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Mexico, la insoportable levedad del peso
Alberto Míguez
México ha vivido unos años duros, en este 1995 la crisis económica se cierne sobre el país. Las consecuencias no se hicieron esperar y la rebelión se produjo en un momento delicado para el país. Sobre el programa de emergencia que se ha generado.
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Alberto Míguez, “Mexico, la insoportable levedad del peso,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/728.
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Title
Mexico, la insoportable levedad del peso
Subject
Internacional
Description
México ha vivido unos años duros, en este 1995 la crisis económica se cierne sobre el país. Las consecuencias no se hicieron esperar y la rebelión se produjo en un momento delicado para el país. Sobre el programa de emergencia que se ha generado.
Creator
Alberto Míguez
Source
Nueva Revista 038 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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MÉXICO: LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL PESO Alberto Míguez La crisis del peso con que se cerró el año y se abrió 1995 constituyó el fin del sueño mejicano, una quimera sabiamente alimentada durante su sexenio por Salinas de Gortari y cuyos frutos recoge ahora su hijo clónico, el novato presidente Ernesto Zedillo. efinitivamente, los fines de año no le sientan bien a México y a los mejicanos. Cuando rompía aguas 1994, en el Estado de DChiapas, uno de los más pobres del país, un grupo hasta entonces desconocido el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLNse alzó en armas pidiendo pan, tierra y libertad. Horas después entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá, que consagraba según el presidente Salinas de Gortari y sus amigos la entrada de México en la modernidad y su salida del Tercer Mundo. A lo largo de los doce meses siguientes el país vivió en el filo de la navaja: fueron asesinados el candidato presidencial del PRI (semipartido único), Luis Ronaldo Colosio, y su secretario general, José Francisco Ruiz Massieu; altos cargos del partido fueron acusados de la segunda de esas muertes, el EZLN siguió campando por sus respetos en Chiapas y se celebraron elecciones presidenciales y para gobernadores, en las que, como estaba previsto, ganaron de nuevo los oficialistas. Como escribió un conocido analista francés, el país pasó en unos meses de la envidiable estabilidad a la radical imprevisibilidad. Y eso se produjo precisamente en un ambiente de fin de reino, cuando Salinas, el reformador, hacía las maletas. Pero todos estos hechos, con ser graves, fueron incomparablemente menos trascendentes para el futuro del país que la crisis del peso con que se cerró el año y se abrió 1995. Para algunos, lo ocurrido entre el 22 y el 31 de diciembre de 1994 constituyó el fin del sueño mejicano, una quimera sabiamente alimentada durante su sexenio por Salinas de Gortari y cuyos frutos recoge ahora su hijo clónico, el novato presidente Ernesto Zedillo. Salinas intentó marchar por la senda que su antecesor, Miguel de la Madrid, había iniciado en el terreno de la liberalización económica: alineó el peso con el dólar norteamericano, abrió la economía a los mercados internacionales e inició un ambicioso programa de privatizaciones. Las consecuencias no se hicieron esperar: en menos de seis años la inflación pasó del 130% anual al 10%, el déficit público se redujo espectacularmente, la deuda externa se aligeró y afluyeron las inversiones extranjeras, sobre todo las norteamericanas. Claro que muchas de estas inversiones tenían mas que nada carácter especulativo. En 1992, la economía mejicana había adquirido una velocidad de crucero que la mayoría de los países iberoamericanos a excepción de Chile envidiaban: estabilidad monetaria, crecimiento acelerado del PIB (entre el 3 y el 4% año), baja inflación, deuda externa controlada, déficit público en descenso, etc. Claro que estaba la otra cara de la moneda: el milagro mejicano tenía altísimos costes sociales. Una parte importante de la población (40 millones sobre un total de 85) vivía y vive en condiciones de pobreza, y 15 millones en situación de extrema pobreza. El poder adquisitivo de los trabajadores descendió entre 1987 y 1994 un 32,6% y el llamado sector informal, donde se localizan los salarios más bajos o el subempleo, representa hoy nada menos que el 40% de la población activa. Las raíces de la crisis Es difícil saber si fueron estas deterioradas condiciones de vida las que despertaron a ese México bronco que en los albores del año pasado todo el mundo pudo ver en la figura embozada del misterioso subcomandante Marcos, o si lo ocurrido en Chiapas fue apenas una revuelta campesina más de esas en las que la historia mejicana es tan pródiga. El caso es que la rebelión se produjo en un momento especialmente delicado para el futuro del país, cuando se trataba de hinchar pecho ante los nuevos socios norteamericanos y canadienses, ofreciendo una imagen de estabilidad y progreso. Pero las causas de la crisis eran más profundas que la asonada del subcomandante (lidiada por Salinas con relativa habilidad), los asesinatos de relevantes políticos o las guerras internas entre narcotraficantes, un asunto, por cierto, nada banal en la realidad mejicana. Salinas y sus colaboradores sobre todo los ministros Jaime Serra y Pedro Aspe, miembros relevantes de la generación del (libre) cambio repitieron por activa y por pasiva que el peso no sería devaluado, pese a que todos los especialistas vaticinaban que no quedaba más remedio que hacerlo a causa de la paulatina agravación de la situación financiera. A mediados del año pasado las inversiones externas de carácter especulativo habían emigrado hacia climas más benignos. Y la capacidad del país para soportar los servicios de la deuda dependía del flujo de capitales como única fórmula de enjugar el déficit comercial. A finales de año, el nerviosismo en los medios financieros mejicanos (y también en los norteamericanos relacionados con México) era creciente. Hasta que, finalmente, el nuevo presidente del país cuyo mandato se había iniciado infelizmente dos semanas antes no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia: el 22 de diciembre, el gobierno decidió autorizar el flotamiento del peso. Ese día, un dólar equivalía a 3,4 pesos. El día 27, por un dólar se pagaban 6 pesos. La brutal caída de la moneda nacional (una depreciación inicial de un 43%) tuvo consecuencias dramáticas tanto para la Bolsa de México como para las acciones mejicanas en la Bolsa de Nueva York y, obviamente, para los industriales endeudados en dólares. La subida de precios en todos los artículos, incluidos los de primera necesidad, provocó una honda preocupación social, sobre todo en los sectores menos favorecidos. Salinas en el banquillo La brutal devaluación del peso tiró por tierra todos los objetivos macroeconómicos que el bisoño presidente de la nación había proclamado en su toma de posesión. Y sobre todo hizo que el desánimo general alcanzara a la inmensa mayoría de la población. La inquina hacia las autoridades y, sobre todo, contra el expresidente Salinas de Gortari, a quien se convirtió, no sin razones, en chivo expiatorio y hacia el partido de gobierno creció como la espuma. Todos reprochan ahora al poder que en México parece inmutable y eterno aunque sea versátil haber engañado a la población durante estos años milagrosos, haciéndoles creer que la prosperidad macroeconómica y de algunas minorías llevaría ineluctablemente a la prosperidad de todos. Al final quienes sufrieron más intensamente las consecuencias de la modernización económica y del rígido mantenimiento de la paridad monetaria con el dólar fueron precisamente quienes menos tenían. Días antes de abandonar la presidencia, Carlos Salinas de Gortari pronunció un discurso triunfalista en el que cantaba las glorias de su reforma y describía un horizonte prometedor. Nunca se sabrá por qué lo hizo: sabía mejor que nadie que el uso y abuso de la financiación exterior para corregir el déficit por cuenta corriente (algo más de 28.000 millones de dólares) llevaba inevitablemente a la devaluación de la moneda y a un reajuste inclemente. La economía ficción en que vivió el país durante los últimos dos años nada tenía que ver con la rebelión campesina de Chiapas aunque, obviamente, la guerrilla del Sur ayudó poco a la recuperación inversionista. Salinas prefirió sacrificar la verdad al triunfo de su partido en las elecciones presidenciales que dieron la victoria a uno de sus delfines. Sabía de sobra que la descripción de la cruda realidad hubiera impedido que, de nuevo, el PRI ganase los comicios. Pretendía también promover su imagen internacional con vistas a dirigir la futura Organización Mundial de Comercio. Algunos de los empresarios y políticos que en su momento cantaron las glorias de Salinas son precisamente los que ahora condenan con mayor rudeza sus errores y le responsabilizan de haber arruinado al país. Salinas es ahora el gran culpable y tanto el izquierdista Partido de la Revolución Democrática como el conservador Partido de Acción Nacional han llevado su gestión a los tribunales. Hasta el actual presidente, Ernesto Zedillo, ha lanzado algunos dardos envenenados contra quien fué su maestro y mentor, acusándole de no haber diagnosticado los desequilibrios acumulados en los últimos años, de postergar las soluciones y de haber dejado la economía mejicana prendida con alfileres. Aunque, claro está, estas acusaciones fueron genéricas y el nombre del expresidente no apareció en ningún momentó. No podía ser de otro modo: tanto Zedillo como el destituido ministro de Hacienda, Jaime Serra, y su sustituto, Guillermo Ortiz, formaron parte del gabinete económico de Salinas y tienen graves responsabilidades en la crisis actual. Otros fueron más lejos y han acusado al gran reformador de haberse lucrado él y sus colaboradores más íntimos con algunas privatizaciones, siempre en la tradicional línea de la mordida {coima), en modo alguno desterrada de la vida política y económica mejicana. (Por cierto: el modelo de estabilización seguido en México desde 1991 a 1994 se parece bastante al que el gobierno socialista aplicó en España desde los fastos del 92 y que culminó con sendas devaluaciones de la peseta). Un programa de emergencia A la caída libre del peso sucedieron la afanosa búsqueda de dólares para enjugar el déficit y el lanzamiento de un Plan Económico de emergencia, traumático y algo incierto. Los mecanismos del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá liberaron en los primeros días de enero 7.000 millones de dólares, previstos para apoyar al peso en caso de inestabilidad financiera. Pero la interesada generosidad de los dos socios del Norte permitió que otros 3.500 millones suplementarios llegaran a las exhaustas arcas mejicanas, a las que pronto se añadieron 8.000 millones más, procedentes de los bancos comerciales internacionales y de algunos gobiernos europeos, entre ellos el español. Por su parte el Fondo Monetario Internacional avaló el programa de emergencia que el nuevo ministro de Hacienda, Guillermo Ortiz, presentó en Washington para evitar, entre otras cosas, que los inversores retiraran el dinero colocado en bonos del Estado y provocasen una verdadera catástrofe. México, que tiene ya una deuda de 3.807 millones con el FMI, superará los diez mil millones una vez que el Fondo habilite el nuevo crédito. También Japón ha respaldado al gobierno mejicano en su programa de emergencia y salvación. Tras un viaje a Tokio, el ministro de Asuntos Exteriores, José Angel Gurría, declaró que contaba con la solidaridad y el apoyo del ejecutivo nipón: no en vano los intereses económicos en México del gran país asiático son importantísimos. El Plan de emergencia del gobierno mejicano sacrifica el crecimiento en beneficio de la lucha contra la inflación: obviamente, todos los sectores de la población deberán pagar un alto precio para evitar una nueva devaluación del peso. Por de pronto, el incremento de los salarios no podrá superar el 10% y el peso seguirá flotando libremente en los mercados internacionales para aumentar las reservas de divisas. El crecimiento se limitará entre el 1,5 y el 2% y el gasto público no podrá superar el 1,3% del PIB. Para abrir el país a una mayor inversión privada se pondrán a la venta en subasta pública las frecuencias de radio y se autorizará la propiedad privada de los satélites de comunicaciones. Se privatizará la red ferroviaria y se acelerará la venta de las terminales de contenedores de los puertos y los servicios telefónicos locales.También algunos aeropuertos o sus servicios serán privatizados. Nada se habla de la industria petrolera, nacionalizada desde 1938, pero no se descarta que algunos segmentos de Pemex (Petróleos Mejicanos) puedan ser comprados por inversores privados. La estabilidad y el cambio Ni que decir tiene que la recuperación económica y social tras el terremoto de diciembre pasado sólo será posible si, además del apoyo exterior, el gobierno mejicano es capaz de llevar adelante con disciplina el plan anunciado, y si la agitación social, las rebeliones campesinas y las tentativas subversivas se moderan hasta desaparecer. Por de pronto el EZLN, tras haber amenazado con una nueva ofensiva, ha decretado una tregua, sin duda convencido de que enfrentarse a las fuerzas armadas desplegadas en la región sería suicida. Pero las raíces del problema de Chiapas serán difíciles de arrancar: exigirá un cambio radical en los usos y costumbres tanto de la oligarquía política como del poder económico y financiero. Armonizar este cambio con el ajuste en marcha no será precisamente fácil. Es lógico que la crisis del peso mejicano haya preocupado considerablemente tanto a Estados Unidos como a ciertos países iberoamericanos que intentan modernizar su economía y que habían logrado hasta ahora un éxito notable. Me refiero lógicamente a Brasil y Argentina, líderes del Mercado Común Sudamericano (MERCOSUR). En ambos países se practica con parecido rigor lo que terminó por llevar a México al despeñadero: reducir la inflación mediante un tipo de cambio rígido. Tanto los organismos financieros internacionales como los bancos e inversores privados observan en este momento con enorme preocupación lo que allí sucede. Y, sin duda, al menor signo de alarma retirarán los fondos invertidos en busca de países o regiones más seguras. El gran reto de Iberoamérica una de las zonas del mundo con mayor crecimiento en los últimos cinco años sigue siendo conciliar modernización económica, reforma social y estabilidad política. Algo nada fácil, por cierto.