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Nuevo Gobierno, nueva oposición

Antonio Fontán

Sobre el nuevo Gobierno de España y la debilidad del apoyo parlamentario con que cuenta. La aparición del PP como novedad. Análisis comparativo de los años posteriores en la situación política.

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Antonio Fontán, “Nuevo Gobierno, nueva oposición,” accessed April 25, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/563.

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Nuevo Gobierno, nueva oposición

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Panorama

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Sobre el nuevo Gobierno de España y la debilidad del apoyo parlamentario con que cuenta. La aparición del PP como novedad. Análisis comparativo de los años posteriores en la situación política.

Creator

Antonio Fontán

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Nueva Revista 031 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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Un panorama inédito Nuevo Gobierno, nueva oposición Por Antonio Fontán a principal novedad del gabinete español de junio, es la debilidad del apoyo parlamentario con que cuenta, para la que no existen precedentes en legislaturas anteriores. Las minoLrías mayoritarias de UCD pudieron articular en torno a ellas asistencias suficientes en volumen y lo bastante homogéneas para desarrollar sus proyectos. En el 82 y en el 86, las mayorías absolutas del PSOE y la rigurosa disciplina que caracterizaba al partido entonces, daban a su representación parlamentaria una estructura piramidal que colgaba del vértice de la Presidencia del Gobierno. En esas Cortes, además, la eventual alternativa que podía representar la oposición popular era más especiosa que efectiva. No cambió la situación con la legislatura del 89, la más gris de la democracia restaurada. En esos años que se anunciaban tan prometedores por las fastuosidades del 92, ministros y parlamento, aún con mayoría, anduvieron perdidos, como si tuvieran la cabeza en otras cosas y no en la gobernación del país. Se comprende que fuera así. Entre las denuncias de corrupción y los escándalos financieros, por un lado, y los festejos olímpicos y jubilares por otro, no había lugar para pensar en nada más. El cogobierno del 93 Ahora el poder reside en una coalición parlamentaría de socialistas y nacionalistas que está prendida de un hilván. Pero el gabinete, e incluso su presidente, arrastran mentalmente la inercia de aquel feliz estado de mayoría absoluta en que se formaron sus hábitos de gobierno. Hasta tres veces en el curso de verano los ha devuelto a la realidad el presidente de la Generalidad de Cataluña con advertencias cada vez más conminatorias. Y como si el júnior partner nacionalista fuera el socio principal de un inconfesado cogobierno, el Congreso de los Diputados hubo de celebrar una sesión extraordinaria en el mismo mes de julio, los ministros han debido discutir la distribución del impuesto de la renta en Barcelona y para guardar las formas en las otras autonomías, y el gobierno de Cataluña ha tenido acceso al taller de confección de los presupuestos del Estado antes de que se presentaran al parlamento. Hay más novedades en las Cámaras del 93. Los socialistas no son lo que eran. Se han visto reducidos en número y, por lo menos al principio, han andado más sueltos. El jefe del grupo parlamentario, propuesto por el Presidente del Gobierno, se dejó los pelos en la gatera en las dos votaciones que tuvo que superar para que lo nombraran. Los diputados y senadores, y buena parte de los primeros y segundos escalones del partido, responden todavía hoy a dos obediencias distintas. Y aunque los intereses políticos frente a terceros y sus propias aspiraciones personales acaben por restablecer antes del Congreso o en él la vieja disciplina, no será sin concesiones y sin que chirríen los aparatos. Igual que el gobierno minoritario del PSOE tiene que acceder a lo que piden sus socios nacionalistas, la mayoría gubernamental del partido tendrá que pactar con los otros sectores de la organización. (Y quizá, tengan también que hacer lo mismo con las Comisiones Obreras y la Nueva Izquierda de los antiguos comunistas para asegurar mejor el costado de babor). Existe una alternativa Hay, en fin, una tercera e importante novedad. Parece imposible que el PP en esta legislatura acceda al gobierno, salvo que sobreviniera una emergencia de orden nacional o internacional, o constitucional, tan imprevista y urgente que hiciera falta una gran coalición, sin tiempo para disolver el parlamento y celebrar nuevas elecciones. Pero el 6 de junio el Partido Popular fue constituido en alternativa por obra y gracia de los resultados electorales. Además, la alianza de los nacionalistas con el Gobierno y la marginalidad y la fragilidad de la mal llamada Izquierda Unida dejan en manos de los populares toda la responsabilidad de ser la única oposición con vocación de gobierno y capacidad de alcanzarlo. Una cosa semejante no ocurría desde que en el último tramo del parlamento del 79 el gobierno Calvo Sotelo dejó resueltos todos los problemas derivados del intento golpista del 23 de febrero.Los socialistas entonces practicaron una inmisericorde oposición todoterreno que, en ciertos casos, ponía en peligro el edificio del Estado, o era manifiestamente contraria a los intereses nacionales e incluso contradecía los programas del partido. Como cuando querían entrar en la Comunidad Europea sin pasar por la aduana de la OTAN, que era igual que querer comerse el pastel y a la vez conservarlo en la despensa. A la oposición política en el parlamento y en la opinión, que fue demoledora, unió el PSOE una auténtica labor de zapa en el seno del partido del gobierno, que no había dejado de ser una coalición, con mando único en tiempos de Suárez, y sin orden ni concierto después, con tres presidentes en menos de año y medio. La oposición de antes y los problemas de ahora La situación en que se encuentran ahora la oposición y el gobierno es bastante diferente de la de los años 81 y 82. Podría decirse que el país también es otro. La verdad es que entonces el gobierno lo hacía bastante bien. Hoy aquellos años resultan para más de media España una especie de época dorada. No había el desempleo de ahora, el déficit público estaba bajo control y se lograban acuerdos económicos y sociales. Se sorteaban con habilidad, y bajo el principio de la tolerancia y del respeto, cuestiones históricamente tan delicadas como el derecho de familia y las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Se zanjaron con decisión y con prudencia las consecuencias del 23 F, se lograron los sustanciales acuerdos autonómicos con los Estatutos de que todavía se vive, y no pocas cosas más. El nuevo gobierno, en cuanto prolongación del anterior, es un gabinete agotado. El acuerdo con los nacionalistas, por un lado lo refuerza y por otro lo enerva, al obligarle a defender proyectos incompatibles como el de renunciar a ingresos sin rebajar gastos. Se halla bajo los efectos de la conmoción que ha representado para los ministros y para su partido enterarse, de pronto, de que el Estado se halla al borde de la suspensión de pagos, viviendo de reservas. Los indicadores económicos y sociales se han disparado en una especie de conjunción de meteoros adversos: paro, inflación, déficit presupuestario, ausencia de inversiones, reducción de los consumos y empobrecimiento general. Se trata, ciertamente, de una crisis mundial, pero que se inició hace más de dos años sin que el gobierno español se diera por enterado, confiado en que estaba a punto de llegar desde los Paises Bajos un generoso Santa Claus con las alfoijas llenas. Aunque sean los más urgentes, los problemas no se limitan al ámbito de lo económico y laboral. Hay cuestiones pendientes de caracter estructural, ético, político, cultural y social en el sentido más amplio de todos estos términos. La corrupción supera a la italiana y los sistemas sociales públicos no funcionan, y en consecuencia la moral social está seriamente quebrantada. Es preciso articular la operatividad del Estado y de las Administraciones Públicas sin solapamientos, con imaginación, superando los agravios comparativos mediante la cooperación y sin perderse en disquisiciones nominalistas de autonomismo, federalismo, regionalismo, integralismo (como quiso la República), etc. En la era de la informática, la relación entre instituciones ha de ser mucho más fácil que cuando se escribía a mano y en papel de barba. Hay que restablecer y amparar las libertades de enseñanza y privatizar servicios sanitarios, urbanos, de comunicaciones y transportes, que además saldrán mas baratos que una mala gestión desde los poderes públicos, etc., etc. No se trata aquí de elaborar un prontuario de las cuestiones a las que la oposición debe articular una respuesta, que sea también una propuesta, sino de apuntar a lo que podría ser el nervio y el estilo de una acción política en el momento actual, para que la alternativa cuaje en realidad, como interesa no sólo a sus partidarios sino al conjunto del sistema constitucional que se renueva y enriquece con el cambio. La oposición debe cumplir sus funciones convencionales de control y de respuesta. Para lo primero, se ofrece una oportunidad en el nuevo parlamento sin rodillo que, prácticamente, se estrena en octubre tras los primeros escarceos de septiembre. A lo cual ha de contribuir la reelaboración de los reglamentos de las Cámaras, que ha de plantearse y discutirse, explicando bien las cosas, a la luz de la opinión pública. Para la respuesta, que no ha de ser necesariamente a voces, ni con insidias ni palabras de cuatro letras, como tenían por costumbre algunos de los voceros de la izquierda en el quinquenio 7782, es preciso que los populares logren una ágil y consolidada relación entre sus instancias políticas de acción y los equipos de información y de reflexión y estudio, que deben trabajar para ellos, como ocurre con todos los grandes partidos políticos del mundo avanzado. Responder se parece a gobernar: consiste en elegir entre los esquemas de contestación que el político tiene desplegados en su mesa. Una oposición creadora Pero hay otra tercera labor que para un partido de oposición que se presenta como alternativa es la principal: la función de propuesta en los tres ámbitos de la actividad parlamentaria, del debate de partido y de la opinión pública. Es una tarea particularmente necesaria en una coyuntura como la actual de agotamiento del gobierno, de preocupaciones generalizadas, de desencanto de la política y de dificultades que afectan a las personas e instituciones, y a la sociedad en general, y que parecen insuperables y que por su caracter inmediato agobian a la gente. Las propuestas en corporaciones, asambleas y parlamentos se realizan por la vía de mociones, proposiciones y textos alternativos. No bastan simplemente las enmiendas, que más bien pertenecen al ámbito de la respuesta. Pero esos proyectos o propuestas han de ser objeto de debate político y de consideración de la opinión pública. Un partido que se presenta como alternativa tiene que hallarse en condiciones de acudir a todos esos terrenos. Suele decirse que corresponde al gobierno presentar proyectos y a la oposición criticarlos o enmendarlos. Eso es más o menos así nunca del todo cuando la oposición no sale a la liza como alternativa. En este último caso tiene que demostrar asiduamente y en los más variados asuntos que sabe qué es lo que le conviene al país y cómo hay que llevarlo a la práctica. También se oye en ocasiones que los gobiernos siempre poseen más información que los partidos de la oposición. Pero eso no tiene por qué ocurrir necesariamente. Y menos cuando la oposición se convierte en alternativa. Podría suceder, hasta cierto punto, en algunos temas de política exterior, de orden público o de defensa, pero en medida cada vez más corta y por tiempo limitado. En el entorno geográfico, político y cultural de un país como España, un gran partido de oposición dispone de fuentes propias y fidedignas de información exterior, aunque no fuera más que por intercambio con sus homólogos de otros lugares, sin necesidad de una diplomacia paralela. Por otra parte, en los países civilizados, los gobiernos suministran información sobre materias reservadas a las oposiciones nacionales en condiciones que han establecido la ley o la costumbre. Pero además los problemas políticos principales en una situación como la española de hoy, son sobradamente conocidos por los expertos y no hay más espacios opacos de los que falte información que los causados por deficiencias técnicas o por la picaresca amparada por intereses políticos, como en las diversas modalidades de fraude, sea fiscal, sea laboral a la manera de los de la economía sumergida y del desempleo. Para toda esta labor, que no es imposible aunque parezca árdua, la actual oposición ha de armarse de coraje cívico y político, dotarse de ideas, y asumir el compromiso ético y la responsabilidad social de anteponer los intereses nacionales a todos los demás propósitos. En este mes de octubre, hay una cita electoral, la de Galicia, en la que lo más probable es que revalide o mejore su triunfo del 89. El año próximo, en Andalucía podría ganar posiciones, aunque nadie espere una victoria. En el 95 han de celebrarse los comicios locales y la mayor parte de los autonómicos. Y son muy pocos los políticos y observadores que auguran al parlamento de junio una larga duración. El nuevo gobierno demanda una oposición de nuevo estilo. •