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Cincuentenario de la muerte de Simone Weil

José Miguel de Azaola

De la vida de la escritora y pensadora francesa Simone Weil, con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de su muerte. Conocida en círculos muy restringidos de su país, hizo su aparición después de muerta ante el público culto de Francia y poco a poco ante otras naciones.

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Referencia

José Miguel de Azaola, “Cincuentenario de la muerte de Simone Weil,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/584.

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Cincuentenario de la muerte de Simone Weil

Subject

Panorama

Description

De la vida de la escritora y pensadora francesa Simone Weil, con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de su muerte. Conocida en círculos muy restringidos de su país, hizo su aparición después de muerta ante el público culto de Francia y poco a poco ante otras naciones.

Creator

José Miguel de Azaola

Source

Nueva Revista 032 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Language

es

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Un testimonio lacerante Cincuentenario de la muerte de Simone Weil Por José Miguel de Azaola ste año se ha cumplido medio siglo del fallecimiento (el 24 de agosto de 1943) de la pensadora francesa Simone Weil. Hablar de su muerte como de su desaparición sería, aun más que paradójico, inexacto. En efecto: esta escritora que, Een vida, sólo fue conocida en círculos muy restringidos de su país, hizo su aparición después de muerta ante el público culto de Francia y, de allí a poco, ante los de otras naciones de Europa y América, gracias a la edición póstuma de la mayor y mejor parte de su obra, asombrosamente rica y abundante si se tiene en cuenta que, nacida en 1909, falleció a la edad de 34 años en el Grosvenor Sanatorium de Ashford (condado de Kent), no lejos de Londres. Tras de haber marchado de Marsella a Nueva York con sus padres en el verano de 1942, se había trasladado sola, en el otoño siguiente, a Inglaterra para incorporarse a la France Combatíante que actuaba allí a las órdenes del general De Gaulle. Pese a sus insistentes esfuerzos para conseguir que le encomendasen una misión en suelo francés, y arriesgar así su vida en las filas de la Resistencia que, sobre el terreno, combatía contra la ocupación alemana, sus superiores la retuvieron en territorio británico, dado lo frágil de su salud, su debilidad física, su acentuada miopía... y su inconfundible fisonomía judaica, que difícilmente habría dejado de ponerla en peligro en la Francia ocupada. Fue encargada de la redacción de documentos diversos, entre los cuales figuran algunas de sus obras más valiosas: reflexiones y análisis de denso contenido filosófico, religioso, social y político, escasamente aprovechables en aquella hora a ojos de quienes se encontraban absorbidos por el vértigo de la acción inmediata en circunstancias nada propicias a la meditación. Filosofía y acción social Nacida en París, en el seno de una familia de la burguesía acomodada (su padre era médico y su abuelo materno había emprendido prósperos negocios en Bélgica), Simone Weil se consagró simultáneamente al estudio y la enseñanza de la filosofía (ocupó cátedras de esta disciplina en varios Liceos de segunda enseñanza) y a la actividad social y política en favor de los más desheredados. En su pensamiento y en su conducta se manifiestan, con pureza y rigor poco comunes, la búsqueda apasionada de la verdad y la sumisión total al bien. Habiendo descubierto que la negación más radical del bien es la humillación y la opresión del ser humano, quiso dedicarse, en la práctica, a compartir la suerte de los humillados y oprimidos al mismo tiempo que a ayudar a éstos en su lucha por la dignificación y la liberación. A ello obedecieron su militancia en los sindicatos de trabajadores desde el momento mismo en que empezó a ejercer una ocupación remunerada, y la actividad revolucionaria que caracterizó su primera juventud, así como su empeño en realizar pese a su natural torpezalabores manuales en la agricultura y en la industria. En 1934 interrumpió durante varios meses su carrera docente para emplearse como obrera fabril, viviendo así la dureza del trabajo en cadena, la estrechez económica, los despidos, el paro y el empeoramiento de su estado de salud, al que pusieron remedio los persistentes desvelos de sus padres. Su agudo sentido crítico y su convicción plena de la superioridad del individuo sobre la colectividad, así como su decidido espiritualismo, le impedían una aceptación global (y mucho menos, dogmática) del marxismo; pero, lejos de rechazarlo en bloque, hacía suyos no pocos de los análisis y de las ideas de Marx. Sin haber viajado nunca a la Unión Soviética, percibió muy pronto el carácter opresivo de su totalitarismo burocrático; y a partir de su estancia en el Reich en el agitado año 1932, en vísperas de la subida al poder de Hitler, analizó, también con perspicacia, la naturaleza y el comportamiento del nacionalsocialismo alemán. Pacifista, antimilitarista y antinacionalista, al estallar la guerra civil española tomó una postura paradójica, pero rigurosamente conforme a sus convicciones: por un lado, defendió calurosamente la no intervención de las potencias extranjeras, pues a su juicio ningún gobierno tenía derecho a conducir su pueblo a la matanza que sería irremediable efecto de la generalización de la guerra; y por otro, individualmente y dado que el choque bélico no había podido ser evitado, se apresuró a alinearse y a ocupar un puesto del mayor peligro en el bando cuya victoria deseaba. Tres semanas después del alzamiento de julio, se encontraba en Barcelona; y a los pocos días, en el frente de Aragón formando parte de las milicias anarcosindicalistas (las más próximas, o siquiera las menos distantes de su personal ideología) mandadas por Durruti. Y ya el 20 de agosto, víctima de su miopía, abrasaba una de sus piernas en un caldero de aceite hirviendo, lo que obligó a evacuarla. Cuidada por sus padres (que habían acudido en su seguimiento) y parcialmente restablecida, regresó a Francia el 25 de septiembre. Salí de España a mi pesar y con intención de volver escribió a Georges Bemanos en la primavera de 1938; posteriormente, y por mi propia voluntad, me he abstenido de hacerlo. He dejado de experimentar la necesidad de tomar parte en una guerra que no era ya (como al principio me había parecido ser) la de unos campesinos hambrientos contra los terratenientes y el clero cómplice de éstos, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia. Simone Weil siguió siendo pacifista hasta que, en marzo de 1939, el gobierno de Hitler se apoderó de lo que quedaba de la Checoeslovaquia mutilada en septiembre anterior. Y su conversión al belicismo no nacionalista, sino antitotalitario fue definitiva. Pero, sin dejar de dar importancia a las cuestiones políticas del día, ni de opinar sobre ellas en sus escritos, ni de tratar (como hemos visto) de intervenir en la guerra, su mente y su obra van engolfándose progresivamente en la elaboración de lo que empezaba a ser una doctrina social coherente, en un pensamiento filosófico encaminado a demostrar que la liberación del ser humano mediante su progresivo acercamiento al bien, la verdad y la belleza, pasa por la purificación a través del infortunio, y en una religiosidad a la vez experimental y especulativa, por la que llegó hasta el cristianismo. Un cristianismo, el suyo, muy sui generis, mucho más próximo al catolicismo que a cualquiera de las demás confesiones, pero al cual le faltó, para ser completo, la que cabe llamar sensibilidad eclesial. En enero de 1942 escribía: Amo a Dios, al Cristo y a la fe católica, todo lo que es capaz de amarlos un ser tan miserablemente insuficiente [como yo]; pero no tengo, en ningún grado, amor a la Iglesia. Rechazaba en esta última el doble legado de Israel, cuyas cruentas hazañas tanto ensalza el Antiguo Testamento, y de Roma, gran organizadora y dominadora implacable, pero escasamente creadora, tributaria de la cultura helénica. Era en el helenismo tal y como se manifiesta en Homero, Esquilo y Platón, y no en el judaismo, donde veía la preparación histórica de la venida de Cristo. Conocía mal la religión y la tradición judías, que sus padres no habían recogido ni menos trasmitido. Nunca se decidió a solicitar el bautismo y, por otra parte, su actitud hacia Israel le ha valido duras críticas de sus hermanos de raza, especialmente desde sus sectores más nacionalistas. Extenuada por el exceso de trabajo y, sobre todo, por las privaciones que se imponía para no llevar una vida mejor que la de los económicamente más débiles (y esto, en las penurias de la guerra, significaba muchísimo), la tuberculosis acabó con ella a los cuatro meses y medio de ser hospitalizada, alejada de sus familiares e incomprendida por casi todos sus compañeros. •