Nueva Revista 031 > Notas para unas poesias casi inéditas

Notas para unas poesias casi inéditas

Luis Alberto Cuenca, intr.

Sobre la poesía y la vida de José Hierro.
Algunas de sus poesías y un breve texto de éste autor "Notas para unas poesías casi inéditas".

File: Notas para unas poesias casi inéditas.pdf

Referencia

Luis Alberto Cuenca, intr., “Notas para unas poesias casi inéditas,” accessed March 29, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/570.

Dublin Core

Title

Notas para unas poesias casi inéditas

Subject

Pliego Literario

Description

Sobre la poesía y la vida de José Hierro.
Algunas de sus poesías y un breve texto de éste autor "Notas para unas poesías casi inéditas".

Creator

Luis Alberto Cuenca, intr.
José Hierro

Source

Nueva Revista 031 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

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Text

JOSE HIERRO Por Luis Alberto de Cuenca i hay un poeta español vivo que tiene oído para la poesía, ése es José Hierro. Si hay un poeta español vivo que tiene claro lo que quiere decir, lo que ineludiblemente ha de decir, en cada uno de sus poemas, ese es SJosé Hierro. Parece una tontería, pero hay muchísimos poetas, algunos de ellos de campanillas, que no saben lo que es un eneasílabo. Y otros tantos que empiezan a escribir porque están aburridos y son muy delicados y sensibles, y qué otra cosa pueden hacer, pero que ignoran por completo qué va a venir después de ese primer verso que las Musas regalan, porque su escritura es oscura, y la oscuridad en poesía no es más que defecto de expresión, como han dicho, entre otros, Lope de Vega y José Hierro. En el tomo II (1837) del Semanario pintoresco español que dirigía don Ramón Mesonero Romanos figura una semblanza de Góngora en la que, textualmente, se dice: Entre los eminentes escritores que elevaron la poesía castellana a su más alto grado de esplendor, sobresale este vate singular, en quien vemos reunirse el gusto más delicado y la más lozana imaginación, y luego renunciar por sistema a tan nobles cualidades para fundar una secta literaria, irracional y extravagante, que por largos años hubo de dominar nuestro Parnaso. Suscribo la opinión del anónimo autor de esas líneas, probablemente el propio Mesonero. Y a qué viene la cita. Pues a que entre tanta reivindicación gongorina del Góngora de la secta literaria, no del otrocomo hubo a cuenta de su centenario, allá por 1927, y tanto gongorismo cifrado, hermético o culterano que ha tenido que padecer quien esto escribe, primero en sus propias carnes, allá por 1970, y luego en las de sus empecinados compañeros de generación, sine fine, uno agradece el gusto delicado y la lozana imaginación de poetas como Hierro, a quien estoy seguro de que nunca se le ha pasado por la cabeza fundar ninguna secta irracional y extravagante, como al autor de las Soledades. José Hierro ha apostado por la auténtica poesía, la que no se interroga a sí misma, ni se plantea dudas metafísicas acerca de la intensa llanura del papel de hilo en blanco, ni se pregunta de dónde viene el canto ni adónde va la sangre de la pluma, sino que fluye como un chorro de vida, como un inagotable manantial por donde el mundo brota en verso para todos los hombres, en verso claro y verdadero. NOTAS PARA UNAS POESIAS CASI INEDITAS Por José Hierro xtraño título. Un título que puede considerarse propio del género bobo. Porque un texto es édito o es inédito, y entre ambas posibilidades no existe una intermedia. Pero explico Eme justifico que estas nueve poesías fueron escritas para un libro de bibliófilo: ya saben ustedes, esos libros muy caros, de tirada limitada, no concebidos para ser leídos, pues en ellos lo importante es la parte plástica, grabados originales en cualquiera de sus técnicas. En estos casos el texto no es más que el pariente pobre al que no se le presta la menor atención: sirve para llenar huecos. Hacen el mismo papel complementario, pero prescindible, que los pies de las fotos. Estas poesías fueron escritas en 1978 para acompañar a otros tantos grabados del gran pintor de la Escuela de París, Francisco Bores, uno de los que como Cossío, Viñes, etc. buscaron por los años veinte, en la capital de Francia, aires propicios para su pintura, aires más propicios que los que soplaban por estos pagos. La mayoría de aquellos artistas, Bores entre ellos, no regresó a España, excepto, accidentalmente, como turista o expositor. Las planchas que son el arranque de estos versos obraban en poder de la hija del artista y no fueron estampadas salvo, supongo, algunas pruebas de estado hasta el citado año 1978. Representan desnudos femeninos y son, al parecer, consecuencia de visitas a algún prostíbulo. La verdad es que los desnudos son castos, y a uno le cuesta entender por qué la hija del artista tardó tantos años en dar a conocerlos, víctima de comprensibles e incomprensibles escrúpulos. Estas poesías, acompañadoras de imágenes, han sido en mí bastante frecuentes. Pero nunca las he recogido en antologías o en mis poesías completas: de ahí lo de casi inéditas. Y la razón es ésta: yo distingo, para mi uso personal, la poesía que nos llega de adentro de la que nos llega de afuera. La primera es producto de la inspiración (del primer verso que nos dan los dioses, tras los que vendrán los que buscamos nosotros), en tanto que la segunda es fruto de la fabricación inteligente. En la primera, el poema, conforme se escribe, nos va revelando lo que no sabíamos. En la segunda, escribimos un poema que ya nos sabíamos: traducimos unas imágenes que tenemos ante nuestros ojos. Y estas palabras actúan a la manera de una música de fondo que acompaña sin pretender traducir a un arte del tiempo lo que pertenece a un arte del espacio a las formas creadas por el artista plástico. Estas poesías son casi inéditas porque, como ya dije, fueron compuestas para unos grabados de Bores. Creo que la edición constaba de doscientos ejemplares. Es decir, que estos poemillas no han sido leídos por doscientas personas. Es un fenómeno habitual en esta clase de publicaciones en las que el texto es un pretexto para las creaciones visuales. El Cántico Espiritual de San Juan se ve en una edición ilustrada por Sempere, y se lee en cualquier edición corriente. Consciente de esto y, además, consciente de que yo no soy, ni muchísimo menos, San Juan de La Cruz cuando se me ha propuesto por algún editor mi colaboración para empresas editoriales de esta índole, lo primero que he preguntado es qué extensión debe tener cada poesía, pues, como ya he apuntado, el texto poético compone, con la estampa a la que sirve, un todo armonioso que es captado por los ojos (si luego es leído el poema, como si es analizado el grabado, miel sobre hojuelas). Es, por lo tanto, ésta una poesía de circunstancias (en un sentido más restringido del utilizado por Goethe, para quien toda poesía era de circunstancias), en la misma medida que un retrato pictórico es de circunstancias, aunque el genio del artista Velázquez, Goya, etc. lo convierta en una obra autónoma que no necesita ser cotejada con el modelo para comprobar su fidelidad. Tampoco soy Velázquez o Goya. Por eso lamento que estas poesías no puedan ser vistas junto a los grabados de los que nacieron. Tal vez me amparo en el parecido como los malos pintores para excusar la calidad independiente de las poesías. No lo sé. En todo caso, ahí van estos ejercicios líricos. | U v Por cortesía de Carmen Bores, hija del pintor, grabados tomados de Tiempo para la Alegría, Colección de bibliofilia creada y dirigida por Rafael Díaz Casariego en Madrid, marzo de 1978. (Colección de diez grabados originales directamente realizados sobre la plancha por Bores). La mano es la que recuerda. Viaja a través de los años, desemboca en el presente siempre recordando. Apunta, nerviosamente, lo que vivía olvidado. La mano de la memoria, siempre rescatando. Las fantasmales imágenes se irán solidificando, irán diciendo quién eran, por qué regresaron. Por qué eran carne de sueño, puro material nostálgico. La mano va excarcelándolas de su limbo mágico. El amor estaba escondido como la almendra en la corteza. Agazapado suavemente, circulando cálidamente. Y era preciso detenerlo, paralizarlo, congelarlo, desarraigarlo de su tránsito, encadenarlo en líneas, ritmos, darle bulto, darle reposo, encerrarlo en unas figuras que no sean hija ni madre, sino materia del amor, sino parpadeo de estrella que no se extingue nunca. Llama salvada de su acabamiento, hecha presente para siempre. Estábamos, estaban sumidos en el tiempo. Desvélalos, nostalgia. Primavera, despiértalos. Restituye, regresa las sombras a su reino. Dales vida. Recobren la verdad que tuvieron. Que el vino les pregunte con su dorado acento y que ellos le respondan con palabras de fuego, con palabras de sombra, con sonido de viento, con aroma de bosque que calla su secreto. Estatua. Diosa. Estatua de una diosa. Detrás estaba el mar Mediterráneo. Y había quién se acuerda ya viñedos, olivos, marmoles. Mas los azules se desvanecieron. El mar azul ¿o era humo azul? es plata, es rosa seca. Mármoles, olivos, sólo son bruma. Ha aquí la estatua destronada, diosa exiliada en un mundo que no es suyo. Ha entrado silenciosamente. Mira, por la ventana, ese paisaje que la desconoce, en el que el tiempo deja sus arrugas, Se ha sentado en el lecho. Está escuchando: alguien se acerca. Alguien se acerca. O ya está aguí. Me mira. Mira el sofá. Mira los cortinajes. Alguien espera. Está detrás de mí. Alguien me mira. Inesperadamente, el huracán. Convierte todo en curva, en arabesco. Ha entrado el viento, el huracán. Desnuda, me está mirando. Me está mirando el huracán. Me asomo al estanque, al espejo. Soy Narcisa que se mira en el agua congelada, cristal y azogue. Alguien me mira. Alguien espera. El viento amansa el agua del estanque. Pienso en lo que pensará de mí la imagen que me contempla. Qué será de vosotras, Marta, Azucena, Laura... Oleaje de caderas, cabellos, pechos. Oleaje tallado en humo, vestido de melancolía, de sonrisas hacia las playas plateadas. Y el cielo aquél, azul y frío, que enmarcaba al Minotauro pensativo, Marta, Azucena, qué habrá sido de vosotras, cálida música entre espejos y cortinajes. Ahora sois ritmo, sois volutas de humo, vedijas de las nubes, ojos de niebla, donde un día palpitaba la juventud. El sol de octubre ciñe al paisaje maduro. Otorga a lo que vive su plenitud de fruto. El aire se hace oro, se enjoya de susurros, panal ae los dulzores, reino del ritmo puro, melodía de flauta que derrumba lo oscuro, entra por la ventana, dibuja desde el júbilo seres con sosegada vocación de desnudo, criaturas del gozo que llegan de otro mundo. Un continente olvidado, madera de la penumbra. Tengo que restituirlo a la luz que fue su cuna. Ya no recuerdo cómo era, de qué sustancia de luna. No volví al reino perdido, y no podré volver nunca. Me sumo en la mar. Rescato ráfagas de criaturas, rafagas de son humano, criaturas de la lluvia, ráfagas resucitadas, infantilmente nocturnas. Ráfagas, ráfagas, ráfagas tauaaas en sombra pura. Sólo materia de sombras, criaturas de la noche, nubes espectrales, seres dolorosamente informes, visiones o pesadillas llegadas no sé de dónde, ráfagas resucitadas, que fueron mujeres y hombres, que tuvieron carne y sueños aonde anidaban los soles y ahora son sólo penumbra, ríos de negros acordes, tristezas desenterradas, pesadillas o visiones, llamando siempre a la puerta de quienes no los conocen.