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La cultura europea

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“La cultura europea,” accessed May 11, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1971.

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La cultura europea

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Nueva Revista 127 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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LA CULTURA EUROPEAY LOS AVENTUREROSPablo Pérez LópezPROFESOR DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA.UNIVERSIDAD DE VALLADOLIDLA HISTORIA CULTURAL DE ALEMANIA CONTEMPORÁNEA NOSPONE ANTE LA PARADOJA DE UN ÉXITO SIN PRECEDENTES Y UNESTRIDENTE FRACASO QUE PLANTEA GRAVES PREGUNTASACERCA DE SU NATURALEZA. ESE FUE EL HUMUS DENSO YAMARGO EN QUE CRECIERON VIGOROSAS PLANTAS COMO STEFAN ZWEIG.Acomienzos del sigloXIXla mirada francesa de madamede Staël sobre el mundo alemán todavía se asombraba desu atraso, perfil rural y aires sumisos. Eran dóciles y sacrificados aldeanos sometidos a sus señores tradicionales. Amuchos señores: no se contaban menos de trescientos estados alemanes. Cuando la Francia revolucionaria les hizola guerra los derrotó una y otra vez, demostrando con hechos de armas la superioridad de su razón. Al menos, así seentendía y decía entonces. Y no se quedaron ahí: les reordenaron la política. Napoleón se encargó de que los estados alemanes fueran tres decenas y no tres centenares.nueva revista· 127147pablo pérez lópezAlgunos pensadores teutones llamaron a despertar¿cómo era posible tanta incapacidad en la tierra de Kant?El aldabonazo del Discurso a la nación alemanade Fichteresonó poderosamente en los espíritus germanos. ElXIXcontemplaría la competición por ordenar el espasiglocio del centro de Europa en torno a una gran Alemania liderada por Austria, o una pequeña Alemania promovida porPrusia. El modelo austriaco, multicultural, multinacional,multirracial, multilingüe... —¡tan arcaico!—, perdió la batalla. El nacionalismo prusiano fue más fuerte y más hábily moldeó el naciente patriotismo alemán. La guerra francoprusiana sirvió para acrisolarlo y derretir los recelos delos sudoccidentales frente a los prusianos. 1870, «el desastre», según los franceses, fue para los alemanes el reverso glorioso del humillante comienzo de siglo.Visto en términos culturales aquello significaba algo. Losmás atrevidos franceses lo dijeron en voz alta, como Renan:los alemanes habían ganado porque tenían una universidadmejor, porque habían sobrepasado cultural y científicamentea los franceses. La Ilustración no era ya un bien francés, pormás ilusiones que se hicieran. La Ilustración alemana leshabía ganado la partida, y había cuajado en cañones. Nadiediscutía que los saberes debieran crear poderes, poderes militares y políticos, que eso son los poderes.Al otro lado del canal los británicos habían sacado buenapartida de las querellas continentales. Su propia Ilustración,tan pragmática y utilitarista, tan realista, había sabido hacerde la debilidad española y de las guerras napoleónicas elpunto de partida para consolidar un crecimiento económicosin parangón, y para amasar el mayor imperio de la historia.nueva revista· 127148la cultura europea y los aventurerosNo cabía duda, los europeos eran los más sabios, poderosos y ricos del mundo, aunque unos más que otros.Aquella competición para ser cada vez más grandes encontró en los alemanes unos alumnos aventajados. Despuésde proclamar el II Reich en el salón de los espejos de Versalles —puestos a devolver humillaciones, ¿por qué no servirse de tan fastuoso decorado?—, Alemania siguió creciendo, en ciencia, en riquezas y en poder. Allí peregrinabacualquiera que quisiera llevar a lo más alto su instrucción.De allí volvieron algunos españoles tan impresionados, quedecidieron hacer krausista a España, que sería tanto comohacerla moderna.En aquel mundo seguro de su consistencia racionalprendió la guerra del 14 con una fuerza que la enormidadde cada orgullo nacional apenas acierta a explicar. Quizá laclave esté en la palabra orgullo más que en el adjetivo nacional. Era una civilización orgullosa, una generación dematerialistas satisfechos y seguros, y prepararon la mayorconflagración de la historia tan seguros como siempre detener razón. Cuando los hechos se la quitaron, no supieronqué hacer. Aquello no tenía sentido racional alguno. El mitodel progreso seguro basado en la inatacable ciencia de lossaberes más positivos de la historia se había quebrado dela forma más lamentable y escandalosa que cabía imaginar.Una carnicería de diez millones de muertos. A ver quiénexplicaba aquello. Esa fue la tarea que cayó sobre la cultura de los tiempos de posguerra, que hoy llamamos, por desgracia, de entreguerras.Los ingleses trataron de volver al mundo dorado de suhegemonía, ahora con menos competidores. Los franceses,nueva revista· 127149pablo pérez lópezorgullosos de la victoria, hablaban de la «der des der», de laguerra que había terminado con la guerra, queriendo asíhacer eterna su victoria, en el seno de una paz perpetua. Entodo caso el error, la culpa, habían sido alemanes: ellos debían pagar. Y para hacer continental la fiesta, el espacio europeo debía hacerse republicano, como la Francia triunfante: república Alemania, Austria República, y que las rodeenuna constelación de repúblicas centroeuropeas, deudorasde la francesa. La demolición del viejo imperio de los Austrias fue la obra maestra de la venganza gala, de la inmediataal menos. Alemania en cambio debía pagar, y para eso podíay debía sobrevivir bajo las normas dictadas por Francia y susaliados.Las cosas se veían de otra forma entre los derrotados, enese mundo donde el oropel de la victoria no podía atemperar las heridas de la guerra. Lo expresa con frase demoledora Joseph Roth en La marcha Radetzky: «En aquel tiempo, antes de la gran guerra, cuando sucedían las cosas queaquí se cuentan, todavía tenía importancia que un hombreviviera o muriera». La Gran Guerra, con todo su poder destructor parecía haber arrancado su valor a la vida de loshombres. Aquellos hombres eran, como los describió Remarque, una generación destruida por la guerra. La cuestión era si había remedio para un mal de esas proporciones.Roth respondía la pregunta con otra frase sombría: «Enaquel tiempo se vivía de los recuerdos de la misma formaque hoy se vive de la capacidad para olvidar rápida y profundamente». Mirar hacia delante, con prisa, lo más rápidamente posible, sin lugar para la consideración, moviéndose vertiginosamente, ese era el nuevo ritmo del progresonueva revista· 127150la cultura europea y los aventurerosuna vez sancionado por la guerra la falsedad del sosegadoconstruir del satisfecho mundo de preguerra.¿No era la revolución rusa un modelo, los bolcheviques?En Alemania estalló la revolución, y hasta triunfó en algunoslugares, en Hungría también. Era hora de grandes cambios.Pero, ¿podían hacerse así como así en la tierra de los más sesudos pensadores, los más rigurosos científicos, los más sólidos industriales y los más delicados artistas? Dependía deellos.Sebastian Haffner recuerda el ambiente de posguerra,y especialmente los años de la hiperinflación, como el momento del hundimiento catastrófico del viejo mundo de certezas y del triunfo de una nueva generación de jóvenes sinescrúpulos. Todas las previsiones de los mayores habían resultado fracasadas, sus ahorros estaban perdidos, y sus normas morales daban risa: sólo garantizaban el desastre. Eramejor vivir al día, y disfrutar de noche, a ser posible en fiestas salvajes, como fueron la moda en el Berlín de entreguerras. Esos aventureros ajenos a toda traba moral fueronla generación que compondría la ola totalitaria. La guerralos había preparado para ello.La lección soviética estaba clara: se podía asaltar un podermilenario, arrasarlo, y hacer algo totalmente nuevo y radical,revolucionario. Semejante panorama no podía dejar de resultar atractivo para los intelectuales, tan amigos de crítica yrenovación, expertos en encontrar los defectos del pasado yen soñar futuros. La propaganda revolucionaria encontró unterreno abonado en la cultura de entreguerras, fueron lostiempos de los éxitos de Billy Münzenberg, bien retratadosdesde dentro por Arthur Koestler en su autobiografía.nueva revista· 127151pablo pérez lópezHubo quien se empeñó en seguir como si nada hubiera ocurrido. Obtuvieron éxitos importantes. La universidad alemana seguía siendo deslumbrante. Sus logros científicos, como para confirmar lo equivocado del diagnósticode la guerra —¡aquella derrota!— no se interrumpieron,se incrementaron. Era como si el frenesí intelectual quisiera borrar la amargura a base de más avances. No cabíapreguntar hacia dónde. Hacia saber más. La preguntasobre el sentido no tenía contestaciones de laboratorio,a menos que se tomara como tal el campo de batalla, y esoni se quería recordar. Una buena dosis de racionalismo sinmezclas podía llevar lejos. Llevó, por ejemplo, hasta lafisión del átomo en 1938 por Otto Hahn. No estaba nadamal.Los que denunciaban una «puñalada por la espalda»como causa de la inexplicable derrota buscaban al enemigooculto que había roto el sueño. Terminaron por encontrarlo, claro. Y soñaron con recuperar la grandeza perdida si eliminaban los elementos impuros y construían, ahora sí, unaAlemania verdaderamente alemana, de sólo alemanes. Sí,había que ser radicales, no cabían las medias tintas. Se podíahacer una revolución, se debía, pero alemana. Los nazistenían razón, quizá eran demasiado ruidosos, pero teníanrazón. O quizá la tenían los comunistas, aunque tambiénellos utilizaran la violencia tan profusamente, y hasta hubieran intentado en 1920 traer la revolución en la puntade las bayonetas, como antaño los franceses... Pero esta vezLenin había fracasado, y en Polonia para asombro de todos.En todo caso, casi eran lo mismo ¿no se intercambiaban miSA? Pues claro que sí.litantes las fuerzas comunistas y los nueva revista· 127152la cultura europea y los aventurerosAsí pues, los más sesudos pensadores del mundo comenzaron a sentirse inclinados a dar la razón, o al menosuna oportunidad a esos aventureros decididos a hacer algonuevo, radicalmente, revolucionariamente nuevo. Quizá nosea tan difícil de entender. Si todo el mundo viejo se ha derrumbado y no hay voluntad, o capacidad, de diagnosticarla razón del hundimiento. Si la más refinada cultura haalumbrado monstruosidades, ¿no será hora de intentar poruna vía más audaz llegar a algo realmente nuevo? Hay untoque de desesperación en el fracaso angustioso que significó la Gran Guerra. Un grito de auxilio que parece surgirde las entrañas de la cultura occidental. Pero fue más fácilatender a los gritos de guerra que a los de auxilio. Era másfácil huir hacia delante. Y así se hizo.Sólo se necesitaba dejar hacera gentes suficientementeirresponsables, casi infantiles. Y allí estaban, esos alemanes que, según Haffner entendían la guerra como un excitante juego entre naciones, que depara mayor diversión yemociones más intensas que la paz: era su experiencia infantil de 1914 y 1918, y se convirtió en la postura fundamental del nazismo. De ahí su fuerza de atracción, su simpleza, su incitación a la fantasía y al afán emprendedor, ytambién de ahí la intolerancia y crueldad frente al adversario político, pues quien no deseara participar de ese juego,ni siquiera era reconocido como «adversario», sino que simplemente era considerado un aguafiestas. Hubo algunos,pero se consiguió echar a casi todos del plató. La escenaestaba lista para una nueva matanza. Esta vez ya no la dirigirían aristócratas, sino aventureros del más humilde origen. Un gran progreso.nueva revista· 127153