Nueva Revista 007 > Una Europa no prevista, la de los inmigrantes
Una Europa no prevista, la de los inmigrantes
Ignacio Aréchaga
La exigencia de una política común para enfrentar el problema de la inmigración en la Comunidad Europea. Parece destinado a intensificarse en el futuro, si se tiene en cuenta la brecha demográfica del Mediterráneo.
File: Una Europa no prvista, la de los inmigrantes- Elecciones en el País Vasco.pdf
Número
Referencia
Ignacio Aréchaga, “Una Europa no prevista, la de los inmigrantes,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2511.
Dublin Core
Title
Una Europa no prevista, la de los inmigrantes
Subject
Panorama
Description
La exigencia de una política común para enfrentar el problema de la inmigración en la Comunidad Europea. Parece destinado a intensificarse en el futuro, si se tiene en cuenta la brecha demográfica del Mediterráneo.
Creator
Ignacio Aréchaga
Source
Nueva Revista 007 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
Una Europa
no prevista:
la de los inmigrantes
Por Ignacio Aréchaga
En 1993 la Comunidad
Europea va a tirar los tabiques
interiores de la casa
común de los Doce. Pero
siente ya la necesidad de poner
puertas de seguridad en las fronteras
exteriores, donde un número
cada vez mayor de inmigrantes
pugna por entrar. La CEE
no tenia previsto armonizar las
políticas de los distintos países
en este sector. Pero lodos empiezan
a comprender que la inmigración
planteará uno de los
problemas sociales más importantes
de este fin de siglo, lo cual
exigirá una política común. De
hecho, el Consejo de Ministros
de la CEE dedicará su reunión
del próximo octubre a este asunto.
Pero, ¿tiene motivos Europa
para sentirse como «fortaleza
asediada»? En los paises de ia
CEE, residen legalmente unos
13 millones de extranjeros, de
ellos unos ocho millones de extracomunitarios.
Procedentes
sobre todo de Africa y Asia.
Respecto a los 325 millones de
habitantes de la CEE. Los inmigrantes
representan en torno al
4 por 100 de la población total,
con máximos del 8,6 por 100 en
Bélgica y del 7,6 por 100 en Alemania
Federal.
En números absolutos, sería
exagerado decir que se ha sobrepasado
un «umbral de tolerancia
». Si el fenómeno preocupa a
los gobiernos, es porque se ha
convertido en un flujo incontrolado
y en gran parte clandestino.
Además, mientras antes la
inmigración era ¡ntraeuropea,
ahora son mayoría los inmigrantes
del Tercer Mundo, sobre todo
de países islámicos, cuya integración
plantea muchos más
problemas. No en vano la defensa
de la identidad étnico cultural
es uno de los valores fuertes
de nuestra época, y origen de los
conflictos más persistentes y menos
negociables. De este modo,
la creciente sensibilidad social
hacia la inmigración, ha convertido
este asunto en un tema electoral,
explotado con éxito en
Francia por el Frente Nacional
de Jean-Marie Le Pen (11 por
100 de los votos).
La brecha demográfica
del Mediterráneo
El fenómeno de la inmigración
parece destinado a intensificarse
en el futuro, si se tiene en
cuenta la brecha demográfica
del Mediterráneo. Baste un dato:
mientras Irlanda es el único
país de la CEE donde el número
de nacidos por mujer (2,4)
asegura el relevo de generaciones,
una mujer turca tiene una
media de 4,6 hijos, índice que en
los países del norte de Africa está
en torno a los seis. Además
ha surgido la incógnita del Este.
La reconversión económica
de los países ex-comunistas, va
a exigir medidas de austeridad,
con un aumento inicial del paro.
Y es previsible que un contingente
de ciudadanos del Este,
opte por unirse a la caravana hacia
el Oeste, antes que aguardar
los frutos de la reforma en su
patria.
La espita de la inmigración legal,
ha estado casi cerrada desde
la crisis económica de mediados
de los años setenta. Pero el
flujo ha continuado. Y como en
los últimos años el paro de los
inmigrantes ha comenzado a
descender en Europa, la voz se
ha corrido pronto más allá de
las fronteras. Ahora, el grueso
de los inmigrantes son familiares
que vienen a reunirse con el
ya instalado; inmigrantes clandestinos,
que alimentan el tráfico
de mano de obra; y los que
se presentan como refugiados
políticos, si bien en la mayor
parte de los casos sólo huyen de
la tiranía de la pobreza. De hecho,
los «Doce», acaban de
adoptar un acuerdo que establece
nuevas reglas comunes para
tratar de frenar estas peticiones
de asilo; 216.000 en 1989, un 20
por 100 más que el año anterior.
Aunque la asimilación de los
trabajadores extranjeros plantee
problemas, la realidad es que
Europa los necesita. En Francia
constituyen el 6,5 por 100 de la
población activa, y son una
fuerza indispensable en sectores
como obras públicas o automóvil.
Tampoco la economía alemana
ha podido prescindir de
los «trabajadores huéspedes» (8
por 100 de los activos), la tercera
parte turcos. Además, no se
puede decir que los inmigrantes
«roben» trabajo a nadie, ya que
normalmente hacen tareas poco
cualificadas para tas que escasea
la mano de obra nacional.
Modelos
de integración
La Europa envejecida va a necesitar
aún más en el futuro esta
aportación de juventud. Desde
198S al año 2000, en la CEE
la población en edad de trabajar
habrá tenido un leve aumento
de cuatro millones; después
será el crecimiento cero, a causa
del fuerte descenso de natalidad
de las dos últimas décadas.
En cambio, en el conjunto de
Turquía y norte de Africa la población
de esa edad crecerá en 44
millones. En virtud de estos datos,
cabe pensar que la presión
mígratoria hacia los países europeos
será fortísima en las próximas
décadas.
¿Cómo canalizar este flujo?
Las políticas que se van imponiendo
en los países de la CEE,
concuerdan en luchar contra los
inmigrantes clandestinos, a través
de un mayor control en las
fronteras y de sanciones más duras
contra quienes los emplean
(y a veces explotan). Italia, que
ostenta el poco envidiable récord
europeo de inmigración
clandestina, acaba de ofrecer
una amnistía, con la que se han
puesto en regla más de 220.000
extranjeros. La alternativa es la
expulsión del país. Al mismo
tiempo, se va abriendo paso la
idea de establecer —como en
Norteamérica— un sistema de
cuotas en la admisión de trabajadores
extranjeros, de acuerdo
con las necesidades del mercado
laboral y las posibilidades de
acogida.
Pero la experiencia enseña
que ningún país democrático
puede esperar resolver el problema
de la inmigración sólo mediante
rígidos controles en la
frontera. La cuestión decisiva es
cómo lograr la integración de los
que ya están dentro y de los que
inevitablemente llegarán. Europa
debe decidir si está dispuesta
a evolucionar hacia una sociedad
multiétnica o si pretende
considerar a los inmigrantes como
trabajadores de paso. ¿Es
posible su asimilación dentro de
los valores de la identidad europea?
¿Desean ellos integrarse
por completo? ¿Hay que verlos
como trabajadores o como futuros
europeos?
Ninguno de los modelos de
asimilación de los inmigrantes
seguidos hasta ahora en Europa
ha resultado plenamente satisfactorio.
El modelo francés, que
ha apostado por la carta de la
integración, está revelando sus
limitaciones. Los chispazos de
episodios de intolerancia en las
zonas con mayor concentración
de inmigrantes, la reciente polémica
nacional sobre el uso del
velo islámico en la escuela, o el
hecho de que la construcción de
mezquitas se convierta a veces
en tema de debate electoral, indican
un difuso temor a que la
identidad nacional resulte amenazada
por una población inmigrante
que prefiere conservar
sus costumbres.
A su vez, el modelo alemán,
que ha tendido a ver a los inmigrantes
como «trabajadores
huéspedes» temporales, no ha
favorecido la convivencia con
las comunidades de millones de
«Gastarbeiter». Ahora, con el
relanzamiento de la identidad
alemana, se da prioridad a los
inmigrantes de origen germánico
de los países del Este. Al mismo
tiempo, el Gobierno intenta
facilitar la integración de los inmigrantes
instalados desde hace
tiempo en el país (simplificando
los requisitos para adquirir la
nacionalidad) y prohibir la estancia
prolongada de asalariados
extracomunitarios.
Pero una cosa es adquirir la
nacionalidad y otra cambiar de
cultura y de mentalidad. Sin duda,
Europa tendrá que acostumbrarse
a respetar las diferencias.
Pero, a veces, el «derecho a la
diferencia» entra en colisión con
otros derechos. Así, en un debate
parlamentario en Francia, ya
alguno pedía una ley contra... la
poligamia.
Sería simplificador ver en esto
una cuestión de racismo «versus
» tolerancia. El racismo significa
creer en la inferioridad de
una raza. En cambio, la inmigración
plantea un conflicto entre
grupos que, aunque se reconozcan
idéntica dignidad, permanecen
profundamente divididos
por diferencias de mentalidad,
de costumbres, de valores.
Europa está empezando a descubrir
su propia «cuestión étnica».
Y está por ver si funcionará un
«melting pot» europeo, capaz de
asimilar razas y nacionalidades
diversas, o si serán los inmigrantes
quienes cambiarán lo que,
hasta ahora, ha sido la identidad
del Viejo Continente.
Ignacio Aréchaga es licenciado en
Ciencias Económicas y periodista. Corresponsal
en Roma de la agencia Aceprensa
no prevista:
la de los inmigrantes
Por Ignacio Aréchaga
En 1993 la Comunidad
Europea va a tirar los tabiques
interiores de la casa
común de los Doce. Pero
siente ya la necesidad de poner
puertas de seguridad en las fronteras
exteriores, donde un número
cada vez mayor de inmigrantes
pugna por entrar. La CEE
no tenia previsto armonizar las
políticas de los distintos países
en este sector. Pero lodos empiezan
a comprender que la inmigración
planteará uno de los
problemas sociales más importantes
de este fin de siglo, lo cual
exigirá una política común. De
hecho, el Consejo de Ministros
de la CEE dedicará su reunión
del próximo octubre a este asunto.
Pero, ¿tiene motivos Europa
para sentirse como «fortaleza
asediada»? En los paises de ia
CEE, residen legalmente unos
13 millones de extranjeros, de
ellos unos ocho millones de extracomunitarios.
Procedentes
sobre todo de Africa y Asia.
Respecto a los 325 millones de
habitantes de la CEE. Los inmigrantes
representan en torno al
4 por 100 de la población total,
con máximos del 8,6 por 100 en
Bélgica y del 7,6 por 100 en Alemania
Federal.
En números absolutos, sería
exagerado decir que se ha sobrepasado
un «umbral de tolerancia
». Si el fenómeno preocupa a
los gobiernos, es porque se ha
convertido en un flujo incontrolado
y en gran parte clandestino.
Además, mientras antes la
inmigración era ¡ntraeuropea,
ahora son mayoría los inmigrantes
del Tercer Mundo, sobre todo
de países islámicos, cuya integración
plantea muchos más
problemas. No en vano la defensa
de la identidad étnico cultural
es uno de los valores fuertes
de nuestra época, y origen de los
conflictos más persistentes y menos
negociables. De este modo,
la creciente sensibilidad social
hacia la inmigración, ha convertido
este asunto en un tema electoral,
explotado con éxito en
Francia por el Frente Nacional
de Jean-Marie Le Pen (11 por
100 de los votos).
La brecha demográfica
del Mediterráneo
El fenómeno de la inmigración
parece destinado a intensificarse
en el futuro, si se tiene en
cuenta la brecha demográfica
del Mediterráneo. Baste un dato:
mientras Irlanda es el único
país de la CEE donde el número
de nacidos por mujer (2,4)
asegura el relevo de generaciones,
una mujer turca tiene una
media de 4,6 hijos, índice que en
los países del norte de Africa está
en torno a los seis. Además
ha surgido la incógnita del Este.
La reconversión económica
de los países ex-comunistas, va
a exigir medidas de austeridad,
con un aumento inicial del paro.
Y es previsible que un contingente
de ciudadanos del Este,
opte por unirse a la caravana hacia
el Oeste, antes que aguardar
los frutos de la reforma en su
patria.
La espita de la inmigración legal,
ha estado casi cerrada desde
la crisis económica de mediados
de los años setenta. Pero el
flujo ha continuado. Y como en
los últimos años el paro de los
inmigrantes ha comenzado a
descender en Europa, la voz se
ha corrido pronto más allá de
las fronteras. Ahora, el grueso
de los inmigrantes son familiares
que vienen a reunirse con el
ya instalado; inmigrantes clandestinos,
que alimentan el tráfico
de mano de obra; y los que
se presentan como refugiados
políticos, si bien en la mayor
parte de los casos sólo huyen de
la tiranía de la pobreza. De hecho,
los «Doce», acaban de
adoptar un acuerdo que establece
nuevas reglas comunes para
tratar de frenar estas peticiones
de asilo; 216.000 en 1989, un 20
por 100 más que el año anterior.
Aunque la asimilación de los
trabajadores extranjeros plantee
problemas, la realidad es que
Europa los necesita. En Francia
constituyen el 6,5 por 100 de la
población activa, y son una
fuerza indispensable en sectores
como obras públicas o automóvil.
Tampoco la economía alemana
ha podido prescindir de
los «trabajadores huéspedes» (8
por 100 de los activos), la tercera
parte turcos. Además, no se
puede decir que los inmigrantes
«roben» trabajo a nadie, ya que
normalmente hacen tareas poco
cualificadas para tas que escasea
la mano de obra nacional.
Modelos
de integración
La Europa envejecida va a necesitar
aún más en el futuro esta
aportación de juventud. Desde
198S al año 2000, en la CEE
la población en edad de trabajar
habrá tenido un leve aumento
de cuatro millones; después
será el crecimiento cero, a causa
del fuerte descenso de natalidad
de las dos últimas décadas.
En cambio, en el conjunto de
Turquía y norte de Africa la población
de esa edad crecerá en 44
millones. En virtud de estos datos,
cabe pensar que la presión
mígratoria hacia los países europeos
será fortísima en las próximas
décadas.
¿Cómo canalizar este flujo?
Las políticas que se van imponiendo
en los países de la CEE,
concuerdan en luchar contra los
inmigrantes clandestinos, a través
de un mayor control en las
fronteras y de sanciones más duras
contra quienes los emplean
(y a veces explotan). Italia, que
ostenta el poco envidiable récord
europeo de inmigración
clandestina, acaba de ofrecer
una amnistía, con la que se han
puesto en regla más de 220.000
extranjeros. La alternativa es la
expulsión del país. Al mismo
tiempo, se va abriendo paso la
idea de establecer —como en
Norteamérica— un sistema de
cuotas en la admisión de trabajadores
extranjeros, de acuerdo
con las necesidades del mercado
laboral y las posibilidades de
acogida.
Pero la experiencia enseña
que ningún país democrático
puede esperar resolver el problema
de la inmigración sólo mediante
rígidos controles en la
frontera. La cuestión decisiva es
cómo lograr la integración de los
que ya están dentro y de los que
inevitablemente llegarán. Europa
debe decidir si está dispuesta
a evolucionar hacia una sociedad
multiétnica o si pretende
considerar a los inmigrantes como
trabajadores de paso. ¿Es
posible su asimilación dentro de
los valores de la identidad europea?
¿Desean ellos integrarse
por completo? ¿Hay que verlos
como trabajadores o como futuros
europeos?
Ninguno de los modelos de
asimilación de los inmigrantes
seguidos hasta ahora en Europa
ha resultado plenamente satisfactorio.
El modelo francés, que
ha apostado por la carta de la
integración, está revelando sus
limitaciones. Los chispazos de
episodios de intolerancia en las
zonas con mayor concentración
de inmigrantes, la reciente polémica
nacional sobre el uso del
velo islámico en la escuela, o el
hecho de que la construcción de
mezquitas se convierta a veces
en tema de debate electoral, indican
un difuso temor a que la
identidad nacional resulte amenazada
por una población inmigrante
que prefiere conservar
sus costumbres.
A su vez, el modelo alemán,
que ha tendido a ver a los inmigrantes
como «trabajadores
huéspedes» temporales, no ha
favorecido la convivencia con
las comunidades de millones de
«Gastarbeiter». Ahora, con el
relanzamiento de la identidad
alemana, se da prioridad a los
inmigrantes de origen germánico
de los países del Este. Al mismo
tiempo, el Gobierno intenta
facilitar la integración de los inmigrantes
instalados desde hace
tiempo en el país (simplificando
los requisitos para adquirir la
nacionalidad) y prohibir la estancia
prolongada de asalariados
extracomunitarios.
Pero una cosa es adquirir la
nacionalidad y otra cambiar de
cultura y de mentalidad. Sin duda,
Europa tendrá que acostumbrarse
a respetar las diferencias.
Pero, a veces, el «derecho a la
diferencia» entra en colisión con
otros derechos. Así, en un debate
parlamentario en Francia, ya
alguno pedía una ley contra... la
poligamia.
Sería simplificador ver en esto
una cuestión de racismo «versus
» tolerancia. El racismo significa
creer en la inferioridad de
una raza. En cambio, la inmigración
plantea un conflicto entre
grupos que, aunque se reconozcan
idéntica dignidad, permanecen
profundamente divididos
por diferencias de mentalidad,
de costumbres, de valores.
Europa está empezando a descubrir
su propia «cuestión étnica».
Y está por ver si funcionará un
«melting pot» europeo, capaz de
asimilar razas y nacionalidades
diversas, o si serán los inmigrantes
quienes cambiarán lo que,
hasta ahora, ha sido la identidad
del Viejo Continente.
Ignacio Aréchaga es licenciado en
Ciencias Económicas y periodista. Corresponsal
en Roma de la agencia Aceprensa