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Número
Referencia
“El portero,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1716.
Dublin Core
Title
El portero
Source
Nueva Revista 129 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
EL PORTEROManuel Hidalgoorren los años cuarenta, y es verano. En los vericuetos de una carretera de una montaña navarra,Centre un verde rociado y sombrío, una modesta,torpe y colorista camioneta asciende con dificultad por unacuesta. Al volante, Forteza, Ramiro Forteza, un hombre concara de bueno, un cuarentón avejentado, animoso y cansadoa la vez. En el exterior de su vehículo, unos murales, con rótulos y viñetas, delatan su antiguo oficio: fue portero de fútbol en Primera División, antes de la guerra, y alcanzó ciertagloria como rey de los penaltis. Al parecer, los paraba todos.Bueno, casi todos. Era, o así se hace llamar, el terror de losdelanteros. Los dibujos, su publicidad, explicaban tambiénsu actual oficio: apostar, de pueblo en pueblo, con los penaltis. Si los para, el dinero de la apuesta es para él. Si le hacengol, el tirador se lleva el dinero. ¡Qué orgullo meter un gola Ramiro Forteza, el rey del penalti, el Gigante de Zaragoza!La camioneta alcanza y rebasa a un perro, a un perruchoque parece perdido y que va vagando por las montañas. Ramiro lo espanta con su bronca bocina.A la salida de una curva, una patrulla de la Guardia Civilse interpone. Rutina. El cabo que está al mando solicita aForteza la documentación y le recomienda prudencia: haynueva revista· 129274el porteromaquis en la zona. Al percatarse de su identidad, parececonocer y admirar su gloria pasada. Es un forofo del fútbol,tanto que le pide información sobre figuras y eventos quesin duda Forteza ha conocido y protagonizado.La camioneta llega a un pueblo, un pueblo pequeño deapenas unos centenares de habitantes, blanco en sus fachadas y rojo en sus curvos tejados. Ramiro Forteza instala,entre la curiosidad general, su vehículo en la plaza y proclama, con ayuda de un puntero, sus gestas, las dibujadas enlos laterales de la camioneta. Después, vestido como está deportero, con sus rodilleras y sus guantes, y todo, pasa su gorrade guardameta ante el corro de curiosos de todas las edadesque le han rodeado, y reta a los más osados a un encuentroen un prado: meterle un gol y llevarse la bolsa de la apuesta,unas perras por barba. Ése es el desafío.Una muchacha, Isabel, de unos diecinueve años, guapa,espabilada y pobre, acompañada de Javier, su hermano subnormal, del que cuida tras la muerte de sus padres, se leacerca. Ha seguido la escena y se ha fijado en que tiene eljersey roto en un codo. Por unos céntimos se lo cosería, porque ella sabe coser. Incluso se lo cosería gratis si él le escribiera una carta a su novio, que está en la mili en Melilladesde hace meses. Ella es analfabeta.Quedan para el día siguiente en la casa que ella le indica, la que está aislada en las afueras y tiene un huerto contomates y judías verdes.El portero llega hasta un prado, en las traseras del pueblo, e instala una articulada y rudimentaria portería de madera, pero nadie acude a desafiar su apuesta. Ramiro Forteza se siente muy mal, muy roto, muy solo.nueva revista· 129275manuel hidalgoPasa un viejo cura en bici, viene de un caserío, y juntos hacen el trecho que les separa del pueblo. El cura le dice quedebería actuar en el frontón, que es más céntrico, y le pideque le ayude en un entierro que tiene que celebrar a continuación. ¿No hay sepulturero en el pueblo?, pregunta Forteza.El muerto es el sepulturero. Si le ayuda, el cura se encargaráde que venga gente a apostar penaltis con él. De acuerdo. Esosí, antes se tiene que confesar. ¡Pero hombre! Ah, sí, sí, sí. Paraenviar a alguien al cielo hay que estar en gracia de Dios.Ramiro se confiesa en la iglesia, una reciente construcción, muy montañesa, en piedra y madera, y se diría inclusoque, ya puestos, toma con gusto la confesión, tal vez comorepaso de su vida, pues no se había confesado desde niño.Cuando le habla al cura de mujeres, de pecados de la carne,el cura le pregunta por detalles de las ciudades y de los pueblos donde cometió los pecados, y no se interesa tanto porlos pecados mismos. Ramiro se extraña y se lo dice. El curale replica: todos los pecados son iguales y ya me los sé, loque yo quiero saber es cómo es el mundo, pues llevo aquídesde que salí del seminario. A ver, Madrid, ¿pecaste enMadrid?, ¿cómo es Madrid?En el camposanto al atardecer, bajo una fina lluvia, elcura y Ramiro entierran al sepulturero entre un grupo dealdeanos. El cura tras el responso, pide que se participe enel juego de los penaltis.Ramiro, esa noche, se acuesta en un jergón, en la camioneta, junto a una lámpara de petróleo, después de comerseuna lata de sardinas y un trozo de queso del país.A la mañana siguiente, tras colocar en una pizarra elanuncio de su siguiente actuación, va casa de la chica, quenueva revista· 129276el porterotrabaja en el pequeño huerto con su hermano subnormal.La chica le cose el jersey, y Ramiro escribe la carta para sunovio. La chica le dicta: Querido Ignacio, te quiero mucho,muchos recuerdos de Isabel. Pero, mujer, ponle algo más.Es que no se me ocurre nada. Y Ramiro, haciéndole preguntas sobre su vida, va poniendo, con la aprobación de Isabel,cosas en la carta: el tiempo que hace, muertos que ha habido, las cosechas. Y, por fin, la despedida: te quiero mucho.La chica se interesa por África, puesto que allá está sunovio. Ramiro le empieza a explicar, le dice que es grande,con arena, con selva, con fieras, con negros, con moros. Tiene de todo. El subnormal también hace preguntas. Están agusto, pero Ramiro se tiene que ir al frontón a ver si hay gentepara las apuestas. Propone a Isabel y a Javier hacer al díasiguiente una excursión en la camioneta, y seguir hablando.Una buena idea. Isabel no le quiere cobrar nada por el arreglo del jersey.En el frontón hay media docena de chicos mayores, veinteañeros labriegos. Se ve que las palabras del cura han surtido algún efecto. Son un tanto bravucones, y Ramiro les paratodos los penaltis, con lo que se irritan bastante.Un viejo gitano, una gitanilla, una cabra y un mono están siguiendo los acontecimientos, muy serios y muy quietos. Al acabar todo, y alejarse los muchachos, el gitano yla gitanilla se acercan a Ramiro. Ellos son titiriteros y hanllegado al pueblo para actuar, pero, claro, si el poco dineroque hay lo ponen los del pueblo en las apuestas, a ellos noles van a dar nada. El gitano sugiere amenizar las apuestas,actuar junto a él como reclamo y compartir ganancias. Ramiro dice que irá a verles actuar y se lo pensará.nueva revista· 129277manuel hidalgoRamiro, Isabel y Javier, al despuntar el nuevo día, se vande excursión en la camioneta, y, dejando atrás el pueblo, están a punto de atropellar al perro vagabundo, que se pierdeentre los arbustos de la cuneta. Ramiro dice: maldito perro.Se instalan en un prado junto a un río, y charlan, y cogenmoras y caracoles, y comen ensalada y lomo en aceite. Tanfelices, hasta que la tarde derrama en el cielo amarillos yrojos.En ésas están cuando aparece una partida de maquis.El jefe le suelta a Ramiro que si no será espía de la GuardiaCivil, que la gente que va por ahí, de pueblo en pueblo,suele estar conchabada con los civiles y les avisan si venalgo. Ramiro dice que no, que en absoluto. El jefe le diceque le va confiscar el dinero y cuanto encuentre de útilen la camioneta.Ramiro, entonces, le propone una apuesta de penaltis.Si le mete, por ejemplo, dos de cinco, pues le confisca. Perosi él detiene al menos cuatro, le dejan con todo. El jeferechaza la apuesta, pero los compañeros le azuzan, le dicenque es que teme quedar mal. El jefe, espoleado por lossuyos, acepta.Cuando el jefe de los maquis va a tirar el primer penalti,aparecen, de improviso, los civiles y les dan el alto a todos.Se los van a llevar cuando al jefe de los maquis se le ocurre,para salvar la piel, lo mismo que antes se le había ocurridoa Ramiro. Bueno, algo parecido. Disputar un partidillo allímismo. Si ganan los civiles, les toman presos. Si ganan ellos,se podrán marchar.El cabo de los guardias dice que ni hablar, claro, pero losmaquis les provocan: sois unos mantas, no valéis para nada,nueva revista· 129278el porterosois unos inútiles. ¿Inútiles, nosotros? Aceptan. Isabel recoge las armas de todos, que entregará sólo a los vencedores.Los guardias exigen que Ramiro sea su portero. Los otrosprotestan, pero no tienen más remedio que tragar. ¿Y quiénhace de árbitro? Todos miran a Javier.El subnormal obliga a los capitanes a darse la mano antes de empezar y arbitra el partido, no sin que previamentehaya sido advertido por unos y por otros. Lo mismo que aRamiro: déjate meter un gol, como no lo pares todo, verás.Dos zamarras y dos tricornios hacen de palos. Hay lances difíciles, protestas al árbitro, entradas duras de unos aotros por las ganas que se tienen. El balón cae al río, y unguardia y un maquis se agarran de la mano para alcanzar yrescatar el balón del agua sin mojarse.Van empatados y Javier pita penalti contra los civiles enel último segundo. Se repiten las advertencias a Ramiro,que no logra parar el penalti. Los civiles han perdido.Unos y otros miran las armas de reojo, custodiadas porIsabel, como pensando en correr hacia ellas. Pero la muchacha se adelanta, comenzando a repartir las suyas entrelos maquis, que cumplen su promesa y dejan marchar a losciviles. Inmediatamente, también ellos se evaporan en lohondo del bosque.En casa de Isabel, de regreso, Ramiro y la chica escuchan en una radio música dedicada, y bailan. Javier también. Ramiro le dice a la chica que se irá por la mañana,después de otra ronda de apuestas. Quiere llegar a comera otro pueblo, porque son fiestas y habrá trabajo.La noche es lluviosa, y la chica le invita a quedarse encasa a dormir. Ramiro acepta. Ya en su habitación y acostanueva revista· 129279manuel hidalgodo, Isabel entra en camisón y se le mete en la cama. Noquiere hacer el amor, no. Quiere aprender a dormir en losbrazos de un hombre. Y se duermen juntos.Al amanecer, Ramiro e Isabel descubren que Javier estámetido en la cama con ellos: hombre, no iba yo a dormir solo.Ramiro se despide de Isabel a la puerta de su casa, conel cura de testigo, ya que pasa por allí en su bici y alcanzaa Ramiro.El cura le pregunta si se ha costado con la chica, y Ramiro le dice que no. Ramiro le pregunta a su vez: ¿de verdad cree usted que es malo a los ojos de Dios que un hombre y una mujer se den compañía y amor? El viejo cura, nosin dificultad, confiesa: yo creo que el corazón de Dios sealegra cuando se alegra el corazón del hombre; pero, por favor, no digas a nadie que te lo he dicho yo.Ramiro Forteza llega al frontón, donde hay bastante gente, y conforme llega, el gitano y la gitanilla se ponen a tocary a bailar. Ramiro les dice que aún no había decidido nada,pero observa que la gente se fija y se acerca, por lo que admite su colaboración.Instala la portería, y enseguida se le aproximan losjovencitos humillados y faltones del otro día. Ramiro les para lospenaltis otra vez, y, de pronto, un par de estos chicos acerca,un poco a la fuerza, al subnormal. Uno de los bravuconesgrita a la gente, con una mano sobre el hombro de Javier: aJavier le hace ilusión tirar un penalti siempre que nuestrogran portero se apueste todo lo que lleva ganado. La genteríe y aplaude. Ramiro comprende que lo tiene difícil. Acepta. Se le acerca uno de los muchachos: ¿no irás a pararle elpenalti al pobre tonto? A la gente no le gustaría.nueva revista· 129280el porteroRamiro se prepara, y Javier se le aproxima y le dice unaspalabras que nadie oye, pero a todos preocupan. Javier tirael penalti y marca. Y se lleva todo lo que hay en la gorra. Alpasar junto a los gitanos, les echa unas monedas. La gentese dispersa. Ramiro va recogiendo su portería y sus cosaspara irse del pueblo.La camioneta llega ante la casa de Isabel, y Ramiro tocala bocina sin bajarse. Sale Javier, precediendo a Isabel, y leda unas monedas y, con su lengua de trapo, dice: la mitá parati y la mitá pa mí, como habíamos quedado. Ramiro le sonríe y le revuelve el pelo con cariño.Ramiro se despide de Isabel, tal vez hasta el próximo verano. La chica le regala un chorizo, que Ramiro coloca enel asiento. Isabel se sube al pescante de la camioneta, y leda a Ramiro un beso, y le dice sonriendo: nunca olvidarénuestra noche de amor. Ramiro sonríe. Javier sonríe.La camioneta ha dejado atrás el pueblo cuando la GuardiaCivil la intercepta en una recta. El cabo le pide a Forteza otravez la documentación. Ramiro se sofoca, pero la entrega. Elcabo la repasa y le dice: tú no eres Forteza. Hombre, el documento lo dice. Ya. El cabo hace hablar a un número: Forteza murió ahogado en la playa de la Concha hace siete años.Ramiro se hunde. Pero yo soy muy parecido, ¿no?, y en lospueblos, pues no lo saben... Necesitas un buen escarmiento,le dice el cabo tras comprobar su auténtica afiliación.Los guardias han colocado a Ramiro a cien metros de lacamioneta. Que eche a correr hasta ella, le dicen. A partirde la mitad del trecho, le dispararán a dar. Si no le aciertan,se irá. Ramiro protesta, pero el cabo le dice que lo mata allímismo.nueva revista· 129281manuel hidalgoEntonces Ramiro empieza a correr como alma que llevael diablo. El cabo dice a los suyos: ¡al aire! Ramiro corre.Uno a uno, los guardias van levantando sus fusiles y disparando a las nubes, mientras Ramiro corre y agacha la cabeza. Llegando a la camioneta, comprende que no han tiradoa dar. Los guardias se ríen. Ramiro les hace un corte de mangas, y los guardias hacen ademán de apuntar contra él. Ramiro se sube a toda prisa a la camioneta y arranca.La camioneta se aleja más y más del pueblo, cuando elperro vagabundo aparece y corre en paralelo por el prado.Ramiro le mira fastidiado y acelera. El perro se para, cabedecir que decepcionado. Ramiro frena y, lamentando conun gesto ser tan débil, abre la puerta del pasajero. El perrocorre hacia la camioneta y se mete en la cabina de un salto.El perro olisquea el chorizo. Y Ramiro le dice: a medias,eh, a medias. El perro ladra contento.La camioneta sigue su camino.PUBLICADO EN NUEVA REVISTA N.º 59 (1998)nueva revista· 129282