Nueva Revista 038 > Nuestra democracia no nació por decreto

Nuestra democracia no nació por decreto

Antonio Morales Moya

Entrevista a Miguel Artola, una de las figuras destacadas de la Historiografía europea, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

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Antonio Morales Moya, “Nuestra democracia no nació por decreto,” accessed April 23, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/721.

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Nuestra democracia no nació por decreto

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Conversaciones

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Entrevista a Miguel Artola, una de las figuras destacadas de la Historiografía europea, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.

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Antonio Morales Moya

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Nueva Revista 038 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Entrevista a Miguel Artola NUESTRA DEMOCRACIA NO NACIÓ POR DECRETO Antonio Morales Moya l Prof. Artola, una de las figuras destacadas de la Historiografía europea, nace en San Sebastián en 1923. El Acta del Jurado Eque en 1992 le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, reconoció en Miguel Artola una vocación ejemplar de investigación histórica y una docencia sobre cuestiones y episodios de importancia básica en la gestación de la España contemporánea. Se premiaba así, un trabajo de investigación que ha iluminado el período dramático y dilatado que va del Antiguo Régimen a nuestro tiempo, ofreciendo una visión de conjunto que combina el análisis de nuestras instituciones y el entendimiento de las realidades políticas subyacentes. También una vida dedicada a la Historiografía y al testimonio de una pasión intelectual por comprender y ayudarnos a entender nuestra realidad histórica. Antonio Morales (A.M.). El profesor Artola es maestro de todos los historiadores españoles: su obra, una referencia indispensable para la Historiografía española y aún para la Historiografía europea. Preguntamos al Dr. Artola: ¿por qué decidió Vd. ser historiador? Miguel Artola (M.A.) La respuesta es muy fácil: fue un problema de vocación. No me planteé ninguna otra alternativa, aunque no tenía una idea demasiado precisa acerca de con qué me iba a encontrar en los cursos concretos de la Licenciatura. A.M. Vd. hace su licenciatura en Madrid, empieza a enseñar en 1948 y se doctora en 1953, con una tesis sobre los afrancesados. Háblenos de sus años de formación, de aquella España de fines de los cuarenta y de los cincuenta. M.A. Bien. Nací en San Sebastián en 1923. En San Sebastián hago mis estudios de bachillerato y me traslado a Madrid para hacer la carrera. Fueron años duros, con todos los problemas y todas las dificultades propias de la postguerra, empezando por la alimentación... Yo, digámoslo con humor, soy un manteista dentro del mundo universitario. Nunca pertenecí a la elite colegial. He vivido, pues, con mucha independencia y con considerables dificultades. Al poco tiempo de llegar a Madrid descubrí el Ateneo y me hice socio. Fue una experiencia muy importante en mi vida. Era un refugio, con un cierto confort para lo que fueron aquellos años. Más había, sobre todo, una biblioteca importantísima de fondos históricos y un ambiente que posibilitaba unas relaciones humanas muy amplias, con gente de todas las procedencias; viejos socios con una rica experiencia, estudiantes, opositores... Creo que las tertulias son decisivas en la vida, son las conversaciones, el trato con otros lo que más nos enriquece, sobre todo en esa época maravillosa que es la juventud, en la que uno tiene tiempo para todo. Había, además, conferencias y un horario amplísimo, desde las nueve de la mañana hasta las dos de la madrugada con un régimen muy flexible. En cuanto a la Universidad, se desenvolvía con las dificultades propias del momento, siquiera nosotros no teníamos ninguna experiencia para valorar lo que había llegado a ser y lo que entonces era. Tuvimos profesores muy importantes en aquellos años: Diego Angulo en Arte; Antonio Ballesteros, gran investigador más que docente; Santiago Montero Díaz, personalidad en extremo atractiva, hombre anárquico, vital, con un discurso intelectual de gran calidad, cercano a los estudiantes, con quien tomaba copas por las tardes, crítico frente al régimen le valió entonces un destierro y frente al propio estamento universitario. Tuve la suerte de tener también como maestro a Jesús Pabón, crítico también con la situación política, por lo que se le hizo una huelga, con piquetes de falangistas uniformados... De todos aquellos profesores, con el que establecí una relación más personal y prolongada fue con Ciríaco Pérez Bustamante. Me ayudó y me dirigió la tesis, dándome plena libertad de acción. Mi tesis versó sobre los afrancesados. No es que fuera un acto de heroísmo hacer entonces una tesis sobre tal tema, pero sí tuvo ciertas repercusiones políticas cuando se publicó. Yo había tratado el asunto con Marañón, a quien me dirigí personalmente, pues sabía de su interés por el problema del exilio español, un problema que, como a tantos otros hombres de su generación, le había afectado dramáticamente. Sabido es que don Gregorio fue un escritor muy motivado por las propias experiencias: si estudia al Conde Duque de Olivares es porque pesa sobre él la figura de Primo de Rivera, la pasión de mandar... Marañón me dijo que él no iba a ocuparse personalmente del tema, leyó mi tesis y, para su publicación me puso en contacto con Areilza, quien la llevó a la Sociedad de Estudios y Publicaciones del Banco Urquijo. La informó después Pabón, quien sugirió ciertos cambios. Al fin salió el libro, espléndidamente editado, con prólogo del propio Marañón. Hubo ciertos incidentes con la censura, algunos comentarios desfavorables, pues sólo Marañón podía en aquel tiempo declararse públicamente liberal... Se celebró, en fin, una cena a la que asistieron un par de docenas de personalidades a las que el entonces azorado joven que yo era tuvo que dedicar el libro... En fin, el libro tuvo un sorprendente impacto hoy día difícil de entender. Después publiqué Los orígenes de la España contemporánea, para cuya elaboración me fue fundamental la gran colección de folletos sobre la Guerra de la Independencia de Gómez de Arteche, adquirida por la biblioteca del Senado. Intenté con esta obra, rompiendo la imagen de la Revolución Francesa como acontecimiento único y singular, conceptualizar la idea de una Revolución que, como en otros países, también se produce en España, lo que entonces parecía pretencioso y descabellado. Hay algo muy importante para comprender la vida cultural de aquellos años: la falta de libros. Nos arreglábamos como podíamos, gracias a libreros de viejo como mi viejo amigo Miguel Miranda, que se instaló al lado del Ateneo; por medio de ellos obteníamos la bibliografía histórica inmediatamente anterior a la Guerra Civil, los libros de la Revista de Occidente... Un acontecimiento fue la instalación en el Paseo de Recoletos de la librería alemana Buchhotz, con su sección muy actualizada de libros extrajeras. A.M. Miguel Artola obtiene en la Universidad de Salamanca la Cátedra de Historia General de España en 1960. ¿Cómo era la Universidad de Salamanca? ¿Cómo trabajó Vd. allí? M.A. Lo primero, la experiencia de las oposiciones. Eran muy duras, aunque quizás no tan dramáticas como se las viene describiendo. Ofrecían sin embargo, unas oportunidades a la gente quizás mayores que en un sistema como el actual, en el que la endogamia, como mostraría una estadística que no se quiere hacer, produce verdaderos estragos. En fin, gané mi oposición a la Cátedra de Historia General de España y desembarqué en Salamanca. La de Letras era una Facultad pequeña, casi familiar, con muy pocos profesores y alumnos, aunque el número de éstos empezó pronto a subir y a mitad de los sesenta lo que hoy parece increíble llegó a superar a la Facultad de Derecho. La nuestra era una Facultad espléndida, con profesores magníficos como el Decano Martín Ruipérez y, junto a él, Antonio Tovar, Fernando Lázaro, Manuel Díaz, Michelena, Luis Gil, Cabo... La experiencia docente que más me marcó fue explicar historia Universal. Lo hice centrándome en una serie de temas fundamentales, explicados con suficiente amplitud como para que los alumnos comprendiesen el argumento. De estas clases surgió un libro, que ha tenido un gran éxito, utilizándose como libro escolar, los Textos fundamentales para la Historia. Pude hablar así de temas entonces insólitos como la revolución industrial, los movimientos sociales, etc. Fue un trabajo decisivo para mi propia comprensión de la Historia. Preparé también entonces mi libro Programas y partidos políticos, 18081936, mi trabajo más extenso, que establece un marco amplio de referencias, posibilitando así otras investigaciones. A.M. Después de Salamanca, donde el Prof. Artola dejó una huella imborrable y donde fue investido como doctor honoris causa el curso pasado, llega Vd. a Madrid en 1970, al crearse la Universidad Autónoma. Años de grandes cambios en la sociedad y en la cultura española, la Universidad transcurre en un conflicto casi permenente... ¿Cómo vivió, Prof. Artola, aquellos años? ¿Cómo influyeron en su trabajo de historiador? ¿Cómo ve hoy nuestro proceso de la transición a la democracia ? M.A. La Universidad Autónoma, en sus primeros años, mientras estuvo alojada en la Antigua Escuela de Caminos, con escaso número de alumnos, vivió un tanto al margen de los conflictos universitarios que aumentaron desde el traslado a Cantoblanco. Personalmente, nunca he sido un activista político, pertenezco a esa gran mayoría de gentes que no han tenido participación activa en los acontecimientos políticos. La transición a la democracia fue un fenómeno singular, sin antecedentes. Muchos países de la 2a Guerra Mundial cambiaron de régimen, pero fueron cambios producidos con la intervención de ejércitos ocupantes, fueron cambios tutelados: se democratizó por decreto. En España fue muy distinto, algo casi increíble, pues podía preverse una situación de violencia. Ahora pienso que el recuerdo de la Guerra Civil fue el gran pacificador. Quienes tenían el poder aceptaron perderlo, con ciertas garantías de que no se iba a dar la vuelta a la tortilla, de que no habría represalias. Existía un régimen establecido que era la monarquía y un sistema político por establecer que era la democracia. Día a día las fuerzas políticas fueron aceptando el trabajo de los padres de la Constitución, pues se sabía que se iba, paso a paso, hacia una solución política, aceptable para todos. Nuestra imagen de violencia se substituyó por la de un país modélico. La Universidad vivió la crisis política, como siempre, con gran intensidad, con un fuerte activismo, más espectacular que real, pues los cambios fueron, sobre todo, impulsados por los partidos, en cuyo ámbito se iban produciendo las decisiones. No puede decirse, por otra parte, que los universitarios, los profesores universitarios, sufriéramos especialmente. Las protestas, los juicios críticos... todo aquello nunca fue demasiado lejos. Hubo, si, algunos cursos casi en blanco. A.M.— Años en los que nuevas ideas agitan la cultura española: ¿Cómo repercute este nuevo clima en lo que escribe durante los años setenta ? M.A. Quizás debiera contestar, mejor que yo, alguien que conozca mi obra. Yo había sido antes secretario de la revista del Instituto Fernández de Oviedo y de la Universidad de Madrid, y en Madrid inicio una fase de promotor de Historia. Angel Rojo me habló de un proyecto de preparación de una Historia General de España. Me puso en contacto con Alfaguara, diseñé un proyecto y preparé un equipo, que realizó el trabajo en tiempo breve. Fue un gran éxito, apoyado en una coyuntura irrepetible: no había entonces, no la había habido en mucho tiempo, una historia general de España que no fuera mero producto de consumo. Incluso una revista de carácter general, tan importante en aquellos años como Cambio 16 le dedicó, junto con un intencionado artículo, su portada con el rótulo de ¡Viva el siglo XIX!. A.M. Por entonces, en 1973, publica Vd. también un libro importante, Antiguo régimen y revolución liberal. M.A. Sí, se vivía entonces el momento, quizás estelar, del marxismo académico. El marxismo, la idea de revolución, el concepto de revolución burguesa... eran entonces cuestiones de debate permanente. Antiguo Régimen y revolución liberal es mi intervención en este debate, mi respuesta a colegas, discípulos y amigos. Yo cito una frase de Tocqueville: Las revoluciones triunfantes se hacen incomprensibles para sus nietos. Los nietos viven el resultado de la revolución y creen que es eterno, que las cosas siempre fueron así. Se decía: En España no ha habido revolución, porque la revolución la hace la burguesía y no hubo tal burguesía. Pero sí hubo revolución, ahí está. Discutiremos después quien la hizo. Y para demostrar esto hube de comparar el Antiguo Régimen y lo que ocurre después de la Revolución liberal y lo que ésta significó... Es difícil medir la significación de un libro, su influencia. Sí he de decir que tuvo éxito, a pesar de las concepciones dominantes en aquel momento, aunque suscitara críticas también. Concluiré señalando que, de repente, el marxismo, la experiencia comunista, parecen haberse venido abajo. No puede borrarse, sin embargo, lo que significa el marxismo dentro del pensamiento y de las teorías de la historia, ni el comunismo como experiencia política. A.M. Volvemos, si le parece, Profesor, sobre la transición política española. Proceso singular, modélico, como Vd. ha dicho, que concluye con la aprobación de la vigente Constitución de 1978. ¿ Cómo valora Vd., historiador siempre preocupado por el Estado, por la política, el paso de un Estado centralizado, instaurado en España por los Borbones, consolidado por el liberalismo, al vigente Estado de las autonomías? M.A. El cambio fundamental que la Constitución introduce es el cambio en el sistema político. Un sistema político democrático, socialmente aceptado. Tenemos ya una experiencia de vida democrática pacífica, distinta de la práctica violenta de la II República. La sociedad está de acuerdo con la evolución que se ha seguido. Ha desaparecido el miedo al cambio político. Los ciudadanos votan libremente de acuerdo con sus ideas. Nadie va a volver a manipular las elecciones, nadie va a volver a negar los resultados electorales... La otra cuestión, el régimen autonómico. La Constitución define una fórmula de Estado abierto, que tiene que definirse, aunque eso sí, hay una orientación antiunitaria. El proceso ha llevado al Estado de las Autonomías, distinto, desde luego, del federalismo al federalismo no se llega por el camino de las autonomías que debe definirse, independientemente de como se haga, a fin de evitar antagonismos, como los que se están produciendo, acerca de la forma del Estado. Antagonismos de pueblos, nueva visión del conflicto de clases de la II República. Se trata de un conflicto de fondo que no debe prolongarse indefinidamente. A.M. Será necesario, por tanto, cerrar el proceso de constitución del Estado... M.A. Sí, acudiendo a la fórmula que sea, pues se está generando violencia, violencia social, lo que debe preocuparnos profundamente, pues estamos viendo actuar esa violencia en otras partes de Europa. A.M. Ya hemos hablado del proceso político seguido en España después de aprobada la Constitución. Tuvimos el gobierno de la U.C.D. por cierto, hoy crecientemente respetado hemos tenido con el P.S.O.E., la pasada por la izquierda... vivimos ahora momentos, sin entrar en concretas apreciaciones políticas, seguramente críticos. Se habla, en este sentido, de una crisis de valores... M.A. Ciertamente hay una crisis de valores. Mas ello no significa que los valores desaparezcan. Los valores no desaparecen, cambian. La especie humana es una de sus maravillas crea continuamente valores. Esto es lo que hace que la realidad cambie, que se progrese. Hay crisis de valores porque algunas cosas ya no tienen la fuerza que antes tenían. Otras, en cambio, adquieren vigor. El respeto a la vida, por ejemplo. Hay que pensar que las ejecuciones han sido públicas hasta fechas relativamente recientes... A lo largo del siglo XIX se va creando una tradición de rechazo a la violencia. Sin embargo, es cierto, que estas tradiciones fácilmente se pierden, que los nuevos valores se pervierten... A veces uno se siente escéptico ante la posibilidad de cambiar la especie humana... La lucha por el progreso es una lucha continua, en la que a veces uno se descorazona, pero esa lucha continúa y siempre hay un relevo. A.M. De la respuesta del Prof. Artola se desprende que la crisis o la transformación de los valores es un fenómeno general del mundo actual. M.A. Sí, es un fenómeno muy general. Insisto, sin embargo: yo no vería en ello, una desaparición sino un cambio de valores. En este renovación, las personas resultan ahora más importantes que las ideas o las instituciones, lo que supone que ciertos valores no pueden llevar más allá de su aceptación social: hoy día y lo creo positivo tendemos a contemplar, como más importante que las leyes, su aplicación concreta. A.M. Pensemos en la sociedad española actual. Religión católica y moral han estado estrechamente unidas en España. Vivimos ahora en un Estado laico y en una sociedad renovada en la que cabe pensar si los valores religiosos tradicionales están siendo sustituidos por una moral laica crítica, o si se está produciendo una cierta anomía. M.A. Creo que efectivamente se va imponiendo una moral laica, con unos mecanismos de solidaridad, a mi juicio más eficientes hoy de lo que lo han sido nunca. Incluso, lo que supone problemas, la gente se siente solidaria hasta la incongruencia. Se quiere que haya leyes y luego no se quiere que se cumplan, se quiere orden público, pero no que se castigue a los delincuentes. En fin, la crisis de valores es también un cambio en la concreta forma que estos revisten, pues valores como la solidaridad no llegan nunca a perderse, aunque se actualice en distinto grado o en distinta forma. A.M. Volvamos a la Historia como disciplina, Prof. Artola. ¿Cómo ha evolucionado la Historiografía española en estos últimos años ? ¿ Cuáles piensa que son sus aspectos más positivos o menos positivos? M.A. Hay, ante todo, una subida cuantitativa indiscutible. Más historiadores, más catedráticos, que aumentan muy por encima del incremento de la tasa de población. Crece la producción, hay, en definitiva, más actividad historiográfica que nunca. Ahora bien, la evolución demográfica supone una contracción de la población en sus tramos inferiores, que afectará a la enseñanza, que hasta ahora ha vivido en una fase expansiva, quizás excesiva, y a las publicaciones. Tesis, estudios monográficos, la investigación especializada acabará llegando al interesado desciende el número de alumnos a través de la pantalla del ordenador, no estará en los escaparates de las librerías. La historiografía francesa hace tiempo que se planteó el problema y empezó a pensar en libros capaces de interesar a un público culto, cada vez más amplio, libros que, estos sí, se seguirán editando como hasta ahora. A.M. Prof. Artola, hoy, en 1995 ¿qué significa para Vd. ser liberal? M.A. Para mí significa lo mismo que ha significado siempre. La idea central es que el hombre tiene unos derechos que deben ser respetados por todo poder constituido. En lo económico, el liberalismo supone el libre mercado, la libertad de precios... verdadero suelo nutricio del capitalismo que necesitaba del liberalismo para su pleno desarrollo. Es el liberalismo el que permite las grandes concentraciones de capital. Hoy día, no es que estemos en el fin de la Historia, más sí parece que no hay otro sistema político aceptable más que el demoliberal, otro sistema económico distinto del capitalismo. Sin duda habrá revoluciones, cambios... No cabe concebir cerrado el futuro. Pero hoy día estos cambios, estas revoluciones no parecen siquiera estarse pensando. A.M. ¿ Qué papel cree Vd que ocupa la Historia en el conjunto de las ciencias sociales? ¿Qué aporta realmente la Historia a la cultura, quizás fundamentalmente técnica, de nuestro tiempo? ¿ Cree que a la Historia se le da el papel que le corresponde en nuestro sistema educativo? M.A. No creo demasiado en una cultura tecnológica omnipresente. Manejamos simplemente un creciente número de instrumentos técnicos cuyos principios sólo unos pocos conocen. La Historia, sin embargo, es, para todos, una necesidad. Todos tenemos imágenes históricas, conciencia histórica, que pesan enormemente en nuestro comportamiento social y político. Votamos a un partido no tanto por su programa vertido hacia el futuro, sino por una imagen histórica que incluye unos valores que creemos positivos. La Historia es la gran constructora de la conciencia individual y, por tanto, de la colectiva. De acuerdo con la Historia, con nuestra imagen de la Historia, con nuestra conciencia de la Historia actuamos. La Historia nos afecta más que la técnica. Todos tenemos muchos maestros de Historia. Quienes nos dedicamos a la Historia debemos y no se trata de entrar en un debate acerca de lo que la objetividad sea procurar dar imágenes históricas objetivas, incorporar más cosas en nuestras explicaciones, reducir al mínimo las manipulación... A.M.— ¿Cree que la Historia ocupa el lugar debido en nuestro sistema de enseñanza? M.A. Es difícil decirlo cuando, como es mi caso, estoy tan interesado por la Historia. Quizás debiera jugar un papel mayor, pero hay que tener en cuenta la ampliación de disciplinas, el hecho de la creciente especialización científica... La Historia tiene que competir con la sociología, la economía, la informática, la psicología. Creo que la Historia se está defendiendo razonablemente bien. Creo, en fin, en el futuro de la Historia, pues es la disciplina que confiere un mayor nivel cultural por su amplitud y su diversidad. La Historia proporciona seguramente el lenguaje culto más complejo y amplio, pues el historiador aunque no lo domine plenamente tiene que manejar con solvencia muchos lenguajes especializados: el lenguaje político, el artístico, el económico, etc. La sociedad futura necesitará el saber y el lenguaje del historiador: no olvidemos que, en definitiva, el triunfo de la especie humana es el triunfo de la no especialización. A.M. Ultima pregunta al historiador, al historiador que en los últimos años Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Doctor Honoris Causa por las Universidades del País Vasco y de Salamanca, etc. viene obteniendo el máximo reconocimiento intelectual a su labor, ¿cómo ha vivido su prematura jubilación? ¿En qué trabaja ahora y cuáles son sus proyectos? M.A. Preparo un libro sobre la Monarquía de España, sobre la Historia del Estado español desde 1479 a 1808, aunque realmente, he tenido que estudiar detenidamente la monarquía medieval. Creo que he construido un modelo soy perfectamente consciente de que tendrá sus críticas que permite entender tan compleja realidad. Pienso que es una tarea que había que hacer. A.M. Gracias, Prof. Artola. Todos esperamos leer muy pronto su próximo libro. • Obras Fundamentales Los afrancesados (1953) Los orígenes de la España contemporánea (1959, reeditado en 1975) La España de Fernando VII (1968, reeditado en 1989) La burguesía revolucionaria (18081869) (1973, reeditado en 1990) Partidos y programas políticos, 18081936 (1977, reeditado en 1992) El latifundio, propiedad y explotación, ss. XVIIIXX (1978), director y coautor Antiguo Régimen y revolución liberal (1973, reeditado en 1983) La Hacienda del Antiguo Régimen (1982) Los derechos del hombre (1986) La Hacienda del siglo XIX. Progresistas y moderados (1986) Los ferrocarriles en España, 18441943 (1978), director y coautor La economía española al final del Antiguo Régimen t.lV. Instituciones (1982), director Enciclopedia de Historia de España, VII volúmenes, director.