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Del dominio al liderazgo global
Antonio R. Rubio Plo
Sobre el libro de Zbigniew Brzezinsky "Second Chance. Three presidents and the crisis of American Superpower" y su influencia en la situación política de los noventa y de ahora.
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Antonio R. Rubio Plo, “Del dominio al liderazgo global,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1662.
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Title
Del dominio al liderazgo global
Subject
Estados Unidos en el mundo
Description
Sobre el libro de Zbigniew Brzezinsky "Second Chance. Three presidents and the crisis of American Superpower" y su influencia en la situación política de los noventa y de ahora.
Creator
Antonio R. Rubio Plo
Source
Nueva Revista 118 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
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ESTADOS UNIDOS EN EL MUNDODel dominio al liderazgo globalANTONIOR. RUBIOPLOHISTORIADORYANALISTADERELACIONESINTERNACIONALESuando Zbigniew Brzezinski publicó en 2007 su ensayo Second Chance. Three Presidents and the Crisis of American Superpowerhubo quienCafirmó haber leído entre líneas que el libro era un manifiesto en favor delcandidato Barack Obama, pese a que entonces aún no se había dilucidado la pugna entre Hillary Clinton y el senador por Illinois. Era lógicopensar que las simpatías del autor se dirigían hacia Obama, entre otrascosas porque Bill Clinton, cuya presidencia es analizada junto con las delos Bush, no salía muy bien parado en el libro. El principal reproche eraque Clinton desaprovechó una oportunidad histórica: en 1995 la superpotencia americana había llegado a su cenit. El panorama internacionalera favorable a Washington: no existía la Unión Soviética y sí la débilRusia de Yeltsin; la maquinaria militar americana había impuesto su pazen BosniaHerzegovina ante la endémica incapacidad europea; China estaba todavía lejos de ser una potencia emergente; el proceso de paz palestinoisraelí capeaba sus dificultades. En pocas palabras, vivíamos en losfelices años noventa, aunque lejos de las ilusiones del nuevo «ordenmundial» proclamado por el primero de los Bush. Pero Brzezinski reprochaba a Clinton no tener una estrategia clara, sobre todo en su segundomandato. El presidente creía en la fuerza imparable de la globalización,como si ésta fuera un fatal determinismo histórico, pero la fe casi kantiana en la democratización y en el libre comercio no eran suficientes paraabordar los desafíos a la seguridad global, tal y como los presentaba el propio Brzezinski en su conocida obra de 1997, El gran tablero mundial.NUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 43]Antonio R. Rubio Plo LASCONTRADICCIONESEl citado libro, elevado a clásico de la geopolítica, era en elDELAADMINISTRACIÓNCARTERfondo una crítica a los puntosdébiles de la Administración Clinton, un reproche a la falta de visiónhecha por un estratega cuyo trabajo consiste en anticiparse a los acontecimientos. Pero es más fácil aconsejar desde la independencia de lavida académica que desde un puesto próximo al poder, como el que elpropio Brzezinski desempeñaba como consejero de seguridad nacionalde Jimmy Carter. El estratega tuvo la ocasión de vivir las tensiones ylas contradicciones de aquella presidencia, pues como buen americanode origen polaco veía los mayores riesgos para la seguridad en el conflicto EsteOeste, y no tanto en los problemas derivados de las relaciones NorteSur, tal y como opinaba Andrew Young, aquel embajadorafroamericano en la ONUque se ganó a pulso el sobrenombre de BigMouth. No es extraño que el realismo moderado del secretario de Estado, Cyrus Vance, se sintiera llamado a desautorizar o a hacer uso de unclamoroso silencio ante algunas declaraciones de Young o de BradyTyson, representante en la Comisión de los Derechos Humanos en Ginebra. Brzezinski tuvo que vivir las habituales tensiones, que tanto confunden a la opinión pública, derivadas de la calculada ambigüedad entre«radicales» y «moderados» de una misma Administración, y que conocemos bastante en las latitudes españolas y europeas. Lo malo es queesas ambigüedades, pensadas para satisfacer a diversos tipos de electoresy además dar imagen de moderación, suelen desembocar en falta de coor dinación en actuaciones, y lo que es peor: en falta de determinaciónpara abordar problemas. Huyendo de soluciones maximalistas que inquieten al apacible ciudadano del Estado del bienestar, se acaba negando los problemas o se buscan salidas a muy corto plazo. A este respecto, la frustración de Brzezinski en los años finales de laAdministración Carter era innegable: la invasión de Afganistán porlos soviéticos y la revolución jomeinista en Irán tuvieron mucho quever con las contradicciones de un Carter que quería dar al mismo unaimagen de contemporización y firmeza. En 1980 el antisovietismo deBrzezinski salía reforzado, tras la dimisión de Vance, pero ya era demaNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 44]Del dominio al liderazgo globalsiado tarde: la revolución conservadora de Reagan, que recuperaba elorgullo nacional americano, ponía meses después punto final a la presidencia de Carter. Con todo, Brzezinski, en su libro El dilema de EE.UU.(2005), justificaba a aquel presidente, con su énfasis por el respeto delos derechos humanos, en el sentido de haber contribuido al deteriorodel sistema soviético. Mas la Historia no ha sido muy indulgente conCarter, pese a su flamante Premio Nobel de la Paz. En su país, el ex presidente siempre despertará mayoritariamente un cierto recelo. Dehecho, Clinton nunca quiso ser la «reencarnación» de Carter, y sí lade quien saludó en la Casa Blanca a los diecisiete años: J. F. Kennedy,aunque fuera en su sonrisa o su peinado. Por lo demás, los asesores deObama siempre apostarán por un revival mediático de Kennedy o Lu ther King, pero no les gustaría en absoluto que alguien identificara alcandidato como una segunda edición de Carter. Lo peor es que siObama llegara a la presidencia y calara la percepción, que sin duda buscarán sus oponentes, de que es un Carter afroamericano, tendría muydifícil alcanzar un segundo mandato.Como cabía esperar, Brze MULTILATERALISMOYGLOBALIZACIÓNzinski carga las tintas enSecond Chancecontra la presidencia de George W. Bush, el hombre quehabría aumentado la hostilidad global hacia EE.UU., con su unilateralismo y maniqueísmo neoconservador. El balance trazado en este libroes el de un aumento de la amenaza terrorista y el de un resentimientohacia los americanos, todo un terreno fértil para reclutar terroristas.Pese a los esfuerzos para eliminar tensiones con los aliados europeos o lacordialidad en las formas de una Condoleeza Rice, que caracterizan elsegundo mandato presidencial, la conclusión de Brzezinski es que llevará años de esfuerzo y habilidad restaurar la credibilidad política y lalegitimidad de EE.UU. La solución pasará por «una política exterior dela posguerra fría de auténtico carácter global». Ni que decir tiene queel estratega apuesta por la imagen de una superpotencia que le diga almundo: no soy como vosotros me imagináis. Y la mejor imagen no es,por supuesto, la del republicano John McCain, por mucha experienciaNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 45]Antonio R. Rubio Plo que acumule en temas de política exterior y seguridad, ni la de una Hillary Clinton que encarnaría el pasado de su marido y que para muchoses vivo ejemplo de un círculo cerrado de poder. Por tanto, sólo BarackObama reuniría las condiciones y la imagen necesarias para queEE.UU. tenga la segunda oportunidad, que probablemente sería la última, para llevar al país al liderazgo global, un concepto que Brzezinskicontrapone al de dominio global, que asocia con los neoconservadoresrepublicanos. Además, la idea de cambio, palabra mágica en todas laselecciones, la da la propia biografía: candidato nacido en Hawai, depadre keniata, y con una infancia en Indonesia. En teoría, Obama seríala encarnación del multilateralismo frente al unilateralismo de la primera Administración Bush, pero no deberíamos olvidar que el senadorpor Illinois propone renovar el liderazgo americano, y en modo algunoque EE.UU. sea una especie de primus inter pares, según lo que algunosentienden por multilateralismo. Todo multilateralismo tiene un límite:el del interés nacional, aunque puedan guardarse ciertas formas. Más siqueremos creer que lo multilateral, tal y como lo entienden Obama yel propio Brzezinski, supone que el Consejo de Seguridad tenga derechode veto sobre las iniciativas americanas o que Washington no pueda actuar en solitario contra cualquier amenaza exterior, estaríamos en unerror de bulto. Basta con leer al respecto la autobiografía de Obama, Laaudacia de la esperanza.También sería muy simplista suponer que el interés de Brzezinski yObama por la globalización vaya en detrimento del interés nacionalestadounidense. El mundo global es un escenario en el que buscar oportunidades, y no la expresión de unas oscuras leyes históricas. Una posible presidencia de Obama puede sonar a apoteosis de la soft diplomacy,pero ésta poco significa si no hay detrás una hard security en sentido amplio. Las imágenes de un presidente afroamericano recorriendo el África subsahariana o Sudamérica no podrán ocultar por mucho tiempo larealidad de intereses dispares, que poco tienen que ver con quién sea elinquilino de la Casa Blanca. No es cuestión de colores de piel ni de gabinetes de estudios de partidos a la búsqueda de proyección internacional, del tipo de los que se complacen en decir que en EE.UU. han ganadoNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 46]Del dominio al liderazgo globalo van a ganar los nuestros. Una política exterior demócrata no dejará dehacer apología del sistema político americano y del interés nacional; nocreerá en las Naciones Unidas sino en los Estados Unidos. En ese sentido, Israel puede sentirse tranquilo, por mucho que los adversarios delsenador por Illinois se complazcan en recordarle que su nombre completo es Barack Hussein Obama. Lo que nos resulta unÉTICAYREALISMOENLASRELACIONESenigma es cómo compaINTERNACIONALESginar un estilo ético enlas relaciones internacionales con un cierto realismo, que se contrapondría a la visión ideal del mundo, casi trotskista en las formas aunque wilsoniana en el fondo, atribuida a los neoconservadores. El realismo viene dado por lo que Brzezinski llama el «despertar políticoglobal», que no son necesariamente aspiraciones a la democracia y allibre comercio. En cambio, tiene mucho que ver con la «dignidad humana»que, en expresión de nuestro estratega, adquiere formas diferentes de Irak a Indonesia, o de Bolivia al Tibet. Más que dignidad humana, pensamos que debería llamarse dignidad nacional o nacionalista,porque el sentimiento de injusticia va muy unido hoy, no tanto a unaclase social como en el siglo XIXindustrial, sino a la emergencia de losnacionalismos de todo tamaño, unos con vocación de gran potenciaglobal y otros simplemente periféricos. En este escenario del siglo XXI,la ética en las relaciones internacionales pondría el acento en la necesidad de reconocimiento que tienen los nacionalismos en nombre de supeculiar dignidad o de los derechos colectivos que se atribuyen. Lo cierto es que el Brzezinski de la guerra fría tenía las cosas más claras, peroel problema es que ahora los desafíos mundiales son tan múltiples comoen ocasiones difusos. Una apología pura y simple de la «dignidad humana» acabaría chocando tarde o temprano con el mesianismo democrático de los valores universales encarnados por EE.UU. El riesgo estáahí: en nombre de la dignidad de los otros, se puede adoptar una política realista y pragmática que pasa por alto el respeto de los derechoshumanos, entendidos como universales, y no tamizados por la criba deNUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 47]supuestas particularidades históricoculturales. ¿No se llama esto también multiculturalismo y relativismo? ¿Cabe preguntarse si Obama,como presidente, encarnaría ese tipo de realismo? ¿Se apartaría de latradición de demócratas idealistas como Wilson, Roosevelt y Kennedy?Si fuera así, sería toda una paradoja si lo que de verdad buscaba el senador por Illinois era imponer un estilo ético del que carecería la Administración Bush.¿Podría suceder que un Obama presidente resucitara la diplomacia«evangelista» de Jimmy Carter, en expresión de Raymond Aron? Además de que los tiempos son otros, cabe pensar que Brzezinski no estaríamuy de acuerdo, pues conoció muy de cerca aquella experiencia, y quizás nos dijera que el «evangelismo» no aplacaría por sí solo ese antiamericanismo que nutre primariamente a los enemigos de Washington.?ANTONIOR. RUBIOPLONUEVA REVISTA 118 · JULIOSEPTIEMBRE 2008[ 48]