encumbrada y general, que, si no consigue la reverencia de los hombres, al menos sí su postración científica. Tercera enmienda. Ciencialiteratura: primero vio en estas dos palabras dos vocaciones excluyentes. Luego se le revela la coincidentia oppositorum. No sólo advierte la virtud educativa del mito, que recomienda para las escuelas, y, como arriba queda citado, se representa la ciencia toda como islote en un océano de mitología y aun ella misma un formidable mito; también sorprende en cierto momento consustancial hermandad entre la poesía y la ciencia: ambas son metáforas. Entre la clarividente producción de Ortega, su artículo Las dos grandes metáforas del año 1924 cautiva por su elegancia viva y profunda. Allí llama objetos abstractos a los que sólo mediante un esfuerzo mental (abstracción) pueden ser concebidos unos separados de otros, como el color y la superficie. Son concretos los que se imaginan separados sin ese esfuerzo, que se componen de cualidades abstractas. La metáfora consiste en abstraer estas cualidades abstractas de dos objetos concretos distintos y afirmar su identidad. Una metáfora poética: un surtidor, una lanza de cristal; surtidor y lanza comparten pareja forma, color, ímpetu. Una metáfora científica: la ley de la gravitación; se afirma identidad entre los números y los cuerpos. En este sentido, la metáfora es una verdad, es un conocimiento de realidades. Esto implica que en una de sus dimensiones la poesía es investigación y descubre hechos tan positivos como los habituales en la explicación científica (O. C., II, p.391) IEspaña, Europa y su diversa suerte Cuarta enmienda. EuropaEspaña: en 1910 lanza un exabrupto en célebre conferencia: España es el problema y Europa la solución. En 1932 afirma inversamente: quiero expresar mi convicción radical de que el espíritu español está salvado y agrega: ahora el problema está más allá de nuestras fronteras y es preciso trasladar allí el esA partir de 1914 abjurará de su europeísmo e ideará una nueva tesis: la modernidad europea declina fuerzo (Prólogo a una edición de sus obras). Y la simetría es tanta que, de forma ocasional pero recurrente, admite en diversas obras suyas que si Europa está enferma, acaso España sea su solución. Al conferenciante de 1910 que pronuncia su profesión de fe en la idea de progreso que para él representa Europa le envuelve una atmósfera de optimismo científico. Pronto se le pegará la lengua al paladar, cuando su Alemania, sembrando el continente de trincheras, cambie la razón pura por la razón de Estado. A partir de 1914 abjurará de su europeísmo e ideará una nueva tesis: la modernidad europea declina. Más tarde, reverdecerá su europeísmo (desde La rebelión de las masas 192930), pero será de otro linaje: será político (Estados Unidos de Europa) y no cultural. Hacia 1921 la atención de Ortega se desliza de España hacia Europa, del antiguo enfermo al nuevo. El libro de 192021 España invertebrada se consagra a nuestro país y El tema de nuestro tiempo, curso impartido entre 192122, se centra en absoluto en Europa. Es interesante descubrir el escamoteo de España en la obra de nuestro filósofo. Con habilidad de prestigitador, el mago Ortega, ante un público atento, consigue hacer desaparecer del escenario una España enferma y aparecer una Europa aquejada al mismo tiempo de los mismos y contrarios males: a) los mismos males: la maldición de España reside en su falta de una minoría selecta, lo que motiva una rebelión sentimental de las masas (España invertebrada 192021, postrer capítulo). Esta carencia de los mejores, cuya advertencia acierta a aislar, según Ortega, la singularidad de España en relación a Europa, curiosamente, asombrosamente, en 1929 la predica de Europa entera y aún del orbe (La rebelión de las masas) b) contrarios males: desde 1915 Ortega proclama, incansable, la decadencia de la razón parmenídea occidental, en sus dos formas de realismo ingenuo e idealismo desnaturalizado. Su superación constituye el tema de nuestro tiempo. Se puede intentar hacer derivar la causa primera, sociológica, de la segunda, que es filosóficacultural, argumentando que la soliviantación de las masas dimana del imperialismo de la razón pura (asi lo hace Paulino Garagorri en su introducción a En torno a Galileo y quizá pueda deducirse del capítulo XII de La rebelión de las masas titulado La barbarie del especialismo). Ahora bien, si la rebelión de las masas tiene su origen en los excesos de la razón pura y España ha sido inmune a la razón pura, al subjetivismo y el idealismo, y se saltó el siglo XVIII educador, entonces, como España y Europa deben experimentar suerte diversa, si Europa agoniza, es que España goza de excelente salud. Procede, por tanto, revisar la interpretación de nuestra historia ofrecida en España invertebrada. Y efectivamente por el prólogo a la obra escrito en 1934 se diría que, de haber podido, habría mudado el antiguo título por este nuevo de Europa invertebrada. Y, sobre todo, emerge la estampa de una España que, de puro antimoderna, resulta vanguardista. No faltan insinuaciones de Ortega sobre la nueva sazón hispana en la historia de la cultura universal (último capítulo de España invertebrada y el capítulo sobre la subjetividad de ¿Qué es conocimiento? Revista de Occidente, p. 182 ). •¡La otra navegación En su citado artículo Las dos grandes metáforas cuenta Ortega que la antigüedad tuvo su metáfora, la tabla de cera y el sello, y asimismo el idealismo moderno tuvo la suya, el continente y el contenido. Y no dice nada más. Por favor, ¿cuál es la tercera gran metáfora? José Luis Abellán es el español más alerta al nuevo kairós. Aunque ha escrito miles de páginas eruditas, es un devoto: su vera trasciende un temblor, una unción estremecida. No dice él el secreto de la metáfora postrera, porque no le ha sido revelada. Pero un día, mientras pastoreaba la grey de las concepciones pretéritas, a la sombra de un árbol se le apareció la musa. La gran metáfora ha de ser un mito, según Abellán. Lo peculiar del modo de pensar español, dice su único historiador, es su religiosidad católica. El catolicismo genera mitos por forzosidad de un principio interior. Concluye: el mito es la forma antimoderna que tiene España de ser europea (véase p. 14547 del tomo I y capítulos XLI y XLII del tomo Vlll de Historia crítica del pensamiento español, así como Ensayo de una autobiografía intelectual, Anthropos, núms. 2122). Hay algo que no desveló la musa a Abellán, y es que la Grecia arcaica, la que precedió a la clásica no sólo en el curso de las edades, contiene un paradigma. Si hoy asistimos al tránsito de la razón pura al mito, cuántas averiguaciones no nos esperarán de volver nuestra atención a aquel otro paso inverso, habido entre los siglos VlllV antes de Cristo, cuando los hombres aún no habían sustituido la gracia de los dioses y los héroes por la claridad del concepto. Son dos luminarias distintas: el mito es dialógico y admite plegaria; el concepto es monológico y propende al titanismo. La modernidad ha muerto, ¡viva España!. Saludando el alborear de una nueva época, el español Ortega y Gasset elabora su doctrina de la vida. Y me pregunto: ¿Es su doctrina la filosofía española transmoderna que aguarda su nuevo eón? o ¿es preciso que Ortega mengüe?, ¿debemos esperar a otro? Me hallo en puerto a prima mañana, al tiempo que una ráfaga salina sacude mi gesto. Soy ¡oven, a los pies mi macuto. Va a zarpar el navio que lleva en la proa grabado con letras de plata el nombre de Ortega. Principia la segunda navegación. •