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Como interpretar la literatura
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“Como interpretar la literatura,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2625.
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Title
Como interpretar la literatura
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Nueva Revista 132 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
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¿CÓMO INTERPRETARLA LITERATURA?Miguel Ángel Garrido GallardoLa verdad, dirán muchos, que es gana de complicarse lavida. El autor escribe un texto para el lector, quien, consu lectura, entiende lo que dice. Y ya está. Sin embargo,no solo en el caso de la comunicación literaria, sino, engeneral, muchos dudan hoy de que existan garantías deque el receptor entienda lo que dice el emisor, ni de queel texto diga lo que el emisor quiso decir, ni de que el receptor entienda lo que el texto dice, sea esto o no lo queel emisor quiso decir. La interpretación depende de unacomplicada malla de relaciones entre lo que los especialistas llaman intentio auctoris, intentio lectorise intentiooperis.Siempre y, mucho más, en el caso de la literatura.Los lectores de la Biblia lo saben desde siempre. Vayamos a lo consabido. El lector que acude al bíblico Cantarde los Cantaresse encuentra con una gavilla de composiciones en las que nada hay que sugiera otra lectura diferente de la pura literalidad del poema amoroso. Por ejemplo, ésta del canto séptimo:Mi amado es puro y sonrosado,se distingue entre millares.Su cabeza es oro, oro fino;nueva revista· 13253miguel ángel garrido gallardosus cabellos, racimos de dátiles,negros como el cuervo.Sus ojos son como palomasa la vera del agua,bañadas en leche,posadas en la orilla.Sus mejillas, como arriatesde hierbas balsámicas,semilleros de plantas aromáticas.Sus labios son azucenasque rezuman jugo de mirra.Sus manos, barras de oroengastadas con piedras de Tarsis.Su talle, un tronco de marfilcubierto de zafiros.Sus piernas, columnas de mármolasentadas sobre basas de oro fino.Su porte, como el del Líbano,esbelto como los cedros.Su paladar, las dulzuras,y todo él, las delicias.Ése es mi amado, ése es mi amigo,hijas de Jerusalén.No hay dudas. Como dicen los anotadores de la Bibliade Navarra, estamos ante uno de varios «cantos de amor dediversa procedencia imágenes pastoriles, la boda de Salomón o de algunos otros reyes, etc. que han sido reunidospor el autor, quien, con ligeros cambios, los ha dotadode un cierto argumento y de una consistencia que no hannueva revista· 13254¿cómo interpretar la literatura?conseguido borrar del todo la diversidad originaria». Noobstante, alguien el hagiógrafo ha tenido la inspiración de que con el único lenguaje de amor que tiene elser humano se debe expresar el amor de Dios y, al introducir estos poemas en el Libro Sagrado de un pueblo,hace posible la lectura (la revelación) del amor de Diospor su pueblo y el gozo del pueblo al sentirse predilectode Dios.EL AUTOREn el origen del texto que se lee hay un emisor de carne yhueso, ostensible en la comunicación oral, diferido en lacomunicación literaria y en toda comunicación escrita.Pero el lector no advierte quién es ese autor ni qué quieretransmitir a partir de corporeidad alguna ni de datos empíricos que ilustren su personalidad, sino por medio deuna reconstrucción que realiza a partir del texto que recibe. En el texto se adivina y se califica al autor que lo origina, «autor de papel» que puede ser idéntico, diferente ocontradictorio con el que se deduce de su biografía. Todavía más. El autor así reconstruido puede no ser solamentede papel y, sin embargo, no ser tampoco el primero decarne y hueso que profirió los enunciados en cuestión,sino un lector posterior que se erige en autor al producirun nuevo programa de lectura. Lo hemos visto en el textode la Biblia y lo hace también Miguel de Unamuno en suVida de Don Quijote y Sancho.Desde luego, siempre se podrá leer como texto abiertoun texto proyectado como unívoco y como unívoco untexto concebido como abierto. Ejemplo de lo primero sonnueva revista· 13255miguel ángel garrido gallardolas numerosísimas lecturas «desconstructivas» que hanllenado de despropósitos los anaqueles de la crítica literaria académica en las últimas décadas. De lo segundo, laantigua lectura del Quijotecomo mera parodia de los libros de caballería o las lecturas fundamentalistas de la Biblia que tienen desgraciadamente tanta actualidad. Puedeocurrir también que se conciba un texto abierto para concitar la adhesión de lectores entre sí contradictorios, provocando diferentes recorridos de lecturas, unívocas cadauna de ellas.La famosa novela El nombre de la rosade UmbertoEco, por ejemplo, reclama un doble lector: el ingenuo y elcrítico. El lector ingenuo seguirá las peripecias de la misteriosa serie de crímenes como sigue las de las novelas deAgatha Christie, atribuyendo la sospecha a uno u otro personaje según avanza el relato.Al final, caerá en la cuentade que había pasado por alto los detalles verdaderamentesignificativos. Los textos en latín, las discusiones sobremetafísica, el clima cultural de la Edad Media, con Etimologiaede Isidoro incluidas, la filosofía nominalista, enfin, habrán sido solamente índices del misterio que hacemás emocionante el relato policíaco.Al lector crítico, en cambio, se le ha ofrecido ya unapista desde el título que, con poco que hojee la obra, seda cuenta de que remite a la cita final de Bernardo Morliacense, que cobra en este texto un sentido nuevo y preciso:Stat rosa pristina nominenomina nuda tenemusnueva revista· 13256¿cómo interpretar la literatura?quiere decir «la rosa originaria consiste en un nombre sólo nos quedan meros nombres».Este lector descubrirá así el carácter «neonominalista», posmoderno, de la novela. En sus notas de agnosticismo, relativismo y desinterés por el concepto de verdadencontrará marcas inequívocas de la mentalidad dominante y un reflejo sugerente del debate religioso de nuestro tiempo.Cabe también el lector equívoco de la intentioequívoca, que zigzagueará de un sentido a otro según laocasión, el momento subjetivo o el pasaje en que se encuentre.Ciertamente, las ambigüedades señaladas inclinanmuchas veces a una conclusión desconstructiva, al todovale como interpretación. Pero yo no lo veo así. El hechode que, en ocasiones, la intentio auctorisdescubierta nose pueda identificar con la intención consciente del autordel texto (e incluso de ningún otro autor) no quiere decirque falta el sujeto del texto, sino que el texto condensa yarmoniza los descubrimientos de muchos seres humanosa los que el que firma la obra, queriendo, sin querer e incluso a su pesar, sirve de portavoz. La lectura debe anclarse en la intentio auctoris. Precisamente porque, desdeel punto de vista comunicativo, el autor no es sin más unindividuo de carne y hueso que habla y escribe y al que sele «entiende todo»; forma parte de una lectura lograda laadecuada identificación del autor que se manifiesta y seoculta al hilo de la dialéctica textolector y que aparece,especialmente en el texto escrito, y más especialmente enel texto que llamamos literario, como una esfinge.nueva revista· 13257miguel ángel garrido gallardoEL LECTORComo puso de relieve Jauss, cabeza de la escuela de Estética de la Recepción,que tanto ha influido en la teoría literaria a partir de la década de 1970, el lector es unainstancia fundamental en el proceso de interpretación. Yeso es ya obvio. Puede ocurrir, desde luego, que un mismo lector de carne y hueso realice distintas lecturas deun mismo texto en distintos momentos. Conviene también advertir que el lector de carne y hueso puede no serel mismo que el autor ha previsto e incluso la industriaeditorial y la sociedad en general presupone. La sociología de la distribución del libro proporciona interesantessorpresas.Antes de 1960 se vendían en los quioscos de prensa detoda España unos cuentos populares presuntamente destinados a niñas. Las «funciones» de los personajes eran sistemáticas y constantes: una pobre leñadora (lavandera, sirvienta, etc.) se encontraba una rana (pajarillo, ardilla, etc.)herida. Movida a compasión, la curaba. En ese instante,con la ayuda de una hada madrina, el animalito seconvertía en un príncipe que la tomaba por esposa. Hasta aquíla sustancia temática. La sorpresa viene cuando se comprueba que los cuentos en cuestión no eran leídos sobretodo y principalmente (aunque también) por esas niñas deocho a diez años, sino por sus hermanas de veinte, treinta,cuarenta (?) años, aunque fueran las niñas las que materialmente los adquirían, porque a ellas les daba vergüenzaXXanteque las vieran comprarlos. En la España del siglo rior al desarrollismoestas mujeres tenían el matrimoniocomo única posibilidad de ascenso social y el deus ex manueva revista· 13258¿cómo interpretar la literatura?chinadel hada madrina servía para alimentar sus ensueños. No hay, a primera vista, un lector previsto que valga:hay un texto que se encuentra inopinadamente con unalectora (digo bien lectora). Sólo después de descubiertaesta lectora empírica se puede señalar que era otra la lectora implícita en el texto, a despecho de la lectora prevista en un principio por el autor.Además, el texto literario, entregado por el autor paraque sea acogido por el lector en cualquier lugar, espacio ysituación, produce lo que en otra comunicación serían intersticios vacíos, los cuales se convierten en ésta en pistade despegue de múltiples sugerencias lectoras. Es precisamente la falta de vinculación pedestre entre mensaje ycódigo la que proporciona la ambigüedad literaria, unaamplia tasa de informaciónque sitúa la alta literatura enun extremo del continuum que termina, por el otro,en textos como la receta médica, el horario de trenes o la factura comercial, perfectamente contextualizados, inequívocos,pero informativamente triviales. De todos modos, la lectura de todo texto se ancla en determinadas bisagras queunen texto y realidad y descartan los trasfondos sin pertinencia temática.Claro que la impericia del lector o susprejuicios pueden alterar el acto hasta el extremo de quelleguemos a hablar más de una utilizacióndel texto, que deuna interpretación del texto. «El texto como pretexto» hasido siempre un peligro ya enunciado por los manualesescolares desde tiempo inmemorial.No cabe duda de que el lector está dentro y fuera dellenguaje. Está fuera y puede entablar una relación con él,una actividad de desciframiento. Está dentro y no puedenueva revista· 13259miguel ángel garrido gallardoprescindir del hecho de que, al interpretar cualquier cosa,se está interpretando a sí mismo: valores, presuposiciones,compromisos. El lector de carne y hueso no tiene necesariamente que reconocerse en el autor implícito o implicado en el discurso, pero tiene que procurar detectar un posible lector previsto como modelo, propiciado en el texto,y adecuar a él su lectura. Si no, la lectura propiamentedicha, la interpretación será un fracaso, un imposible.EL TEXTONaturalmente, como nos recuerda la tradición, hay otrosposibles sentidos, además del literal: el alegórico, el tropológico o el anagógico. A esos sentidos me refería cuando invocaba la figura de un lector que se había convertidoen autor para otros en la serie de lecturas. Esa es la situación que ilustra la lectura del Cantar de los Cantaresquehemos evocado antes. Ahí está el punto límite para descreer de toda lectura, para afirmar la desconstrucción queviene a considerar que no hay genuinos autores, ni genuinas obras: no hay más, según dice Culler, que el voyeuroel intruso que ni el autor ni el libro han sido capaces deprever. ¿Podrá una semiótica de la lectura prescindir deltexto? Este colmo de la contradictio in terminises monedacorriente en nuestros medios académicos. Será, pues,preciso abordar también este extremo.Como dice Harald Weinrich, nos hemos de referir altexto completo, aquel que, gozando del común acuerdode la intentio auctorisy la intentio lectoris, está delimitadopor un principio y un final. Los relatos policiacos se caracterizan precisamente por defraudar la expectativa delnueva revista· 13260¿cómo interpretar la literatura?lector basada en textos parciales(al final no es lo que parece, el malo es otro). Se me ocurre ahora que películascomo El golpeo Nueve reinas, que todo el mundo ha visto, podrían ilustrar esta afirmación de manera evidente.Sin embargo, incluso teniendo en cuenta el texto completo, no se puede olvidar las múltiples operaciones delectura que caben sobre la literalidad de un mismo texto,según ha puesto de relieve estatradición de la hermenéutica bíblica de los cuatro sentidos que acabamos de invocar. Llevando esto a un extremo, encontramos la afirmación de la actual escuela americana acerca de que todalectura es necesariamente una «mala lectura» (misreading), lo que da la razón al programa del pragmatismo deRichard Rorty que incita a leer como si no existieran másque textos sin anclaje, sin ocuparse de la intención delautor o entendiendo el resultado de la lectura necesariamente como una mala interpretación. El texto nos aparece como productor de cada lectura (interpretación retóricaesta que camina infinitamente de figura en figura), comopista de despegue de infinitos sentidos, y nada más.En el conocido libro ¿Hay un texto en clase?de S. Fischse afirma que la obra es producto del lector, pero no enteramente producto del lector. Esta es, a mi juicio, la postura sensata. En los textos de ficción, como dice K. Stierle,el hecho de que su ficcionalidad engrane con la ficcionalidad del texto enterosupone ya un cierto límite. Es verdad que el texto literario es esa machina pigrade la quehabla Umberto Eco. Como «máquina», contiene en sí loselementos que autorizan su lectura, como «perezosa», necesita de la activa cooperación del lector. Pero, insisto, nonueva revista· 13261miguel ángel garrido gallardohay motivo suficiente para pensar que no se trata de una«máquina» y sí de una simple «pista de despegue».¿Que toda lectura es una «mala interpretación»? Sidespués de leer elQuijotey La Regentacomento que heleído una obra que expone el conflicto entre una «interioridad hiperconsciente y una exterioridad inconsciente»,además de que se me pueda decir que, en todo caso, setrata de una mala lectura, probablemente se me podrápreguntar también a cuál de las dos obras me refiero. Siafirmo, en cambio, que lo que he leído es la historia deuna mujer aherrojada por los prejuicios sociales de su época, se me podrá seguir arguyendo que se trata de una malalectura, pero ahora será «mala lectura» de La Regenta,pero no del Quijote. Nadie en su sano juicio podría afirmar que se trata de una lectura desconstructiva del personaje Dulcinea del Toboso. No todo texto soporta cualquier lectura en un proceso de apertura sin fin.La interpretación literaria es posible porque la intentiooperissoporta posibles intentiones auctorisy posibles intentiones lectoris, pero impide otras: la obra es el lugardonde se decide la buena o mala lectura. Entoda lectura,hay elementos que apoyan determinadas certezas y otrosque sugieren una cierta incertidumbre. La lectura tradicional ha tendido a reducir la ilegibilidad al mínimo y asubrayar lo fundamentado de sus lecturas. Las lecturasemprendidas a partir de la estética de la recepción tienden a potenciar la apertura que suministran los puntosdébiles hasta llegar a la negación de cualquier lectura canónica. El repaso de las ingenuidades que encierra la crítica tradicional descarta su aceptación sin más, pero lanueva revista· 13262¿cómo interpretar la literatura?acumulación de sospechas acerca de ella no consigue, ami juicio, anular la consistencia de los puntos de anclaje.Hay que afrontar en todo texto la dialéctica entre legibilidad e ilegibilidad sin pretender llegar al extremo de afirmar la posibilidad de una lectura enteramente ajena a laintentio operis.nueva revista· 13263