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Japón, la inestabilidad y el cambio

Alberto Míguez

Trata acerca de la mayoría parlamentaria que perdió en julio del año pasado el Partido Liberal Democrático, tras una serie de escándalos políticos protaginizados por personalidades incluído el primer ministro Kiichi Miyazawa.

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Referencia

Alberto Míguez, “Japón, la inestabilidad y el cambio,” accessed April 26, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/652.

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Title

Japón, la inestabilidad y el cambio

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Panorama

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Trata acerca de la mayoría parlamentaria que perdió en julio del año pasado el Partido Liberal Democrático, tras una serie de escándalos políticos protaginizados por personalidades incluído el primer ministro Kiichi Miyazawa.

Creator

Alberto Míguez

Source

Nueva Revista 035 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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¿Final del milagro japonés? Japón: la inestabilidad y el cambio Por Alberto Miguez n menos de un año la vida política japonesa ha experimentado una insólita mutación, tanto más cuanto los usos y costumbres de la gran potencia mundial se habían caracterizado Edurante 38 años por una envidiada estabilidad social, política y económica. En julio del año pasado el Partido Liberal Democrático (PLD) perdió la mayoría parlamentaria tras una serie de escándalos políticos protagonizados por personalidades de esta formación, incluido el primer ministro Kiichi Miyazawa, que debió dimitir. Una heterogénea coalición formada por partidos que iban desde la derecha budista a los socialistas logró que Morihiro Hosokawa, líder del Nuevo Partido del Japón y disidente del PLD, fuese designado primer ministro a principios de agosto. Se inició así una interesante experiencia de cambio que pretendía realizarse en la estabilidad, según la tradición nipona. No pudo ser. Hosokawa, nieto del príncipe Konoe (dos veces primer ministro durante los años del militarismo japonés) perdió varios meses en largas y meticulosas negociaciones para implantar una reforma electoral y fiscal además de una serie de medidas contra la corrupción. Este samurai de 56 tenía en sus manos todas las condiciones para convertirse en el arquitecto del cambio en un país donde se aplasta cualquier iniciativa de estas características: había sido diputado, viceministro, secretario general adjunto del PDL, gobernador de la provincia de Kamumoto y promotor de una escisión en las filas del partido en el poder precisamente para desmarcarse de los vicios políticos, los tráficos de influencias y los escándalos de los últimos años. Pero como en la historia del alguacil alguacilado, Hosokawa fue víctima de la misma dinámica que puso en marcha y que llevó, entre otras cosas, a un ministro de su expartido a la cárcel. Acusado de haber aceptado un préstamo de casi un millón de dólares ofrecido por una sociedad de transportes en 1982 y de haber comprado en 1986 trescientas acciones de un grupo de telecomunicaciones poco antes de su privatización para venderlas seis meses después obteniendo un considerable beneficio, el jefe del gobierno nipón expresó sus profundas excusas a los ciudadanos por retirarse en un momento en que existen muchos problemas tanto en el exterior como en el interior del país. La sana costumbre de dimitir Pedir excusas por los errores propios o del grupo y dimitir es un uso corriente en Japón y constituye desde luego, un ejemplo. En cinco años han dimitido cinco primeros ministros y casi todos ellos lo hicieron por casos de corrupción en los que directa o indirectamente estaban implicados. En 1989 lo hizo Noboro Takashita por tráfico de influencias bursátiles relacionado con la inmobiliaria Recruit. Cuatro meses después le tocó el turno a Sousuke Uno por haber pagado a una gheisa y amante. En 1991, lo hizo Toshiki Kaifu, aunque en este caso precisamente por lo contrario: no haber logrado convencer al Parlamento, dominado por su partido, de que votase una ley anticorrupción. En julio de 1993, le tocó el turno a Kiichi Miyazawa por haber recibido también dinero de la empresa Recruit. Fue esta dimisión la que provocó la derrota del PDL en las elecciones y abrió las puertas a Hosokawa. Razón tenía, desde luego, el primer ministro dimitido al pedir perdón por haber abandonado la nao del gobierno cuando los problemas del país se amontonaban, aunque a decir verdad lo hizo obligado por la tempestad parlamentaria y el bloqueo consiguiente de la institución provocada por el descubrimiento del préstamo y la especulación bursátil. La guerra comercial con Estados Unidos, el contencioso con Corea del Norte por el armamento nuclear, las siempre difíciles relaciones con China, la crisis económica en la que el país vive como resultado de la recesión mundial, el cambio de mentalidad en sectores cada vez más numerosos de la sociedad con respecto al modelo vigente, las aspiraciones a una mayor participación en la escena internacional, etc, constituyen sin duda asuntos de suficiente entidad como para ocupar a un gobierno y exigir un mínimo de estabilidad y apoyo parlamentario. Hosokawa no pudo en sus nueve meses de gestión resolver ninguno de estos problemas y la herencia que deja a su sucesor, el exministro de Asuntos Exteriores y también disidente del PDL, Tsutomu Hata, no es precisamente leve. Por de pronto, horas después de su investidura, Hata tuvo que enfrentarse a la primera crisis de su gobierno cuando el poderoso partido socialista (74 diputados) decidió abandonar la coalición debido a sus reticencias sobre la reforma fiscal y la respuesta a la crisis coreana. La tríada del poder Hosokawa no pudo imponerse a la tríada que desde el final de la II Guerra Mundial gobierna Japón: los altos funcionarios (los burócratas), las grandes compañías y el PDL o lo que queda de él, que sigue siendo mucho. El problema del exprimer ministro y, verosímilmente, de su sucesor fue que debió asumir el desafío del cambio mientras la recesión batía récords (a nivel japonés, se entiende: 2,5% de paro) y la guerra comercial con Estados Unidos se enconaba. Pese a ello, la reforma política implementada por Hosokawa no es precisamente despreciable. El sistema de elección de la Cámara legislativa ha sido considerablemente variado, cada partido deberá de ahora en adelante obtener por lo menos el 2% de los votos en la elección proporcional para poder ser elegible al Parlamento, habrá límites en la financiación de los partidos políticos un factor decisivo en los escándalos de corrupción por parte de las empresas y dentro de cinco años se prohibirán simple y llanamente, etc. Reformas nada nimias en un escenario político anquilosado. Los intentos de Hosokawa por superar la recesión mediante la expansión de la demanda interna, el desarrollo de políticas centradas en sectores con problemas, la desregulación, la promoción y desarrollo de nuevas industrias, el estímulo a las economías regionales y la búsqueda de relaciones económicas exteriores armoniosas parecen haber empezado a dar sus frutos. Una crisis de valores Pero sería excesivamente ingenuo creer o hacer creer que los problemas nipones son hoy exclusivamente económicos y comerciales. El país vive una crisis de valores, navega en la incertidumbre de un futuro confuso y un pasado arcaico. Hay quien habla ya del final del milagro japonés, durante tanto tiempo envidiado por los dirigentes Occidentales (que preferían olvidar los costes sociales de la experiencia y su carácter intransferible a otros horizontes culturales) por su entramado industrial, la innovación tecnológica y la agresividad en los mercados exteriores. A esta crisis de valores o de sociedad, promovida por el cambio generacional y la ruptura del empleo de por vida (una de las características peor entendidas del modelo nipón) hay que sumar la necesidad que el país experimenta de reordenar su papel internacional, algo de lo que se habla poco en el extranjero pero que constituye para los dirigentes japoneses, sea cual sea su ideología, una prioridad irrenunciable. Además de consolidar su liderazgo en Asia algo indiscutible en el terreno económico y comercial, el primer paso en esta dirección sería la incorporación de Japón como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Los dirigentes japoneses creen que un país como el suyo debe asumir responsabilidades globales en el mundo de la postguerra fría y que 1995, cuando se celebre el cincuentenario de la ONU, puede ser el año decisivo para su reivindicación. Todo dependerá, sin embargo, de la evolución del régimen político y social, antaño modelo de estabilidad y hoy sometido, como todas las democracias industriales, a los vaivenes tanto de la coyuntura económica como de los cambios culturales acelerados. Si Japón desea asumir los desafíos exteriores globales que sin duda su importancia como potencia mundial le exigen, deberá también recomponer su escenario político interno, armonizando cambio con estabilidad, una ecuación definitivamente difícil de resolver y para la que no existen fórmulas mágicas. •