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Después de Irlanda

Antonio Fontán

Reproducción del texto publicado en ABC de Antonio Fontán, una reflexión sobre la situación actual que vivie el proceso de construcción europea tras los resultados del Tratado de Lisboa.

File: Despues Irlanda.pdf

Referencia

Antonio Fontán, “Después de Irlanda,” accessed April 26, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1663.

Dublin Core

Title

Después de Irlanda

Subject

Decisión de los ciudadanos

Description

Reproducción del texto publicado en ABC de Antonio Fontán, una reflexión sobre la situación actual que vivie el proceso de construcción europea tras los resultados del Tratado de Lisboa.

Creator

Antonio Fontán

Source

Nueva Revista 118 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

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Text

DECIDEN LOS CIUDADANOSDespués de IrlandaANTONIOFONTÁNPasadas unas semanas desde que se conocieran los resultados del referéndum celebrado en Irlanda sobre el Tratado de Lisboa, el presidentede Nueva Revista, Antonio Fontán, reflexionaba en ABC—en el textoque a continuación se reproduce— sobre la situación actual que viveel proceso de construcción europea.l node los irlandeses al Tratado de Lisboa es un accidente menor enel proceso histórico de la Unión Europea. Menor, pero significativo.EInvita a reflexionar a los gobiernos, parlamentos y partidos de los Estados miembros.No hace mucho en Holanda y en Francia tuvieron lugar, con resultado también negativo, los referendos en que se votaba la Constitución Europea. Aunque el Tratado de Lisboa es menos exigente y trabajoso de aplicar que la Constitución, son ya tres las naciones dediversas tradiciones culturales e históricas (latina, germánica y celta)desde las que se han escuchado toques de aviso sobre la estructura política y el funcionamiento de ese singular ente político que abarcaveintisiete Estados y cubre casi todo el continente, desde el Atlánticohasta las repúblicas exsoviéticas de Bielorrusia, Ucrania y la Rusiapropiamente dicha. Sin embargo, en ninguna de las instituciones y tribunas políticas delas tres naciones del no, ni en los otros veinticuatro países miembros,se ha planteado seriamente la existencia y la continuidad de la UniónNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 14]o la pertenencia a ella de Irlanda. Este país no ha dicho que noa Europa, sino a un texto presentado por los actuales gestores de la Unión, ysin el cual, como sin la Constitución que rechazaron franceses y holandeses, se ha funcionado aceptablemente y se han conseguido logros decooperación entre los diversos Estados, impensables antes. La Unión Europea es la más extensa y ambiciosa asociación de Estados independientes de la historia de la humanidad. Su implantación hasido un indudable logro. Los países miembros han acertado a establecerpolíticas comunes de orden institucional, económico y social, y a ponerlas en práctica, manteniendo, sin embargo, cada uno de ellos su independencia y su propia soberanía. Se ceden competencias, se coordinanpolíticas, se comparten partidas presupuestarias y hay en el parlamentode Bruselas y Estrasburgo debates de partido y no de naciones igual queen las Cámaras de los diferentes Estados, pero todos y cada una de losveintisiete miembros sienten, conservan, defienden y practican su independencia y su intransferible soberanía. Basta recordar los acuerdos decreación del euro y del Banco Central Europeo o los de Schengen quehan beneficiado a todos los países, aunque no fueran de aplicación encada uno de ellos. El europeísmo de vocación asociativa había nacido y empezó a desarrollarse al hilo de los desencuentros y enfrentamientos de potenciasygobiernos del continente que habían dado lugar a la Gran Guerra y ala exacerbación de los nacionalismos en ciertos Estados. Al final de lacontienda no pocos pensadores y políticos se preguntaban cómo habíapodido ocurrir que en naciones que parecían bien avenidas y para aquellos tiempos florecientes (la Europa de la belle époque) se hubiera producido un desastre semejante. La Gran Guerra no había resuelto nada ycon ella —o por su causa— se habían creado nuevos problemas y subsistían, en no pocos casos agravados, los de antes. Después de Versalles y de la revolución de Rusia, los antiguos «imperios centrales» se arruinaron —fue el caso de Alemania— o se dividieron en estados menores, como la república austriaca, Hungría o la artificial Checoslovaquia, se restableció la antes troceada Polonia y secreó en los Balcanes la imposible Yugoslavia. Además, desapareció elNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 15]Antonio Fontánimperio de los zares y se impuso en ese país una dictadura comunistaque, de hecho, trasladó las fronteras políticas de la Europa libre desdelos Urales a los límites occidentales de Ucrania. La situación fue mucho peor y más penosa al final de la II GuerraMundial, con la ocupación militar y política soviética de toda la Europaoriental, «el telón de acero» y las dictaduras comunistas, en un climainternacional de hostilidades políticas entre los gobiernos y odios populares. Un alivio para los países occidentales representó el amparo delos Estados Unidos, que habían sido los verdaderos vencedores militares de la gran contienda. La necesidad de unir fuerzas y recursos y la decisión de cooperar enbeneficio de todos, más el restablecimiento y modernización de unos estados democráticos de orientación liberal, dio lugar a algo que no habíapasado nunca en el continente europeo en los cinco siglos precedentes: el acuerdo político y económico de las dos principales potencias dela Europa occidental, acompañadas de cuatro naciones limítrofes conellas, que habían sufrido más que otras los males de la II Guerra Mundial. El 19 de marzo de 1951, los seis—Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Luxemburgo— suscribieron el Tratado de Roma, que eraun acuerdo de coordinación y cooperación de las políticas del carbón ydel acero entre los que habían sido beligerantes en la II Guerra Mundial, pero con el que sus promotores esperaban inaugurar una nuevaépoca de la historia del continente; como así ha sido. Ese casi mítico documento se ha convertido en la primera piedra delactual ente supranacional que abarca veintisiete Estados, y posee encomún un parlamento democráticamente elegido, un sistema judicialyuna estructura de gobierno desde la que se rigen, administran y coordinan muy importantes asuntos de las diversas naciones y del conjunto de todas ellas. La Unión Europea tal como está y tal como funciona constituye un éxito político internacional para el que no existen precedentes en la milenaria historia del continente.Europaempezaron a llamar los griegos en un poema del siglo VIIIa. C.a los espacios continentales del centro de la Hélade. Después, historiadores, geógrafos y magistrados romanos aplicaron esa denominación aNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 16]Después de Irlandalas tierras de la ribera norte del MeLa Unión Europea tal comoditerráneo y a la isla de Britania, yestá y tal como funcionaextendieron el nombre de Europaconstituye un éxito políticoy las noticias de ella a pueblos másinternacional para el que septentrionales, aunque su dominiono existen precedentes político se detuviera en el Rin y enen la milenaria historia el Danubio. Pero había contactosdel continente.con gentes de más arriba. Por ejemplo, la ruta comercial del ámbarunía las orillas del Báltico con elimperio romano. La Europa moderna empieza a formarse, o se constituye, a princiXVI. Es la «Europa de los Reinos», de religión cristiana,pios del siglopolítica y militarmente enfrentada con los turcos, y habitualmente dividida por guerras y rivalidades religiosas o de dominación. Sus filósofos y pensadores, como Erasmo, Vives, Moro y otros muchos, sabían que el destino ideal de Europa era alguna especie de unidad, que resultaría grandiosa, siempre que reyes y gobernantes fuerancapaces de vivir en paz militar y tolerancia ideológica, dentro del amplio margen de la cultura común de inspiración cristiana. Quizá fue elvalenciano Vives el primero que en 1526 empleó el término Europacomo una realidad política, cuyas disidencias lamentaba con verdaderapesadumbre. Pero esta voz de los filósofos no fue escuchada ni en aquellos tiempos ni en los siglos que vinieron después. Hace casi quinientos años, en 1516, el primer intelectual europeo dela época, Erasmo de Rotterdam, encontraba a las naciones de Europa enfrentadas en constantes guerras de unas contra otras, desatadas por ambiciones de príncipes y políticos y sostenidas y fomentadas por el odio quehabían generado los que vertían «aceite en las hogueras» con daño detodos. Era una situación dramática e insoluble, en la que —escribe Erasmo— «vemos al francés que odia al inglés, sólo porque él es francés; elescocés al inglés, sólo porque él es escocés; el itálico al alemán; el suaboal suizo, y así todos los demás. Una región odia a otra y una ciudad a otraciudad». Esto, en un continente cuyos habitantes y reinos compartían unaNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 19]misma fe y una misma cultura, parecía incomprensible al filósofo neerlandés. Era una lis de verbis, porque la homogeneidad espiritual e históricade los diferentes pueblos tenía que unirlos más de lo que los enfrentabanlos rótulos de las nacionalidades. «¿Por qué —concluía— estas simplicísimas palabras nos separan más que nos une el nombre de Cristo?». Pueden hacerse muchas lecturas de la historia moderna de Europa.Pero en casi todos los tramos de estos últimos cinco siglos siempre hahabido guerras de unas naciones, reinos o estados contra otros en los espacios del continente, «entre hermanos» decía Erasmo. Así ha sidohasta ese Tratado de Roma de 19 de marzo de 1951, y el posterior y afortunado desarrollo de lo allí convenido en los cincuenta y siete años siguientes comprendida la votación irlandesa de fines de esta primavera. No hay que rasgarse las vestiduras como hacían los orientales antiguos. Ni pensar en fórmulas, que siempre serían antidemocráticas, paraque los irlandeses vuelvan a votar y mucho menos para echarlos fuera,como si hubieran declarado una guerra a toda la Unión. Como tampoco habría tenido sentido obligar a franceses y holandeses a volver sobresus pasos. Los soberanos son ellos, y no hay nadie que pueda estar democráticamente legitimado para condenarlos a nada. La Unión Europea es un espacio político y una tarea común de losEstados nacionales, independientes y soberanos, que forman parte de?ella. ANTONIOFONTÁNNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 20]