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Trompe l'oeil
José Guillermo García Valdecasas
Reseña literaria de "Trampantojos" de Marqués de Tamarón.
File: Trompe l'oleil.pdf
Archivos
Número
Referencia
José Guillermo García Valdecasas, “Trompe l'oeil,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2564.
Dublin Core
Title
Trompe l'oeil
Subject
Libros
Description
Reseña literaria de "Trampantojos" de Marqués de Tamarón.
Creator
José Guillermo García Valdecasas
Source
Nueva Revista 005 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
TROMPE L'OEIL
Título: «Trampantojos».
Autor: Marqués de Tamarón.
Editorial: Mondadori. Madrid,
1990. 142 páginas.
Precio: 1.100 pesetas.
Un genocidio, un estrago,
un crimen y una desilusión
sentimental. Puestos a
emplearse en cuatro asuntos de
magnitud tan diferente, los
pintores pensarían en otras
tantas técnicas y escalas: el
fresco, el óleo, el aguafuerte y
la acuarela. No así el marqués
de Tamarón. Lejos de murales
y miniaturas, hace de ellos
cuatro cuadros de tamaño medio,
tan pulcros y firmes de
trazo que engañan a la vista:
justamente, cuatro trampantojos.
Planos cortos del mundo
y de sus ilusiones ópticas, bodegones
con truco, detalles de
la vida desmentidos, cual plena
vanidad de vanidades, en el
espejo fúnebre de la naturaleza
muerta. No como el retrato
ecuestre de Alejandro por
Apeles, que hacía relinchar a
los caballos imperiales, sino
como las uvas pintadas por su
maestro que picaban los pájaros.
Los cuatro relatos de este libro
encubren un juego especular.
Cuentan historias que
traen engañados a sus personajes,
cuanto más al lector. Y
acaban en el punto en que se
desvanece el espejismo. El arte
del trompe-roeil sólo se
aprecia cuando nos desengaña,
cuando advertimos que nos
dio liebre por gato. Quizá por
eso leo al marqués de Tamarón
con inevitable inquietud. Voy
por sus páginas como si recorriera
un claustro a solas y de
cuando en vez notara un aliento
caliente en el cogote. Sé que
me acecha un susto en algún sitio.
Aunque el autor sonría
irónico, no hay que fiarse de
él ni un pelo. Y no digamos ya
si parece abatirle las comisuras
de los labios una emoción más
tierna: entonces es seguro que
se esconde con una máscara
cruel a la vuelta de la esquina.
En fin, que a fuerza de sobresaltos
los dedos se me vuelven
huéspedes, y en el último
cuento me quedo sin saber si
el autor se burla o se compadece
de la protagonista, libresca
criatura estomagante cuya
boca regüelda flatos de un Giraudoux
no digerido. Hasta
que se la tapa el cheli nacional,
rudo y soez, pero más sano.
En cambio el primero no tiene
nada de ambiguo. Muere
Occidente como su nombre indica,
y una escuadra de españoles
encabezada por el Rey se
dispone al último combate. El
argumento, de infrecuente
grandeza, no nos angustia con
el riesgo de sus vidas sino con
el de la Historia, o más bien
Metahistoria: ya que ha de
acabarse, importa que concluya
con decoro. Cerrando el
círculo con la vuelta al origen,
cual Gesta Dei per francos.
Aunque sea un anillo de
humo.
El brulote es un cuento de
amor y violencia. Pese al trasfondo
de ecos paranormales,
tiene una sorpresa tan bien
construida, que me callo por
no destriparla.
Tampoco quiero estropearle
al prójimo el enigma de
Urraca con algún comentario
inoportuno. Para mi gusto, es
el mejor cuento que he leído en
muchos años. Aquí las personas
y las cosas brillan a la luz
cruda de la observación directa.
Me pregunto si el muy mordaz
marqués las habrá conocido,
y alguien va a ofenderse.
Porque parece pintura del natural,
tan verosímil que se sale
del cuadro.
Pero no, que lo llama trampantojo:
será puro artificio. Al
fin piqué, y más van a picar las
damas que se piquen. Trampantojo
al revés, antojo de la
trampa si remedan la escena de
las aves con los frutos pintados.
Ellas serán la copia; lo
original, la urraca y las cornejas,
casi siempre siniestras, del
marqués de Tamarón.
José Guillermo García Valdecasas es
Rector del Real Colegio de España en
Bolonia.
Título: «Trampantojos».
Autor: Marqués de Tamarón.
Editorial: Mondadori. Madrid,
1990. 142 páginas.
Precio: 1.100 pesetas.
Un genocidio, un estrago,
un crimen y una desilusión
sentimental. Puestos a
emplearse en cuatro asuntos de
magnitud tan diferente, los
pintores pensarían en otras
tantas técnicas y escalas: el
fresco, el óleo, el aguafuerte y
la acuarela. No así el marqués
de Tamarón. Lejos de murales
y miniaturas, hace de ellos
cuatro cuadros de tamaño medio,
tan pulcros y firmes de
trazo que engañan a la vista:
justamente, cuatro trampantojos.
Planos cortos del mundo
y de sus ilusiones ópticas, bodegones
con truco, detalles de
la vida desmentidos, cual plena
vanidad de vanidades, en el
espejo fúnebre de la naturaleza
muerta. No como el retrato
ecuestre de Alejandro por
Apeles, que hacía relinchar a
los caballos imperiales, sino
como las uvas pintadas por su
maestro que picaban los pájaros.
Los cuatro relatos de este libro
encubren un juego especular.
Cuentan historias que
traen engañados a sus personajes,
cuanto más al lector. Y
acaban en el punto en que se
desvanece el espejismo. El arte
del trompe-roeil sólo se
aprecia cuando nos desengaña,
cuando advertimos que nos
dio liebre por gato. Quizá por
eso leo al marqués de Tamarón
con inevitable inquietud. Voy
por sus páginas como si recorriera
un claustro a solas y de
cuando en vez notara un aliento
caliente en el cogote. Sé que
me acecha un susto en algún sitio.
Aunque el autor sonría
irónico, no hay que fiarse de
él ni un pelo. Y no digamos ya
si parece abatirle las comisuras
de los labios una emoción más
tierna: entonces es seguro que
se esconde con una máscara
cruel a la vuelta de la esquina.
En fin, que a fuerza de sobresaltos
los dedos se me vuelven
huéspedes, y en el último
cuento me quedo sin saber si
el autor se burla o se compadece
de la protagonista, libresca
criatura estomagante cuya
boca regüelda flatos de un Giraudoux
no digerido. Hasta
que se la tapa el cheli nacional,
rudo y soez, pero más sano.
En cambio el primero no tiene
nada de ambiguo. Muere
Occidente como su nombre indica,
y una escuadra de españoles
encabezada por el Rey se
dispone al último combate. El
argumento, de infrecuente
grandeza, no nos angustia con
el riesgo de sus vidas sino con
el de la Historia, o más bien
Metahistoria: ya que ha de
acabarse, importa que concluya
con decoro. Cerrando el
círculo con la vuelta al origen,
cual Gesta Dei per francos.
Aunque sea un anillo de
humo.
El brulote es un cuento de
amor y violencia. Pese al trasfondo
de ecos paranormales,
tiene una sorpresa tan bien
construida, que me callo por
no destriparla.
Tampoco quiero estropearle
al prójimo el enigma de
Urraca con algún comentario
inoportuno. Para mi gusto, es
el mejor cuento que he leído en
muchos años. Aquí las personas
y las cosas brillan a la luz
cruda de la observación directa.
Me pregunto si el muy mordaz
marqués las habrá conocido,
y alguien va a ofenderse.
Porque parece pintura del natural,
tan verosímil que se sale
del cuadro.
Pero no, que lo llama trampantojo:
será puro artificio. Al
fin piqué, y más van a picar las
damas que se piquen. Trampantojo
al revés, antojo de la
trampa si remedan la escena de
las aves con los frutos pintados.
Ellas serán la copia; lo
original, la urraca y las cornejas,
casi siempre siniestras, del
marqués de Tamarón.
José Guillermo García Valdecasas es
Rector del Real Colegio de España en
Bolonia.