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Lógica y superficie, 1908
Bernardo Víctor Carande
Una visión de las diferencias entre el paisaje de Portugal y el español, algunas semejanzas profundas entre ambos pueblos. Un análisis de la vida desde comienzos de siglo.
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Bernardo Víctor Carande, “Lógica y superficie, 1908,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/547.
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Title
Lógica y superficie, 1908
Subject
Ensayos
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Una visión de las diferencias entre el paisaje de Portugal y el español, algunas semejanzas profundas entre ambos pueblos. Un análisis de la vida desde comienzos de siglo.
Creator
Bernardo Víctor Carande
Source
Nueva Revista 030 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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Las diferencias notorias entre el paisaje de Portugal y el español ocultan algunas semejanzas anímicas más profundas entre ambos pueblos. Una visión de aquella vida de comienzos de siglo descubre formas de fatalidad, de lógica y de esperanza. LOGICA Y SUPERFICIE. 1908 ESTAMPAS Y PERSONAJES PENINSULARES DE ENTONCES Por Bernardo Víctor Carande Cada día me envuelve más la soledad. Lo mismo le pasará a usted Unamuno a Azorín n poco se puede decir que la península, Portugal incluido, ^^ se ¡guale. De costa a costa, de mar a mar, de habitante a B® habitante. Hay una total homogeneidad en la disimilitud. L. Sería preciso buscar algunas invariantes para poder lograr ^_ cierta identidad. Algunas constantes que no sean demasiado equívocas, o inválidas. No es tan difícil enumerar sus diferencias, contar con sus desigualdades u oposiciones, recorrer todos los abismos, bajándolos y subiéndolos, que enfrenten por todas las razones, étnicas, económicas, climáticas o sociales, a los ocupantes del lugar, sus deambulantes usuarios, por una existencia frecuentemente inexistente. He aquí una coincidencia, casi colectiva, el peninsular está sin estar. Censándolos debidamente se podría encontrar en ellos esta constancia: están, la mayoría, para poco más que nacer, ocupar un lugar, rincón más bien del escenario, o un espacio, si dilatado desierto, acarrear su vida, por delante o por detrás, servir en todo casobien al amo, al erario o al Rey; y morir. Se da mucho el morir por entonces. Se ha dado siempre. Del estar al no estar en un periquete. Sin que ello tenga la menor importancia. Así, de lo que más se llega a saber es de sí mismo. Así Unamuno conoce muy bien su soledad. Hay otras invariables diferenciadas que pudieran descifrar la realidad aunque de antemano la compliquen: el español y el portugués también es decisor (los menos, los vascos, los catalanes, algún lisboeta o portuense...) y son, los más, decididos, pero no por lo voluntariosos, sino porque les es ajeno el derecho a ejercer la voluntad. El poder, por costumbre, no ha sido nunca popular. Mas el ejercicio, el pueblo, acaso por atavismo, tanta costumbre tiene ya, enfrenta al poder su particular e idiosincrásica voluntariedad. Sabe muy bien cómo hacerlo al cabo de tanto tiempo a su intemperie. Nada condiciona más la voluntad que el abandono. En la necesidad de alcanzar algún dato común, que no sirva precisamente de enfrentamiento e incluya, a ser posible, la mayor parte del censo, habría, inevitablemente, dadas las acusadas características del lugar, que acudir al lugar en suma, a la superficie del lugar en sí. Y entonces, si queda alguna lógica, emplearla. I El pueblo de Manuel Bartolomé Cossío El tío de Juan Vicente Viqueira, el compañero de Giner, quien gusta hablar de la naturaleza y de la tierra que pisamos, como lo hizo en Bilbao, o lo hace en la Institución diariamente a los niños del barrio de Pacífico, que van camino, apresurado, de la muerte, como se usa en España, para salvarles la vida, publica impreso por Victoriano Suárez (Preciados 48) El Greco, un libro de 727 páginas, con un suplemento acarpetado en el que se incluyen 193 láminas. Ejemplar que poco después de su aparición compra de segunda mano mi padre, autógrafo y con el nombre del dedicado borrado, en cualquiera de aquellos puestecillos que invadían las calzadas, a donde iban a parar, por indicación del procer de tanda, los volúmenes que este, analfabeto, recibiera. Otra constante en España, nadie, aunque se lo regalen, ha leido nunca nada. Salvo mi padre. O este su autor, Manuel Bartolomé Cossío, que ha corregido una y otra vez las pruebas de su estudio, minucioso, y también se ha salido, en pura lógica debida, a leer al exterior, a la superficie del paisaje. Donde están incisas, profundamente grabadas, las más definitorias características, aunque sean tristes, de todo lo español. En la página VIII de su proemio cuenta estremecedoramente su observación, su mecánica de trabajo, su lectura de tal superficie: Hace pocas semanas, corrigiendo las pruebas del catálogo que acompaña a este estudio, tuve necesidad de comprobar un dato, y fui para ello a un pueblo. Es uno de esos grises castellanos, en los confines de Madrid y Toledo, al que se llega por arenoso camino de herradura, entre polvorientos setos de cambrones, atravesando muchos rastrojos y pocos olivares. De esos que tienen a su entrada las eras; un castillo mudéjar, andrajoso, donde guarda paja, leña y ovejas el más rico del pueblo; un palacio con escudos de los Reyes Católicos, también desmoronándose y vendido igualmente a otro ricacho; la antigua parroquia, en el suelo, hecha ahora camposanto; los cuarteados paredones de un convento de frailes agustinos, corral de ganado, y unas monjitas bernardas muriéndose de hambre y poniendo nimbos de papel de estaño a los agresivos santos de madera del siglo XVII. La historia de todos: cuando Felipe II, trescientos pares de yuntas; cuando Carlos III, ciento; hoy, treinta o cuarenta. Queda en pie... la picota. Un espíritu analítico como el suyo no podía menos que apreciar así tal superficie en toda su derrota y, a pesar de todo, los hombres de la Institución insisten, hay que pasear los campos, recorrer los lugares, recibir la enseñanza de esa superficie. Su párrafo concluye: Queda en pie... la picota. El faro, como la llaman con inconsciente simbolismo, allí, chicos y grandes. Para apreciar en toda su crudeza la realidad: la picota, para el habitante de la superficie española, se asemeja a un lumínico farol, donde no hay luces, ni luz. Por cierto, que la aparición de este libro propiciaría en la voluntad real, impulsada por la lógica del marqués de La Vegalnclán, el decidido propósito, bien pronto logrado, de restaurar en Toledo la Casa del Greco, atender a la instalación adecuada de sus cuadros, y en un orden más general promover, debidamente, el cuidado de otros lugares artísticos abandonados del país. Otra constante en España, nadie, aunque se lo regalen, ha leído nunca nada I La tierra del poeta En la inverosímil e infrecuente lógica es posible la coincidencia. Por parejas fechas Antonio Machado, el sevillano que vive en Soria, y pasa con frecuencia por Madrid donde mi padre alguna vez lo ve como abotargado, sentado a un velador de café, versifica casi desde el mismo ángulo en realidad solo bastaba con abrir los ojos esta apreciación: ¡Oh, tierra triste y noble la de los altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que aún van, abandonando el mortecino hogar, como tus lagos, ríos, Castilla, hacia el mar! Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.... Donde el poeta analista asevera, no sólo tristeza y soledad, también pobreza y soberbia. I Por tierras de Portugal y España Pasa el viento invisible, veloz y despiadado, la Península. Se crece y multiplica en las llanuras, algo se frena y se atumulta contra la montaña hasta que, hallado el paso del desfiladero, irrumpe, otra vez voraz, por las cañadas de vuelta a las mesetas. Rodeando al habitante, parece que éste quiere montarse en él para asumir de lleno su sino. El pobre rector magnífico del cuello blanco y la boina negra va tras él, si le ha dejado atrás. A su ineludible convocatoria. Llega a Espinho, en el Atlántico. Visita frecuentemente, desde Salamanca, la vecina Portugal: ¿Qué tendrá este Portugal para así atraerme? ¿Qué tendrá esta tierra, por de fuera riente y blanda, por dentro atormentada y trágica? Yo no sé, pero cuanto más voy a él, más deseo volver. Alquila una casita en Espinho, el cercano Sur de Oporto y allí se va a veranear con su mujer y los hijos menores más de veinte días, aquel año, pero constantemente, en andas del odioso ferrocarril (y otra vez en el tren, en ese odioso tren, en uno de esos insoportables vagones de ferrocarril...) viaja Portugal de un lado a otro, Braga, Guarda, Alcobaça, Coimbra, hasta se llega a la sierra de Arrabida, caveira de montanha, ossada inmensa... que llamara Herculano, palpando insistente la anatomía de la Península, su explícita superficie. Para tropezarse una vez más con la vida. Con la muerte y la vida, el eterno pan del pensador. En una playa cercana a Espinho, orilla de Aveiro, la de la triste monotonía, donde la costa se hunde, contempla el paulatino, armonioso y rutinario quehacer del habitante sobre la arena perpétua: la arena misma ¿no es un vasto cementerio? ¿No lo es el mar? El habitante, pescador y labriego a la vez, se ayuda con unos bueyes rubios con los que pone a flote las barcas, arrastra la pesca y saca el abono de las algas del mar, de las algas y de los desperdicios, con lo que se vuelve a cumplir el ciclo: Así vuelve la muerte a dar vida, y así devuelve el mar a la tierra algo de lo mucho, de lo muchísimo que de ella los ríos llevan a su seno. Y luego veis en el campo, junto a un maizal, o junto a un linar de donde salen las redes, un montón de cangrejos o de espadillas pudriéndose al sol para enriquecer la tierra. Mientras la gaviota de graznido solemne preside la tarea. 1 Los suicidas Como buen año vulgar fue un año trágico. El 1 de febrero, sábado, volvía a Lisboa el Rey Carlos I. Se dice que el día anterior al firmar un decreto dijo firmo mi sentencia de muerte. Pero el día siguiente estaba luminoso. Desde su paço de Vila Viçosa tomaron el ferrocarril hasta la otra orilla del Tajo, cruzando el mar de Paja en el vapor Dom Luiz. Tuvieron, en el corto viaje en tren, un descarrilamiento sin importancia. Era una tarde limpísima y como todas las soleadas de invierno, fugaz. En el Terreiro enorme de la gran plaza de Comercio montaron en un landó descubierto la Reina, el Rey, y frente a ellos los dos hijos. Un muchacho saltó al estribo a pistoletazos. Un hombre barbudo y encapotado hincó rodilla en tierra, para no fallar, y disparó su carabina (una Winchester modelo 1907, número 2137). Al cochero herido se le desbocaron los caballos. Al llegar al Arsenal de la Marina el Rey ya estaba muerto, y el Principe agonizante. Doña Amelia, abrazando a su hijo segundo, ya rey, todo lo que me queda, se volvió hacia Joao Franco: Vuestra obra, señor Presidente Unamuno defendió, el mundo es así, está lleno de vida y muerte, no puede ser más contradictorio, a Joao Franco, estoy convencido, por supuesto, de que antes de una docena de años se restablece, en gran parte al menos, la buena fama de Franco en este pueblo extremoso y apasionado, y a Buiça, el regicida, sólo mano ejecutora, una prueba más de la ira del manso. Y en ese libro que escribe aquel año, Por tierras de Portugal y España, Unamuno se detiene Lisboa, noviembre en la condición suicida del pueblo portugués: Portugal es un pueblo triste... Portugal es un pueblo de suicidas... quieren vivir tal vez, sí, pero ¿para qué vivir? Vale más no vivir. Pasa revista a los ilustres suicidas de aquella parte de la Península: Antero de Quental, Soares dos Reis, Camilo Castelo Branco, Moucinho de Alburquerque, Trindade Coelho, hasta el mismo Herculano suicidado por el aislamiento como le contaba su amigo Laranjeira, y comentando el regicidio pregunta: Y decidme también... ¿no creeis que es algo más que una boutade lo que alguien dijo de que el rey D. Carlos fue un suicida, que Buiça le suicidó? Carlos 1 al firmar un decreto dijo: firmo mi sentencia de muerte Escorado por el viento impalpable llega, tierra adelante, Unamuno hasta Extremadura: Si subís a la montaña en redondo soledades desoladas a que azota el sol desnudo en crudo Solo queda como abrigo contra el sol que escalda el suelo el Casino. I Más suicidas No en el casino pero sí por los casinillos y tabernáculos, por los cenáculos y las tertulias ciudadanas donde se refugia del viento, a Eduardo Zamacois le iba bien. El cuento Semanal adelante, y en esto a Antonio Galiardo, su amigo, socio y capitalista, al que le olía la cabeza a pólvora por las tentativas fallidas, le dió por suicidarse una vez más, esta vez del todo. Era su amigo un neurasténico, sin voluntad. Le daba por comerse las uñas. Tan tímido que había intentado dos veces suicidarse una para librarse del sastre, otra porque su padre no le enviaba dinero. Pretendió corregir su abulia casándose con una domadora de palomas. Sin resultado. El 2 de mayo de 1908 justo un siglo después se acertó por fin a pegar un tiro. 1 Rubén Darío en palacio Hay también seres como Rubén Darío que no necesitan suicidarse para que todo les vaya mal. Que viven en una especie de suicidio gravoso y cotidiano al que, claro, contrarrestan con caudalosa impetuosidad vital, y de los que no se puede muy bien precisar el sino, cuando el destino lo tienen tan claro: He sido traicionado, pagado con ingratitudes, calumniado, desconocido en mis mejores intenciones por prójimos mal inspirados; atacado, vilipendiado. Y he sonreído con tristeza... De los que la grandeza postrera va a ser auténtica, pero la vida la viven de desastre en desastre. De Mallorca se fue a París y de París a Nicaragua. Porque le perseguía la Murillo. En Nueva York se va de juerga y todo marcha bien hasta la hora de la cuenta, pues como no tiene con qué pagar, lo secuestran durante tres días hasta que se suscribe la suma por la colonia nicaragüense. En su patria lo recibieron puerto de Corinto a los sones del himno Wellcome. Loor y champán, de agasajo en agasajo, por una dulce pero inevitable pendiente. Para estos seres la sociedad carece de medida. Tras la más formidable bodega solo hay un catre. El Congreso nicaragüense está dispuesto a votar a su favor la ley Darío que modifique la matrimonial para que pueda el poeta descasarse. Se frustra. La dama pide diez mil francos y el cuñado cincuenta mil. Rubén se bebe de un trago una botella de guaro, alcohol local. Y los amigos cercan al nepote Zelaya para que lo nombre embajador en Madrid: Es que el señor Darío no deja la bebida... Mi general, los constantes agasajos... En abril puede embarcarse hacia Europa con credenciales... y sesenta libras. Cuando en junio llega la hora de presentar credenciales ante Alfonso XIII no tiene uniforme. No ha llegado el encargado en París. ¿Retenido por impago? El del ministro amigo de Colombia le queda bien, menos mal, y Amadeo Nervo presta el suyo al secretario Sedano. Darío se santigua, el día es soleado. Del Hotel París al Palacio de Oriente por la calle Mayor. El itinerario de la gloria civil de un poeta. Rubén se santigua y llegada la carroza a palacio tiene que volver al hotel porque se le han olvidado las credenciales. Saluda al Rey, a la Reina, a la Reina Madre, a las infantas... una a una. Como las libras de su nómina. En mayo sólo fueron 50 y en junio...4. Para que no le embarguen el sombrero de copa los obreros nicaragüenses hicieron otra colecta. Y su vida diplomática se limita a la mesa camilla, la roja hopalanda, el gorro negro y una botella de... orujo, vale. Ha vendido el piano. Las peticiones le asedian, Juan Ramón quiere un consulado para su hermano en Huelva... Escribe un libro, Alfonso XIII. Se lo publica Ateneo. 1 De amigo en amigo De la lipidia a la insolvencia (o dipsomanía, como dice Edelberto Torres), Una manera de andar. Por las calles. En la ciudad, que también tiene su, otra, intemperie. Don Manuel, mi abuelo, cuando viene a Madrid gusta de pasear. Su hijo le acompaña. Sortean los ensanches, la apertura de la gran vía, ya no queda Pinar en las de Gómez. Hay que ser optimista, el espectáculo del mundo puede ser fabuloso, de este mismo mundo de Madrid. Los madrileños se esconden hasta que se pone el sol. Hay también madrileños que viven en hotel. Un madrileño que, como tantos, no es madrileño pero sí empina el codo. Lleva gabán, bombín, lentes de pinza, un hermoso mostacho que recubre su sonrosez bajo la abermellonada (Castán Palomar: sobre todo en los últimos años, cuando ya ni en lo físico podía negar sus hábitos de bebedor) nariz, y hasta edecán, a la mano. Del hotel donde vive su soltería (soy soltero por precaución) perenne a la tertulia en la Carrera de San Jerónimo, el BilisClub, o al café, el Colonial, el Castilla, el Lyon d Or... O de la tertulia al hotel, no más. Es hijo de notario y repostera. Maño. No ha llegado a ser ni militar (de caballería) ni abogado. Al ver a padre e hijo se detienen transeúnte y escudero: Hola, Manuel ¿Que tal, Mariano? Mariano de Cavia y Lac. Estudiaron juntos en San Zoilo, los jesuítas de Carrión. A ninguno le ha valido el ejemplo. Dejaron a los jesuítas en paz. Como hizo Cejador que los conocía aún mejor. A Cavia se Hay que ser optimista, el espectáculo del mundo puede ser fabuloso, de este mismo mundo de Madrid lo trajo a Madrid Felipe Ducazcal, el madrileño que ha comprado más botijos, que más chicos ha sacado de pila, más bodas ha apadrinado y más muertos ha acompañado a la sepultura como decía Kasabal, otro gran periodista; pero Felipe, ni su teatro el Felipe, están ya, también trasuntan los edificios y las ciudades. A este Madrid que encuentra inigualable con sus 82 periódicos y más de 60 cafés, su vocación la gacetilla y la tertulia. Con algo que empape: ¿Qué estudias hijo? Le pregunta a mi padre. Abogado. Abogado, ¿eh? Ya sabes lo que dijo Cánovas, siendo abogado en España se puede ser todo, hasta Reina Madre... No ha llegado el mediodía y ya Mariano está notablemente colocado. Está en Madrid. Este Madrid paisaje cuya superficie, si apisonada, también luce recovecos. Este Madrid. Su esponja. La que escurre con dominio incomparable. Día a día. Con la infrecuente entrega del periodista. Se morirá igual. Con un bombín y un gabán. Después de haber mientras tanto pasea: del hotel al café, del café al hotel vivido mucha vida hacia adentro, español andante (de acera) o sentado, sobre la mesa del café, o leyendo, que todo lo leía, para levantar alguna vez los ojillos y preguntarse, ¿de qué puedo asombrarme ya...?. De amigo en amigo. La escuela de Madrid. Kasabal se llama Gutiérrez Abascal y mi padre es amigo de Ricardo Gutiérrez Abascal, de la tertulia del Gato Negro, uno de los discípulos de Soltura. Cejador también va por allí y Juan Vicente Viqueira. Salen juntos, comentan lo que dijo don José o lo que no dijo y solo expresó en un quiebro. Viqueira creía en la cultura, nada menos, una cultura innumerable y espontánea, como si fuese pan de Dios por un mundo lleno de dioses, o sin ninguno. Su simpatía y su carácter abierto facilitaban las cosas. Una norma de vida, al cabo, era todo aquello en lo que creía, sin límites, donde cabía el candor, la inteligencia, el paisaje. Compartía el alma de niño general de la Institución. Hacía estragos entre las mujeres porque las trataba sin doblez ni osadía, sin machismo, de tú a tú. Jamás daba una lección pero siempre se aprendía con él, se estaba aprendiendo con él día a día. Asignaturas impensables por lo explícitas: la facultad de escuchar, la atención por todo lo circundante, la posibilidad de entender, abierta y humana. No en balde Viqueira era algo así como una mezcla inigualable de dos adolescentes, Apolo y Mercurio, portadores de la noble causa. Tuvo suerte mi padre con todos aquellos amigos o la suerte estaba dentro de él, que supo hacerle comprender de cada uno lo suyo. Tanto. Tantos: García Bilbao o la pavesa, Juan Pozo y la vida, el amigo de Almagro, los de Mallorca, los hijos de Maura o Manuel Núñez de Arenas y de la Escosura, al que también conoce en la universidad, con el que intimará. Este madrileño del todo, casi de su misma edad, solo le lleva unos meses, es nieto del magistrado del Supremo, biznieto de Espronceda, sobrino político de Martos y se ha educado con los jesuítas otro más, habría que censarlos, todos los discípulos de los jesuítas que han salido heterodoxos licenciado en Letras y diplomado en francés. Sí, algo presuntuosillo. Al que le atrae por igual lo social y el humanismo. Más desgarrado que Viqueira y menos lírico, contrapone y sustantiviza la realidad. Detrás de un quiosco, el quiosco aquel de donde c.olgaba, rutilante, el último número del Cuento Semanal (Del Rastro a Maravillas, por Pedro de Répide) por ejemplo, no se encuentra sólo la dilatada Mesopotamia que cruza la caravana de los tapices inigualables, también figura la realidad del quiosquero que para poderse meter allí, al invierno, ha agitado el soplillo la noche madrileña anterior, estrellada o no, con denuedo, sobre la superficie del suburbio. Núñez de Arenas se ríe, por igual, de Salmerón que de Camba. Él es partidario de concretar, sí, todo está muy mal o muy bien pero... ¿por qué?. Es partidario de la lectura, y de la música, hasta de escuchar a los maestros, sí, y tomarse un café, pero se ha de pasar de cuando en cuando a la acción, el pensamiento no puede quedar inactivo. Quiere ser, mejor que espectador, guerrillero. Quiere pasar a la acción. Como Azorín. José Martínez Ruiz, el mezzogiorno de la vita es diputado, ha franqueado el umbral que deja atrás la confortable indolencia intelectual y se enfrenta con la vulnerabilidad del acta. Ha salido diputado conservador en 1907 por Purchena y por Maura, después de haber comido juntos un día en Lhardy. Pudo haberse ido con los republicanos como alguno de sus compañeros, o quedarse en la franca y aséptica oposición a todo, tan llevadera. Se ha hecho conservador del todo por la única conveniencia nada posee, nada tienede que así le conviene. Después de haber sopesado azorinianamente las cosas. Después de volver a recorrer una vez más el paisaje nacional. 1 El paisaje nacional En Azorín, como en pocos escritores nacionales, se mantiene y mantendrá toda su obra la constancia del paisaje. Por ello será un escritor generoso, casi aséptico, a diferencia de quienes escriben poniendo en juego sus propias contingencias personales, o las repercusiones de estas mismas contingencias (nobles sí, pero personales) en el medio. Por ello no se le considerará un escritor social cuando pocos escritores se han preocupado más que él de la sociedad, toda la sociedad que viven, desde sus máximos hasta sus mínimos valores. De una sociedad contemplada en su totalidad. Azorín simplemente, como dice Ramón Gómez de la Serna, procura dar lógica a su vida política. Lógica y superficie. A primeros del año siguiente publicará una serie de artículos en Blanco y Negro los que reunirá, más tarde, en su libro España donde vuelve, otra vez, a describir el paisaje nacional: España es un país pobre... la población rural es escasísima. Muchas de las ciudades del interior están casi deshabitadas... los labradores viven miserablemente... la tuberculosis mata a millares y m¡llares de campesinos españoles... en esta España no hay escuelas... las escuelas que existen son antihigiénicas y lóbregas... algunas de ellas sólo tienen una ventana: esta ventana única da al cementerio... antaño se fabricaban aquí abundantes paños... los señores del pueblo se reúnen en un desmantelado Casino... En la ciudad existen catorce bachilleres que no han concluido la carrera, cuatro médicos y doce abogados... en mayo se celebra la fiesta de Santiago el Verde.... Estas palabras resultan conocidas siendo distintas. Es la misma España cuando la ve quien quiere ver, a cualquier hora, y no quien quiere cuando le conviene. Es la misma España que contaba Manuel Bartolomé Cossto en su prólogo al Greco o Antonio Machado. Azorín, decidor y andariego ha elegido el camino más difícil, en un acto de gran lógica (insiste Ramón Gómez de la Serna): Azorín ha estado con Romero Robledo, el político de la Malicia, ha visto en Castelar al político del descomedimiento elocuente, ha estado al lado del intercadente y adventicio Lerroux, ha contemplado al Moret poético y malicioso, ha comprendido al Silvela sutil y señoritil, ha estado muy junto al Maura deuteronómico y altitonante, y dudoso o inarmónico con todos ellos, ha considerado a La Cierva como el político que hace una política levantina, cercioradora y sin repugnancia para contar con las fuerzas vivas. Porque sí Azorín qué distante de lo acomodaticio que tanto se le cuelga se crece ante la dificultad y llegadas las horas se hará lo más difícil todavía, se hará ciervista al año siguiente. Menuda dificultad en tal momento. ¡Ciervista, el 1909! El paisaje nacional, y el paisaje: aquel jovencito que está en todas partes, lo mismo en ferrocarril que acompañando a Valera, o en Londres que en los toros, o pateando a Echegaray, y que con 24 años publicó su primer libro, La paz del sendero, donde ha versificado de vacas comparándolas con el Papa: Azorín se ha hecho conservador nada posee, nada tiene después de volver a recorrer cada vez más el paisaje nacional Las vacas son panteistas y soñadoras. Las vacas en la órbita difunden de su apacible mirada vaguedades y ternuras, y remotas añoranzas... ... Han sido divinidades brahmánicas. Homero puso sus ojos a bellas diosas paganas. Tienen algo de pontífices... O se ha metido con Unamuno: Unamu.. Unamu... Don Ramón, no me suena. ¿Es de la Pola? No. Este señor es uno muy sabio, dicen... Subió a las cumbres, a descorrer cortinas, publicó una novela con seudónimo, Ramón Pérez de Ayala tenía padre que se llamaba Cirilo, amigo que fue de don Manuel, mi abuelo, natural de Valdenebro junto a Medina de Rioseco, que vivía en Oviedo (Campomanes 26) hasta que se suicidó. Desde que se murió el padre las cosas de la familia van mal. Así se lo escribe a Pérez Galdós pidiéndole una recomendación: si usted quisiera enviarme un sencillo plieguecito, en que se diga que usted me tiene por apto, y por que así lo cree usted, a fin de que yo a mi vez lo envíe con otros pliegos y documentos, entonces... miel sobre hojuelas... Las cuentas no salen aquel año: Temía yo que el año 1908 fuese enteramente fatídico en mi vida. Como así sucedió. El negocio que a la muerte de mi padre quedó en tan apurado trance, vino dando tumbos hasta el último día del año en que nos vimos precisados a protestar varias letras El colmo patético de un paisano que quiere ser escritor: letras por todas partes, de cambio. Y protestadas: Las consecuencias. Dentro de algún tiempo, no sé cuando, me verá en la calle, con las manos en los bolsillos. Así que se fue a Segovia a ver torear a Chiquito de Begoña, su íntimo amigo. Así también se lo escribe. País, paisaje y paisanaje. 1 Desenlace ¿Qué se puede hacer contra la fatalidad, contra el viento? ¿De qué lógica se puede echar mano en tal país? Sólo queda la acción... particular. Rubén se entrompa. Azorín se casa (con Julia Guinda Urzarqui, cuñada de Ciges Aparicio), Flores de Lemus, que ha mejorado su cuchitrilesco despacho con un cuadrito de Anselmo Miguel Nieto colocado junto al ventanuco que da al patio, en Hacienda, donde estará muchos años, donde estará toda la vida a ser posible, se casa con Ana Giménez CangaArgüelles, descendiente del ilustre doceañista. Unamuno anda de mal en peor, se le murió la madre, Salomé Jugo, en agosto, y el amigo, el chileno Luis Ross... ¿qué hacer? En enero se irá a Valladolid y hablará de lo que hay que hacer, hay que hacer de la masa un pueblo, y un pueblo que tienda a realizar la cultura... Pérez de Ayala se ha vuelto a Londres, Eugenio DOrs se ha ¡do de motu propio (o sea, sin pensión) a un congreso de Filosofía en Heidelberg donde representa a la Filosofía Barcelonesa, y Joaquín Costa, que no tiene con quien casarse porque no se atreve a hacerlo con una viuda, de la que tuvo una hija a la que no pudo poner Antígona porque el cura no dejó, se ha ido a la Puerta del Sol, el 22 de mayo, y les ha echado un discurso a los madrileños haciendo enormes esfuerzos porque le fallan los pulmones. Aquel Benigno Mariano Pedro Castro de la Vegalnclán y Flaquer, marqués de la Vegalnclán, al que el libro de Cossio tanto ha conmovido, soy deudor a Vd. de uno de los mayores envanecimientos de mi vida. A usted debo y muy principalmente por usted conocí, emprendí y he realizado la salvación de la Casa del Greco, en Toledo... es un español aristócrata, humilde y lógico. Nacido en Valladolid (2961858), militar de carrera (llegaría a Teniente Coronel) desde muy joven tuvo inclinación por las Bellas Artes. Poeta, gran viajero (Puerto Rico, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Berlín, Londres, Extremo Oriente...) recorre España afanoso y también Marruecos. Vive en Madrid en la plazuela de los Afligidos, y en Sevilla en Justino de Neve. Pero sobre todo como buen individualista sabe elegir, sin desdeñar a nadie, a sus amigos, de cuya reunión logra aflorar el fruto apetecido. No es una casualidad, sólo hay que saber confiar, no sólo Cossio y él hablan del Greco, también lo ha hecho Rusiñol, Azcárate en el Congreso y hasta su amigo el americano, el fabuloso Archer Milton Hungtinton, el comprador de la biblioteca del Marqués de Jerez de los Caballeros con la que ha inaugurado en Broadway, el 20 de enero, el primer edificio de la Hispanic Society donde, por cierto, las bibliotecárias son sordomudas, le presta su ayuda. Y hasta el mismo Alfonso XIII.