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El estado de la cultura

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“El estado de la cultura,” accessed October 7, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2655.

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El estado de la cultura

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Nueva Revista 130 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 2DEBATEEstado y CulturaEL ESTADODE LA CULTURAY LA CULTURASIN ESTADOÁlvaro DelgadoGalESCRITOREL AUTOR ABRE NUEVOS CAMINOS PARA PENSAR SOBRE LAS AYUDAS PÚBLICAS A LA CULTURA. A SU JUICIO, LA CUESTIÓN NOESTRIBA EN ACEPTAR O RECHAZAR LAS SUBVENCIONES Y LOSFONDOS PÚBLICOS O LA DIMENSIÓN MERCANTIL DEL ARTE,SINO EN QUÉ MEDIDA Y BAJO QUÉ CRITERIO SE HACE.¿Debe el Estado subvencionar la cultura? Hace cuarentao cincuenta años, casi todo el mundo habría contestado,al menos en Europa, que sí, por un cúmulo de razones:económicas, morales y, por así decirlo, ambientales. Merefiero al ambiente social, claro. De un lado, las universidades europeas, salvo excepciones, revestían un carácterpúblico. Según los conceptos entonces dominantes, lasuniversidades no eran provisoras de bienes y servicios,nueva revista· 1302213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 23409 13:52 Página 3el estado de la cultura y la cultura sin estadoesto es, factorías enderezadas a producir mano de obraproporcionada a las necesidades económicas de un país,sino centros de formación, por allí llamarla, del espíritu.Los españoles asociamos la formación del espíritu, bien aladoctrinamiento religioso, bien a la asignatura —maría—por donde se entendía que los alevines patrios habían deingresar en la lógica y la poesía de los Principios del Movimiento. Pero aquí no me estoy refiriendo a eso, sino a laidea de que los universitarios egresaban de los cinco añosde carrera más educados, más sabios, más hechos a losmodos que separan al bruto del civilizado. Si eso era launiversidad, y si la universidad se financiaba a través delPresupuesto, no era mucho que se estimase, de maneraautomática, que el Presupuesto había de servir tambiénpara que los museos siguiesen abiertos, y las catedrales enpie, y dotados algunos certámenes literarios, y abiertas lassalas de música clásica, y así de corrido. Desde esa mentalidad se habían fundado, unas décadas antes, la BBCy elBritish Council. El Estado Benefactor estaba en su faseascendente, y el patronazgo público parecía razonable, oportunoy congruente con la consolidación del Estado moderno a lo largo del XIXy lo que llevaba corrido del XX.Ahora estamos en otra cosa, por motivos que son distintos y que conviene analizar, precisamente porque sondistintos, por separado. Una de las cosas en que estamos,y no estábamos antes, es la escasez. Sin escasez no tendría sentido la ciencia económica, desde luego. Todos losadministradores, durante la historia conocida, han tenidoque decidir, en el trance de confeccionar un presupuesto,dónde ponían el dinero, y en consecuencia, de dónde lonueva revista· 1303213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 4álvaro delgadogalquitaban. Pero no es lo mismo adoptar esta clase de acuerdo cuando las cuentas van bien, que cuando se es consciente de que el futuro de las pensiones está en el alero.Urgencia por urgencia, son más urgentes las pensionesque la preservación del noventa y nueve por ciento de losbienes culturales. La cultura, como bien protegible, haingresado en un espacio más precario que el que conociódurante la época de las vacas gordas.Se han verificado, al tiempo, desarrollos sutiles, notables, venenosos. El caso cabría resumirse en muy pocaspalabras. En los cincuenta, la cultura eran los clásicos, lamemoria nacional y el contacto con los grandes logros dela Humanidad en la esfera de la música, las bellas artesy la poesía. La revolución de valores que se verifica a finales de los sesenta, ha conducido, por desgracia en mi opinión, a un empate de todo con todo y a una nivelación delas jerarquías antañonas. Ahora son los antropólogos culturales quienes definen lo que es cultura, con la resultade que equivale a cultura cualquier manifestación societaria: la cocina, el deporte, el ocio, el folclore local.Paso apaso el administrador ha terminado por subvencionar,además del Museo del Prado, los festivales rock o la instalación de espacios lúdicos en las ciudades. Para darse cuentade lo que lo último significa, basta reparar en la agenda de cualquier concejal de cultura en una población demás de diez mil habitantes. La organización de encierrosde toros, o de clases de yoga para los añosos, ha adquiridoun volumen presupuestario superior al que exige el mantenimiento de una biblioteca pública. Y este paquete heteróclito ha de competir con los presupuestos de sanidadnueva revista· 1304213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 5el estado de la cultura y la cultura sin estadou obras públicas. Cuando se rompa la cuerda, se romperápor la cosa casi ininteligible que persistimos en llamar«cultura».Existe un tercer elemento de gigantesca relevancia. Ala par que se degradaba en consumo y crecían las partidasorientadas a sufragarla, la cultura se convirtió en un instrumento apto a la generación de clientelas y la captacióndel voto por parte de la clase política. Esto último ha desgraciado a la cultura moralmente, por así decirlo. Hace cincuentaaños, se declaraban adscritos al mundo de la culturaescritores, editores, directores de orquesta o pintores.Es decir, personas consagradas a profesiones prestigiosascuyo significado y ejercicio habían venido siendo los mismos desde, por lo menos, la desaparición del antiguo régimen. Por el contrario ahora, el hombre de la cultura, enpaíses como España, es con frecuencia un paniaguado delGobierno de turno, sujeto a los cambios de dirección y lasoportunistas mudanzas de ese mismo Gobierno. La reducción al absurdo de este proceso nos viene dada por losactores españoles. Siendo yo niño o adolescente, los actores eran señores que se ganaban la vida actuando. Ahoradistraen el tiempo apoyando en la calle al presidente Zapatero. Constituyen la force de frappedel presidente, juntoa los sindicatos. Es evidente que el asunto no puede acabar bien.A la vista de todo esto, y de algunas otras quisicosas queme he dejado en el tintero, ha decaído bastante la causa delos estatistas. La nueva consigna, entre círculos cada vezmás amplios de la opinión, es que debe confiarse la culturaal mercado. El mercado asigna mucho mejor que el Estadonueva revista· 1305213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 6álvaro delgadogalrecursos tales como los zapatos o los fusibles eléctricos.¿Por qué no habría de distribuir mejor la cultura?La reflexión es precipitada, por lo que dentro de un momento se verá. Primero, sin embargo, de ir al grano, megustaría señalar que los mercadistas refuerzan su posición,sin advertirlo siempre, con dos consideraciones de linajemuy diferente: uno moral y otro utilitario. Desde una perspectiva moral el negocio está, a mi entender, bastante claro. La intervención del Estado está máximamente justificada allí donde el bien a proteger es valioso y no podría serprovisto por la iniciativa individual. Estoy hablando de loque en teoría económica se conoce como un «bien público». Un monumento en estado de conservación aceptablees un bien público porque: 1) Al sanear su mampostería, olimpiar su fachada, se está haciendo algo que redunda, necesariamente, a favor de todos, sin que se puedan hacerapartijos entre unos beneficiarios y otros. 2) Será difícilque Fulano o Mengano contribuyan al saneamiento, puestoque estiman que su beneficio será el mismo si apoquina con el gasto Zutano. 3) Sólo aflojará por tanto la mosca un tercero de vocación «altruista», es decir, el Estado.Conviene añadir, en el caso de determinadas accionesculturales, que las inversiones suelen ser muy inciertas odudosamente rentables o no rentables en absoluto, dedonde se desprende de modo más claro aún la oportunidadde que el Estado eche su cuarto a espadas. Naturalmente, existe el patronazgo privado. Pero raramente funcionasin beneficios fiscales que equivalen, en último término,a una ayuda estatal. En el caso español, es dudoso que lasdesgravaciones, incluso desgravaciones menos cicaterasnueva revista· 1306213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 7el estado de la cultura y la cultura sin estadode las que se estilan, sirvieran para cubrir mínimos. Notengo datos en las manos, pero me atrevo a apostar que,en el terreno privado, es determinante el patronazgo de lascajas de ahorro, cuyo régimen especialísimo conocemos yque no cuentan, realmente, como entes privados.Resumiendo: en la medida en que ciertos bienes culturales sean bienes, y sobre ser bienes, sean públicos, está justificada la presencia del Estado. Pero ¿por qué debería el Estado financiar los encierros de toros, los festivales de VíctorManuel, o guiones de películas que no llegarán a rodarse, osi se ruedan y exhiben en una sala, no interesarán a nadie,entre otras cosas, porque son muy malas? No hay una razónostensible por la que el contribuyente, sin desearlo él, estoes, tras ser objeto de un impuesto, debiera contribuir a laproducción o distribución de cosas que es muy discutibleque constituyan bienes, o cuando lo son, no pertenecen a laclase de macrobienes a que todo el mundo hubiera de tenerderecho —saber leer o escribir, en un extremo; tener accesoa las Meninas, en el otro—. Cuando, para colmo, el bichoen cuestión acusa un sesgo ideológico, y la ideología es afína la del Gobierno, nos encontramos, no solo con que se están empleando los caudales de terceros sin ton ni son, sino,además, con que se está violando el principio de neutralidadque debe inspirar al Estado en una democracia liberal. Ladenuncia de estos abusos está perfectamente codificada enun libro ya clásico de Fumaroli: L’État culturel(1991; editado por Acantilado en español en el 2007). Hasta aquí, lasbuenas razones morales que asisten a los mercadistas paraimpugnar que el Estado subvencione la cultura más allá...de cierto límite, un límite, digamos, riguroso.nueva revista· 1307213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 8álvaro delgadogalNo me inspiran confianza, no obstante, las alegacionesmercadistas por su lado utilitario. La afirmación de que elmercado asigna bien los recursos, presupone que el consumidor es el mejor juez de los artículos en que gasta sudinero. Por eso, precisamente por eso, funcionan adecuadamente los precios como señal de las necesidades sociales. Los precios reflejan las preferencias del consumidor, ysimultáneamente, orientan al productor, cuyo fin es maximizar el beneficio. La maximización del beneficio por ellado de la oferta es complementario de la maximización delas utilidades por el lado de la demanda, y aquí paz y después gloria. Ahora bien, ¿sucede lo mismo con los recursos culturales? ¿O con cosas tales como la ciencia?Reparemos,por ejemplo,en la demostración de laconjetura de Poincaré, muy traída y llevada en los mediosporque se trataba de un problema clásico de las matemáticas y porque el ruso Perelman, quien hizo —o remató—la demostración, es un tipo pintoresco que se ha encerrado para encontrar una prueba de la existencia de Dios yvive, según las malas lenguas, rodeado de cucarachas. Loprimero que comprobamos, es que no hay consumidoresdel «bien» representado por la demostración de la conjetura. Lo que hay, son colegas de Perelman en situaciónde determinar, a título individual y colegiadamente, si lademostración es correcta. Y la conjetura no es un artículofungible: es una verdad matemática. Alguien podría objetar que el que acepta una verdad matemática, la «consume», y que los colegas de Perelman son consumidores deverdades científicas. Esto es obviamente tonto. La claveno está en que se «acepte» una verdad, sino en la existennueva revista· 1308213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 9el estado de la cultura y la cultura sin estadocia de mecanismos que permitan comprobar que se tratade eso, de una verdad; y el colectivo de los «consumidores»no viene dado por quienes «aceptan» verdades, sino porlos que están en situación de aplicar adecuadamente losmecanismos sancionadores de rigor. Si comprobar unaverdad científica equivaliera a aceptarla, y aceptarla a consumirla, no cabría establecer diferencia alguna entre lapropagación de la verdad perelmaniana entre los matemáticos, y la propagación de la especie, entre algunos devotos de la Montaña, de que la Virgen se apareció en SanSebastián del Garabandal entre unos pinos, allá por 1961.El propio «consumo» de una creencia errónea o supersticiosa tampoco constituye, si bien se mira, una forma deconsumo. El que consume, adquiere una mercancía a unprecio determinado, precio en que se condensa el número de mercancías que la misma persona deja de adquiriren vista de que ha adquirido la que ha adquirido. El quecontrae una creencia, sin embargo, no calcula. Más exacto sería decir que se unce a una opción vital que le terminará llevando hacia nadie sabe dónde, y menos que nadie,el propio creyente.Pero volvamos a Perelman. Pocas personas, poquísimas,estaban preparadas para comprender su demostración.Relativamente pocas, sabían que existía una conjetura sindemostrar conocida como la «conjetura de Poincaré». Pesea todo, viene financiándose, desde hace tiempo, la estructura académica e institucional en cuyo ámbito se realizaron los estudios cuyo desenlace fue el brillante trabajo delruso grillado. ¿Con qué fondos se financió la estructura?Bien con fondos públicos, bien con el de ciertas universinueva revista· 1309213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 10álvaro delgadogaldades privadas, cuyo fin, por lo común, no es el lucro.¿Por qué se gastó tanto dinero en algo cuyas aplicacionesprácticas se irán viendo con el tiempo, y por lo mismo, nose pueden incluir aún en un cálculo de costesbeneficios?Porque existe la noción de que la ciencia es importante.El prestigio de la ciencia, a su vez, atrae a excelentes cabezas, cuyos propietarios se apasionan investigando problemas complicados. En resumen: en los países altamentecivilizados, existe un prejuicio social a favor de la ciencia,y además, grupos organizados de profesionales que disfrutan enormemente haciendo ciencia. Sin estas dos cosasno habría ciencia. Y de estas dos cosas, por lo menos lasegunda integra un fenómeno puro de oferta. Los científicos generan cuestiones,y la solución de esas cuestiones,no en respuesta a una demanda concreta de los —inexistentes— consumidores, sino al compás de dinamismosintrínsecamente gremiales. No hay alternativas, porque laciencia avanzada, máxime en la frontera del conocimiento, es algo que escapa a quien no sea un científico altamente cualificado. Aquí el mercado no tiene un papel relevante que jugar. El patronazgo, sí. Pero el patronazgo esotra cosa.Lo que he dicho de la ciencia, resulta aplicable a lacultura después de hacer las reservas, o como dirían losanglos, los caveats, precisos.Existen respetabilísmas formas de expresión cultural —el cine, la zarzuela— dirigidas, por razones industriales y sociológicas, a un gran público. Aquí falla el paralelo con la ciencia arcana. Cine yzarzuela han de procurar ser rentables por principio, loque significa que el mercado constituye la interfaz naturalnueva revista· 13010213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 11el estado de la cultura y la cultura sin estadoentre ellos y la gente. Segundo punto: por integrar la cultura un hecho moral —en el sentido en que se oponen laciencias morales a las naturales—, es peligroso, peligrosísimo, que se interrumpa la conexión que la vincula al público. Éste no tiene por qué ser grande. Pero tiene queser. La cultura no está vertebrada por los poderosos algoritmos que en que se sostiene la ciencia, y lo que ocurre,cuando los artistas se pasan de la raya y hablan sólo parasí mismos, es que el artificio —cuadro o sinfonía o poema— se oscurecen, se amaneran y finalmente languidecen. Gertrude Stein, el Joyce de Finnegans Wake, el Gadda culterano constituyen finales de ciclo. Por admirablesque puedan resultar desde cierto punto de vista, son yafenómenos decadentes, incapaces de fecundar la imaginación o la práctica de las generaciones que vendrán mástarde. Dicho esto, añado que la cultura, pese a todo, integra, en proporción notable, un fenómeno de oferta. No esel que aplaude una pieza musical en una sala de conciertos el que define la bondad de la pieza. De hecho, a lo larXIXMozart no gustaba al público y su música sologodel siguió viva porque gustaba a los músicos, que siguieron interpretándolo. No es el adquiriente de arte, o el que acudea un museo, el que define la bondad de una obra dearte.De ser así, Cézanne habría sido primero malo —apenasvendió cuadros en vida— y luego, bueno. Y no es el lectorel que define la bondad de una novela o un poema. En casocontrario, Follett sería mucho mejor que Céline. ¿Conclusión?El mercado no es siempre, ni por fuerza, un buenasignador de recursos culturales. Salvo que, invirtiendo lostérminos, se entienda que es bueno lo que se vendemejor.nueva revista· 13011213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 12álvaro delgadogalReflexión entre demócratica y nihilista, y perfectamenteletal para la supervivencia de la cultura.Esto sentado, me apresuro a añadir que la ayuda a lacultura reviste no pocas veces efectos perversos. Contra loque se cree, el arte contemporáneo se alimenta, en dosismasivas, de dinero público o del semipúblico de las fundaciones de arte. El resultado ha sido la financiación de actividades solipsistas cuya prolongación artificial en el tiempoestá haciendo al arte mucho daño. La ayuda es fructuosacuando está bien dirigida, y el que esté bien dirigida depende en gran medida del estado de la disciplina en la quese inyectan los espíritus vitales del dinero. ¿Y cuándo el estado de una disciplina es bueno, o cuándo malo? No hayrecetas, o, lo que es más interesante aún, no existe la posibilidad de un control externo. El desorden en la esfera dela plástica arranca de episodios endógenos al arte anteriores a la Primera Guerra Mundial. Monet persistía en pintarsus magníficos estanques con nenúfares años después deque hubiesen empezado a actuar los fermentos que hanhecho del museo contemporáneo una rara criatura dondelo que menos importa es lo que haya colgado dentro. La incorporación de las instituciones a la compra, no ya de artecontemporáneo, sino moderno, fue extraordinariamente tardía. Hasta los cuarenta del siglo pasado, no adquirió el Estado francés tres o cuatro dibujos del invendible Seurat. Fueestupendo que los comprara, y fue estupendo que comprara otros muchos más. Pero es menos estupendo que muchos museos funcionen simultáneamente como centros dearte en conexión con galerías privadas. El derrumbe de losestándares provoca que sean los intermediarios los que creennueva revista· 13012213 El estado de la cultura.qxp:Layout 1 22409 17:59 Página 13el estado de la cultura y la cultura sin estadovalor especulando con piezas que adquieren estatus graciasal marchamo —y al dinero— del Estado.En resumen: la cuestión no es si la cultura merece ayuda, sino en qué proporciones y, sobre todo, bajo qué condiciones. Y la cuestión no es desenganchar a la cultura delmercado —el maridaje ha sido en ocasiones muy positivo:recuérdese el cine americano durante las décadas de loscuarenta y cincuenta—, sino eludir la tentación doctrinaria de afirmar que el mercado vale para todo, inclusive,para lo que no vale. Los que anhelen verdades menos equívocas que consulten el catecismo del padre Astete.nueva revista· 13013