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Un candil sobre Kafka o la luz ante el enigma

Ignacio García de Leániz

Reseña del libro "Kafka y el holocausto" de Álvaro de la Rica.

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Ignacio García de Leániz, “Un candil sobre Kafka o la luz ante el enigma,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1761.

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Un candil sobre Kafka o la luz ante el enigma

Subject

Libros

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Reseña del libro "Kafka y el holocausto" de Álvaro de la Rica.

Creator

Ignacio García de Leániz

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Nueva Revista 125 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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Un candil sobre Kafkao la luz ante el enigmaIGNACIOGARCÍADELEÁNIZDOCTORENFILOSOFÍALa conciencia judía es la conciencia desgraciada.Jacques DerridaNo hay escritor del siglo XXtan afamado e interpretado como Kafka. Ysin embargo no hay autor más desconocido y enigmático en su persona yobra, como si la fama sobrevenida no le fuera —como apuntaba Rilkesobre Rodin— «sino la suma de todos los malentendidos alrededor de unnuevo hombre». Pero es más bien Kafka propiamente hablando el novumliterario y humano del siglo pasado por excelencia y como tal un malentendido colosal, como uno de esos que narra en sus relatos cortos. Poreso, enfrentarse a él y su obra es colocarse ante el Enigma donde los asuntos capitales de la vida y de la muerte aparecen velados como en la mejortradición de las parábolas y alegorías hebraicas. Pero en lo velado está asu vez lo revelado: Kafka es así el escritor apocalíptico por antonomasiaque escribe desde un Patmos (Praga) inigualablemente judeocristiano. Ya mi entender —como hace lúcidamente Álvaro de la Rica, profesor de literatura de la Universidad de Navarra en el libro que nos ocupa— sólodesde una perspectiva tal, judía y cristiana a un tiempo, cabe adentrarseorientadamente en la selva selvaggiadel universo kafkiano. Adentramientos encaminados no a resolver el Enigma sino a ahondar en espiral ascendente en su Misterio inacabable sabiendo que nos sobrepasa. A ellose refería bellamente el propio Kafka cuando anotaba en 1917 en sunuevo cuaderno azulado: «El camino es infinito. Como un camino deotoño: lo acaban de limpiar y ya está otra vez cubierto de hojas secas».Desde hace siete años —número bien bíblico— venía Álvaro de la Ricaleyendo morosamente a Kafka a la luz del candil de su mirada, educada148NUEVA REVISTA 125desde hace tiempo por sus amigos Julien Green, Claudio Magris y José Jiménez Lozano, nada menos. Y finalmente se ha decidido a darnos cuenta y razón de sus reflexiones acumuladas sobre el hombre Kafka y su obraprincipal, siguiendo una metodología bien judaica como es la que recomendaba Ortega a la hora de abordar los problemas intelectuales graves,y Kafka lo es en grado sumo. Como es aquella de los israelitas ante las murallas de Jericó, quienes en lugar de embestirlas daban vueltas y vueltas entorno a ellas hasta que éstas, cansadas de los sones, se desplomaran enseñando sus tesoros. (Cuánto gustaría a Kafka —añadimos de paso— este relato de la vieja Torá, a él que se consideraba «el más occidental de los judíos occidentales»).Y así, a partir del análisis de su obra kafkiana favorita —En la coloniapenitenciaria—y ciñéndose al ámbito de 1910 a 1914, va nuestro autorintroduciéndose en los círculos concéntricos que componen el universoKafka, como son el matrimonio, el poder, la víctima y la ley, entre otrosanillos. Y lo hace confrontando sus tesis con los mejores kafkianicomoArendt, Scholem, Canetti, María Zambrano, Derrida o Steiner. Y es tal la altura del diálogo sostenido, con sus discrepancias y convergencias, quehabrá que considerar a De la Rica como un joven miembro de esa honorable sociedad, como lo avala el prólogo escrito por Claudio Magris. Mostremos si no un par de ejemplos de la valía de sus interpretaciones.KAFKA Y EL MATRIMONIO O LA ELECCIÓN VOLUNTARIA DEL FRACASOLa tesis del profesor es audaz —y a mi juicio bien certera— respecto de larenuncia de Kafka a matrimoniar con Felice Bauer, como luego con JulieWohryzek: el incumplimiento traumático de su palabra dada (el vortyiddish) al compromiso matrimonial judío (kiddushin) ya anunciado con Felice, no vendrá por un desprecio al matrimonio y menos a su prometida sino,al contrario, porque Kafka comprendía con soberana lucidez la hondura delsacramento matrimonial en su vertiente judía, tan similar a la cristiana, comotestimonian la Torá y nuestros Testamentos. El matrimonio es para él verdadero acceso a la plenitud de la vida, cuya más honda expresión se reflejaba en engendrar descendencia con toda la promesa mesiánica que ellocomportaba. El nacimiento de los hijos rompe el círculo de la desdichanuestra precisamente porque «son la única novedad posible», escribe quien149OCTUBRE 2009IGNACIO GARCÍA DE LEÁNIZcomprendió como nadie la burocratización y mecanicismo de la vida contemporánea. Por eso Kafka no concebía tener hijos fuera de la alianzamatrimonial. Por eso, la soltería seríasiempre a sus ojos la expresión de unfracaso, como nos confesará lacónicamente en su Desgracias de un soltero.Kafka fue la elección consciente e inmoladora de un fracaso vital; de ahísu abismal dolor y de ahí, sospecho,KAFKAYELHOLOCAUSTOlo sublime de su espíritu. Él mismo seÁLVARODELARICAconvirtió en su propio holocausto.Si a la luz de esta intuición releeEditorial TrottaMadrid, 2009, 142 páginasmos con De la Rica la Carta al padre—que estimo el documento literariomás representativo del siglo XX, juntocon La tierra baldíay El lobo estepario— observamos que la queja amarga vertida en ella no pone en cuestiónla figura matrimonial tradicional como se ha venido insistiendo, sino, bienal contrario, la inadecuación de la figura de su padre a las exigencias del«deber ser» matrimonial, esto es, del matrimonio como el ámbito espiritualy material seguro donde un niño puede «enhogarizarse» y unos espososparticipar de la vida divina y del amor entre Dios e Israel. El drama de ladepauperación espiritual de su padre era en el fondo el gran drama quesuponía para la conciencia y tradición judías el fenómeno de la asimilación y desnaturalización, que estaba teniendo en Praga su representaciónmás visible.Mas ¿qué le queda a nuestro autor una vez que ha decidido contravenirla palabra promisoria, el vorten cuestión? Pues queda, viene a decir lúcidamente De la Rica, ni más ni menos que la escritura. Al respecto, señalaba Derrida bellamente que en la experiencia judaica el jardín es la palabra, en tanto que el desierto, escritura. Por eso para Kafka escribir seráentonces padecer. Por eso, también, la «máquina célibe» de la colonia penitenciaria taladra al reo con su punzar escriturado. Y ya sabemos también150NUEVA REVISTA 125UN CANDIL SOBRE KAFKA O LA LUZ ANTE EL ENIGMApor fuente no menos hebrea que la letra además mata. Kafka eligió el desierto, dejando atrás el ágape del Cantar de los Cantarescon Felice y Julie.Años más tarde, confesará en carta a Milena unas sobrecogedoras palabras,dominado ya por la tuberculosis: «Mi espíritu está enfermo. El mal que sufren mis pulmones no es sino una prolongación de mi dolor mental. Estoyasí de enfermo desde hace cuatro años, desde que me ennovié».Esa fue la verdadera metamorfosis kafkiana: renunciar a la plenitud humana del jardín conyugal para devenir en un homo patiensescribiente,apenas un artrópodo. Pero no fue en vano su componente sacrificial,como veremos.EL CALVARIO EN EL LAGER O LA CRISTOLOGÍADE LA COLONIA PENITENCIARIACuando Álvaro de la Rica nos introduce en su interpretación de En la colonia penitenciariasabe muy bien que la equiparación entre la isla dominada por aquel singular artilugio de tortura y la posterior realidad de loscampos de exterminio de la Shoahhabía sido ya establecida por multitudde comentadores. Cualquiera que haya leído los tan desaprovechados Ensayos de comprensiónde Hannah Arendt como El universo concentracionariode David Rousset, por ejemplo, evidencia al instante los paralelismos premonitorios entre la colonia penal y los lager: un proceso judicialinicuo, un desconocimiento a priori del delito y la ley, una muerte inhumana y una causa de condena a la vista de todos: En la coloniaserá elartículo incriminatorio grabado en la piel; en el universo nazi, la estrellade David cosida al hombro (Fackenheim añadiría al respecto más tardecon irónica amargura que a los presos de los campos se les condenabapor algo —ser judíos— que les venía dado por sus abuelos y de lo queeran plenamente irresponsables). En ambos casos el ser humano reducidoa la categoría ontológica de Untermensch, subhombres.Pues bien, donde alcanza toda su originalidad la hermenéutica de nuestro autor es cuando, analizando el quiebro sorprendente que da el relatode Kafka hacia su final, interpreta la autoinmolación del oficial de la Coloniadesde una cristología prefigurada ya en Isaías. Esto es, como si súbitamente el oficial deviniese un Cristo de nuevo crucificado y la isla un Calvario donde ofrecer tan singular víctima propiciatoria, en otra de las 151OCTUBRE 2009IGNACIO GARCÍA DE LEÁNIZsingulares metamorfosis kafkianas. Los paralelismos son señalados con precisión por nuestro autor. Una ejecución libremente aceptada por el militar,el anonadamiento de éste hasta ser apenas gusano infecto (el Ego sum vermis et non homo del salmistaque anticipa a Gregorio Samsa, y al judíocomo «piojo»),trituración de la carne del oficial traspasada por los punzones de la «máquina célibe» y la desfiguración de su rostro sin asomo ya deamabilidad alguna, son algunos de los paralelismos que avalan la singularintuición de Álvaro de la Rica: cómo Kafka acierta a introducir un eccehomo redentoren el corazón mismo de la fábrica de la muerte. Aquella queaños más tarde se llevaría en volutas por sus chimeneas de AuschwitzBirkenau y Chelmo las cenizas de sus hermanas Elli, Ottla y Valli. Más adelante, nuestro autor extenderá esta clarividente interpretación cristológica ala mutación rebajadora sufrida por Samsa en La metamorfosis.Claro que para aventurar una interpretación tal hay que ser bien conscientes de la inmensa devoción de Kafka por los escritos cristianos y sermones de Kierkegaard y de su admiración y lectura constante del propioChesterton, así como su familiaridad con toda la iconografía y simbologíacristianas. Basta en mi opinión acudir al opúsculo kafkiano intitulado expresivamente Reflexiones sobre el pecado, la esperanza y el verdadero caminopara percatarse de toda la formación e información cristianas queposeía nuestro escritor en aquella Praga hasbúrgica. Por eso mismo puedeescribir legítimamente De la Rica para apuntalar su interpretación de lamuerte del oficial: «Aquí es evidente la inversión del paralelismo en ambosrelatos. El oficial en la Colonia era verdugo y juez y acaba siendo reo,mientras que en el escrito testamentario pasa de ser reo a ser juez de susverdugos […] Las consecuencias políticas de esta unión de contrarios queplantea también el relato kafkiano son evidentes: ningún poder puede legitimarse si no pasa primero por su sacrificio. O, dicho por pasiva: ninguna debilidad puede dejar de ser sostenida por un sistema político digno».Muchas otras interpretaciones y aproximaciones vertidas por nuestroprofesor a lo largo de estas páginas han de quedar forzosamente fuera deeste comentario. Especialmente su polémica con Hannah Arendt, sus excursiones pictóricas y sus meditaciones en torno a El procesoy El castillo.Sólo queda animar al lector a que se inicie en la lectura de obra tan singular y bien valiosa.152NUEVA REVISTA 125UN CANDIL SOBRE KAFKA O LA LUZ ANTE EL ENIGMAY mientras se decide a ello, le obsequio a ese lector avisado con untexto nuclear que, en su brevedad, compendia a mi entender los círculosconcéntricos que Álvaro de la Rica nos ha iluminado con la luz de su candil, como La Tour en sus cuadros. Kafka lo debió de escribir hacia la Navidad de 1916 y conforma el aforismo 13 de su ya comentada Reflexionessobre el pecado, y dice así:«Un primer signo de conocimiento es el deseo de morir: Esta vida parece insoportable, la otra inalcanzable. Ya no se siente vergüenza por querer morirse y uno pide que le saquen de su antigua celda que odia y lo lleven a otra nueva, que aprenderá a odiar a su vez. Pero, sin embargo, unresto de fe le permite todavía creer que durante el traslado el Señor pasará casualmente por el pasillo, mirará al prisionero y dirá: “A ése no le volváis a encerrar. Éste se viene conmigo”».Hay quien en horas de muy grave turbación en la penitenciaría de la vidaha acudido más de una vez a este fragmento salvífico como razón de esperanza, llevándolo cosido ya en la memoria. Sospecho, desde la comuniónde los kafkiani, que a Álvaro de la Rica no le significa menos el texto encuestión, como si fuera un añadimiento luminoso a En la colonia penitenciaria. Y que tal vez por eso nos corresponde desde su libertad con este libroescrito en el crisol de su silencio creador. Ese mismo silencio que Kafka llamaba la verdadera «muralla del Bien», ésta sí ciertamente inexpugnable.153OCTUBRE 2009