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Clinton y su mundo

José María de Areilza Carvajal

Clinton manifestó en su campaña electoral que estaba dispuesto a renovar la tradición internacionalista yanqui. Su declaración incluía dar una nueva orientación a la política exterior americana para promover la democracia y los derechos humanos, además de la protección al medio ambiente y el libre comercio.

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José María de Areilza Carvajal, “Clinton y su mundo,” accessed March 28, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/582.

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Clinton y su mundo

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Clinton manifestó en su campaña electoral que estaba dispuesto a renovar la tradición internacionalista yanqui. Su declaración incluía dar una nueva orientación a la política exterior americana para promover la democracia y los derechos humanos, además de la protección al medio ambiente y el libre comercio.

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José María de Areilza Carvajal

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Nueva Revista 032 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Entre el aislacionismo y la testimonialidad Clinton y su mundo Por José María de Areilza Carvajal ierto político británico comentaba al final de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos acierta siempre en política exterior, pero sólo después de haber intentado antes Ctodas las demás posibilidades. Esta caricatura empieza a cobrar visos de realidad en la presidencia de Clinton. Con la Guerra Fría terminada, el presidente demócrata llegó a la Casa Blanca dispuesto a dedicar la mayor parte de su tiempo a asuntos domésticos, a diferencia de su predecesor. Su elección había despertado grandes expectaciones en la sociedad americana, preocupada por las tensiones raciales, la educación, la salud pública, el clima de recesión económica y el desempleo (que había llegado a un alarmante 7.5%). Aún así, Clinton manifestó en su campaña electoral que estaba dispuesto a renovar la tradición internacionalista yanqui. El candidato demócrata entendía que, después de 50 años de intervencionismo y combate ideológico y moral entre las dos superpotências, era el momento no sólo de recoger el llamado dividendo de la paz por la reducción del gasto en tropas y armamento. Su declaración de intenciones incluía dar una nueva orientación a la política exterior americana, para promover, por fin sin la amenaza soviética, la democracia y los derechos humanos en todo el mundo, además de la protección al medio ambiente y el justo, que no libre, comercio. Pero la Historia es imprevisible. En menos de un año, Clinton ha tenido que hacer frente a múltiples desafíos en el terreno de la seguridad militar y el uso de la fuerza, como en los mejores momentos de la Guerra Fría. En la mayoría de estas crisis ha reaccionado tarde y confusamente. El presidente Clinton ha utilizado para salir al paso de la acusación de no tener una serie de prioridades que orienten su política exterior, los vagos términos de ampliación (del número de países democráticos y prósperos) y compromiso (con la comunidad internacional). Las lecciones de David Gergen, exasesor de Reagan, para que Clinton se comunique a través de gestos y metáforas simples tal vez sirvan para vender su plan de Seguridad Social, pero no le han dado buenos resultados en la esfera internacional. La prensa ha repetido sin cesar que el fantasma de Lyndon B. Johnson vive en la Casa Blanca, dada la preferencia de Clinton por las grandes reformas domésticas y su propensión a dejarse envolver en guerras ajenas. El fin de siglo dirá si queda una superpotência o ninguna. Tal vez para mantener una hace falta la tensión de la otra, que encubra la decadencia interna. Pero aún así, se puede afirmar que todavía en cuanto EEUU toma parte en una guerra, dicho conflicto se convierte en su guerra y es responsable del resultado. Thomas L. Friedman, del New York Times, subrayaba hace poco que si antes los EEUU eran vistos como el líder del mundo libre, ahora pueden ser percibidos como el líder de todo el mundo. Más aún, cuando empezando por los hogares americanos se reciben hoy de forma inmediata, continua y con gran dramatismo, las noticias de las distintas tragedias y guerras en todo el globo. Los EEUU son vistos como el policía mundial, aunque carezcan de recursos o inclinación internacionalista. La supervivencia de los Estados Unidos no ha estado amenazada en ninguna de estas crisis, como era costumbre antes. El reverso de la moneda es que esto complica la justificación de la acción o inacción militar americana. Se ha pasado de no discutir la necesidad de intervenir sino el cómo hacerlo, a poder elegir cuándo actuar y porqué. El equipo de Clinton ha improvisado para salir al paso. Factores como el coste en vidas, la probabilidad de éxito y el desgaste del capital político del Presidente pesan mucho, además del cálculo sobre si se dispone de los medios económicos suficientes para llevar a cabo la intervención deseada. El uso de la fuerza ha quedado, al final, limitado a aquellas situaciones en las que la pérdida de vidas americanas aseguren intereses americanos, siempre que sea con un coste global bajo y un riesgo limitado. Improvisación y onufilia Esta nueva etapa de la política de seguridad yanqui, ha sido bautizada no sin cierta ironía por el mismo Friedman como el paso de la contención a la autocontención. La administración Clinton ha optado por un multilateralismo descafeinado, cuyos orígenes podrían buscarse en las presidencias de Woodrow Wilson y de Franklin Rooselvelt. La acción unilateral sería la excepción, en casos de peligro inminente y cerca del territorio americano. La ONU ha tenido una relevancia desconocida en el ensayo frustrado de la nueva política militar americana. En vez de instrumentalizar abiertamente la zarandeada organización internacional, como hizo Bush en la Guerra del Golfo, Clinton ha estado dispuesto a poner las tropas americanas bajo mando de la ONU. Como ésta militarmente no es operativa, junto a la cesión de tropas, los EEUU han afirmado estar dispuestos a compartir sus servicios de inteligencia militar con dicha organización. La onufilia llegó al máximo en la administración Clinton con la ya famosa Decisión o Directiva Presidencial número 13, que al ser filtrada al Congreso este verano, causó un gran revuelo y serias críticas entre republicanos y demócratas, preocupados por el papel central que se le asignaba a la ONU. Hasta el punto que el presidiente dio marcha atrás, precisamente en su discurso ante la Asamblea General de la ONU en otoño, molesto sin duda además por las crecientes interferencias del secretario general de la ONU, que pedía ser consultado antes de uso de la fuerza en Bosnia y cuyo consejo en Somalia ha resultado luego desastroso. Desde la ONU se ha fomentado la confusión terminológica y práctica entre sus distintas misiones de hacer la guerra y mantener la paz. Como señala Michael Lind, de New Republic, el léxico diplomático de la organización internacional ha intentado fundir las dos nociones en una nueva, hacer la paz (peacemaking). En la ONU, los ejemplos de hacer la guerra eran hasta ahora Corea e Iraq. Dichas intervenciones trataban de defender a las víctimas de un estado agresor. Mantener la paz era a lo que se habían dedicado las trece misiones de la ONU desde 1948 hasta 1988. Consistía en que cascos azules, no necesariamente armados, patrullaban para mantener el orden público en zonas desmilitarizadas, en las que había acuerdo de alto el fuego entre las partes y cierta paz que mantener. La imprecisión del idiotismo hacer la paz tiene consecuencias graves a la hora de fijar los objetivos y los medios de una acción multilateral de éxito. Igual puede consistir en supervisar unas elecciones o en prestar ayuda humanitaria que acabar con una guerra civil. Dicha expresión tal vez esté basada en una visión de la realidad internacional como un mundo uniforme en el que un agente neutral y bien intencionado puede poner orden. Para los analistas de política de seguridad conservadores, el problema de la afición multilateralista de Clinton es que indica un retorno a una doctrina incrementalista. Las demostraciones colectivas de fuerza simbólicas y graduales, en busca de efectos políticos, estaban desterradas del escenario de la guerra fría y hasta cierto punto de la Guerra del Golfo. La autolimitación que guía las acciones y omisiones de Clinton (predicada por el propio secretario de Defensa, Lee Aspin, en su confirmación por el Congreso) habría sido tomada como falta de credibilidad por los causantes de inestabilidad y las innumerables consultas que la preceden, como duda y vacilación. Una vez más, el incrementalismo revelaría falta de voluntad política para emplear los medios necesarios, o de haber fijado con claridad los objetivos buscados. En el terreno operativo siempre fallaría la adecuación entre unos y otros. En tres continentes: Balcanes, Somalia, Haití De hecho el ataque con misiles, proporcional y medido, contra el cuartel general de inteligencia militar iraquí el 26 de junio como respuesta al frustrado atentado contra Bush, no tuvo impacto político suficiente ni siquiera para satisfacer a los halcones republicanos y desde luego consiguió que el resto de los opinantes domésticos y la mayoría de los actores internacionales pusieran el grito en el cielo. En la guerra de los Balcanes, Clinton ha vacilado entre hacer frente de manera escalonada al agresor serbio, y mantenerse al margen del avispero, tratando sólo de que llegase la ayuda humanitaria y de evitar que la guerra de secesión se propagara fuera de la antigua Yugoslavia. Al fin y al cabo, no había apoyo interno para intervenir, era difícil probar que estaba comprometido un interés nacional y la situación económica no lo permitía. Aún así, el presidente ha mantenido un severo embargo general que favorece a los serbios, ha amenazado repetidas veces con usar su fuerza aérea contra ellos para lograr distintos objetivos limitados y parece dispuesto a mandar 25.000 soldados a hacer valer el inestable acuerdo para repartir Bosnia. En Somalia, la intervención americana fue empezada por Bush en su interregno antes de la sucesión demócrata. Con Clinton, se ha pasado de prestar sólo ayuda humanitaria a los que mueren de hambre, a buscar una solución a menos corto plazo. La insistencia del secretario general de la ONU en poner precio a la cabeza del general Aidid ha hecho que Estados Unidos emplee fuerza limitada para parar la agresión de una de las facciones de la guerra civil que asóla el país. Pero no está claro que al acabar con Aidid se vaya a terminar la anarquía. La aventura de Somalia ha resultado cara y peligrosa. Tras sufrir noventa bajas, doce de ellas muertos, los EEUU han decidido retirarse en marzo próximo, pase lo que pase y buscar una solución diplomática. En Haití, al no poder mantener sus promesas electorales de facilitar la entrada de los emigrantes de Haití en los EEUU, Clinton se ha dejado llevar por un vago izquierdismo y ha apoyado, incluso militarmente, el regreso de Aristide, pero sin decisión. Algunos comentaristas de política exterior afirman que el clima social y político es peor en Haití que en Somalia para establecer algo semejante a una democracia jeffersoniana: al menos Somalia cuenta con cierta estructura tribal. El apoyo a Yeltsin ha sido sin embargo acertado, un verdadero gesto de Realpolitik, a pesar de las reservas de Clinton expresadas a lo largo del año sobre una solución en Rusia a la Fujimori. Pero tiene que ser un apoyo a corto plazo. Un nuevo nacionalismo militar ruso, incluso con aspecto democrático, puede que sirva para remediar algo el caos en su periferia del mismo modo que puede amenazar la independencia de los países emancipados de la antigua Unión Soviética. Otro acierto menudo de Clinton ha sido su actuación en el Oriente Medio. A pesar de que el principio de acuerdo entre palestinos e israelíes se negoció a espaldas suya, EEUU ha contribuido no criticando el que Israel respondiera militarmente en julio a los ataques en el sur del Líbano, poniendo presión sobre los líderes palestinos y organizando la financiación multilateral de los nuevos territorios palestinos. Alergia al internacionalismo El presidente ha prestado poca atención a la OTAN y a sus aliados occidentales, no ha puesto todavía el pie en Europa. La resistencia a ampliar la alianza de países democráticos a Europa del Este demuestra de nuevo su visión a corto plazo, en este caso por presión de Rusia. Analistas conservadores como Peter Rodman del John Hopkins Institute afirman que el vacilante Christopher, secretario de Estado, desaprovechó esta primavera la visita del ministro francés de Asuntos Exteriores, que venía dispuesto a negociar la integración más estrecha de Francia en la OTAN. A esto se añade la mala relación comercial con la Comunidad Europea, aunque la irracionalidad francesa frente al GATT, protegida por el entramado comunitario, justifique cierta agresividad del departamento de comercio americano. El Congreso americano se ha rebelado frente a la peligrosa diplomacia de las causas perdidas del equipo de Clinton. A las crisis mencionadas hay que añadir los cambios constantes de opinión sobre Camboya, Vietnam, Cuba, Angola, etc... Algunos prominentes miembros del legislativo, como Bob Dole, han llegado a pedir que el Congreso tenga el control sobre la decisión de mandar tropas fuera de los EEUU, lo cual en la práctica constitucional establecida corresponde al Presidente (para mandar medio millón de hombres a Kuwait, Bush afirmó que no necesitaba autorización del Congreso, aunque la obtuvo). La política exterior americana es hoy menos un asunto de Estado que bajo Bush o Reagan. El tradicional consenso entre los dos partidos está fragmentándose por una división ideólogica más grave que la que pueda haber entre republicanos y demócratas. Los aislacionistas en los dos partidos han aumentado y tal vez Clinton ceda ante la tentación hemisférica, una de las constantes de la historia americana. Pero la alergia al internacionalismo, creada por las vacilaciones del antiguo gobernador de Arkansas ante un mundo más imprevisible, puede que afecte hasta el desarrollo del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá. Clinton mismo ha expresado repetidas veces dudas sobre el contenido del Tratado, apoyando el proteccionismo encubierto de los acuerdos multilaterales. Hoy en día existe poco apoyo público a la proyección internacionalista americana. Como afirmaba recientemente Michael Kinsley, se puede discutir si EEUU debe seguir liderando el mundo o no debe. Lo difícil es pensar que pueda hacer las dos cosas a la vez. •