Nueva Revista 135 > La calidad universitaria en peligro
La calidad universitaria en peligro
Inger Enkvist
Mejorar la calidad de la enseñanza universitaria es, sin lugar a
dudas, una de las medidas más importantes para mejorar la
competitividad de cualquier país. En el caso español, las deficiencias
de la universidad son no solo fruto de la masificación,
la ineficacia de los gestores o la falta de investigación, sino
también resultado de una educación primaria y secundaria mediocre.
Mejorar los niveles preuniversitarios y apostar por la calidad
en lugar de la endogamia puede revertir la situación.
File: nuevarevista135 111 a 123.pdf
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Referencia
Inger Enkvist, “La calidad universitaria en peligro,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/3622.
Dublin Core
Title
La calidad universitaria en peligro
Subject
La educación en España
Description
Mejorar la calidad de la enseñanza universitaria es, sin lugar a
dudas, una de las medidas más importantes para mejorar la
competitividad de cualquier país. En el caso español, las deficiencias
de la universidad son no solo fruto de la masificación,
la ineficacia de los gestores o la falta de investigación, sino
también resultado de una educación primaria y secundaria mediocre.
Mejorar los niveles preuniversitarios y apostar por la calidad
en lugar de la endogamia puede revertir la situación.
dudas, una de las medidas más importantes para mejorar la
competitividad de cualquier país. En el caso español, las deficiencias
de la universidad son no solo fruto de la masificación,
la ineficacia de los gestores o la falta de investigación, sino
también resultado de una educación primaria y secundaria mediocre.
Mejorar los niveles preuniversitarios y apostar por la calidad
en lugar de la endogamia puede revertir la situación.
Creator
Inger Enkvist
Source
Nueva Revista 135 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
Entre las características de la universidad española, salta
a la vista la masificación. Se han creado universidades en
todos los rincones del país en la esperanza de que contribuyan
al desarrollo económico local; y, del mismo modo,
se acepta a muchos más estudiantes de los que pueden
obtener empleo en la rama en cuestión, en el caso de que
terminen todos la carrera. España ha elegido la cantidad
ante la calidad, abriendo las puertas a la universidad de
par en par para intentar suavizar el problema del desempleo
juvenil. Se trata de una situación contradictoria ya que, al mismo tiempo, hay quejas sobre la calidad de la
secundaria y del bachillerato. Si se quiere mejorar la calidad
de la educación, lo lógico sería empezar por mejorar
la calidad de lo que ya existe en vez de abrir más plazas
en la universidad. Si no está asegurada la calidad en los niveles
preuniversitarios, es imposible que la expansión de
la universidad no haga descender la calidad universitaria.
Además, aceptar a estudiantes poco preparados aumenta
el abandono de la carrera, un despilfarro de recursos materiales
e inmateriales. Los profesores frustrados dicen
que la universidad se ha vuelto una guardería. En las páginas
que siguen vamos a mirar de más cerca la situación
de cada uno de los diferentes grupos de personas que constituyen
juntos el mundo universitario: los estudiantes, los
profesores/investigadores y los administradores, para terminar
con unas sugerencias de cara al futuro.
LOS ESTUDIANTES
La decisión de aceptar como estudiantes universitarios a
unos jóvenes con resultados mediocres de bachillerato puede
representar un ejemplo de cobardía política: los políticos
no se atreven a decir que no todos los jóvenes están
preparados para estudiar en la universidad y, además, saben
que no existen puestos de trabajo para todos esos jóvenes.
Lo que suele suceder es que la falta de preparación intelectual
de los jóvenes lleva a que el entusiasmo por la universidad
se les enfríe rápido. Como no tienen realmente un
interés por el estudio, los primeros años universitarios vienen
a ser un periodo de transición hacia el mercado laboral.
Empiezan por buscar un trabajo a medio tiempo, entrando en una dinámica en la que irán alejándose cada vez
más de los estudios. Finalmente, el trabajo se convierte en
un tiempo completo aunque quizá sin contrato fijo. Así, el
propio joven se va insertando en el mercado laboral en un
puesto modesto que quizá ni siquiera exige el bachillerato.
Se podría decir que la experiencia de la universidad le sirve
para moderar sus pretensiones laborales.
Para los jóvenes más ambiciosos, el primer año puede
resultar decepcionante por otras razones. Bastantes de ellos
descubren que no están acostumbrados a trabajar de manera
independiente y que, peor todavía, no siempre disponen
de los instrumentos intelectuales imprescindibles,
como unos conocimientos previos del campo, un vocabulario
rico y variado y la costumbre de leer textos largos y
relativamente complicados. Como hay que leer mucho, es
además necesario leer con cierta rapidez, sabiendo identificar
al mismo tiempo lo que es lo importante en los textos.
Los estudiantes también necesitan saber leer en inglés
y redactar trabajos escritos. Adquirir esas destrezas es un
proceso gradual: si el estudiante no está ya en camino cuando
llega a la universidad, será demasiado tarde para él.
La universidad exige que se estudie «en profundidad»,
y con este término se señala un aprendizaje enfocado en
las estructuras y los conceptos, incluyendo el saber distinguir
entre reglas y ejemplos. Lo contrario es estudiar «superficialmente
», con lo cual se quiere decir aprender unos
cuantos datos correctos pero no conectados entre ellos.
Algunos estudiantes llegan a la universidad sin haber estudiado
nunca en profundidad y están perdidos porque
no entienden lo que hay que hacer. Estudiar en profundidad está conectado con el razonamiento, la vida intelectual
y la idea de lo científico. Lo contrario sería el cientificismo,
un término que designa una aceptación acrítica
de conceptos o términos de apariencia científica pero que
no explican gran cosa. Una actitud cientificista puede llevar
a que el estudiante acepte como verdaderas unas teorías
enseñadas por profesores mediocres que tampoco han
desarrollado una actitud científica.
¿Cómo empezar a estudiar? En las Humanidades, ser
estudiante significa ponerse a leer, dejándose «empapar»
por los textos. En Filosofía, es cuestión de leer los clásicos
de la Filosofía para después intentar entender el debate
entre diferentes filósofos durante los siglos. En Literatura,
se trata de leer y leer, porque para poder analizar un libro
hay que fijarse en los rasgos relevantes, y no es hasta haber
leído mucho que el estudiante entiende qué rasgos son relevantes.
En Tecnología, lo que debe aprender el alumno
es el rigor. Si falta la exactitud, lo construido no funciona;
no hay manera de escapar a la prueba de la realidad. En
Medicina, lo que es estudiar en profundidad se puede ilustrar
contando un caso. Cierto catedrático de Medicina Interna
solía ver a su grupo de estudiantes una vez por semana
durante cinco meses. Debían leer un manual y, además,
en cada ocasión él traía a un paciente o un artículo. Los
estudiantes debían observar el «caso», comparándolo con
lo que decía el manual. Mientras avanzaba el semestre, el
catedrático hacía cada vez más referencias a las clases anteriores.
¿El caso actual era igual o no a los anteriores?
¿Por qué o por qué no? Estas clases venían a ser una larga
«conversación» sobre cómo entender los manuales, los artículos y las observaciones sobre los pacientes, es decir, a
la vez un entrenamiento científico y un aprendizaje de
cómo elaborar juicios profesionales. Con eso, el catedrático
lograba una doble socialización de los estudiantes como
futuros médicos y futuros investigadores.
Sigue siendo una «caja negra» cómo se consigue el
desarrollo intelectual. Utilizamos los conceptos de curso,
de tiempo dedicado a un programa y de ambiente académico,
pero exactamente lo que pasa en el cerebro durante
el proceso de aprendizaje y cualificación sigue siendo difícil
de saber. La enseñanza y el aprendizaje contienen elementos
interpersonales y artesanales.
En lo que se acaba de mencionar, los aspectos cualitativos
se combinan con los cuantitativos. Para que los estudios
universitarios sean de calidad hace falta que los estudiantes
sean inteligentes y tengan una buena formación previa,
que estén preparados para trabajar duramente y que la
universidad en cuestión les ofrezca buenos profesores. El
aprendizaje depende a la vez del esfuerzo y de la capacidad
del estudiante y del aporte de la universidad en cuestión a
través de un ambiente propicio, siendo más importante el
ambiente humano que el material. Si la universidad solo
acepta a estudiantes de cierto nivel, se obtiene otro factor
de calidad: la posibilidad de estudiar junto con un grupo
de estudiantes inteligentes y motivados. De ese aspecto no
se habla lo suficiente en el debate público.
LOS PROFESORES/ INVESTIGADORES
El exigir que los profesores universitarios no solo enseñen
sino también investiguen tiene el propósito de que los estudiantes puedan oír lo «último». En otras palabras, la idea es
que la investigación funcione como formación continua
para el profesor y que el profesor use en el aula los métodos
empleados en la investigación, funcionando así como un
modelo para los estudiantes. La esperanza es que el estudiante
se quede para siempre con una pauta de referencia
para reconocer la calidad en contraste con la charlatanería.
Los investigadores deben ser inteligentes, trabajadores
y valientes, una serie de cualidades que no reúnen todos
los profesores universitarios. La personalidad del investigador
y la ética juegan un papel más importante en la investigación
del que se podría pensar. Una de las tentaciones
del investigador es el conformismo, el no alejarse de
lo afirmado por las autoridades del campo. Por ejemplo,
un joven investigador podría elegir trabajar sobre cierto
tema que está de moda aunque no muy importante. Son
tentaciones también el plagio o el usar datos no comprobados.
En las Humanidades y las Ciencias Sociales, otra
trampa la constituye la teoría en boga que reza que la verdad
no existe. Si creen eso, los investigadores deberían renunciar
a su puesto de investigadores porque no está claro
lo que se supone que deben hacer. Sin embargo, no
suelen dejar sus puestos sino que pasan a considerar que
investigar es elaborar textos atractivos para los colegas.
Para el profesor/investigador con vocación no hay un
claro límite entre trabajo y ocio porque el investigador trabaja
en algo que le gusta. Sin embargo, en la vida diaria
en la facultad, hay algunas nubes negras que tienen nombres
muy conocidos: amiguismo, nepotismo, clientelismo,
enchufismo o endogamia, es decir, los puestos y las becas se adjudican no según el mérito y el esfuerzo sino según
los vínculos del solicitante con los que tienen influencia
en el departamento o la universidad. Más de un profesor/
investigador termina amargado y cínico cuando ve que se
sacan plazas para los favoritos. A veces, ni siquiera se sacan
sino que se adjudican directamente a alguien que ha
sabido «colaborar». Estas prácticas preferenciales resultan
doblemente negativas: instalan por mucho tiempo a
unos profesores/investigadores relativamente mediocres y
amargan a los otros que reaccionan pidiendo excedencia o
buscando becas para irse al extranjero, y así sus conocimientos
no benefician a los estudiantes.
El «publica o perece» estimula a los profesores a «producir
» artículos, pero resulta también un peligro porque
se combina con un método introducido por burócratas, el
de considerar como indicio de calidad de la investigación
el número de publicaciones del investigador o las veces
que los trabajos del investigador son mencionados por
otros. Sin embargo, no es seguro que haya más artículos
buenos porque se publiquen más textos. Además, ya que
es importante tener muchas publicaciones, los investigadores
podrían publicar cierto número de artículos con un
contenido muy similar. Otras veces tienen tanta prisa que
quizá no tomen en cuenta la bibliografía ya existente o no
dediquen suficiente tiempo a la elaboración del texto. Finalmente,
la misma proliferación de publicaciones podría
dificultar la identificación de los estudios realmente valiosos.
En ese clima de prisas, pocos se detienen a pensar
en la responsabilidad moral individual del investigador
por el buen uso del dinero invertido en la investigación.
La ciencia es universal, basada en el rigor, y supone un
trabajo duro. La imagen del investigador es de alguien caracterizado
por la honradez intelectual y el desinterés personal.
Se debería añadir que también hace falta un valor
moral para investigar temas sensibles y para atreverse a
publicar verdades que no gusten al público o a los colegas.
El trabajo científico es claramente creativo, ya que el
científico formula nuevas preguntas de investigación buscando
nuevas soluciones. Sea cuál sea su disciplina, todos
los investigadores necesitan estar insertados en un
ambiente intelectual con colegas como modelos y como
adversarios. Lo nuevo es que la expansión universitaria ha
llevado a un enorme aumento del número de profesores/
investigadores, con la consecuencia de que bastantes personas
con cargos de profesor no sientan la vocación de investigar
sino que ven su trabajo como una profesión entre
otras. En vez de decir que todos los profesores deben investigar,
la idea se podría reformular como que todos los
profesores tienen la obligación de seguir el desarrollo de
su disciplina.
LOS ADMINISTRADORES
Las universidades solían regirse según un modelo colegial
pero cada vez más se impone un modelo mixto que
viene a ser mitad burocracia mitad empresa. Los economistas
tienen la voz cantante y no los catedráticos. Los
gastos dedicados a la administración están subiendo y es
notable que ahora solo una parte del presupuesto se dedique
a la enseñanza propiamente dicha. Llama además mucho
la atención en la universidad española la manera de elegir al rector; parece llevar a que la mitad de los profesores/
investigadores se queden con la impresión de que el
rector pertenece a un grupo que les es adverso. Otro problema
es que no es infrecuente que los universitarios que
pierden interés por la enseñanza y la investigación terminen
en la administración, convirtiéndose en los jefes de
los profesores/investigadores más entusiastas y exitosos.
El llamado Proceso Bolonia es una decisión adoptada
por la Unión Europea para homologar los diplomas de
educación superior en Europa. Es una reforma que quiere
agilizar el mercado laboral, permitiendo un trasvase e
intercambio de trabajadores entre los países. El método
utilizado es exigir que las universidades escriban sus planes
de estudio como descripciones de lo que un estudiante
debe saber hacer después de haber aprobado un curso,
para facilitar así a las empresas decidir si un solicitante
les interesa o no. Al interior de las universidades, el Proceso
Bolonia ha provocado un rechazo a esta intromisión
política. Los profesores se resisten a describir sus materias
de un modo que no les convence y no les parece corresponder
a la naturaleza de la materia. Nadie ha pretendido
siquiera que así mejorará la calidad sino que lo que se
pretende es un «control de calidad» como si la universidad
fuera un proceso industrial. Los políticos han presentado
la novedad como si los nuevos planes de estudio fueran
un documento jurídico en forma de un acuerdo entre
el estudiante y el departamento; el estudiante podría ver,
antes de matricularse en un curso, qué conocimientos y
destrezas va a conseguir. Sin embargo, el departamento
no tiene el derecho de exigir al estudiante un alto nivel de conocimientos previos ni tampoco una dedicación completa
al estudio. Esta manera de escribir los planes de estudio
gusta a la burocracia porque facilita también el control
de las universidades a través de la comprobación de si
la realidad es tal como dice el plan de estudio. Si el estudiante
no aprende, parece que la culpa es de los profesores.
En conexión con este cambio, se han creado nuevos
puestos para administradores, unos administradores que
muchas veces se comportan como si jerárquicamente estuvieron
en un nivel superior a los catedráticos. El malestar
provocado por el Proceso Bolonia es el ejemplo más
reciente, pero no el único, creado por la utilización de la
universidad para propósitos no intelectuales sino políticoeconómicos.
La homogeneización de las universidades europeas
también ha impuesto el esquema 3+2+3, es decir, una licenciatura
de tres años, un máster de dos y un doctorado
de tres, algo que en España ha llegado a ser en general
4+1+3. Para los países que tienen un bachillerato corto,
tres años podría resultar poco tiempo para obtener una licenciatura.
El máster es relativamente nuevo en Europa y
no siempre se sabe cómo valorarlo en el mercado laboral.
Finalmente, un doctorado de tres años significa examinar
a más doctores pero menos cualificados que antes. El
doctorado viene a ser una etapa de formación más que la
realización de un trabajo original.
La burocracia supone un verdadero peligro para la calidad
universitaria ya que roba tiempo, dinero y energía a
la investigación y la enseñanza, las tareas principales de la
universidad. A la vez, es cierto que no es fácil «liderar» a unos profesores/investigadores que representan especializaciones
realmente muy diferentes y que, además, a veces
tienen un temperamento de artistas. Ya que suelen tener
gran facilidad para expresarse, cuando se enfadan, hay
protestas de todo tipo.
¿ Y SI FUERA DE OTRO MODO?
En Europa estamos acostumbrados a unas universidades
públicas de grandes dimensiones y a que Estado y universidad
funcionen como monopolios solapados, un tipo de
organización que corre el riesgo de estancarse. Quizá sea
útil plantearse algunas ideas diferentes.
Un tabú actual es cuestionar que un profesor universitario
sea siempre un investigador. En realidad, hay muchos
profesores que no son investigadores ni tampoco tienen
la capacidad de serlo, a pesar de las declaraciones oficiales.
Con la enorme expansión de la educación superior,
se necesitan más profesores, pero eso no lleva a que haya
más personas aptas para investigar. El igualitarismo político
hace que nadie se atreva a decir que quizá no deberían
investigar todos porque no es seguro que contribuyan a la
calidad de la investigación. Ahora existe bastante «pseudoinvestigación
», una investigación no aporta mucho a la
comprensión del mundo.
Otro tabú es cuestionar la actuación de los sindicatos.
No siempre apoyan la calidad de la investigación y no
siempre piensan en lo mejor para los estudiantes y el país.
Suelen dedicar sus esfuerzos a pedir el mantenimiento en
sus puestos de los profesores/investigadores disfuncionales.
Quizá los puestos de profesor universitario e investigador no deberían ser puestos fijos para el resto de la vida
del profesor/investigador.
Un tercer tabú es considerar que siempre es un avance
que haya más estudiantes universitarios en un país.
Quizá sea mejor para el futuro del país un número algo
menos alto pero de jóvenes inteligentes muy bien formados
que una masa más grande de jóvenes menos bien formados.
Hay economistas que dicen que tener un nivel de
matemáticas correspondiente al final del bachillerato
constituye el factor más importante para tener más tarde
un buen desempeño profesional y lograr un salario alto.
Quizá sea una mejor idea que un país tenga un bachillerato
de excelente calidad y un número algo menor de estudiantes
universitarios. Si se admite a una gran cantidad
de estudiantes, se llega a una situación en la que los exámenes
universitarios no garantizan un empleo y menos un
salario que recompense tantos años de estudio. Algunos
críticos consideran que el salario actual en algunos casos
más bajo refleja a la vez la sobreproducción de diplomados
y el nivel mediocre de algunos de los nuevos diplomados.
Hasta en la universidad se ve actualmente un antiintelectualismo
que resulta una corrupción del «ethos» universitario.
El igualitarismo político ha llevado a la aceptación
de estudiantes con pocos conocimientos y la exigencia de
que se suspenda a muy pocos. También se ve en la influencia
ejercida por unos pedagogos que supuestamente
van a ayudar a estos alumnos poco preparados. Los pedagogos
suelen convertirse en los defensores de los estudiantes
con problema y en el uso de nuevos métodos de
trabajo. No suele interesarles el avance de las disciplinas y la búsqueda de la verdad. Si se añade a esto una administración
voraz que se hace con una parte cada vez más
grande de los recursos, se ve que la universidad está en
peligro como centro de estudios superiores y de excelencia
intelectual.
E N R E S U M E N , ¿ Q U É H A C E R ?
1. Mejorar el nivel de conocimientos del bachillerato
para que los estudiantes entren mejor preparados a
la universidad.
2. Restringir el número de plazas para atraer a mejores
estudiantes ofreciéndoles un ambiente estimulante.
El ideal podría ser menos estudiantes pero mejor
preparados y que terminen sus carreras sin mucha
demora.
3. Sacar a concurso nacional las plazas de profesor
universitario para evitar la endogamia.
4. Reclutar a profesores de alto nivel en los que se
puede confiar para evitar gastar en frecuentes evaluaciones.
5. Simplificar los trámites de todo tipo y disminuir la
burocracia.
Para resumir la sugerencia en una sola oración: en el
nivel de los estudiantes, lo importante es que tengan conocimientos
previos y que se esfuercen; en el nivel del
profesorado, elegir la calidad y evitar la endogamia; y, finalmente,
en el nivel de la universidad, crear menos plazas
pero mejor financiadas.
a la vista la masificación. Se han creado universidades en
todos los rincones del país en la esperanza de que contribuyan
al desarrollo económico local; y, del mismo modo,
se acepta a muchos más estudiantes de los que pueden
obtener empleo en la rama en cuestión, en el caso de que
terminen todos la carrera. España ha elegido la cantidad
ante la calidad, abriendo las puertas a la universidad de
par en par para intentar suavizar el problema del desempleo
juvenil. Se trata de una situación contradictoria ya que, al mismo tiempo, hay quejas sobre la calidad de la
secundaria y del bachillerato. Si se quiere mejorar la calidad
de la educación, lo lógico sería empezar por mejorar
la calidad de lo que ya existe en vez de abrir más plazas
en la universidad. Si no está asegurada la calidad en los niveles
preuniversitarios, es imposible que la expansión de
la universidad no haga descender la calidad universitaria.
Además, aceptar a estudiantes poco preparados aumenta
el abandono de la carrera, un despilfarro de recursos materiales
e inmateriales. Los profesores frustrados dicen
que la universidad se ha vuelto una guardería. En las páginas
que siguen vamos a mirar de más cerca la situación
de cada uno de los diferentes grupos de personas que constituyen
juntos el mundo universitario: los estudiantes, los
profesores/investigadores y los administradores, para terminar
con unas sugerencias de cara al futuro.
LOS ESTUDIANTES
La decisión de aceptar como estudiantes universitarios a
unos jóvenes con resultados mediocres de bachillerato puede
representar un ejemplo de cobardía política: los políticos
no se atreven a decir que no todos los jóvenes están
preparados para estudiar en la universidad y, además, saben
que no existen puestos de trabajo para todos esos jóvenes.
Lo que suele suceder es que la falta de preparación intelectual
de los jóvenes lleva a que el entusiasmo por la universidad
se les enfríe rápido. Como no tienen realmente un
interés por el estudio, los primeros años universitarios vienen
a ser un periodo de transición hacia el mercado laboral.
Empiezan por buscar un trabajo a medio tiempo, entrando en una dinámica en la que irán alejándose cada vez
más de los estudios. Finalmente, el trabajo se convierte en
un tiempo completo aunque quizá sin contrato fijo. Así, el
propio joven se va insertando en el mercado laboral en un
puesto modesto que quizá ni siquiera exige el bachillerato.
Se podría decir que la experiencia de la universidad le sirve
para moderar sus pretensiones laborales.
Para los jóvenes más ambiciosos, el primer año puede
resultar decepcionante por otras razones. Bastantes de ellos
descubren que no están acostumbrados a trabajar de manera
independiente y que, peor todavía, no siempre disponen
de los instrumentos intelectuales imprescindibles,
como unos conocimientos previos del campo, un vocabulario
rico y variado y la costumbre de leer textos largos y
relativamente complicados. Como hay que leer mucho, es
además necesario leer con cierta rapidez, sabiendo identificar
al mismo tiempo lo que es lo importante en los textos.
Los estudiantes también necesitan saber leer en inglés
y redactar trabajos escritos. Adquirir esas destrezas es un
proceso gradual: si el estudiante no está ya en camino cuando
llega a la universidad, será demasiado tarde para él.
La universidad exige que se estudie «en profundidad»,
y con este término se señala un aprendizaje enfocado en
las estructuras y los conceptos, incluyendo el saber distinguir
entre reglas y ejemplos. Lo contrario es estudiar «superficialmente
», con lo cual se quiere decir aprender unos
cuantos datos correctos pero no conectados entre ellos.
Algunos estudiantes llegan a la universidad sin haber estudiado
nunca en profundidad y están perdidos porque
no entienden lo que hay que hacer. Estudiar en profundidad está conectado con el razonamiento, la vida intelectual
y la idea de lo científico. Lo contrario sería el cientificismo,
un término que designa una aceptación acrítica
de conceptos o términos de apariencia científica pero que
no explican gran cosa. Una actitud cientificista puede llevar
a que el estudiante acepte como verdaderas unas teorías
enseñadas por profesores mediocres que tampoco han
desarrollado una actitud científica.
¿Cómo empezar a estudiar? En las Humanidades, ser
estudiante significa ponerse a leer, dejándose «empapar»
por los textos. En Filosofía, es cuestión de leer los clásicos
de la Filosofía para después intentar entender el debate
entre diferentes filósofos durante los siglos. En Literatura,
se trata de leer y leer, porque para poder analizar un libro
hay que fijarse en los rasgos relevantes, y no es hasta haber
leído mucho que el estudiante entiende qué rasgos son relevantes.
En Tecnología, lo que debe aprender el alumno
es el rigor. Si falta la exactitud, lo construido no funciona;
no hay manera de escapar a la prueba de la realidad. En
Medicina, lo que es estudiar en profundidad se puede ilustrar
contando un caso. Cierto catedrático de Medicina Interna
solía ver a su grupo de estudiantes una vez por semana
durante cinco meses. Debían leer un manual y, además,
en cada ocasión él traía a un paciente o un artículo. Los
estudiantes debían observar el «caso», comparándolo con
lo que decía el manual. Mientras avanzaba el semestre, el
catedrático hacía cada vez más referencias a las clases anteriores.
¿El caso actual era igual o no a los anteriores?
¿Por qué o por qué no? Estas clases venían a ser una larga
«conversación» sobre cómo entender los manuales, los artículos y las observaciones sobre los pacientes, es decir, a
la vez un entrenamiento científico y un aprendizaje de
cómo elaborar juicios profesionales. Con eso, el catedrático
lograba una doble socialización de los estudiantes como
futuros médicos y futuros investigadores.
Sigue siendo una «caja negra» cómo se consigue el
desarrollo intelectual. Utilizamos los conceptos de curso,
de tiempo dedicado a un programa y de ambiente académico,
pero exactamente lo que pasa en el cerebro durante
el proceso de aprendizaje y cualificación sigue siendo difícil
de saber. La enseñanza y el aprendizaje contienen elementos
interpersonales y artesanales.
En lo que se acaba de mencionar, los aspectos cualitativos
se combinan con los cuantitativos. Para que los estudios
universitarios sean de calidad hace falta que los estudiantes
sean inteligentes y tengan una buena formación previa,
que estén preparados para trabajar duramente y que la
universidad en cuestión les ofrezca buenos profesores. El
aprendizaje depende a la vez del esfuerzo y de la capacidad
del estudiante y del aporte de la universidad en cuestión a
través de un ambiente propicio, siendo más importante el
ambiente humano que el material. Si la universidad solo
acepta a estudiantes de cierto nivel, se obtiene otro factor
de calidad: la posibilidad de estudiar junto con un grupo
de estudiantes inteligentes y motivados. De ese aspecto no
se habla lo suficiente en el debate público.
LOS PROFESORES/ INVESTIGADORES
El exigir que los profesores universitarios no solo enseñen
sino también investiguen tiene el propósito de que los estudiantes puedan oír lo «último». En otras palabras, la idea es
que la investigación funcione como formación continua
para el profesor y que el profesor use en el aula los métodos
empleados en la investigación, funcionando así como un
modelo para los estudiantes. La esperanza es que el estudiante
se quede para siempre con una pauta de referencia
para reconocer la calidad en contraste con la charlatanería.
Los investigadores deben ser inteligentes, trabajadores
y valientes, una serie de cualidades que no reúnen todos
los profesores universitarios. La personalidad del investigador
y la ética juegan un papel más importante en la investigación
del que se podría pensar. Una de las tentaciones
del investigador es el conformismo, el no alejarse de
lo afirmado por las autoridades del campo. Por ejemplo,
un joven investigador podría elegir trabajar sobre cierto
tema que está de moda aunque no muy importante. Son
tentaciones también el plagio o el usar datos no comprobados.
En las Humanidades y las Ciencias Sociales, otra
trampa la constituye la teoría en boga que reza que la verdad
no existe. Si creen eso, los investigadores deberían renunciar
a su puesto de investigadores porque no está claro
lo que se supone que deben hacer. Sin embargo, no
suelen dejar sus puestos sino que pasan a considerar que
investigar es elaborar textos atractivos para los colegas.
Para el profesor/investigador con vocación no hay un
claro límite entre trabajo y ocio porque el investigador trabaja
en algo que le gusta. Sin embargo, en la vida diaria
en la facultad, hay algunas nubes negras que tienen nombres
muy conocidos: amiguismo, nepotismo, clientelismo,
enchufismo o endogamia, es decir, los puestos y las becas se adjudican no según el mérito y el esfuerzo sino según
los vínculos del solicitante con los que tienen influencia
en el departamento o la universidad. Más de un profesor/
investigador termina amargado y cínico cuando ve que se
sacan plazas para los favoritos. A veces, ni siquiera se sacan
sino que se adjudican directamente a alguien que ha
sabido «colaborar». Estas prácticas preferenciales resultan
doblemente negativas: instalan por mucho tiempo a
unos profesores/investigadores relativamente mediocres y
amargan a los otros que reaccionan pidiendo excedencia o
buscando becas para irse al extranjero, y así sus conocimientos
no benefician a los estudiantes.
El «publica o perece» estimula a los profesores a «producir
» artículos, pero resulta también un peligro porque
se combina con un método introducido por burócratas, el
de considerar como indicio de calidad de la investigación
el número de publicaciones del investigador o las veces
que los trabajos del investigador son mencionados por
otros. Sin embargo, no es seguro que haya más artículos
buenos porque se publiquen más textos. Además, ya que
es importante tener muchas publicaciones, los investigadores
podrían publicar cierto número de artículos con un
contenido muy similar. Otras veces tienen tanta prisa que
quizá no tomen en cuenta la bibliografía ya existente o no
dediquen suficiente tiempo a la elaboración del texto. Finalmente,
la misma proliferación de publicaciones podría
dificultar la identificación de los estudios realmente valiosos.
En ese clima de prisas, pocos se detienen a pensar
en la responsabilidad moral individual del investigador
por el buen uso del dinero invertido en la investigación.
La ciencia es universal, basada en el rigor, y supone un
trabajo duro. La imagen del investigador es de alguien caracterizado
por la honradez intelectual y el desinterés personal.
Se debería añadir que también hace falta un valor
moral para investigar temas sensibles y para atreverse a
publicar verdades que no gusten al público o a los colegas.
El trabajo científico es claramente creativo, ya que el
científico formula nuevas preguntas de investigación buscando
nuevas soluciones. Sea cuál sea su disciplina, todos
los investigadores necesitan estar insertados en un
ambiente intelectual con colegas como modelos y como
adversarios. Lo nuevo es que la expansión universitaria ha
llevado a un enorme aumento del número de profesores/
investigadores, con la consecuencia de que bastantes personas
con cargos de profesor no sientan la vocación de investigar
sino que ven su trabajo como una profesión entre
otras. En vez de decir que todos los profesores deben investigar,
la idea se podría reformular como que todos los
profesores tienen la obligación de seguir el desarrollo de
su disciplina.
LOS ADMINISTRADORES
Las universidades solían regirse según un modelo colegial
pero cada vez más se impone un modelo mixto que
viene a ser mitad burocracia mitad empresa. Los economistas
tienen la voz cantante y no los catedráticos. Los
gastos dedicados a la administración están subiendo y es
notable que ahora solo una parte del presupuesto se dedique
a la enseñanza propiamente dicha. Llama además mucho
la atención en la universidad española la manera de elegir al rector; parece llevar a que la mitad de los profesores/
investigadores se queden con la impresión de que el
rector pertenece a un grupo que les es adverso. Otro problema
es que no es infrecuente que los universitarios que
pierden interés por la enseñanza y la investigación terminen
en la administración, convirtiéndose en los jefes de
los profesores/investigadores más entusiastas y exitosos.
El llamado Proceso Bolonia es una decisión adoptada
por la Unión Europea para homologar los diplomas de
educación superior en Europa. Es una reforma que quiere
agilizar el mercado laboral, permitiendo un trasvase e
intercambio de trabajadores entre los países. El método
utilizado es exigir que las universidades escriban sus planes
de estudio como descripciones de lo que un estudiante
debe saber hacer después de haber aprobado un curso,
para facilitar así a las empresas decidir si un solicitante
les interesa o no. Al interior de las universidades, el Proceso
Bolonia ha provocado un rechazo a esta intromisión
política. Los profesores se resisten a describir sus materias
de un modo que no les convence y no les parece corresponder
a la naturaleza de la materia. Nadie ha pretendido
siquiera que así mejorará la calidad sino que lo que se
pretende es un «control de calidad» como si la universidad
fuera un proceso industrial. Los políticos han presentado
la novedad como si los nuevos planes de estudio fueran
un documento jurídico en forma de un acuerdo entre
el estudiante y el departamento; el estudiante podría ver,
antes de matricularse en un curso, qué conocimientos y
destrezas va a conseguir. Sin embargo, el departamento
no tiene el derecho de exigir al estudiante un alto nivel de conocimientos previos ni tampoco una dedicación completa
al estudio. Esta manera de escribir los planes de estudio
gusta a la burocracia porque facilita también el control
de las universidades a través de la comprobación de si
la realidad es tal como dice el plan de estudio. Si el estudiante
no aprende, parece que la culpa es de los profesores.
En conexión con este cambio, se han creado nuevos
puestos para administradores, unos administradores que
muchas veces se comportan como si jerárquicamente estuvieron
en un nivel superior a los catedráticos. El malestar
provocado por el Proceso Bolonia es el ejemplo más
reciente, pero no el único, creado por la utilización de la
universidad para propósitos no intelectuales sino políticoeconómicos.
La homogeneización de las universidades europeas
también ha impuesto el esquema 3+2+3, es decir, una licenciatura
de tres años, un máster de dos y un doctorado
de tres, algo que en España ha llegado a ser en general
4+1+3. Para los países que tienen un bachillerato corto,
tres años podría resultar poco tiempo para obtener una licenciatura.
El máster es relativamente nuevo en Europa y
no siempre se sabe cómo valorarlo en el mercado laboral.
Finalmente, un doctorado de tres años significa examinar
a más doctores pero menos cualificados que antes. El
doctorado viene a ser una etapa de formación más que la
realización de un trabajo original.
La burocracia supone un verdadero peligro para la calidad
universitaria ya que roba tiempo, dinero y energía a
la investigación y la enseñanza, las tareas principales de la
universidad. A la vez, es cierto que no es fácil «liderar» a unos profesores/investigadores que representan especializaciones
realmente muy diferentes y que, además, a veces
tienen un temperamento de artistas. Ya que suelen tener
gran facilidad para expresarse, cuando se enfadan, hay
protestas de todo tipo.
¿ Y SI FUERA DE OTRO MODO?
En Europa estamos acostumbrados a unas universidades
públicas de grandes dimensiones y a que Estado y universidad
funcionen como monopolios solapados, un tipo de
organización que corre el riesgo de estancarse. Quizá sea
útil plantearse algunas ideas diferentes.
Un tabú actual es cuestionar que un profesor universitario
sea siempre un investigador. En realidad, hay muchos
profesores que no son investigadores ni tampoco tienen
la capacidad de serlo, a pesar de las declaraciones oficiales.
Con la enorme expansión de la educación superior,
se necesitan más profesores, pero eso no lleva a que haya
más personas aptas para investigar. El igualitarismo político
hace que nadie se atreva a decir que quizá no deberían
investigar todos porque no es seguro que contribuyan a la
calidad de la investigación. Ahora existe bastante «pseudoinvestigación
», una investigación no aporta mucho a la
comprensión del mundo.
Otro tabú es cuestionar la actuación de los sindicatos.
No siempre apoyan la calidad de la investigación y no
siempre piensan en lo mejor para los estudiantes y el país.
Suelen dedicar sus esfuerzos a pedir el mantenimiento en
sus puestos de los profesores/investigadores disfuncionales.
Quizá los puestos de profesor universitario e investigador no deberían ser puestos fijos para el resto de la vida
del profesor/investigador.
Un tercer tabú es considerar que siempre es un avance
que haya más estudiantes universitarios en un país.
Quizá sea mejor para el futuro del país un número algo
menos alto pero de jóvenes inteligentes muy bien formados
que una masa más grande de jóvenes menos bien formados.
Hay economistas que dicen que tener un nivel de
matemáticas correspondiente al final del bachillerato
constituye el factor más importante para tener más tarde
un buen desempeño profesional y lograr un salario alto.
Quizá sea una mejor idea que un país tenga un bachillerato
de excelente calidad y un número algo menor de estudiantes
universitarios. Si se admite a una gran cantidad
de estudiantes, se llega a una situación en la que los exámenes
universitarios no garantizan un empleo y menos un
salario que recompense tantos años de estudio. Algunos
críticos consideran que el salario actual en algunos casos
más bajo refleja a la vez la sobreproducción de diplomados
y el nivel mediocre de algunos de los nuevos diplomados.
Hasta en la universidad se ve actualmente un antiintelectualismo
que resulta una corrupción del «ethos» universitario.
El igualitarismo político ha llevado a la aceptación
de estudiantes con pocos conocimientos y la exigencia de
que se suspenda a muy pocos. También se ve en la influencia
ejercida por unos pedagogos que supuestamente
van a ayudar a estos alumnos poco preparados. Los pedagogos
suelen convertirse en los defensores de los estudiantes
con problema y en el uso de nuevos métodos de
trabajo. No suele interesarles el avance de las disciplinas y la búsqueda de la verdad. Si se añade a esto una administración
voraz que se hace con una parte cada vez más
grande de los recursos, se ve que la universidad está en
peligro como centro de estudios superiores y de excelencia
intelectual.
E N R E S U M E N , ¿ Q U É H A C E R ?
1. Mejorar el nivel de conocimientos del bachillerato
para que los estudiantes entren mejor preparados a
la universidad.
2. Restringir el número de plazas para atraer a mejores
estudiantes ofreciéndoles un ambiente estimulante.
El ideal podría ser menos estudiantes pero mejor
preparados y que terminen sus carreras sin mucha
demora.
3. Sacar a concurso nacional las plazas de profesor
universitario para evitar la endogamia.
4. Reclutar a profesores de alto nivel en los que se
puede confiar para evitar gastar en frecuentes evaluaciones.
5. Simplificar los trámites de todo tipo y disminuir la
burocracia.
Para resumir la sugerencia en una sola oración: en el
nivel de los estudiantes, lo importante es que tengan conocimientos
previos y que se esfuercen; en el nivel del
profesorado, elegir la calidad y evitar la endogamia; y, finalmente,
en el nivel de la universidad, crear menos plazas
pero mejor financiadas.