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Elegia de la interrupcion

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“Elegia de la interrupcion,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2627.

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Elegia de la interrupcion

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Nueva Revista 132 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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ArteELEGÍA DELA INTERRUPCIÓNFelipe SantosDer Rosenkavalier, de Richard StraussAnne Schwanewilms, Joyce DiDonato, Ofelia Sala, Franz Hawlata,Laurent Naouri, Ingrid Kaiserfeld, Peter Bronder.Nueva producción del Teatro Real sobre una producción del Festivalde Salzburgo, Herbert Wernicke (dir. escena).Coro y Orquesta Titular del Teatro Real, Jeffrey Tate y Jonas Alber (dir.)Teatro Real, Madrid, 61210 y 111210Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 19001914,de Philipp BlomTraducción de Daniel NajmíasAnagrama, 2010, 677 págs.¡Bum!El canto de un tenor es interrumpido por una discusión entre unnotario y su cliente sobre la mejor forma de arreglar unos papelesmatrimoniales. Un viejo recurso teatral ideado por Hofmannsthal,al que puso música Strauss, parte por la mitad el primer acto de«Der Rosenkavalier», una ópera que cumple cien años desde quenueva revista· 132209felipe santosse estrenó en Dresde el 26 de enero de 1911. La pista de los cambios culturales que cristalizaron en aquella primera década y media del siglo XXpodemos seguirla hasta hoy.El carpetazo en el suelo unas veces, el manotazo en lamesa en otras, trunca una vieja canción sobre el ideal romántico del amor.—«A modo de una donación inter vivos o tal vez...».—«Mas fui vencido en un instante por dos miradasgalantes ¡Ay que poco resiste un corazón de hielo a unaflecha de fuego!».—«¡Como prestación matrimonial!».Maria Teresa, la Mariscala, decide echar a todos de laantesala de su dormitorio, que se ha llenado en un abrir ycerrar de ojos de camareras, mayordomos, cotillas, cocineros, un cantante de ópera en busca de apadrinamientoy un viejo primo, el barón Ochs, que está a punto de salvar de la ruina su título mediante el casamiento concertado con Sophie, la hija de un nuevo rico que ansía, comosea, la posesión de un título nobiliario.Aquella situación reflejaba algo bastante común entrela aristocracia centroeuropea de entonces. La importaciónde productos agrícolas, merced a los adelantos que se produjeron en los medios de transporte —que permitían enviarmercancías cada vez más lejos a un menor coste— terminó por hacer entrar en bancarrota las pequeñas explotaciones agrícolas de aquellos terratenientes. Sin ingresossuficientes, el simple hecho de heredar, con los impuestos que se pagaban, convertía la muerte del pater familiasnueva revista· 132210elegía de la interrupciónen una espada de Damoclespara el resto de la familia. El título nobiliario se convirtió hacia1900 en algo paradójico. «Daposición e impide mantenerla»,dice Lady Bracknell en La importancia de llamarse Ernesto, deOscar Wilde. Emparentar conlas nuevas fortunas burguesas seconvirtió en el afán de los aristócratas de entonces, preparadospara la gran transacción que suHugo von Hofmannsthal, en 1910.ponía intercambiar la alta alcurnia por dinero. El choque cultural entre esos dos mundos alimentó la literatura de eseperiodo, con historias como Alteza Real, de Thomas Mann,una divertida novela sobre el compromiso de un príncipealemán con una rica heredera norteamericana.En el fondo, aquel gesto no se podía hacer sin unacierta resistencia al signo de los tiempos, la eclosión definitiva de una nueva clase social, la burguesa, a través deun sistema, el capitalista, que conllevó el surgimiento de lasclases medias y la sociedad de consumo. Los primeros grandesalmacenes de la historia abrieron sus puertas en lasgrandes ciudades occidentales en aquellos primeros añosdel siglo. En el terreno cultural apareció un nuevo arteeminentemente urbano, que se consagró como el granentretenimiento de esas nuevas clases: el cine.La mezcla del canto romántico con los tejemanejes dela boda ilustra en Der Rosenkavaliercomo ningún otro esenueva revista· 132211felipe santosLa Mariscala (Anne Schwanewilms) en el Acto I. Foto: Javier del Real.momento en que lo material impregna el aura de lo inmaterial, la modernidad invade el tiempo y termina por fragmentarlo, hasta el punto de que nuestro tiempo se caracterizahoy por un vivir plagado de interrupciones encadenadas.Elsiglo irrumpe en 1900 de manera tan zafia a como Ochslo hace en la antecámara de su prima María Teresa cadavez que se representa esta ópera. Esta abrupta entradatermina de yugular la noche de amor que la Mariscala ysu joven amante, Octavian, acaban de mantener.¡Bum!nueva revista· 132212elegía de la interrupciónHugo von Hoffmannsthal encontró en aquella historiala manera de cambiar el registro impuesto tras su primeracolaboración con Strauss. La ópera Elektraconstituyó unnuevo aldabonazo en la sensibilidad de la época, en buscade nuevos medios de expresión ante una modernidad queiba cambiando todo cuanto tocaba.«El carácter de nuestraépoca —escribió en 1905— está regido por la multiplicidad y la indeterminación. Sólo puede apoyarse sobre DasGleitende(lo resbaladizo)». Un cierto irracionalismo queparadójicamente venía de los cambios de la ciencia, comola aparición dela segunda ley de la termodinámica y la física cuántica de Max Planck. «Todo se ha roto en múltiplespedazos —dice Hoffmannsthal— y estos pedazos hanvuelto a romperse en más pedazos, de manera que ya noqueda nada susceptible de abarcarse mediante conceptos».Un caos que el arte debía tratar de explicar y contrarrestar.Der Rosenkavalierno quería ser más que el intento dedos creadores deseosos de probarse a sí mismos y ser capaces de hacer otra gran ópera en un registro situado enlas antípodas: la comedia.Pero lo que resulta es una bufonada flanqueada por un gigantesco drama interior, unatragedia que la Mariscala es la única que parece advertirla. Todo el castillo de naipes de su mundo, que parecíahecho de gruesa piedra, en realidad amenazaba ruina enaquella Viena finisecular, atrapada entre una mentira deliciosa y una realidad decepcionante.«Mi querido Hipólito —dice la Mariscala mientras semira en un pequeño espejo, justo después de que Ochsguillotinara el romanticismo de aquella canción—, hoyhabéis hecho de mí una mujer vieja».nueva revista· 132213felipe santosSophie (Ofelia Sala) y Ochs (Franz Hawlata) en el Acto II. Foto: Javier del Real.En la imagen que devuelve ese espejo está inspirada lapuesta en escena de Herbert Wernicke que estrenó enSalzburgo hace una década y llegó a Madrid el pasadomes de diciembre. Todas las escenas transcurren entre elmovimiento y el reflejo de grandes espejos que delimitanla acción de los personajes. Todo el conjunto tiene un granefecto, pero la iluminación sin matices que se proyecta sobreel escenario le dota de cierto artificio, casi como eselujo hecho a base de espejos de cualquier hotel con pretensiones. Este gigantesco simbolismo hace que la intensidademocional se confíe al trabajo actoral de los cantantes.nueva revista· 132214elegía de la interrupciónJoyce di Donato, Ofelia Sala y Franz Hawlata respondieron a esa exigencia, aunque este último la hiciera prevalecer sobre un canto descuidado. No hay duda de quela soprano Anne Schwanewilms es vocalmente una Mariscalade gran altura, pero su frialdad en escena, en mediode un concepto como el de Wernicke, amenazaba con dejar en nada su enorme capacidad canora. Al final, se escurre entre los dedos la interpretación del conflicto interioren el monólogo que inicia tras mirarse en aquel diminutoespejo. «Cuando veo lo frágiles que son las cosas tengo laimpresión de que no seremos capaces de retenernada yde que nada podremos conseguir. Todo se nos escapa entre los dedos. Cualquier cosa se esfuma. Es comosi todas las cosas no fueran sino una nube o un sueño».Cuando evocamos aquella época, tendemos a circunscribir el punto de inflexión al inicio de la primera guerramundial. Pero lo cierto es que la nebulosa había empezado a inundarlo todo desde al menos diez años antes. A suestudio ha consagrado el historiador Philipp Blom su último libro, Años de vértigo(Anagrama, 2010), que estudiacon perspectiva multidisciplinar el discurrir de aquelladécada inexacta. Es divertido comprobar cómo EstadosUnidos empezó el siglo encontrando a duras penas unhueco en la Exposición Universal de París, y cómo Francia tuvo que compartir a regañadientes su hegemonía mundialcon Londres y Berlín. La reacción ante aquellas amenazas se trufó de un proteccionismo político, cultural, enincluso racial, que terminarían catalizando los dos grandesenfrentamientos mundiales.«Alrededor de diciembre de1910, la naturaleza humana cambió —dijo Virginia Woolfnueva revista· 132215felipe santosa un grupo de estudiantes deCambridge en 1923— no fue repentino ni tan claro [...] Todas lasrelaciones humanascambiaron...las relaciones entre amos y sirvientes, entre maridosy esposas,entre padres e hijos. Y cuando lasrelaciones humanas cambian, seproduce a la vez un cambio en lareligión, en el comportamiento,en la política y la literatura».¡Bum!El manotazo de Ochs hace saltar el tiempo en pedazos,hasta el punto de que todavía cien años después el hombremoderno porfía por unirlos y dotarles de sentido. Unos golpes que hacen pedazos los árboles en El jardín de los cerezos(1903) de Anton Chéjov y marcan el destino en la SextaSinfonía(1906) de Gustav Mahler. Mientras el barón seadapta a las circunstancias y busca en su casamiento conSophie la pervivencia de la casa Lerchenau, la Mariscalaadoptará una actitud eminentemente habsbúrgica, aquellaque en 1936 refirió Franz Werfel, para quien el austriacode entonces«no quería aprovechar el tiempo para ganar dinero, sino ganar dinero para aprovechar el tiempo, porqueen el tiempo de vida que se le concedía estaban los únicosbienes de su pobreza: ver, oír, oler, gustar, tocar, pensar ysentir y amar». Esta «concepción precapitalista del dinero»,como dice Claudio Magris, terminará por despeñarse enlos años en que se estrena Der Rosenkavalier.nueva revista· 132216elegía de la interrupciónCon el bellísimo trío del tercer acto, María Teresa precipitará su propio fracaso, su caída; «adelgazará en todas direcciones», como dirá Kafka de él mismo en aquellosaños.Al igual que el Santo Bebedor de Joseph Roth, para evitarla hipertrofia del yo al que aboca la modernidad, terminaráhuyendo, física y psíquicamente, consciente o inconscientemente, ante el avance inexorable del Strebende Fausto,ese empeño por hacer y producir, que busca casi desde sucomienzo un «haber hecho»ya, relegando al individuo aser un mero principio ejecutor. Ahí, la mirada de la Mariscala de Hofmannsthal y Strauss se encuentra en el trayecto existente entre laLady Peel de Sir Thomas Lawrencede1827 y laJudith que pintará Gustav Klimt en 1901.«El carácter de este nuevo lujo reside en que es banal—decía por aquel tiempo el historiador francés Georged’Avenel—. No nos quejemos demasiado, por favor; antesno había nada banal, sólo había miseria. No caigamos enla contradicción infantil, aunque común, consistente en saludar el desarrollo de la industria mientras deploramos losresultados del industrialismo». Un siglo después la perspectiva del tiempo se ha fragmentado aún más. Si luegofue la radio, la televisión y el teléfono, hoy es la inmediatez del correo electrónico y el diálogo virtual de Twitter yFacebook. La imposibilidad de unir todos esos fragmentosobliga a una vida en suspensión fractal.«Lo que gana seguidores es cultivar la más grande banalidad dentro de una atmósfera familiar», confesaba hacepoco en su Twitter un conocido showmande la televisión.Parece como si las nuevas formas de comunicación, deconocimiento, no pudieran dispensarnos más que unanueva revista· 132217felipe santosforma superficial de hacer frente a la realidad. Un fenómeno que se comprueba con lástima cada día en las aulasuniversitarias. «Naturalmente, esto es lo descorazonadorpara los veteranos ilustrados —escribe con enorme tinoel escritor y profesor universitario Rafael Argullol—, quienes, tras los ojos ausentes de sus jóvenes pupilos, advierten la abulia general de la sociedad frente a las antiguaspromesas de la sabiduría. Los cachorros se limitan a poner provocativamente en escena lo que les han transmitidosus mayores, y si éstos, arrodillados en el altar del novorriquismoy la codicia, han proclamado que lo importante esla utilidad, y no la verdad, ¿para qué preferir el conocimiento, que es un camino largo y complejo, al utilitarismode la posesión inmediata? Sería pedir milagros creer quela generación estudiantil actual no estuviera contagiadadel clima antiilustrado que domina nuestra época, bien perceptible en los foros públicos, sobre todo los políticos. Nibien ni verdad ni belleza, las antiguallas ilustradas, sinoúnicamente uso: la vida es uso de lo que uno tiene a su alrededor».¡Bum! nueva revista· 132218