Nueva Revista 007 > Doscientos años después
Doscientos años después
Eugenio Domingo
Sobre los principios establecidos por Adam Smith: la riqueza de las naciones que no depende de la cantidad de recursos o riquezas naturales que un país posea. La clave está en la capacidad de organización socioeconómica de cada Estado.
File: Adan Smith Doscientos años despues.pdf
Número
Referencia
Eugenio Domingo, “Doscientos años después,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2509.
Dublin Core
Title
Doscientos años después
Subject
Panorama
Description
Sobre los principios establecidos por Adam Smith: la riqueza de las naciones que no depende de la cantidad de recursos o riquezas naturales que un país posea. La clave está en la capacidad de organización socioeconómica de cada Estado.
Creator
Eugenio Domingo
Source
Nueva Revista 007 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
ADAM SMITH
Doscientos años después
Por Eugenio Domingo
En el mes de julio del presente
año se ha cumplido
el bicentenario de la
muerte de Adam Smith, el filósofo
escocés autor de La teoría
de los sentimientos morales
(1759) y de La riqueza de las naciones
(1776). Este último libro,
sin ser realmente original, recoge
un conjunto de ideas sobre e!
«orden económico» expresadas
con tal acierto que ha llegado a
ser considerado como el punto
de arranque de la ciencia económica.
Aunque las ideas vertidas
en La riqueza de las naciones ya
se encuentran en obras de Cantillon,
Quesnay, Hume (íntimo
amigo de Smith), Locke y otros
autores, el indudable mérito de
Smith es ofrecer una visión de
conjunto, un ensamblaje, que
acierta a combinar los ingredientes
aportados por otros pensadores
hasta alcanzar un todo
que posee un valor añadido superior
al de cada una de las partes
que lo integran.
Si hubiera que destacar el valor
más positivo en Adam
Smith, éste sería, en mi opinión,
su capacidad para ver más allá
de lo que hay detrás de lo inmediatamente
aparente. Lo aparente,
en la Inglaterra y Escocia
de la segunda mitad del siglo
XVIII, era el caos, dadas las
condiciones de trabajo que existían
en aquella época. Y, sin embargo,
detrás de las terribles escenas
que nos han descrito escritores
como Dickens, el profesor
escocés tuvo la visión suficiente
para captar un orden, fruto de
una «mano invisible» que orientaba
las egoístas acciones individuales
hacia un orden social
que el tiempo ha demostrado
que es el peor de los posibles, si
exceptuamos a todos los demás.
Recuerdo un libro del economista
Henry Hazlitt que se llama,
al menos en su versión en
castellano publicada hace ya
anos por la Fundación Ignacio
Villalonga, La Economía en una
sola lección. Y esa única lección
magistral es la de que los hechos
socioeconómicos deben valorarse
más allá de sus manifestaciones
o efectos inmediatos, tratando
de discernir las consecuencias
últimas de cualquier situación o
medida. Esa lección aplicada,
por ejemplo, al campo de los
impuestos es la que explica que
no siempre una elevación de los
tributos dé como resultado un
incremento de recaudación o
que una disminución de los mismos
se traduzca en pérdidas de
ingresos.
Del mensaje de Adam Smith
se derivan dos enseñanzas fundamentales.
En primer lugar, la
de que la riqueza de las naciones
no depende de la cantidad de
recursos o riquezas naturales
que un país posea. Ni mucho
menos de su oro, como en el
pensamiento mercantilista. La
clave de la riqueza de las naciones
está en la capacidad de organización
socioeconómica de
cada Estado. Prospera aquella
nación capaz de darse a sí misma
unas reglas de juego económico
que conduzcan al uso más
eficiente de los recursos y a una
distribución más adecuada de
los mismos, sin perder de vista
—nos recordaría Smith— que
«ninguna sociedad puede vivir
floreciente y feliz si la parte que
es con mucho la más numerosa
de sus miembros vive pobre y
miserable».
En segundo lugar, el mensaje
de Adam Smith es claro en el
sentido de que la forma de organización
más adecuada para
fomentar la riqueza de las naciones
es la economía de mercado.
El binomio interés individual
más competencia, es la fórmula
básica del orden socioeconómico
más adecuado. «No esperamos
obtener nuestra comida de
la benevolencia del carnicero,
del cervecero o del panadero
—afirma la que posiblemente
sea la cita más conocida del economista
escocés—, sino del cuidado
que ellos tienen de su propio
interés. No recurrimos a su
humanidad, sino a su egoísmo,
y jamás tes hablamos de nuestras
necesidades, sino de las ventajas
que ellos sacarán.»
Me comentaba el profesor
Jürgen Donges, de la Universidad
de Colonia, quien está muy
encima del proceso de reunificación
de Alemania, que algunos
técnicos de la Alemania Oriental
le preguntaban acerca de cómo
resolver el problema de la
ubicación de las diferentes tiendas,
lo que prueba lo difícil que
puede resultar entender el mensaje
de Adam Smith para quien
no está habituado a la lógica de
la economía de mercado.
Ciertamente, el egoísmo individual
llevado a sus últimas consecuencias
puede producir resultados
indeseables. Se necesitan
contrapesos. El gran contrapeso
de nuestro sistema es la competencia,
que hace que las ganancias
tiendan a encontrar un
punto de equilibrio por acción
de la oferta y de ¡a demanda.
¿Basta con la competencia como
elemento compensador del
interés individual? Ciertamente,
no. «Más allá de la oferta y de
la demanda», para decirlo con
el titulo de la obra de Rópke,
hay unas normas éticas y legales
que deben cumplirse. Surge
la «mano visible» del Estado,
que, por cierto, en el Libro V de
«La riqueza de las naciones» es
más alargada de lo que la mayoría
de seguidores de Adam
Smith creen.
Este es, a mi modo de ver, el
gran problema económico a resolver:
el de lo que no resuelve
el mercado. Cuando el egoísmo
o el interés individual lleva, por
ejemplo, a unas cifras de defraudación
fiscal como las que existen
en España, el problema es
encontrar fórmulas inteligentes
—que no están, desde luego, en
la lógica de la competencia de
mercado— para evitar esta situación.
En la economía pública o economía
de no mercado es donde
se plantean los mayores desafíos
del orden socioeconómico actual.
La otra parcela, la de la
economía de mercado, aunque
generaciones enteras y naciones
subyugadas se hayan empeñado
en no aceptarlo, está definitivamente
resuelta desde hace doscientos
años.
Eugenio Domingo Solans es catedrático
d e Economía Aplicada de la Universidad
Autónoma de Madrid.
Doscientos años después
Por Eugenio Domingo
En el mes de julio del presente
año se ha cumplido
el bicentenario de la
muerte de Adam Smith, el filósofo
escocés autor de La teoría
de los sentimientos morales
(1759) y de La riqueza de las naciones
(1776). Este último libro,
sin ser realmente original, recoge
un conjunto de ideas sobre e!
«orden económico» expresadas
con tal acierto que ha llegado a
ser considerado como el punto
de arranque de la ciencia económica.
Aunque las ideas vertidas
en La riqueza de las naciones ya
se encuentran en obras de Cantillon,
Quesnay, Hume (íntimo
amigo de Smith), Locke y otros
autores, el indudable mérito de
Smith es ofrecer una visión de
conjunto, un ensamblaje, que
acierta a combinar los ingredientes
aportados por otros pensadores
hasta alcanzar un todo
que posee un valor añadido superior
al de cada una de las partes
que lo integran.
Si hubiera que destacar el valor
más positivo en Adam
Smith, éste sería, en mi opinión,
su capacidad para ver más allá
de lo que hay detrás de lo inmediatamente
aparente. Lo aparente,
en la Inglaterra y Escocia
de la segunda mitad del siglo
XVIII, era el caos, dadas las
condiciones de trabajo que existían
en aquella época. Y, sin embargo,
detrás de las terribles escenas
que nos han descrito escritores
como Dickens, el profesor
escocés tuvo la visión suficiente
para captar un orden, fruto de
una «mano invisible» que orientaba
las egoístas acciones individuales
hacia un orden social
que el tiempo ha demostrado
que es el peor de los posibles, si
exceptuamos a todos los demás.
Recuerdo un libro del economista
Henry Hazlitt que se llama,
al menos en su versión en
castellano publicada hace ya
anos por la Fundación Ignacio
Villalonga, La Economía en una
sola lección. Y esa única lección
magistral es la de que los hechos
socioeconómicos deben valorarse
más allá de sus manifestaciones
o efectos inmediatos, tratando
de discernir las consecuencias
últimas de cualquier situación o
medida. Esa lección aplicada,
por ejemplo, al campo de los
impuestos es la que explica que
no siempre una elevación de los
tributos dé como resultado un
incremento de recaudación o
que una disminución de los mismos
se traduzca en pérdidas de
ingresos.
Del mensaje de Adam Smith
se derivan dos enseñanzas fundamentales.
En primer lugar, la
de que la riqueza de las naciones
no depende de la cantidad de
recursos o riquezas naturales
que un país posea. Ni mucho
menos de su oro, como en el
pensamiento mercantilista. La
clave de la riqueza de las naciones
está en la capacidad de organización
socioeconómica de
cada Estado. Prospera aquella
nación capaz de darse a sí misma
unas reglas de juego económico
que conduzcan al uso más
eficiente de los recursos y a una
distribución más adecuada de
los mismos, sin perder de vista
—nos recordaría Smith— que
«ninguna sociedad puede vivir
floreciente y feliz si la parte que
es con mucho la más numerosa
de sus miembros vive pobre y
miserable».
En segundo lugar, el mensaje
de Adam Smith es claro en el
sentido de que la forma de organización
más adecuada para
fomentar la riqueza de las naciones
es la economía de mercado.
El binomio interés individual
más competencia, es la fórmula
básica del orden socioeconómico
más adecuado. «No esperamos
obtener nuestra comida de
la benevolencia del carnicero,
del cervecero o del panadero
—afirma la que posiblemente
sea la cita más conocida del economista
escocés—, sino del cuidado
que ellos tienen de su propio
interés. No recurrimos a su
humanidad, sino a su egoísmo,
y jamás tes hablamos de nuestras
necesidades, sino de las ventajas
que ellos sacarán.»
Me comentaba el profesor
Jürgen Donges, de la Universidad
de Colonia, quien está muy
encima del proceso de reunificación
de Alemania, que algunos
técnicos de la Alemania Oriental
le preguntaban acerca de cómo
resolver el problema de la
ubicación de las diferentes tiendas,
lo que prueba lo difícil que
puede resultar entender el mensaje
de Adam Smith para quien
no está habituado a la lógica de
la economía de mercado.
Ciertamente, el egoísmo individual
llevado a sus últimas consecuencias
puede producir resultados
indeseables. Se necesitan
contrapesos. El gran contrapeso
de nuestro sistema es la competencia,
que hace que las ganancias
tiendan a encontrar un
punto de equilibrio por acción
de la oferta y de ¡a demanda.
¿Basta con la competencia como
elemento compensador del
interés individual? Ciertamente,
no. «Más allá de la oferta y de
la demanda», para decirlo con
el titulo de la obra de Rópke,
hay unas normas éticas y legales
que deben cumplirse. Surge
la «mano visible» del Estado,
que, por cierto, en el Libro V de
«La riqueza de las naciones» es
más alargada de lo que la mayoría
de seguidores de Adam
Smith creen.
Este es, a mi modo de ver, el
gran problema económico a resolver:
el de lo que no resuelve
el mercado. Cuando el egoísmo
o el interés individual lleva, por
ejemplo, a unas cifras de defraudación
fiscal como las que existen
en España, el problema es
encontrar fórmulas inteligentes
—que no están, desde luego, en
la lógica de la competencia de
mercado— para evitar esta situación.
En la economía pública o economía
de no mercado es donde
se plantean los mayores desafíos
del orden socioeconómico actual.
La otra parcela, la de la
economía de mercado, aunque
generaciones enteras y naciones
subyugadas se hayan empeñado
en no aceptarlo, está definitivamente
resuelta desde hace doscientos
años.
Eugenio Domingo Solans es catedrático
d e Economía Aplicada de la Universidad
Autónoma de Madrid.