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Rilke en España

Luis Marañón

Sobre el poeta pragués Rilke, poeta itinerante. Incorpora en sus versos lo que enseñaban los místicos cuando decían que el paisaje es un estado del alma.

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Luis Marañón, “Rilke en España,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/731.

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Rilke en España

Subject

Literatura

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Sobre el poeta pragués Rilke, poeta itinerante. Incorpora en sus versos lo que enseñaban los místicos cuando decían que el paisaje es un estado del alma.

Creator

Luis Marañón

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Nueva Revista 038 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Language

es

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RILKE EN ESPAÑA Luis Marañón Rilke incorpora lo que enseñaban los místicos cuando decían que el paisaje es un estado del alma. é muy bien que adentrarse en el territorio de lo lírico acapara, lamentablemente, escasas atenciones lectoras. Pese a ello dos Sentregas librescas Cartas a una amiga veneciana (19071913) y Las palabras de la tribu, de José Angel Valente incitan mi pluma a perjeñar un manojo de párrafos sobre un poeta que, a comienzos de este siglo, se dedicó a patear nuestro paisaje sacudido por la humildad y la veneración. Me refiero a Rainer Karl Wilhem Johann Marie Rilke, vulgarmente conocido por Rilke. Nacido en Praga, el 3 de diciembre de 1875, pronto se convirtió en poeta itinerante y tras sus versos y su interesante correspondencia que forma parte de su obra dejó plasmadas, como pocos vates lo han hecho, lo que Paul Valery calificó de presencia mágica o André Gide tituló como región misteriosa. No es este el momento apropiado de recorrer la azarosa biografía de Rilke. En todo caso lo que aparece claro en su trayecto vital es que Rilke incorpora, la hace suya, la enseñanza de los místicos cuando hablaban de que el paisaje es un estado del alma. Hace poco Michel Tournier, en su biografía literaria titulada El viento paráclito, lo confirmaba señalando: el paisaje es un estado espiritual. El halo poético de Rilke, tal como señala José Angel Valente, es personal, intransferible, salido de sus entrañas y pleno de simbolismo. Había asumido por completo su soledad y las páginas tristes que escribía son las que, curiosamente, le proporcionaban el mayor de los consuelos. En una de sus Cartas a una amiga veneciana Adelmina Romanelli, escritas con las prisas del corazón, habla de Ronda, titulándola de tierra fantástica a insensata, y de Toledo. A propósito de ésta comenta: el Greco no ha exagerado nada; es el Antiguo Testamento. Efectivamente, Rilke permaneció en España alrededor de cuatro meses. Y lo hizo porque para viajar por España se necesita un cierto equilibrio y la seguridad de poder contar con uno mismo. A mayores, el viaje español de Rilke requirió un doble proceso de maduración, el humano y el poético. No en balde las fuentes de sus poemas fueron, a lo largo de su vida, sus vivencias personales. Cuando hablo de una doble maduración es porque Rilke abordó la aventura poética y humana en España tras haberse documentado y digerido el lado español de sus correrías. Jaime Ferreiro Alemparte señala las sucesivas etapas: iniciación en Praga con el hispanista alemán Adolf Fiedrich von Schack; lectura de Flos Sanctorum del P. Rivadeneira en 1892; elaboración de un soneto a Velázquez y de unas estrofas sáficas a Inés de Castro, en 1895; viajes a Munich, en compañía de su padre, para ver en la pinacoteca las obras de Murillo y Ribera; absorción de influencias españolas en las obras de August L. Mayer y Joseph Israel; le impresionan las obras de Zuluaga, en Berlín, Dresde y París, entre 1.900 y 1.902; cuarenta o cincuenta cartas con Zuloaga, entre 1902 y 1906, año en que escribe el poema La bailarina española, conocida por La Carmela; al año siguiente escribiría el poema Corrida, en homenaje al torero Francisco Montes Paquiro. Paralelamente, Rilke fue acumulando la imagen fantástica de España gracias a la lectura del Diario de viaje de Nicolás Tolstoi, cosa que hizo en Novitskij (Rusia), en 1.900. Fue producto de una excursión reveladora con Lou Andreas Salomé, actuando de guía. Con posterioridad leyó el libro de M.B. Cossío sobre El Greco. Es en 1912 cuando el poeta de Praga comienza su andadura española, que la inicia con una convicción poco frecuente, llegando a decir: España es una tierra descarnada, desolada y cósmico existencial, traspasada de acentos religiosos. Los espacios sagrados que buscaba los encontraría en Toledo y Ronda. En esta última lograría alcanzar el cauce mayor de su impulso poético pues en ella escribiría su Trilogía española. Este poeta del hombre, buscador nato de la esencialidad; este lírico del pensamiento, interiorista y con gran sentido de la autodisciplina sufrió una fuerte emoción al enfrentarse con el paisaje español. Ante el innato grado de desamparo el paisaje español le conmovió. La vida de Rilke, que estaba siendo un invierno, se encontró en España con la eternidad de los ángeles, como valor poético supremo. Y logró el sosiego a través del poema. El paisaje de España coadyuvó a su realización personal y poética. Paseando por España, pobre y ligero de equipaje, se doblegó ante la luz, las nubes y los reflejos del cielo. En España, Rilke se purificó de las nieblas de su alma y su corazón comenzó a hablar. Su noche interior dejó de ser la noche oscura del alma. Hans Egon Holthusen apunta que Rusia y España fueron los dos países que dieron a Rilke la sustancia vivencial más profunda y duradera. Ya no rehuía el destino: lo mío era vagar y esperar, sentido con pasión poética; ahora me veo arrebatado por la lejanía y el viento, confirma el propio poeta. La oscuridad se hizo luz tras su paso por España. Sin saberlo Rilke estaba penetrando en el espacio angélico, tantas veces ambicionado. El peregrinaje de Rilke por tierras españolas se conoce con bastante exactitud puesto que, aparte del rastro dejado en sus obras, el poeta se encargó de comentarlo en sus epístolas a Lou Andreas Salomé y a María de Thurn und Taxis Hohenlohe, sus dos grandes mediadoras. Madrid, Toledo, Sevilla, Córdoba y Ronda fueron los lugares que más recorrió y mejor conoció. No existe duda de que las ciudades que le produjeron mayor impacto fueron Toledo y Ronda. Merecen párrafos aparte. En la ciudad del Tajo, entre el cielo y la tierra, Rilke encontró el lenguaje de los ángeles. Se alojó en el Hotel Castilla y allí habitó por espacio de un mes, más o menos. A su parecer en Toledo se daba el ambiente maravilloso de una ciudad indescriptible, muy del Greco, en la que, según sus propias palabras, lo invisible se torna visible; y del presentimiento se pasa al sentimiento, a lo portentoso. Los riscos y escarpaduras toledanos son montaña pura, de la revelación, del Génesis. Rilke se entrega a Toledo y se deslumbra con el trazado de sus puentes históricos. El paisaje de la vieja Toletum es árido, integral, insumiso; y su montaña pura se hace inmediato universo, creación y principio de todas las cosas, dejó señalado. La ciudad vista en sueños, la malagueña Ronda, se asienta, apunta el poeta, en laderas abiertas de par en par en la atmósfera más pura como si se dispusieran a cantar. La noche interior de Rilke se abre contemplando el imponente tajo rondeño y las sucesivas cadenas montañosas. Y dice: es una ciudad vertical en medio de un paisaje no domeñado, en donde la montaña tranquila aparece tendida en el espacio puro. La califica de ciudad bíblica, en la que lo estático del paisaje no tolera ningún momento de indiferencia. A su juicio es la síntesis de España: lo humano está oculto, soterradamente acumulado. Paradójicamente, la luz transparente y cegadora de blancos de Ronda no lo confunde sino que le aporta lucidez, clarividencia. En Ronda mientras pasea por callejas y plazuelas, y se adentra en sus iglesias tiene tiempo para leer las Instrucciones de Angela da Foligno, el Quijote en alemán y la poesía de San Juan de la Cruz. A lo largo de su estancia en el Hotel Victoria, donde permaneció casi dos meses y medio, Rilke se identificó con la mística española a la que, posteriormente, se vendría a sumar la lectura La Agonía del cristianismo, de Miguel de Unamuno. ¿Cómo es posible que un atento lector de Heidegger, Jaspers, Nietsche, Jacobsen, Novalis, Jung, Keats, Goethe, Stefan George, Wasserman, Turgueniev, Puskin, Lemontov y Venhaeren cambiara de rumbo poético tras su demorado paseo por España?. La clave hay que hallarla en la portentosa mirada interior de Rilke que le proporcionó lucidez para el sesgo y, en consecuencia, para su propia realización interior. Y es que las palabras suelen penetrar con paciencia en el lado oscuro de las cosas, y en España Rilke se topó con la oscuridad hecha luz. El poeta de Praga necesitaba estar al abrigo del asedio y en su viaje español obtuvo el apoyo de lo duradero y real. La creación, hasta ese momento un naufragio, se convirtió en una ascensión, gracias a que su conciencia permanecía despierta, en un estado de alerta permanente. Parafraseando a Valente, Rilke en España se abrió al espacio de la revelación. Pocos años antes de su muerte, concretamente en 1.923, Rilke afirmaría que la felicidad consiste en contemplar a Dios. Había asumido por completo la soledad, había aprendido a morir. En eso consistió su delicada y viajera existencia. Su último refugio sería la Torre de Muzot, del siglo XIII, situada en un altozano del Valais suizo, a medio camino entre el cielo y la tierra: España y el Valais mezclados, su lugar del espíritu donde adquirió la pasión de totalidad, donde obra y persona se unen por el silencio. El paso de Rilke por la tierra se configura sutil, alado, de superación constante. H. Kiessling define al personaje de sentimental, idílico y místico. Llevaba razón. Rilke fallecería el 29 de diciembre de 1926 en ValmontsurTerritet, muy cerca de la torre de Muzot, donde está enterrado. Muy poco antes de morir había escrito: El va hacia Dios y mientras camina se dirige hacia la eternidad, como corre una fuente Tal vez fue su última elegía, en la que hablaba su corazón de poeta. A partir de ahí la rosa, contradicción pura, comenzó a germinar umversalmente. •