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Europa, politica

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Europa, politica

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Nueva Revista 129 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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EUROPA, POLÍTICAY RELIGIÓNLOSFUNDAMENTOSESPIRITUALESDELACULTURAEUROPEA, HOYYMAÑANADEAYERJoseph Cardenal RatzingerEL ENTONCES CARDENAL JOSEPH RATZINGER PRONUNCIÓ ESTACONFERENCIA EL 28 DE NOVIEMBRE DE 2000, CON OCASIÓNDEL CICLO «CONVERSACIONES SOBRE EUROPA» QUE TUVO LUGAR EN LA DELEGACIÓN DE BAVIERA EN BERLÍN.Europa..., ¿qué es en realidad Europa? Esa pregunta fueplanteada con énfasis una y otra vez por el cardenal Glempen uno de los grupos lingüísticos del Sínodo romano de losobispos europeos: ¿dónde comienza, dónde termina Europa? ¿Por qué, por ejemplo, Siberia no pertenece a Europa,aunque está predominantemente habitada por europeos,que viven y piensan de manera claramente europea? ¿Dónde se pierde Europa por el sur de la comunidad de Estadosrusos?¿Por dónde discurre su frontera atlántica? ¿Qué islasson Europa, cuáles no, y por qué? En esas conversacionesse puso de manifiesto que Europa sólo de forma secundanueva revista· 12965joseph cardenal ratzingerria es un concepto geográfico: Europa no es un continentegeográficamente aprehensible con claridad, sino un concepto cultural e histórico.EL NACIMIENTO DE EUROPAEsto se manifiesta con toda evidencia cuando tratamos deremontarnos a los orígenes de Europa. Al hablar del origende Europa es costumbre remitirse a Heródoto (aprox. 484425 a.C.), probablemente el primero en dar cuenta deEuropa como concepto geográfico, que la define así: «Lospersas consideran a Asia con sus pueblos como su país.Europa y el país de los griegos, dicen, está completamentefuera de sus fronteras». No se indican las fronteras propiasde Europa, pero está claro que el núcleo de la Europa actual está completamente fuera del campo de visión del historiador clásico. De hecho, con la formación de los Estadoshelenos y del Imperio Romano, se había constituido un «continente» que se convirtió en la base de la ulterior Europa,pero que tenía unas fronteras enteramente distintas. Se trataba de los países que circundaban el mar Mediterráneo,que configuraban un verdadero «continente» por su vinculación cultural, por la circulación de personas y el comercioy por un sistema político común. Sólo las victoriosas camVIIypañas del islam trazaron, por primera vez, en el siglo VIII, una frontera a través del Mediterráneo.comienzos del Lo partieron, por así decir, por la mitad, de modo que loque hasta entonces había sido un continente se dividió ahora en tres: Asia, África y Europa.En Oriente, la reestructuración del mundo antiguo sellevó a cabo con mayor lentitud que en Occidente. El Imnueva revista· 12966europa, política y religiónperio Romano, con capital en Constantinopla, se mantuvoallí —aunque cada vez retrocediendo más— hasta entradoXV. Mientras, alrededor del año 700 la parte sur delel siglo Mediterráneo quedó separada definitivamente de su anterior continente cultural, al mismo tiempo que se llevabaa cabo una creciente expansión hacia el Norte. El limes, quehasta ahora había sido una frontera continental, desaparecey se abre a un nuevo espacio histórico que ahora abarca lasGalias, Germania y Britania como su auténtico núcleo y seextiende a ojos vistas hacia Escandinavia.EL IMPERIO DE CARLOMAGNOEn este proceso de desplazamiento de fronteras, la continuidad ideal con el anterior continente mediterráneo se viogarantizada por una construcción históricoteológica. Enlazando con el Libro de Daniel, se consideró que mediantela fe cristiana el Imperio Romano se renovaba y se convertíaen el último y permanente imperio de la Historia Universaly definió el conjunto de pueblos y Estados que se estabaformando como el permanente Sacrum Imperium Romanum. Este proceso de nueva identificación histórica y cultural se llevó a cabo con plena conciencia bajo Carlomagno,y aquí emerge la vieja palabra Europa, con un significadotransformado. Ahora este vocablo se utiliza como denominación para el imperio de Carlomagno, y expresa a un tiempo la conciencia de la continuidad y de la novedad, con lasque el nuevo conglomerado de Estados se identifica en tanto que verdadera fuerza de futuro: de futuro, precisamenteporque se entiende anclado en la continuidad de la historiaanterior y, en última instancia, siempre permanente. Ennueva revista· 12969joseph cardenal ratzingerla comprensión de sí mismo que así se forma se expresa tanto la conciencia de algo definitivo como la de una misión.Ciertamente, tras el final del Imperio Carolingio el concepto de Europa vuelve a desaparecer, y sólo se conserva enel lenguaje de los eruditos; tan sólo a principios de la EdadModerna —probablemente en relación con el peligro turco,como forma de autoidentificación— pasará a la lengua popuXVIII. Conlar, para imponerse con carácter general en el siglo independencia de este recorrido etimológico, la constitucióndel Imperio franco, como el nunca desaparecido y entoncesvuelto a nacer Imperio Romano, significó el paso decisivo hacia lo que hoy entendemos cuando hablamos de Europa.EL IMPERIO DE BIZANCIOCiertamente, no debemos olvidar que hay una segunda raízde Europa, una Europa que no es la del Oeste, que no es laEuropa occidental. En Bizancio, el Imperio Romano, comoya se ha dicho, había resistido las tempestades de las invasiones bárbaras y la invasión islámica. Bizancio se entendía a sí mismo como la auténtica Roma; de hecho, aquí elImperio no había sucumbido, por lo que también se mantenían sus pretensiones sobre la mitad occidental del mismo. También este Imperio Romano de Oriente se extendióhacia el Norte, hacia el mundo eslavo, y creó un mundo propio,grecorromano, que se distingue de la Europa latina deOccidente por poseer otra liturgia, otra constitución eclesiástica, otra escritura y por haber renunciado al latín comolengua común de cultura.Hay, sin duda, bastantes elementos de cohesión que podrían hacer de los dos mundos un continente común. Ennueva revista· 12970europa, política y religiónprimer lugar, la herencia común de la Biblia y de la Iglesiaantigua, que, por lo demás, en ambos mundos se remite aun origen que está fuera de Europa, en Palestina. Además,la idea común de imperio, la concepción básicamente común de la Iglesia y, por tanto, también la comunidad de concepciones jurídicas e instrumentos legales fundamentales.Finalmente, habría que mencionar el monacato que, en mediode las grandes conmociones de la Historia, siguió siendosoporte esencial no sólo de la continuidad cultural, sino sobre todo de los valores religiosos y morales básicos de la orientaciónúltima de la vida del hombre, y que como fuerza prepolítica y suprapolítica, se convirtió también en vehículo delos renacimientos que una y otra vez se hicieron necesarios.EL PODER POLÍTICO Y EL ESPIRITUALEntre ambas Europas hay, sin embargo, una profunda diferencia, sobre cuya importancia ha llamado la atención Endre von Ivanka. En Bizancio, el Imperio y la Iglesia aparecencasi identificados entre sí; el Emperador es también la cabeza de la Iglesia. Se considera vicario de Cristo, y enlazando con la figura de Melquisedec, que era rey y sacerdoteVIel títuloa un tiempo (Gen. 14, 18), ostenta desde el siglo oficial de «rey y sacerdote».Como, por su parte, el Imperio, desde Constantino, habíaabandonado Roma, en la antigua capital imperial pudo desplegarse la independencia del obispo romano como sucesorde Pedro y cabeza de la Iglesia. Desde el principio de la eraconstantiniana, en Roma se enseñó que había una dualidadde poderes. El Emperador y el Papa tienen plenitud de facultades, pero separadas: ninguno de los dos dispone de todas.nueva revista· 12971joseph cardenal ratzingerEl papa Gelasio I (49296), en su famosa carta al emperadorAtanasio y aún con más claridad en su cuarto tratado, frentea la tipología bizantina de Melquisedec, recalcó que la unidadde poderes residía exclusivamente en Cristo. «Debido a lasdebilidades humanas (¡superbia!), Él mismo separó para lostiempos ulteriores los dos oficios, a fin de que que ningunose creyera superior al otro» (c. 11). Para las cosas de la vidaeterna, los emperadores cristianos necesitan a los sacerdotes(pontífices), y éstos a su vez se atienen a las disposiciones imperiales en lo referente a asuntos temporales. En las cuestiones del mundo, los sacerdotes tienen que obedecer las leyesdel emperador instaurado por ordenación divina, mientrasque, en las cuestiones divinas, éste tiene que someterse alsacerdote. Con ello se introduce una separación y diferenciación de poderes que alcanzó la mayor importancia para elulterior desarrollo de Europa y, por así decirlo, sentó las basesde lo específicamente occidental. Pero, dado que en contrade tales delimitaciones se mantuvo viva por ambas partes elansia de totalidad, permaneció la exigencia de predominio deun poder sobre el otro. Este principio de separación se convirtió también en fuente de infinitos padecimientos. Cómohay que vivir y organizarse correctamente desde el punto devista político y el religioso subsiste como un problema fundamental para la Europa de hoy y de mañana.EL CAMBIO HACIA LA EDAD MODERNASi, con todo lo dicho, consideramos como el verdaderonacimiento del «continente» Europa, por una parte, la formación del Imperio Carolingio, y por otra, la pervivenciadel Imperio Romano en Bizancio y su misión entre los esnueva revista· 12972europa, política y religiónlavos, para ambas Europas el principio de la Edad Modernarepresenta una ruptura que afecta tanto a la esencia del continente como a sus contornos geográficos. En 1493, Constantinopla fue conquistada por los turcos. O. Hiltbrunnercomenta al respecto, con laconismo: «Los últimos [...] eruditosemigraron [...] a Italia y proporcionaron a los humanistasdel Renacimiento el conocimiento de los originales griegos; pero Oriente se hundió al arruinarse su cultura».La formulación puede ser un tanto brusca, porque también el Imperio Otomano tenía su cultura; lo que sí es ciertoes que con estos hechos llegó a su fin la cultura grecocristiana, «europea», de Bizancio. Con ello amenazaba con desaparecer una de las alas de Europa, pero la herencia bizantina no había muerto. Moscú se declaró a sí misma «terceraRoma», constituyó su propio patriarcado basándose en la ideade una segunda translatio imperii y se presentó como una nueva metamorfosis del Sacrum Imperium, como una forma propia de ser Europa y, sin embargo, seguía vinculada a Occidente y se orientaba cada vez más hacia él, hasta que finalmentePedro el Grande trató de convertirla en un país occidental.Este desplazamiento hacia el Norte de la Europa bizantinatrajo consigo que las fronteras del continente se ensancharanentonces también hacia el Este. La fijación del límite de losUrales como frontera es absolutamente arbitrario, pero encualquier caso el mundo al Este de ellos fue convirtiéndosecada vez más en una especie de patio trasero de Europa; noes Asia ni Europa; pero estaba esencialmente conformado porla personalidad europea aunque sin ser él mismo parte de esapersonalidad: era objeto y no titular de su historia. Quizá eseso lo que define la esencia de una situación colonial.nueva revista· 12973joseph cardenal ratzingerAsí pues, en lo que respecta a la Europa bizantina, nooccidental, a comienzos de la Edad Moderna podemos hablar de un doble proceso. Por una parte, está la extincióndel antiguo Bizancio, y de su continuidad histórica respectoal Imperio Romano; por otra, esa segunda Europa obtienecon Moscú un nuevo centro y extiende sus fronteras haciael Este, para levantar finalmente en Siberia una especie deavanzadilla colonial.LA EUROPA DE LA REFORMAAl mismo tiempo, podemos constatar igualmente en Occidente un doble proceso de enorme importancia histórica.Una gran parte del mundo germánico se desgarra de Roma;surge una forma nueva e ilustrada de cristianismo, de talforma que, desde ahora, recorre el «Occidente» una líneade separación que constituye también claramente un limescultural, una frontera entre distintas formas de pensar y actuar. Ciertamente, hay también grietas dentro del mundoprotestante, por ejemplo entre luteranos y reformados, a losque se unen metodistas y presbiterianos, mientras la iglesiaanglicana propone un camino intermedio entre lo católicoy lo protestante. A esto se añade la diferencia entre el cristianismo formado eclesialmente según el modelo del Estado, característico de Europa, y las iglesias libres que buscanrefugio en América del Norte, de las que luego hablaremos.LA DOBLE EUROPEIZACIÓN DE AMÉRICAPrimero prestaremos atención al segundo proceso que transforma esencialmente en la Edad Moderna la situación dela Europa hasta entonces latina: el descubrimiento de Aménueva revista· 12974europa, política y religiónrica. A la ampliación de Europa hacia el Este mediante lacontinua expansión de Rusia hacia Asia, se une la radicalruptura de los límites geográficos de Europa hacia el mundodel otro lado del océano, que ahora recibe el nombre deAmérica. La división de Europa en una mitad latinocatólica y otra germánicoprotestante se traslada a ese otrocontinente conquistado por ella. También América se convierte al principio en una Europa ampliada, en «colonia»,pero al mismo tiempo, con la sacudida que sufre Europaa través de la Revolución Francesa, crea su propia personaXIX, aunque profundamente marlidad. A partir del siglo cada por su nacimiento europeo, se contrapone a Europacon esa personalidad propia.Al hacer el intento de reconocer la identidad íntima deEuropa mirando a su historia, hemos advertido dos cambioshistóricos fundamentales: en primer lugar, la sustitución delviejo continente mediterráneo por el continente del SacrumImperium, situado más al Norte, en el que desde la épocacarolingia se constituye «Europa» como mundo latinooccidental. Junto a ella, la subsistencia de la antigua Roma enBizancio, con su expansión hacia el mundo eslavo. Comoun segundo momento, hemos observado la caída de Bizancioy el desplazamiento hacia el Norte y el Este de la idea imperial cristiana en un lado de Europa, y en el otro la divisióninterna de Europa en mundo germanoprotestante y mundolatinocatólico, con una extensión hacia América, a dondese traslada esa división, y que finalmente se constituye conuna personalidad histórica propia y enfrentada a Europa.Ahora tenemos que prestar atención a un tercer cambio cuyaantorcha más visible fue la Revolución francesa.nueva revista· 12975joseph cardenal ratzingerSin duda, desde la Baja Edad Media el Sacro Imperioestaba en curso de disolución como realidad política y sehabía hecho cada vez más frágil como hilo conductor dela Historia, pero sólo ahora se rompe también formalmente ese marco espiritual sin el que Europa no habría podidoconstituirse. Se trata, tanto desde el punto de vista de la política real como desde un punto de vista ideal, de un procesode notable alcance. Desde el punto de vista ideal, significaque se rechaza la fundamentación sacral de la historia y dela existencia de los Estados. La historia ya no echa de menos una idea de Dios que la precede y la conforma; a partirde ahora el Estado se considera algo puramente secular, basado en la racionalidad y en la voluntad de los ciudadanos. Por primera vez en la Historia surge un Estado secularpuro, que rechaza la acreditación y normatividad divina dela política, calificándola de cosmovisión mítica, a la vez quedeclara a Dios asunto privado, que no pertenece al ámbitopúblico de la voluntad popular. Ésta es considerada únicamente cosa vinculada a la razón, para la que Dios no aparece como claramente reconocible: la religión y la fe en Diospertenecen al ámbito del sentimiento, no de la razón. Dios ysu querer dejan de ser públicamente relevantes.XVIIIy principios del XIX,De esta forma, a finales del siglo se produce una nueva clase de escisión de la fe, cuya gravedad empezamos a percibir a ojos vistas. En alemán no tiene nombre, porque aquí ha tenido una repercusión más lenta. En las lenguas latinas, se define como una división entre«cristiano» y «laico». En los últimos dos siglos, esa tensiónha causado en las naciones latinas una profunda grieta,mientras el cristianismo protestante logró, más fácilmentenueva revista· 12976europa, política y religiónal principio, dar cabida en su espacio a las ideas liberales eilustradas, sin tener que romper el marco de un amplio ybásico consenso cristiano.La cara políticoreal de la disolución de la vieja idea delImperio consiste en que, ahora, las naciones que se habíanhecho identificables como tales mediante la formación de espacios lingüísticos unitarios, aparecen definitivamente comolos verdaderos y únicos sujetos de la historia, es decir, alcanzan un rango que antes no les correspondía. El explosivodramatismo de este sujeto de la historia, ahora plural, acabóen que las grandes naciones europeas se consideraban depositarias de una misión universal que necesariamente teníaque conducir a conflictos entre ellas, conflictos cuya mortalfuria hemos experimentado dolorosamente en el sigloque ahora ha terminado.LA UNIVERSALIZACIÓN DE LACULTURA EUROPEA Y SU CRISISFinalmente, hay que tener en cuenta otro proceso más conel que la historia de los últimos siglos entra claramente enuna nueva fase. Si la vieja Europa premoderna sólo habíaconocido en sus dos mitades esencialmente un único adversario con el que tenía que enfrentarse a vida o muerte,el mundo islámico; y si la inflexión de la Edad Moderna había traído consigo la expansión hacia América y parte deAsia sin grandes culturas propias, ahora se produce el saltoa los dos continentes hasta el momento tan sólo tangencialmente tocados: África y Asia, a los que también se trata deconvertir en vástagos de Europa, en «colonias». Esto se haconseguido en una cierta medida, en cuanto que Asia ynueva revista· 12977joseph cardenal ratzingerÁfrica también persiguen el ideal del mundo marcado porla tecnología y el bienestar, de modo que también allí lasviejas tradiciones religiosas han entrado en una situaciónde crisis y los estratos de pensamiento puramente seculardominan cada vez más la vida pública.Pero también hay una reacción. El renacimiento del islamno sólo está vinculado a la nueva riqueza material de lospaíses islámicos, sino que está alimentado por la concienciade que el islam puede ofrecer un fundamento espiritual sólido para la vida de los pueblos que la vieja Europa parecehaber perdido, lo que hace que a pesar de mantener su poder político y económico, se vea condenada cada vez másal retroceso y a la decadencia. También las grandes tradiciones religiosas de Asia, sobre todo sus componentes místicos, expresados en el budismo, se alzan como fuerzas espirituales frente a una Europa que niega sus fundamentosreligiosos y morales.El optimismo acerca de la victoria de lo europeo queAmold Toynbee aún podía representar a principios de losaños sesenta parece hoy curiosamente superado: «De veintiocho culturas que hemos identificado [...] dieciocho estánmuertas y nueve de las diez restantes —de hecho, todas excepto la nuestra— muestran signos de estar ya derrumbándose». ¿Quién podría hoy decir una cosa así? Y además...¿qué es esa cultura «nuestra» que ha quedado? La culturaeuropea ¿es la civilización de la tecnología y el comerciovictoriosamente extendida por el mundo? ¿No ha derivadomás bien un resultado poseuropeo como consecuencia delfin de las viejas culturas europeas? Yo descubro en esto unaparadójica sincronía: a la victoria del mundo técnicosecularnueva revista· 12978europa, política y religiónposeuropeo, a la universalización de su modelo de vida y suforma de pensar, va unida, especialmente en los ámbitosestrictamente no europeos de Asia y de África, la impresiónde que el mundo de valores de Europa, su cultura y su fe,en los que descansaba su identidad, están acabados y enrealidad han sido ya abandonados; que ha sonado la horade los sistemas de valores de otros mundos; de la Américaprecolombina, del islam, de la mística asiática.En esta hora de su máximo éxito, Europa parece vaciadapor dentro, paralizada por una mortal crisis circulatoria, forzada por así decirlo a someterse a trasplantes, que sin embargo tendrán que anular su identidad. A ese morir internode las fuerzas sustentadoras del espíritu se une que, también desde el punto de vista étnico, Europa parezca en víasde extinción. Hay un extraño desinterés por el futuro. Losniños, que son el futuro, son vistos como una amenaza parael presente; se piensa que nos quitan algo de nuestra vida.Ya no se les percibe como esperanza, sino como límite delpresente. Se impone la comparación con el hundimientodel Imperio Romano decadente que aún funcionaba comogran marco histórico, pero que, en la práctica, vivía ya porobra de los que iban a liquidarlo, porque no tenía energíavital en sí mismo.DIAGNÓSTICOS CONTEMPORÁNEOSCon esto hemos llegado a los problemas del presente. Haydos diagnósticos contrapuestos sobre el posible futuro deEuropa. Por una parte está la tesis de Oswald Spengler, quecreía poder constatar para las grandes culturas una especiede desarrollo sujeto a leyes naturales. Serían los momentosnueva revista· 12979joseph cardenal ratzingerdel nacimiento, paulatina ascensión, el del esplendor de unacultura, su lento agotamiento, envejecimiento y muerte.Spengler documenta su tesis de forma impresionante contestimonios extraídos de la Historia de las culturas, en losque se puede rastrear esa ley de desarrollo. Su tesis era queOccidente había llegado a su fase tardía; que, a pesar de todos los exorcismos, desembocaría irrevocablemente en lamuerte de este continente cultural. Naturalmente, podríatransmitir sus dones a una nueva cultura ascendente, comoha ocurrido en anteriores decadencias, pero como tal sujetohabía dejado atrás su vigencia vital.Entre las dos guerras mundiales, esta tesis biologista encontró apasionadas adversarios, especialmente en el ámbitocatólico. También le salió al paso, de forma impresionante,Arnold Toynbee, por cierto con postulados que tienen hoypoco eco. Toynbee establece la diferencia entre progresotécnicomaterial, por una parte, y el verdadero progreso, queél define como espiritualización, por otra. Acepta que Occidente —el «mundo occidental»— se encuentra en una crisis, cuyas causas descubre en la apostasía de la religión pararendir culto a la técnica, a la nación y al militarismo. Enúltima instancia, la crisis tiene para él un nombre: secularización. Si se conoce la causa de la crisis, también se puedeindicar el camino hacia la curación: hay que regresar al momento religioso, que para él comprende la herencia religiosade todas las culturas, pero especialmente «lo que ha quedado del cristianismo occidental». Al punto de vista biológicose contrapone aquí una visión voluntarista, que apuesta porla fuerza de las minorías creadoras y las personalidades destacadas. Se plantea la pregunta: ¿es correcto el diagnóstico?,nueva revista· 12980europa, política y religióny si lo es, ¿está en nuestras manos reimplantar el momentoreligioso, haciendo una síntesis entre el cristianismo residual y la herencia religiosa de la humanidad?En última instancia, entre Spengler y Toynbee la cuestión queda abierta, porque no podemos atisbar el futuro. Perocon independencia de ello se nos plantea la tarea de preguntarnos por aquello que pueda garantizar el futuro y poraquello que sea capaz de mantener la identidad interna deEuropa a través de todas las metamorfosis históricas. O mássencillo aún: por aquello que hoy y mañana prometa mantener la dignidad humana y una existencia conforme a ella.IGLESIA Y ESTADO CONTEMPORÁNEOSNos habíamos quedado en la Revolución Francesa y susXIX. En ese siglo se desarrollaronconsecuencias en el siglo sobre todo dos nuevos modelos «europeos». En las nacioneslatinas, el modelo laicista: el Estado está estrictamente separado de las corporaciones religiosas, que son remitidas ala esfera de lo privado. El propio Estado rechaza un fundamento religioso y se sabe fundado únicamente sobre la razóny sus criterios. En vista de la fragilidad de la razón, estos sistemas se han revelado débiles y propensos a las dictaduras.En realidad, sólo sobreviven porque se mantienen como parte de la vieja conciencia moral; incluso sin los fundamentosde antes, hacen sin embargo posible un consenso básico.Por otro lado, en el ámbito germánico se encuentran dedistintas maneras los modelos de relaciones entre Iglesia yEstado característicos del protestantismo liberal, en los queuna religión cristiana ilustrada, esencialmente entendidacomo moral —incluso con formas de culto garantizadas pornueva revista· 12981joseph cardenal ratzingerel Estado—, asegura un fundamento religioso de amplia baseal que tienen que adaptarse las distintas religiones no estatales. Este modelo garantizó durante largo tiempo la cohesiónestatal y social en Gran Bretaña, en los Estados escandinavosy al principio también en la Alemania dominada por Prusia.En Alemania, la quiebra de la iglesia estatal prusiana creó unvacío que era campo abonado para una dictadura.Hoy, las iglesias estatales están amenazadas de consunción por todas partes. De las corporaciones religiosas, queson derivadas del Estado, no emana fuerza moral alguna, yel Estado mismo tampoco puede crear fuerza moral, sinoque tiene que presuponerla y construir sobre ella.Entre los dos modelos están los Estados Unidos de América, que por una parte —constituidos sobre un fundamento eclesial libre— parten de un estricto dogma de separación, y por otra están profundamente impregnados de unconsenso básico cristianoprotestante no confesional, al quese unió una especial conciencia de misión respecto del resto del mundo, que dio al momento religioso un peso público importante, que podía llegar a ser decisivo para la vida política, como fuerza prepolítica y suprapolítica. Naturalmente, no se puede ocultar que también en los Estados Unidosavanza incesantemente la disolución de la herencia cristiana, mientras que, al mismo tiempo, el rápido crecimiento delelemento hispano y la presencia de tradiciones religiosas provenientes de todo el mundo modifica el cuadro.Quizá haya también que observar que los Estados Unidos promueven de manera evidente la protestantización deAmérica Latina, es decir, la sustitución de la Iglesia católicapor formas de iglesia libre, en la convicción de que la Iglesianueva revista· 12982europa, política y religióncatólica no puede garantizar sistemas políticos y económicos estables, que fracasa por tanto como educadora de lasnaciones, mientras que se espera que el modelo de las iglesias libres haga posible un consenso moral y una formacióndemocrática de la voluntad parecidos a los que son característicos de los Estados Unidos.Para complicar aún más todo el cuadro, hay que aceptarque hoy en día la Iglesia católica representa la mayor comunidad religiosa de los Estados Unidos, y que en su vidareligiosa apuesta decididamente por la identidad católica.No obstante, respecto a las relaciones entre Iglesia y política los católicos han asumido las tradiciones de las iglesiaslibres, en el sentido de que precisamente una Iglesia que noestá fundida con el Estado garantiza mejor los fundamentosmorales del conjunto, de forma que la promoción del idealdemocrático aparece como una profunda obligación moralconforme a la fe. Hay buenas razones para ver en tal postura una continuación adaptada a los tiempos del modelodel papa Gelasio del que hablé antes.EL SOCIALISMORegresemos a Europa. A los dos modelos de los que habláXIXun tercero, el del sociabamos antes se unió en el siglo lismo, que pronto se dividió en dos vías distintas, la totalitariay la democrática. El socialismo democrático ha podido insertarse desde el principio como un saludable contrapesofrente a las posturas liberales radicales de los dos modelosexistentes, los ha enriquecido y también corregido.Se reveló, además, como interconfesional. En Inglaterraera el partido de los católicos, que no podían sentirse comonueva revista· 12983joseph cardenal ratzingeren casa ni en el campo protestanteconservador ni en el liberal. También en la Alemania guillermina el centro católicopudo sentirse mucho más próximo al socialismo democráticoque a las fuerzas conservadoras protestantes, estrictamenteprusianas. En muchas cosas, el socialismo democrático estaba y está próximo a la doctrina social católica, y en cualquier caso ha contribuido notablemente a la formación dela conciencia social.En cambio, el modelo totalitario se asoció a una filosofíade la Historia estrictamente materialista y atea. La Historiaes entendida, de forma determinista, como un proceso deprogreso que, pasando por las fases religiosa y liberal, se encamina hacia la sociedad absoluta y definitiva, en la que lareligión queda superada como reliquia del pasado y el funcionamiento de las condiciones materiales garantiza la felicidad de todos.Este aparente cientificismo esconde un dogmatismo intolerante: el espíritu es producto de la materia; la moral esproducto de las circunstancias y tiene que ser definida ypuesta en práctica conforme a los fines de la sociedad; todolo que sirva para alcanzar el feliz estado final es moral. Estoculmina la perversión de los valores que habían construidoEuropa. Más aún; aquí se lleva a cabo una ruptura con todala tradición moral de la humanidad. Ya no hay valores independientesde los fines del progreso, en un momentodado todo puede estar permitido o incluso ser necesario,moral en un nuevo sentido. Incluso el ser humano puedeconvertirse en un instrumento; no cuenta el individuo, sóloel futuro que se convierte en una terrible divinidad, que dispone de todo y de todos.nueva revista· 12984europa, política y religiónActualmente, los sistemas comunistas han fracasado porsu falso dogmatismo económico. Pero se pasa por alto condemasiada complacencia el hecho de que se derrumbaron,de forma más profunda, por su desprecio del ser humano, porsu subordinación de la moral a las necesidades del sistema ysus promesas de futuro. La verdadera catástrofe que dejarondetrás no es de naturaleza económica; es la desolación de losespíritus, la destrucción de la conciencia moral. Yo veo unproblema esencial de esta hora de Europa y del mundo enque, sin duda, en ninguna parte se discute el fracaso económico, y por eso los viejos comunistas se han convertido sintitubeos en liberales en economía; en cambio, la problemáticareligiosa y moral, que es de lo que de verdad se trataba, haquedado casi completamente desplazada. Pero la problemática legada por el marxismo sigue vigente hoy: la liquidación de las certidumbres originarias del ser humano acercade Dios, de sí mismo y del universo, la liquidación de la conciencia de unos valores morales que no son de libre disposición, sigue siendo ahora nuestro problema, y es precisamentelo que puede conducir a una autodestrucción de la conciencia europea que, con independencia de la visión decadentistade Spengler, tenemos que contemplarla como un peligro real.¿DÓNDE NOS ENCONTRAMOS HOY?Así llegamos a la pregunta: ¿hacia dónde seguir? ¿Hay enlos violentos cambios de nuestro tiempo una identidad deEuropa que tenga futuro y que podamos respaldar desde dentro? Para los padres de la unificación europea trasla devastación de la Segunda Guerra Mundial —Adenauer,Schumann, De Gasperi— estaba claro que ese fundamentonueva revista· 12985joseph cardenal ratzingerexiste, y que descansa en la herencia cristiana de lo queel cristianismo había hecho nuestro continente. Para ellosestaba claro que las destrucciones a las que nos habían enfrentado la dictadura nazi y la dictadura de Stalin se basaban precisamente en el rechazo de esos fundamentos, enun monstruoso orgullo que ya no se sometía al Creador,sino que pretendía crear él mismo un hombre mejor, unhombre nuevo, y transformar el mundo malo del Creadoren el mundo bueno que surgiría del dogmatismo de la propia ideología. Para ellos estaba claro que esas dictaduras,que habían puesto de manifiesto una cualidad del Mal enteramente nueva, reposaban, más allá de todos los horroresde la guerra, en la voluntad de eliminar aquella Europa, yque había que regresar a aquella concepción que había dadosu dignidad a este continente, a pesar de todos los erroresy sufrimientos. El entusiasmo inicial por el retorno a las grandes constantes de la herencia cristiana se ha esfumado rápidamente,y la unión europea se ha llevado a cabo casi exclusivamente en aspectos económicos, dejando a un lado engran medida la cuestión de los fundamentos espirituales detal comunidad.En los últimos años ha vuelto a crecer la conciencia deque la comunidad económica de los Estados europeos necesita también un fundamento de valores comunes. El crecimiento de la violencia, la huida hacia la droga, el aumentode la corrupción, hacen muy perceptible que la decadencia de los valores también tiene consecuencias materiales,y que es preciso un cambio de rumbo. Partiendo de esepunto de vista, los días 3 y 4 de julio de 1999 los jefes deEstado y de Gobierno de la Unión Europea acordaron lanueva revista· 12986europa, política y religiónelaboración de una Declaración de Derechos Fundamentales. A la ponencia encargada de redactarla se dio el 3 defebrero de 2000 el nombre de «convención» y el 14 de septiembre del mismo año presentó un proyecto definitivo, quefue aprobado el 14 de octubre por los jefes de Estado y deGobierno. Yo no puedo intentar analizar aquí ese esbozode Declaración; tan sólo pretendo plantear la pregunta dehasta qué punto es apropiada para dotar de un núcleo espiritual al cuerpo económico de Europa.Es importante la segunda frase del preámbulo: «Enla conciencia de su herencia religiosoespiritual y moral, laUnión se fundamenta sobre los valores indivisibles y universales del ser humano: la libertad, la igualdad y la solidaridad». Se ha lamentado la ausencia en este texto de la referencia a Dios: sobre esto volveré luego. Es importante enprincipio la incondicionalidad con la que la dignidad y losderechos del hombre aparecen aquí como valores que preceden a todo derecho estatal. Günther Hirsch ha recalcadocon razón que esos derechos fundamentales no son ni creadospor el legislador ni concedidos a los ciudadanos, sino que«más bien existen por derecho propio y han de ser respetados por el legislador, pues se anteponen a él como valoressuperiores». Esta vigencia de la dignidad humana previa atoda acción y decisión política remite en última instanciaal Creador: sólo Él puede crear derechos que se basan enla esencia del ser humano y de los que nadie puede prescindir. En este sentido, aquí se codifica una herencia cristiana esencial en su forma específica de validez. Que hayvalores que no son manipulables por nadie es la verdaderagarantía de nuestra libertad y de la grandeza del ser humano;nueva revista· 12987joseph cardenal ratzingerla fe ve en ello el misterio del Creador y la semejanza conDios conferida por Él al hombre. De este modo, esta fraseprotege un elemento esencial de la identidad cristiana deEuropa en una formulación comprensible también para elno creyente.Hoy, nadie negará directamente la preeminencia de la dignidad humana y de los derechos fundamentales sobre cualquier decisión política; aún están muy próximos los espantosdel nazismo y su doctrina racista. Pero en el ámbito concretode lo que se suele llamar progreso médico hay amenazas muyreales a estos valores. Pensemos en la clonación, en el almacenamiento de fetos humanos con fines de investigación ydonación de órganos o en todo el campo de la manipulacióngenética. A esto se añaden el comercio de seres humanos,nuevas formas de esclavitud, el tráfico de órganos humanoscon fines de trasplante. Siempre se alegan «buenos fines»para justificar lo injustificable. En lo que respecta a estos ámbitos, hay algunas constataciones satisfactorias en la Declaración de Derechos Fundamentales, pero en otros puntosimportantes sigue siendo demasiado vaga, cuando es precisamente aquí donde los principios corren peligro.Resumamos: la afirmación del valor y la dignidad del serhumano, de la libertad, igualdad y solidaridad, en los principios de la democracia y el Estado de derecho, incluye unaimagen del ser humano, una opción moral y una idea delderecho que en modo alguno se entienden por sí mismas,pero son factores básicos de la identidad de Europa, quetambién han de ser garantizados en sus consecuencias concretas y, naturalmente, sólo podrán ser defendidos si vuelvea integrarse en la correspondiente conciencia moral.nueva revista· 12988europa, política y religiónPero quiero señalar otros dos puntos en los que aparecela identidad europea. Ahí están, en primer lugar, el matrimonio y la familia. El matrimonio monógamo ha sido conformado como figura ordenadora fundamental de las relacionesentre hombre y mujer y a la vez como célula de la formacióncomunitaria del Estado, a partir de la fe bíblica. Tanto laEuropa del Oeste como la Europa del Este han configuradosu historia y su concepción del hombre a partir de unos preceptos muy precisos de fidelidad y de comunión. Europa yano sería Europa si esta célula básica de su estructura socialdesapareciera o cambiara de forma sustancial. La Declaración de Derechos Fundamentales habla del derecho al matrimonio, pero no prevé ninguna protección jurídica y moralespecífica para él ni lo define con más precisión. Pero todossabemos lo amenazados que están el matrimonio y la familia.Por una parte, por el socavamiento de su indisolubilidad, porformas cada vez más fáciles de divorcio; por otra, por el nuevo comportamiento, que cada vez se extiende más, de la convivencia de hombre y mujer sin la forma jurídica del matrimonio. En clara contraposición a esto está la demanda delas uniones homosexuales, que, paradójicamente, reclamanuna forma jurídica más o menos equiparable al matrimonio.Con esta tendencia se abandona toda la historia moral de lahumanidad, que a pesar de toda la variedad de formas jurídicas del matrimonio, siempre supo que por su esencia es laespecial convivencia de hombre y mujer, que se abre a loshijos y, por tanto, a la familia. Aquí no se trata de discriminación, sino de la cuestión de lo que el ser humano es comohombre y como mujer y de cómo se conforma jurídicamentela relación mutua de un hombre y una mujer. Si por un ladonueva revista· 12989joseph cardenal ratzingeresa relación se separa cada vez más de su forma jurídica y si,por otra parte, la asociación homosexual es vista cada vezmás como de igual rango que el matrimonio, nos encontramos ante una disolución de la imagen del hombre cuyas consecuencias pueden ser extremadamente graves. Por desgracia, en la Declaración falta una palabra clara al respecto.Finalmente, permítanme tratar el ámbito de lo religioso.En el artículo diez se garantizan las libertades de pensamiento,de conciencia y de religión, la libertad de cambiar de religión o visión del mundo y, en fin, la libertad de manifestarse y practicar la religión, solo o en comunidad con otros,pública o privadamente, por medio de servicios religiosos,enseñanza, costumbres y ritos. Los Estados se declaran neutralesrespecto a las religiones, pero al mismo tiempo lesconceden el derecho de una presencia pública. Esto es ensí mismo positivo, y responde en última instancia al básicocriterio cristiano de la distinción entre los ámbitos estataly eclesial, de la libertad del acto de fe y del ejercicio de lamisma, del no a la religión ordenada por el Estado. No obstante, en la práctica se plantea la cuestión de cómo se integran en el conjunto de la sociedad las distintas manifestaciones públicas de la religión. Voy a poner un sencillo ejemplo.El Estado no puede declarar día libre el viernes para los musulmanes, el sábado para los judíos y el domingo para loscristianos. Tendrá que decidirse por una ordenación comúndel tiempo y después preguntarse por preferencias. Las grandes fiestas —Navidad, Pascua, Pentecostés—, ¿no son señas de identidad de nuestra cultura? ¿Y el domingo?Aún es más difícil cuando en las distintas religiones seencuentran elementos que no concuerdan con los objetivosnueva revista· 12990europa, política y religiónconstitucionales básicos del preámbulo y el primer capítulo,referidos a la dignidad de la persona. ¿Qué ocurriría si unareligión considerase por principio la violencia parte de suprograma? ¿Si una religión negara por principio la libertadde religión y exigiera formas de teocracia política? ¿Quépensar de la magia que quiere dañar el cuerpo y el alma delotro? La reaparición de ideologías de extrema derecha vuelve a hacernos conscientes de que la tolerancia no puedellegar hasta el punto de promover su propia eliminación:tiene su límite allí donde la libertad ilimitada se empleapara destruir la libertad en beneficio de ideologías hostilesa la libertad e inhumanas. Hay que seguir reflexionando sobre esa cuestión de los límites internos de la tolerancia, límites que necesita en aras de sí misma.En este punto vuelve a plantearse la cuestión de si, partiendo de la tradición humanista europea y sus fundamentos, no habría sido necesario anclar en la Declaración aDios y la responsabilidad ante él. Probablemente no se hahecho porque en modo alguno quería prescribirse desde elEstado una convicción religiosa. Esto hay que respetarlo.Pero mi convicción es que hay algo que no debiera faltar:el respeto a aquello que es sagrado para otros, y el respetoa lo sagrado en general, a Dios, un respeto perfectamenteexigible incluso a aquel que no está dispuesto a creer enDios. Allá donde se quiebra ese respeto, algo esencial sehunde en una sociedad. En nuestra sociedad actual se castiga, gracias a Dios, a quienes escarnecen la fe de Israel, suimagen de Dios, sus grandes figuras. Se castiga también aquien denigra el Corán y las convicciones básicas del islam.En cambio, cuando se trata de Cristo y lo que es sagradonueva revista· 12991joseph cardenal ratzingerpara los cristianos, la libertad de opinión se convierte en elbien supremo, y limitarlo pondría en peligro o incluso destruiría la tolerancia y la libertad. Pero la libertad de opinióntiene sus límites en que no debe destruir el honor y la dignidad del otro; no es libertad para la mentira o para la destrucción de los derechos humanos. Aquí hay un autoodio,que sólo cabe calificar de patológico, de un Occidente, quesin duda (y esto es digno de elogio) trata de abrirse comprensivamente a valores ajenos, pero que ya no se quiere así mismo; que no ve más que lo cruel y destructor de su propiahistoria, pero no puede percibir ya lo grande y puro quehay en ella.Para sobrevivir, Europa necesita una nueva aceptación—sin duda crítica y humilde— de sí misma. A veces el multiculturalismo que, con tanta pasión, se promueve es antetodo renuncia a lo propio, huida de lo propio. Pero el multiculturalismo no puede existir sin constantes comunes, sindirectrices propias. Sin duda, no podrá existir sin respeto alo sagrado. Eso incluye salir con respeto al encuentro de loque es sagrado para el otro; pero es algo que sólo podremoshacerlo si lo que es sagrado para nosotros, Dios, no nos esajeno a nosotros mismos. Desde luego que podemos y debemos aprender de lo que es sagrado para otros, pero nuestra obligación, precisamente ante los otros y por los otros, esalimentar en nosotros mismos el respeto a lo sagrado y mostrar el rostro del Dios que se nos ha aparecido: el Dios queacoge a los pobres y los débiles, a las viudas y a los huérfanos, a los extranjeros; el Dios que es tan humano que élmismo quiso ser hombre, un hombre doliente, que sufriendo con nosotros da dignidad y esperanza al sufrimiento.nueva revista· 12992europa, política y religiónSi no lo hacemos, no sólo negaremos la identidad de Europa,sino que dejaremos de hacer a los otros un servicio alque tienen derecho. La absoluta profanidad que se ha construido en Occidente es profundísimamente ajena a las culturas del mundo. Esas culturas se fundamentan en la convicción de que un mundo sin Dios no tiene futuro. En esesentido, el multiculturalismo nos llama a volver a nosotrosmismos.No sabemos cómo seguirá Europa su camino. La Declaración de Derechos Fundamentales puede ser un primerpaso para que vuelva a buscar conscientemente su alma.Hay que dar la razón a Toynbee en que el destino de unasociedad depende una y otra vez de minorías creadoras. Loscreyentes cristianos deberían verse a sí mismos como unaminoría creadora, y contribuir a que Europa recupere lo mejorde su herencia y así sirva a toda la humanidad. TRADUCCIÓN DE CARLOS FORTEAPUBLICADO EN NUEVA REVISTA N.º 73 (2001)nueva revista· 12993