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Bioética. El hombre contra el hombre

Manuel de Santiago

Artículo que trata la disyuntiva de la ética aplicada a los dilemas morales de la vida biológica.

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Manuel de Santiago, “Bioética. El hombre contra el hombre,” accessed April 25, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1684.

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Bioética. El hombre contra el hombre

Subject

La creciente pluralidad moral de las sociedades occidentales

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Artículo que trata la disyuntiva de la ética aplicada a los dilemas morales de la vida biológica.

Creator

Manuel de Santiago

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Nueva Revista 121 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Bioética. El hombre contra el hombreEn esta primavera verá la luz la traducción al español del libro Bioethique:L´homme contre l´homme, del filósofo y político francés JeanFrédéric Poisson.La editorial Rialp, impulsora de este trabajo, ha adelantado a Nueva Revistaelprólogo del libro escrito por uno de nuestros habituales colaboradores, Manuelde Santiago, titular de la Cátedra «Detinsa» de Bioética y Bioderecho de laUniversidad Rey Juan Carlos.La bioética es una disciplina cuya vida apenas alcanza un cuarto de siglo,pero en este breve periodo de tiempo su desarrollo y difusión han sido extraordinarios, especialmente en el mundo occidental. Y sobre todo en paísesde tradición cristiana y democracias liberales. Pero no hay una bioética sinomuchas bioéticas y muchas formas de racionalizar y dar forma «correcta» auna determinada acción en el mundo de la medicina y de la ciencia biomédica. Es obvio también que, por la naturaleza de sus raciocinios y su apertura a marcos interpretativos diferentes, puede darse y así ocurre una bioética de perfil juridicista, una bioética de desarrollos filosóficos y una bioéticamarcadamente clínica o sanitaria. Además, como ética aplicada a los dilemas88NUEVA REVISTA 121morales de la vida biológica en su más amplio sentido, el modelo de argumentación de la bioética se abre a las influencias de todas las éticas modernas, neoaristotélicas, neoescolásticas, kantianas y postkantianas, neoempiristas y fenomenológicas, utilitaristas, amen de los modelos weberianos odiscursivos.No parece adecuado introducirse en el debate que plantea este libro sindisponer previamente de una perspectiva clara de la bioética. Me propongopor tanto hacer una introducción al debate bioético que sitúe al lector en susignificado y en su crisis interior, en el contexto de las democracias liberales; enfrentado a cambios históricos de calado más profundo de lo que sehabría podido sospechar, donde el poder del Estado se magnifica y sobredimensiona y la ciencia se convierte, interesadamente, en aliada del poder.Más adelante abordaré el objetivo y el significado de este libro de bioética,de pretensiones divulgadoras y limitadas, pero abierto a un discurso culto yreflexivo en diálogo con la sociedad.ÉTICA MÉDICA Y BIOÉTICA: ¿DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA?Su origen y su éxito indudable son inseparables de la creciente pluralidadmoral de las sociedades occidentales, especialmente de las menos homogéneas como ocurre con Norteamérica pero visiblemente ya, por razonesde inmigración, en regiones más cercanas a la vieja Europa. La mezcla derazas y religiones y el pluralismo político de las democracias liberales hanjugado un papel determinante en el nacimiento de la bioética. Sin duda,también ha contribuido a ello la participación de otras disciplinas más alláde la medicina (farmacia, biología, filosofía, derecho y teología) en el debate bioético, aunque las cuestiones planteadas se refieran al ámbito delcuerpo humano, de la salud y de la investigación científica a ella vinculada. Pasados los años es fácil comprender la inevitable confrontación dementalidades que habría de producirse en el marco de la gestión de lasalud; y especialmente entre los viejos «deberes» deontológico, hipocráticos —en conciencia— de los médicos y la pluralidad moral de las nuevassociedades.89FEBRERO 2009En realidad, la diferencia esencial que distingue a la vieja ética médicade la bioética es que la primera es una ética en conciencia, individual, delmédico, que responde a la clásica y aristotélica pregunta: «¿Qué debo haceryo para sentirme contento conmigo mismo, en la forma de abordar y resolver mi intervención en el cuidado de la salud de un enfermo o de una población determinada?». Es, pues, una ética en primera persona,una éticaque me exige hábitos de conducta virtuosos si quiero estar a la altura demi conciencia, si quiero dotar de excelencia al servicio que voy a prestara mi paciente. No es necesario que alguien me vigile porque me lo exijoyo mismo.En el caso de la bioética, la pregunta no responde a una cuestión interior de la conciencia del profesional, sino a la kantiana cuestión de cómodebe serla relación del médico con el paciente o de cómo debe ser el diseño de un ensayo clínico, con arreglo a qué criterios compartidos debe serllevada a cabo una experimentación con personas. Es, pues, una ética en tercera persona,de la cual surge una imposición de fuera hacia dentro, de lasociedad hacia la medicina; y en casos más concluyentes, desde el acuerdomayoritario a la ley civil.Ambas comparten la búsqueda del mejor bien para el enfermo, que ya esmucho, pero poco más. La primera, con todos sus defectos e insuficienciases una norma individual orientada por la razón práctica y la ley natural; lasegunda, en representación de la pluralidad moral de la sociedad, pretendealcanzar un acuerdo social y sancionarlo mediante una ley civil. Son dosenfoques diferentes, ambas seguramente imprescindibles, pero que necesariamente habrían de chocar y es lo que, desde hace varias décadas, viene sucediendo. ¿Pueden una y otra visión de la ética de la medicina y de la ciencia ir por separado?EL NACIMIENTO DE LA BIOÉTICACon este telón de fondo y cada vez con mayor dependencia de la opiniónpública es como nace la bioética. También, está claro, en respuesta a viejosdemonios de la medicina, su dependencia excesiva de las ciencias básicas90NUEVA REVISTA 121MANUEL DE SANTIAGOherederas de un empirismo al que es ajeno el acto médico; así como a lainsuficiente reflexión de los médicos sobre su identidad como profesionales,o sobre los límites tolerables frente a algunas tecnologías en apoyo de lostratamientos; de las limitaciones e insuficiencias de la ética deontológicapara frenar algunos excesos en el seno de las corporaciones y, por supuesto, de su creciente indefensión y sometimiento al poder político como fuente de la ley en los últimos siglos.El autor de este libro, JeanFrédéric Poisson, dedica algunas páginas al recuerdo de ciertos eventos médicos que hicieron saltar las alarmas de la sociedad en el ecuador del siglo XX. En primer lugar, el horror suscitado porlos médicos nazis durante la II Guerra Mundial en aras de alguna suerte deinvestigación con fines inconfesables que demostró la incapacidad o el fracaso de la ética médica tradicional frente a un poder político desalmado.Aquella experiencia daría lugar pocos años después a la elaboración delCódigo de Núremberg, donde cristalizaría un concepto nuevo, de ámbitojurídico, para un modo nuevo de entender la utilización de seres humanosen la investigación científica: la exigencia de obtener el consentimiento delos participantes en cualquier experimento médicocientífico, tras ser convenientemente informados. Un concepto hoy ampliado a cualquier aplicación terapéutica, en el contexto de la relación médicopaciente ante una enfermedad. Un «principio», en fin, que la bioética difundió y que las leyessanitarias han configurado como «consentimiento informado», oral o escrito,sobre todo en casos de potencial riesgo para la vida del enfermo y tambiéncomo reconocimiento por la ley del principio de autonomía moral de la persona en la gestión de su cuerpo.Más tarde, otro de los nefastos hitos que el autor recuerda en su libro esel de algunos experimentos llevados a cabo en los años sesenta en Norteamérica con los que se violaban principios morales similares. El escándaloafloró en la opinión pública tras la publicación de un artículo de Beecher—un anestesista de Harvard— en la prestigiosa New England Journal of Medicine, donde se censuraba una serie de conductas reprobables de médicosnorteamericanos, que avivó la indignación popular e hizo intervenir más91FEBRERO 2009BIOÉTICA. EL HOMBRE CONTRA EL HOMBREtarde al gobierno creando la llamada National Commission, un organismoplural de expertos al que se encargó la redacción de un proyecto ordenador de la investigación médica y de la experimentación con personas, quevio la luz en Belmont en 1973. Un sencillo documento que desencadenó laaparición de la bioética. El mérito del denominado Informe Belmont nosparece hoy vinculado al acierto de dotar a la sociedad, a los médicos y sobretodo a la justicia, de un procedimiento simple, pero articulador de los juiciosmorales más elementales respecto de la cuestión, lo suficientemente formaly civil para universalizar el acceso a «lo correcto» o «incorrecto» en el diseñoy realización de un determinado experimento.El hallazgo de los denominados principios de la bioéticapor los miembros de la National Commissioniniciaría este modelo ético moderno deentender el acto médico. Un lector que pretenda comprender la bioéticano puede desconocer los tres principios más famosos de su historia, losprincipios que más adelante se denominarán de «beneficencia» —la obligación de buscar la mejor opción curativa o sanadora para el paciente—; derespeto o «autonomía» del enfermo en la gestión de su cuerpo; y finalmente de «justicia», en clave americana entendido como un cierto derecho deigualdad de los hombres en la distribución de los bienes sanitarios, en elacceso a los medios para la conservación de la salud. Y ello porque, desdeentonces, todo juicio ético sobre una determinada actuación médica osobre una nueva tecnología pasa, necesariamente, por el cribado de losprincipios.El Informe Belmont no surgió de un verdadero acuerdo moral, como sepretendió inicialmente, sino más bien como una forma práctica de resolverla carencia de un procedimiento, por parte de la justicia, para dilucidar laspresuntas demandas médicas que habían aflorado en el ámbito judicial. En1997, un cuarto de siglo después, con ocasión de un encuentro internacionalen Madrid, tuve ocasión de departir unos minutos con Albert Jonsen, miembro de la National Commissiony redactor físico del acuerdo de Belmont.Hablábamos del significado del modelo de los principios, al que inocentemente aludí como «modelo moral». Jonsen, hombre abierto y expansivo, 92NUEVA REVISTA 121MANUEL DE SANTIAGOsonriente, me interrumpió diciendo: «No, doctor, nosotros no pretendimoscrear un modelo moral, nosotros quisimos articular un procedimiento para resolver problemas ante la justicia. Simplemente eso. Han sido ustedes —dijomirando a los presentes— quienes lo han convertido en un modelo ético».Evidentemente Jonsen hacia referencia al principialismo jerarquizado que,años antes, había elaborado Diego Gracia, y que indudablemente había dotado de consistencia ética a la «versión médica» de los principios.Porque, en efecto, al Informe Belmont sucedería un año después la «versión médica» de los principios, desarrollada ampliamente en el famoso libroPrinciples of Biomedical Ethics(1974) escrito por Tom Beauchamp y JamesF. Childress, un texto que trasladaba a la medicina clínica la aplicación de losprincipios elaborados en Belmont con destino a la investigación con humanos. Pero ahora con una mayor elaboración y con la pretensión de constituiruna nueva ética médica. Sus autores añadieron un cuarto principio a los tresde Belmont, el de «no maleficencia», que distinguieron del de «beneficencia»y que, ciertamente, respondía a una antigua convicción de los médicos, laimportancia de procurar el mejor bien al enfermo, ciertamente, pero sobretodo de no añadir un daño severo al paciente en el objetivo y búsqueda deese mejor bien para el enfermo; una virtud médica de base prudencial, elevada ahora a categoría de «principio», que el mundo médico conocía comoprimum, non nocere,primero no hacer daño.LA CONFRONTACIÓN ENTRE LOS DESEOS DE LOS PACIENTESY LAS CONVICCIONES DE LOS MÉDICOSEs evidente que la articulación de los cuatro principios entre sí habría deprovocar dificultades. No es el momento de profundizar aquí sobre estacuestión, pero el lector debe conocer que el recurso al procedimiento dearbitrio aportado por Beauchamp y Childress, para resolver los reparos de laconciencia del médico en algunos de los actos médicos que se le exigían (encorrespondencia a los principios de «no maleficencia» y «beneficencia») frente a las intenciones de algunos enfermos (en aplicación del principio de«autonomía») vendría tarde o temprano a suponer el fracaso de la nueva93FEBRERO 2009BIOÉTICA. EL HOMBRE CONTRA EL HOMBREética. Sobre todo ante decisiones de vida o muerte —ante decisiones morales importantes— que la conciencia de los médicos, desde tiempos inmemoriales, ha estimado como graves transgresiones. Así, por ejemplo, el abortovoluntario o la eutanasia, pero también otras muchas situaciones de menordramatismo, de un largo etcétera de casos o dilemas complejos del acto médico, que no es el momento de abordar.El recurso a los planteamientos de un filósofo neoaristotélico de principios de siglo, David Ross, para resolver el conflicto entre dos deberes igualmente exigibles a un médico —según la nueva ética— pero enfrentadosentre sí en su conciencia, supuso una decepción para la medicina. Permitióa la clase médica comprender la insolvencia del método, que casi siemprearrinconaba sus criterios más identificadores. De hecho, la aplicación de losprincipios de la bioética ha devenido en el predominio radical del principiode autonomía moral, la anteposición o imposición de los deseos del enfermo sobre las convicciones del primun non nocere ya aludido, sobre todoen el ámbito de la medicina privada.¿Qué consecuencias tiene esto? Este desequilibrio entre principios supone que la exigencia de una intervención o tratamiento concreto por partede un paciente a un médico, que administrativamente le es asignado, porejemplo la petición a un urólogo de una vasectomía —una forma de esterilización masculina— o a un ginecólogo de una ligadura de trompas, le esimpuesta por la ley sanitaria, incluso contra lo más sagrado, su conciencia.Es evidente que si el médico no experimenta ninguna restricción moral ocientífica contra la vasectomía o la ligadura, el problema no existe. Pero siel médico tiene la firme convicción de no colaborar en un acto médico deesterilización, la sociedad y la nueva ética le imponen algo contra su propiaconciencia. Como para mucha gente lo legal o lo que se llevaes lo lícito ymoral, al experimentar una respuesta negativa de su médico a su petición,que cree legítima, el conflicto y, probablemente también, la incomprensióny el rechazo quedan servidos.Si los conflictos de conciencia en la medicina actual se pudieran resolvercon la objeción de conciencia de los médicos o sanitarios, el sistema resolvería94NUEVA REVISTA 121MANUEL DE SANTIAGOde una forma u otra cualquier petición técnica objetable, aunque legal, y elconflicto sería desactivado. Pero si la objeción de conciencia sanitaria paraestos casos —y para actos de mayor gravedad— es obstaculizada o denegada por la autoridad, el ejercicio de la actividad profesional para ese o esosmédicos será insoportable. Es evidente, por otra parte, que a menores convicciones morales mayor disponibilidad para asumir las acciones médicastrasgresoras de la ética médica histórica, y de paso menor conflictividad administrativa para las autoridades sanitarias. Es obvio, por tanto, cuál de losprofesionales resultaría más cómodo para los gestores sanitarios y quedan patentes los riesgos que, por esta razón, asume el objetor, cuando en el fondodebiera ser al revés.Es indudable que la autonomía de decisión del enfermo juega, desde entonces, un papel estelar en la relación médicopaciente; y que, como consecuencia, debilita las reservas morales de los médicos y magnifica la crisis dela ética deontológica de los profesionales para con sus pacientes. Lo que enrealidad parte de un principio indiscutible para cualquier moral, la libertadde las conciencias de las personas, ha devenido en presión sobre los médicos y otros sanitarios, especialmente sobre aquellos con convicciones éticasyo o religiosas más profundas. Así ocurre hoy en algunos países respectode la aplicación de las leyes de aborto o con algunas formas de anticoncepción o esterilización, de diagnóstico prenatal orientado al aborto de los niñosmalformados y en otros muchos ámbitos de la clínica médica; frente a losque sólo cabe el recurso, cuando es legal, de la objeción de conciencia.Aunque conservan la virtud de estructurar el análisis moral de las acciones médicas, tras un inicio fulgurante, los principios de la bioética han perdido prestigio y experimentan un futuro incierto; sobre todo en la medidaen que la ley civil encorseta gradualmente la legitimidad de muchas acciones médicas, en otro tiempo trasgresoras para la mayoría de los profesionales, y en la medida también en que la cultura se decanta aceleradamente porel utilitarismo moral —por aquello de que el fin justifica los medios— y lasobjeciones de los médicos son cada vez menos comprendidas y apreciadaspor la sociedad.95FEBRERO 2009BIOÉTICA. EL HOMBRE CONTRA EL HOMBRELA ALIANZA DEL PODER Y LA TECNOCIENCIAPor otra parte, la creciente presencia en la investigación biomédica de la tecnociencia, la ciencia orientada a la búsqueda de tecnologías que permitana la medicina resolver ámbitos de la enfermedad sin aparente solución —comoel mundo de la infertilidad de la pareja o las enfermedades de origen genético— desempeña progresivamente un importante papel en la eficacia de lamedicina. Siempre, eso sí, a través de dinámicas utilitaristas que, por su eficacia mayor o menor —o por su prestigio— han sido incorporadas con escaso rechazo a la lex artisdel acto médico. El ejemplo más típico es el detoda la tecnología que circunda a la fertilización in vitrode los embriones.Y menos clara pero también ilustrativa, la presencia de industrias farmacéuticas o de células madres, planificadas por los propios científicos, con unavigorosa orientación hacia el negocio. La investigación impulsada por el acicate de los beneficios económicos ha creado industrias de estructura empresarial, donde los investigadores de mayor prestigio son a la vez empresarios y científicos. Los ámbitos de la genética y de la medicina regenerativa—del mundo de las células madre— han recibido así un formidable impulso, aunque sin exhibir excesivas reservas morales, particularmente en el usoy la utilización de los embriones como fuente de células madre, o el recurso, hoy en decadencia, a la clonación.En septiembre de 2002 tuve ocasión de comprobar este interés económico, asistiendo como representante del Ministerio de Ciencia y Tecnologíaal grupo de trabajo de la «Convención Internacional contra la clonación deseres humanos con fines de reproducción», de Naciones Unidas, en NuevaYork. Se debatía una propuesta francoalemana para prohibir la clonación humana reproductiva, como primer paso para una ulterior prohibición total detoda forma de clonación. Ambas naciones ofrecieron discursos cargadosdepreocupación moral por la indignidad que significaba la posibilidad deque alguien acabara produciendo un niñoclon fuera de la ley. La argumentación parecía razonable, pero era conocido el interés del canciller alemánpor promover en su país la investigación genética y sus mercados internacionales. Sin excluir, obviamente, el recurso a la clonación no reproductiva,96NUEVA REVISTA 121MANUEL DE SANTIAGOa la denominada clonación terapéutica, la delegación española tenía órdenes estrictas de votar contra cualquier proyecto que dejara abierto el procedimiento de la clonación de embriones humanos. El embajador español hizoénfasis en la gravedad que suponía permitir cualquier desarrollo humanode la técnica, por la agresión a la dignidad del hombre que representaba ypor el impredecible daño que podría representar para las generaciones futuras. Las sucesivas tomas de posición de numerosos países fueron restando apoyos a favor de la propuesta.Tuve ocasión de hacer una aparte con el representante alemán y reiterarle la posición española, que él calificó de incomprensible y peligrosa,pues en su opinión dejaba al albur que algún irresponsable se propusierahacer un niñoclon humano. Pocos días después, una vez autorizados ahacer otra propuesta, redacté un nuevo texto que, una vez corroborado yasumido por la delegación española, fue propuesto a la convención y que,casi fuera de tiempo, obtuvo en pocas horas el voto positivo de Estados Unidos, de Italia y de otras diversas naciones —hasta treinta y dos— que hicieron suya la propuesta, a la que se puede acceder en Internet. Fue quizá laalternativa más votada de aquella convención, que remachó el rechazo yaprevisible de la propuesta francoalemana. Un año después, Francia y Alemania cambiaron el signo de sus gobiernos y se convirtieron a la oposición dela clonación, especialmente Alemania, y durante el siguiente periodo de sesiones, una propuesta final de Costa Rica, con el apoyo de muchas naciones occidentales, obtuvo una holgada mayoría en la Asamblea General, queaprobó una resolución donde se pedía a todas las naciones del mundo la eliminación pura y simple de toda forma de clonación en humanos en sus legislaciones.La experiencia muestra la importancia de los esfuerzos diplomáticos ypolíticos para frenar o imponer la difusión de biotecnologías que no ofrecengarantías morales ni técnicas para el futuro de la humanidad. Desgraciadamente, el gobierno español, que tanto énfasis pone en la necesidad de seguir los acuerdos de Naciones Unidas para otras cuestiones y, pese a que España no defiende intereses o perspectivas de desarrollo industrial de la97FEBRERO 2009BIOÉTICA. EL HOMBRE CONTRA EL HOMBREclonación, ha obviado el mandato de la ONUy ha legitimado la clonaciónhumana en la más reciente reforma de la ley de investigación de 2006, desdesu proyecto de alianza con la tecnociencia.TIEMPOS DE INCERTIDUMBREEl lector puede apreciar la conjunción de intereses que confluyen en elmarco de las acciones médicas, que hasta hace un cuarto de siglo constituíaun ámbito de relación casi secreto entre médico y paciente, entre dos conciencias cuando las acciones a llevar a cabo conculcaban, en uno u otro,sus respectivas convicciones. Como ha destacado el bioeticista Drane, discípulo de Laín Entralgo, sólo una bioética bien desarrollada y ampliamente difundida puede evitar que ocurran los desaguisados y las tragedias éticas vinculadas al campo de la investigación humana.La necesidad de expertos y de profesionales de la Sanidad con alta preparación en filosofía moral es hoy más visible que nunca, pero no por ellomenos problemática. En efecto, es necesario un esfuerzo institucional para laformación de expertos en bioética, bien desde la medicina académica, biendesde el Estado o desde ambos. Pero estos desarrollos vienen precedidos dela necesaria neutralidad axiológica que debería presidir toda forma de debatemoral. En mi experiencia esta neutralidad es difícil de conseguir, dada la pluralidad de los modelos éticos contrapuestos; pero aún más debido a la presencia de ideologías omnicomprehensivas, determinantes de las leyes, en elmundo de la política y en la sociedad, a las que estorba la libertad de pensamiento y la oposición de unos u otros modelos morales sobre la implantación de sus ideas.Por otra parte, la pérdida de influencia de las iglesias sobre amplios estratos de la sociedad occidental y la poderosa maquinaria de comunicaciónpolítica del Leviatán moderno, arrumba a la disidencia axiológica con unaasfixiante retórica del progresopara la humanidad, del que se considera conductor imprescindible; y con el recurso fácil a las promesas de curación deenfermedades como la diabetes, la enfermedad de Alzheimer o las enfermedades cardiovasculares, a las que la sociedad es tan sensible.98NUEVA REVISTA 121MANUEL DE SANTIAGOEl esfuerzo de clarificación necesario y la difusión de los riesgos morales quedeterminadas técnicas pueden conducir por sí mismas —como la eutanasia ola clonación— se convierte en una pelea desigual entre David y Goliat. Entrelos grupos intelectuales que discrepan del poder fáctico y la maquinaria insensible de los intereses ideológicos que puede dominar el poder. Esta perspectiva o estado del arte—como dicen los anglosajones— revierte a los poderespúblicos el papel de «conciencia» de los pueblos, a los que puede suplantar, ylos inviste de una imagen humanistay defensora de su felicidad, obviamenteinmanente, que determina un seguimiento de masas a algunos equívocos planteamientos, ya sea de los médicos ya de los científicos, especialmente sobrelos momentos críticos del principio y final de la vida de los seres humanos.Ante este panorama, sólo las instituciones de bioética independientes, losresiduos de la ética deontológica y los recursos intelectuales aislados quepuedan surgir de las profesiones más involucradas y obviamente los pensadores independientes —como el autor de este libro— pueden establecer uncierto diálogo con la sociedad y, en alguna medida, servir de contrapeso ala fecunda alianza ya citada. Aunque Estados Unidos, país que en verdadconduce los fundamentos de la bioética, ha pretendido con el prestigio desus sucesivas Comisiones de Bioética Nacionales racionalizar los desarrolloscientíficos de equívoca moralidad, el propio devenir de la política ha idocambiando el signo de sus planteamientos, y paradigma de ello son las distintas actitudes de los gobiernos ante el aborto, desde Reagan hasta Obama.Así pues, el amplio abanico de cuestiones que constituye la bioética será,desde ahora, uno de los espacios de debate social más encarnizados que seprevé para los años venideros. Sólo el acuerdo y el compromiso de una ciudadanía adecuadamente informada, y el esfuerzo y los sacrificios de muchos,podrán frenar las derivas de una cultura crecientemente cerrada a la razónmoral, y proclive a dar patente de «normalidad» a todas las licencias a quepuede conducir el desarrollo, cuando éste camina asociado a una anemia devalores en la sociedad y en las instituciones. Que las leyes previstas para legitimar el aborto libre y la eutanasia en España surjan en un escenario de imposición política, sin el refrendo de la sociedad, sólo puede producir estupor.99FEBRERO 2009BIOÉTICA. EL HOMBRE CONTRA EL HOMBREBIOETHIQUE: L´HOMME CONTRE L´HOMMEEl libro Bioethique: L’homme contre l’homme, del filósofo y político francésJeanFrédéric Poisson, se sitúa plenamente en esta preocupación y responsabilidad ante algunas derivas del mundo de la medicina y de la ciencia, ala que los análisis bioéticos convencionales pueden dejar abandonadas a sucurso. Poisson escribe un libro para franceses, sin duda, y divulga en diálogo con la sociedad francesa, pero sus inquietudes y sus argumentos se revelan universales, abiertos a cualquier público interesado. El autor dialogacon la cultura dominante y aflora los determinantes sociales que hacen posible algunas de las polémicas médicas o científicas que afloran en la sociedad. El lector pasa así de una cuestión a otra, entrando en las cuestiones crispadoras que dividen hoy a las sociedades y que fragmentan las conviccionescolectivas de los pueblos.Tras un sucinto abordaje del nacimiento de la bioética y de los avataresque la vieron nacer —de lo que algo se ha apuntado antes— el autor va refutando sin radicalismos desde una argumentación racional, entre suavemente filosófica y jurídica, las teorías o los criterios que sustentan los desarrollos polémicos de la medicina y de la ciencia, ya sea a la clonación, ya laeutanasia, la oposición a los trasplantes, el niño «medicamento» o la selección destructiva de embriones. También, la nueva eugenesia de cuño liberal,entre autónoma y quimérica, entre ficción y realidad, que ya da sus primeros pasos. Siguen los problemas del diagnóstico preimplantatorio y la congelación de los embriones sobrantes, y la reconsideración de estatus quelos hombres damos a los animales, incluida la referencia obligada a la naturaleza del hombre como fundamento de la diferencia ontológica, esa que sepretende anular por algunos, una diferencia esencial que genera la dignidad del hombre y es fuente de sus derechos y del propio derecho.Bioethique: L’homme contre l’homme posee un título desafiante pero noes una divulgación de datos o un documento para catequizar, aunque elautor incorpora ocasionalmente criterios de autoridad del magisterio entrecitas acotadas al ámbito de la opinión pública francesa. Es el desahogo deuna vocación potente por la bioética desde el escenario de la política y la100NUEVA REVISTA 121MANUEL DE SANTIAGOfilosofía, pero conducente a esa exigencia de participación en la cosa pública, de compromiso con la verdad, a que he aludido con anterioridad.JeanFrédéric Poisson ha escrito un libro para franceses, ciertamente,como los americanos escriben para americanos, y así sucesivamente, perosus argumentos y reflexiones nos valen a todos. No decepcionará en ningún caso al lector de lengua castellana, atraído por este nuevo marco de reflexión que es la bioética; que se verá introducido en una argumentación sólida, dialogante, racionalizada e injertada en el humanismo cristiano. Unadivulgación que pretende incorporar al lector a cuestiones candentes de labioética, sin pretensiones sistemáticas ni la ambición de abarcar todas lascuestiones abiertas. En todo caso, su discurso no desacredita los argumentosopositores ni a sus agentes, pero rebate con sereno distanciamiento las cuestiones más crispadoras de la bioética.Dentro de la diversidad de la respuesta católica que es posible en cuestiones opinables, Poisson se identifica básicamente con la posición del magisterio; pero no busque el lector una argumentación teologizante en sulibro, porque fracasará. En otro lugar y refiriéndome al debate de la bioética he subrayado la libertad de los laicos católicos, y en general de los creyentes, a utilizar, en cada caso y cada medio, el lenguaje civil adecuado—científico, filosófico, médico, político o jurídico— que corresponda a lacultura del autor, para defender en su medio las convicciones de la Iglesiasobre el mundo y la sociedad. Que, obviamente no renuncia a otros legítimos modos de expresión. Pienso que, en el fondo, esto es sustancialmentelo que el autor hace en esta interesante aportación divulgadora. 101FEBRERO 2009BIOÉTICA. EL HOMBRE CONTRA EL HOMBRE