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Vislumbres de la irrealidad española

Luis Marañón

De la realidad política española, ante una profunda crisis nacional.

File: Vislumbres de la irrealidad española.pdf

Referencia

Luis Marañón, “Vislumbres de la irrealidad española,” accessed April 27, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/694.

Dublin Core

Title

Vislumbres de la irrealidad española

Subject

Panorama

Description

De la realidad política española, ante una profunda crisis nacional.

Creator

Luis Marañón

Source

Nueva Revista 037 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

Document Item Type Metadata

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Ante una honda crisis nacional Vislumbres de la irrealidad española Por Luis Marañón ícese de los escritores que nos atenaza el pesimismo, hasta el punto de dejamos llevar por el lado oscuro de las cosas. Un juicio tan severo conviene aclararlo. Como personas Datentas a los sucesos que la realidad pone delante nuestro, es evidente que no asistimos impávidos a las tensiones e incertidumbres que se generan en el contexto sociopolítico. Por ello, en nuestro ejercicio en soledad digerimos con dificultad el estado de aridez y espesura que el momento político actual nos depara, bien lejano por cierto de la zarzuelera alegría de la huerta. De ahí que el efecto inmediato de observar una realidad tan próxima a la pesadilla sea plasmarla con palabras en la página en blanco. Pero el motor de la inspiración, extraña mezcla de alergia e insatisfacción ante la inhóspita realidad, no es otra cosa que nuestra mirada, ésa que ve caer sin desmayo a los falsos dioses y diosecillos de los altares públicos y privados. Lo ha dicho recientemente un colega asturiano con su acostumbrada lucidez: lo subversivo es la mirada. ¡Qué rara y confusa está la realidad política española! Con lo que en ella ocurre ¿cómo no se nos va a helar la sonrisa y a petrificar el aliento? Precisamente por el calado y la pertinacia de los aconteceres uno no puede permanecer con la mirada y la pluma indiferentes. A nuestro alrededor se derrumban las grandes palabras por culpa del comportamiento montaraz y engañoso de quienes las han pronunciado; un elevado número de codiciosos y engreídos, gracias al hábil uso de los resortes del poder y de la publicidad, se han convertido en traficantes del oportunismo más vulgar; y las penosas comparecencias públicas sobre la corrupción de toda suerte que asóla el predio nacional acaban por mostrarnos la cara oculta de la incivilidad: ha estado primando el interés personal en detrimento del general. A todo ello se viene a añadir la inundación del sensacionalismo norteamericanizado que nos atonta y paraliza. Ciertamente, bajo el frivolo manto de la estética del chándal todo lo indigno y fútil quiere cobijarse, sin conseguirlo. Es el momento en que uno relee la voz recia y quejosa del anacoreta de Croisset manifestando, en 1872, a su amigo gotoso en una de sus cartas: Al ver cómo mi país se hundía me he dado cuenta que le amaba. La mirada, siempre la mirada. Avidez desmesurada de permanecer en el poder y fatuo narcisismo; afán de dinerismo instantáneo y sin el menor esfuerzo; chanchullos políticoeconómicos logrados con informaciones privilegiadas y dineros públicos; banderías excluyentes reclamadas con jergas sectarias que no se entienden, salvo por los que aspiran a mantenerse en el cargo, son algunos de los materiales que conforman, en patética disputa, el escenario de nuestro enloquecido patio de Monipodio. Y en el auditorio, una sociedad hasta hace bien poco tiempo consentidora asistiendo, huérfana y desmoralizada, al burdo espectáculo de tamañas trapacerías. Un clásico cordobés dejó acuñado ese sobrio lamento, en una epístola al amigo: lo que fueron vicios son ahora costumbres. Pero los resultados de la última consulta electoral indican que una corriente de opinión muy importante se muestra disconforme con la gestión política, augurando el fin del ciclo político: la alternancia en el poder se otea en el horizonte. La higiene política de un país democrático se mide por la alternancia pacífica en el poder y sin solución de continuidad. En la angustiosa soledad del amanecer el escritor se torna más clarividente y su certeza más quemante. La apuesta por la docilidad, lo mediocre y ramplón, supuestamente progresista y reflejada en las imágenes televisivas, le desazona, le aterra. Todavía le causa estremecimiento la desgraciada frase de un político inglés, allá por los años sesenta: la literatura es una subcultura de minorías. Al parlamentario laborista tal vez le encorcoraba que en su país hubiese millones de lectores y los escritores se permitiesen el lujo de tener la libertad de palabra. A algunos políticos les cuesta bastante admitir que la palabra sea crítica, pues siempre creen estar en posesión de la verdad; la suya, claro. Precisamente por esa carencia un alarde más de maniqueísmo algunas sociedades modernas van tropezándose a ciegas con una realidad que no entienden ni cuestionan, pero que acaba por destruirlas sin que se den cuenta. Aquí y ahora nos hallamos, desafortunadamente, en ese trasiego de mensajes fantasmales y literaturas sin fondo, listos para ocupar su plaza en el vertedero de los residuos no contaminantes. Y el obsceno pájaro de la noche las políticas de subvenciones y otros despilfarros públicos se intenta abatir con remedios autocráticos conocidos, sean fútbol, toros, tenis y ciclismo, en las televisiones públicas. A las ilustres generaciones del 98, 14 y 27, les dolía España: tenían el alma afligida y en carne viva, situación verdaderamente insoportable. En aquellas fechas y otras posteriores se desterraba la verdad, se la mantenía escondida. Ahora, la verdad la realidad cotidiana aparece rotunda y con pelos y señales: es un espectáculo que debería arredrar a los osados y maniobreros, cuya profesión consiste en dedicarse a burlar el marco de lo permitido legalmente. ¿Hasta cuando va a durar este nefasto continuum, rayano en el esperpento? No añoro el pasado, pero me baso en él la intrahistoria unamuniana para pergeñar el futuro, cabal y libremente. El juego limpio de las instituciones democráticas está para eso, para cambiar el rumbo de un poder que se enroca en sí mismo, alimentado por la seducción del césar de turno. Hasta ayer vital e ilusionada por salir del atraso histórico, la sociedad española contempla atónita su desamparo y uno no puede por menos que acudir a lo que le ocurrió a Nerón cuando se vio obligado a estampar su firma en la sentencia de muerte de un condenado. Al par que se le encogía el corazón, el cónsul romano expresaba con inacabable pesadumbre: ojalá no hubiera aprendido a escribir. A estas alturas del siglo resultaría trágico seguir este consejo tan primario. Por críticas que puedan parecer, no es saludable el que las palabras cesen y las voces se acallen. Las reglas democráticas están hechas de voces, de palabras, aun cuando algunos políticos se dediquen hoy a desvirtuarlas y a no escucharlas. Ha llegado la hora de poner coto a ciertas conductas inaceptables: las actitudes y los gestos ya no bastan, sobran; son incómodas avispas que no permiten despejar la sensación de irrealidad que vivimos. Además, no debemos dejarnos convencer por las estridentes sirenas del catastrofismo aprés moi le deluge, pues nada iluminan y suelen resultar mendaces en sus manifestaciones y pronunciamientos. La mirada, siempre la mirada. No siento la menor tentación por el arte de lo posible la política; tampoco destaco por mi vocación de politólogo o moralista. No obstante, tengo para mí que una crisis nacional de la magnitud como la presente es una irrealidad bastante triste sólo se supera con un manejo de escogidas palabras, urgente y responsablemente articuladas: coherencia del discurso político con la práctica política; desapego por el poder; sentido común, generoso esfuerzo y honradez sin tacha; y eficiencia en las políticas a aplicar, teniendo por norte el interés general. Toda la demás palabrería suena a literatura de epitafio. •