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La salida del PSOE del poder

Antxón Sarasqueta

De cómo españa vive la zozobra de un poder político en crisis que alcanza al estado de ánimo, pensamiento y actitudes del conjunto de la nación.

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Antxón Sarasqueta, “La salida del PSOE del poder,” accessed March 28, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/653.

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La salida del PSOE del poder

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Panorama

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De cómo españa vive la zozobra de un poder político en crisis que alcanza al estado de ánimo, pensamiento y actitudes del conjunto de la nación.

Creator

Antxón Sarasqueta

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Nueva Revista 035 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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El dilema del fin socialista La salida del PSOE del poder Por Antxón Sarasqueta n la entrada veraniega de 1994, España vive la zozobra de un poder político en crisis que alcanza al estado de ánimo, pensamiento y actitudes del conjunto de la nación. Es una Ecrisis del poder político que lo condiciona todo y frena el relanzamiento económico y las reformas necesarias de liberalización y modernización de la sociedad y el mercado. No es una crisis del sistema. Es una crisis del poder político, por corrupto. Más allá de los presupuestos generales del Estado y de los escándalos económicos, el origen de la crisis está en una forma y estilos de ejercer el poder. Y, al mismo tiempo, en una ¿inmadurez? de la sociedad y sus dirigentes, para saber reaccionar ante los abusos de ese poder. Ambos fenómenos convergen en la concepción muy arraigada por la historia y herencia totalitaria española de que todo se fía a una persona: el jefe del Gobierno, Poder o Régimen. De tal manera que siguiendo la vida cotidiana española, se comprueba que a los males o favores todavía se les otorga un origen gubernamental, y que los propios gobernantes así se lo atribuyen. Las propias compañías automovilísticas anuncian hoy sus promociones de venta con la frase el Gobierno les da 100.000 pesetas. Ni siquiera matizan, al tratarse de una subvención de la Administración. Y en esa desaparición de fronteras, tan clave y considerable en el auténtico pensamiento democrático, entre el Gobierno y la Administración, hace tiempo que desapareció, también, la del partido político. Todo ello fusionado en torno a un liderazgo personal, que durante los últimos doce años ha sido el de Felipe González. Cuando todo se fía al líder También recientemente, cuando el ex ministro José Luis Corcuera anunciaba que dejaba el Parlamento, lo hacía diciendo que a pesar de que el escaño era de él, en realidad era del partido, y por lo tanto tenía que ser el PSOE el que confirmara finalmente su salida. En ningún caso se refería a los electores y ciudadanos como verdaderos propietarios del escaño. Sin embargo, el dato fundamental es que a nadie por lo menos nadie lo reseñó en los medios de comunicaciónle extrañó el comentario. Cuando todo se fía al poder político personal, la historia secuencial y su devenir más inmediato, emana del de la persona en cuestión. La del líder. En este caso, la historia ha sido lo está siendo todavíamuy ilustrativa, pues el país y sus intereses, a todos los niveles, se ven zarandeados por los demonios personales de Felipe González. No lo digo a humo de pajas, ni en sentido teórico, sino muy real y práctico. Podemos ilustrarlo con un hecho relevante y significativo. Pasado el referéndum de la OTAN que tensionó al país, sus instituciones y ciudadanos, hasta límites extremos, el Presidente Felipe González me dijo en la Moncloa: ¿Sabes qué haría si tuviese que convocar otro referéndum como éste? Le miré expectante No lo volvería a hacer, me dijo. ¿Y por qué lo hiciste? Porque era un compromiso personal. Era una cuestión de orgullo. Un Presidente capaz de poner en danza al país por una cuestión de orgullo personal. El discurso de la mentira Aquel día yo no estaba sólo con Felipe González. Había acudido en una audiencia con la directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid, de la que entonces formaba parte. Pero no sé si González se dirigía a mí con su dedo índice, su mirada y sus palabras porque yo me había significado (siendo firme partidario de la presencia de España en la OTAN) en contra del referéndum. España ya estaba en la OTAN, había entrado democráticamente, y, por si fuera poco, el Parlamento de mayoría socialista lo había ratificado por una mayoría superior al 90 por ciento. Por lo tanto, había que comprender que aquel referéndum poco o nada tenía que ver con la OTAN, y sí con una maniobra política personal y en todo caso partidista que trataba de consolidar, mediante un plebiscito, un estilo y esquema de poder presidencialista y personal. España y su poder político entraban en una pendiente de la que años más tarde está pagando ¡ya qué precio !las consecuencias. Nada nuevo era todo esto, ni en la historia ni en la conducta de los hombres y sus líderes. Entre muchos, hay dos libros muy diferentes en el tiempo, lugar y sus autores que lo describen. Uno el de la historiadora norteamericana, Barbara Tuckman, titulado La marcha de la locura (The march offolly), donde se describe el precio que han pagado las naciones y sus pueblos a lo largo de la historia por la obcecación de sus líderes a los que se someten. Otro, el titulado El discurso de la mentira, compilación de un seminario celebrado en 1987 en Cádiz y dirigido por el profesor Carlos Castilla del Pino. Entre otros autores, citaremos a la catedrática de ética Victoria Camps, porque años más tarde ha terminado en las filas del PSOE bajo el liderazgo de Felipe González. En su reflexión La mentira como presupuesto, Camps señala que es la dominación lo que hace posible y fácil la mentira. Lo que hace de la mentira una injusticia condenable es la intención de engañar, la no consideración del otro como un igual, la utilización del otro como medio, dice la profesora Camps. Un país estremecido La nueva senadora socialista concluyó aquel estudio citando a Nietzsche, cuando éste dice que no el que me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a ti, eso es lo que me ha hecho estremecer. Así ha amanecido España en este cuarto de hora que vive la experiencia del ocaso del poder socialista de Felipe González. Estremecida. Demasiado tarde para aplicar recetas de escasa consistencia. Hay que creer que el propio González está sinceramente sorprendido de cómo se enfrenta a la realidad de un poder político tan descompuesto. ¿Puede ser obra, todo este panorama, de un sólo ser humano? ¿Soy yo un monstruo?, se pregunta. El hombre de poder y González lo es en todas sus características no obra con los valores de la verdad o la mentira, el bien y el mal. Recién llegado a la Moncloa, el 21 de Enero de 1983, le hice a González la siguiente pregunta. ¿Y cuándo, Presidente, vas a romper con Alfonso Guerra? Podía parecer insólita la pregunta, cuando los dos dirigentes comenzaban a vivir juntos la gloria del poder. Era como preguntar a una esposa o marido, en plena luna de miel, cuando van a separarse. Pero el análisis de ambas personalidades, y de la convivencia en el poder, me llevó a pensar que aquello resultaría inevitable. González me miró, cambió su rostro en un gesto de frialdad, y me dijo: nunca. El Presidente comentó entonces que las relaciones de ambos trascenderían a las disputas del poder. Y, efectivamente, pocas semanas antes, González había declarado: Cuando algunos dicen que Alfonso y yo somos las dos caras del socialismo, yo les quiero decir que somos la misma cara del socialismo. La cara de la justicia, la solidaridad, la libertad, la cara de la mano tendida que no está en la corrupción. Fue una noche sevillana ante miles de asistentes a un acto electoral, preludio de la victoria socialista. El hombre de poder A la vista de los hechos ocurridos en estos doce años, estas palabras resultan cuando menos irónicas. Desde luego, González quería transmitir y lo consiguió con la mayoría de los españoles su convencimiento, pero el hombre de poder no dudó en justificar años más tarde la decisón del cese de su amigo y vicepresidente, produciéndose una ruptura. Por muy cruentas que resulten sus decisiones, el hombre de pader actúa convencido de razones supremas que las Justifican. Por mucho que contradigan sus palabras o propósitos de la hora anterior. La mente del hombre de poder vincula siempre el destino de la nación al suyo propio. Por eso el líder del principal partido de la oposición, José María Aznar, acertó al identificar a González como el problema de España. El líder socialista encarna un modelo de poder, que condiciona todo el resto. Y son lógicas, asimismo, las reacciones numantinas de quienes temen que la caída del poder les arrastre a la pérdida de privilegios en primer lugar, y a culpabilidades más dramáticas posteriormente. La ley del péndulo es una reacción típica en estas experiencias. Estos problemas los está viviendo todo el sur de Europa, donde el socialismo sirvió en las dos últimas décadas para frenar el acceso al poder de los comunistas vinculados a la antigua Unión Soviética. Desaparecida aquella amenaza, los muros de contención no sólo el de Berlín han saltado por los aires, y los modelos de poder de Grecia, Italia, Francia y España (no ha sido el caso de Portugal) han padecido la misma enfermedad de la corrupción, aunque con distintos síntomas y evolución. La solución francesa Ha sido Francia el país que aplicó la solución más traumática, pero también la más eficaz para la pronta recuperación del enfermo. Antes de perder el poder y cuando ya se preparaba el cambio de página hacia una nueva mayoría de centroderecha (en convivencia con una presidencia socialista) la Asamblea aprobó una polémica ley que libraba a todos los partidos de los abusos cometidos en el pasado para su financiación, que desembocó en un sistema de corrupción de amplias responsabilidades personales. La salida Pero ¿cuál es la salida a la situación española? Pregunta que viene transitando por los foros más relevantes y cotidianos del país, desde que se adquirió conciencia de la gravedad del problema. La repetición casi mimética de esta interrogante la vengo escuchando en los últimos meses de los más destacados dirigentes, políticos, empresarios, y de la vida social española en los más diversos rincones. ¿Transición o ruptura?, fue el dilema del cambio del franquismo a un régimen democrático en 1976. ¿Depuración o cambio de página?, es el dilema del fin socialista que algunos le llaman felipista casi veinte años más tarde. Difícilmente el país podrá afrontar el futuro, con la celeridad, energía, y los cambios que exige estar entre las sociedades más avanzadas de este cambio de ciclo histórico, si se enzarza en una de sus reyertas históricas. Mientras que una salida pactada reclama la visión, generosidad y liderazgo, de los dirigentes con voluntad de iniciar una etapa regeneradora. Bajo el ruido electoral de Junio y de los escándalos que florecen de quienes conciben el poder y protagonismo mediante la explotación de las miserias humanas y no de las virtudes la preocupación de la nueva transición está latente en los principales dirigentes del país. Y, por lo que dicen con coincidencia generalizada los más fiables estudios sociológicos, también en la sociedad. Por muchas razones, entre las que se incluye su carácter conservador, alguna conciencia de complicidad con el pasado, y su propio desarrollo hacia un perfil más innovador (a muchos que habían confundido el conocimiento con el prestigio, les ha sorprendido que el científico Severo Ochoa goce del mayor reconocimiento social, y que Mario Conde, por el contrario, no sea, precisamente, el ejemplo predilecto). ¿Depuración o salida pactada? En el final del franquismo, el cambio de escenario venía dado por un contexto internacional y por una realidad interna. Si se quiere sobrevivir y los pueblos tienen esa voluntad no se suele ir contra los vientos de la historia. En la realidad española, la máxima de Schumpeter de la destrucción constructiva determina el rumbo del futuro, de manera razonable. El cambio político está condicionado por un proyecto regeneracionista, y la recuperación de un modelo de valores y reglas. Pero como todo es susceptible de empeorar, llegamos al otro riesgo. El triunfo de la tesis de la depuración (sangre, suicidios, cárcel, espectáculo...), o la del bloqueo político del poder que se traduzca en la frustración de amplios sectores sociales. Generando en ambos casos la explosión de actitudes extremistas, extravagantes y aventureras, revestidas de etiquetas demagógicas y populistas. •