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Política exterior, consenso pero menos
Alberto Míguez
Sobre las rectificaciones que adoptó el Gobierno en el inicio de su gestión política exterior, por ejemplo, la permanencia en la OTAN.
File: Politica exterior, consenso pero menos .pdf
Número
Referencia
Alberto Míguez, “Política exterior, consenso pero menos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/540.
Dublin Core
Title
Política exterior, consenso pero menos
Subject
El estado de la Nación
Description
Sobre las rectificaciones que adoptó el Gobierno en el inicio de su gestión política exterior, por ejemplo, la permanencia en la OTAN.
Creator
Alberto Míguez
Source
Nueva Revista 030 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
Lo importante no es tanto la definición de los objetivos como la elección de los medios Política exterior Consenso, pero menos... Por Alberto Miguez e ha venido repitiendo en los últimos años que, al fin, las fuerzas políticas mayoritarias (socialismo y centroderecha) habían alcanzado el consenso en política exterior y que, en el Sfuturo, el campo de juego de la diplomacia española debería ser limitado y reducir al mínimo las fantasías. Se trata, obviamente, de una verdad a medias. Los portavoces de la oposición al socialismo en estos temas han llegado a decir, incluso, que no utilizarían argumentos de política exterior en la contienda electoral. Ignoro por qué razones: tal vez porque estos argumentos son irrelevantes lo que también es discutible o tal vez porque la alternativa asume globalmente lo que el socialismo gobernante hizo en estos diez últimos años en el terreno exterior, lo que sí sería un monumental disparate. Rectifica, que algo queda El partido socialista, inició su gestión en política exterior rectificando algunos de los dogmas que había elaborado a lo largo de los años en la oposición, la clandestinidad o el exilio. La permanencia en la OTAN es un ejemplo el más significativo, sin duda, pero no el único de cómo las realidades internacionales obligan finalmente a cualquier persona o formación política a variar sus puntos de vista y adaptarlos mediante el ejercicio del sentido común. Pero en los últimos años la OTAN ha cambiado, sobre todo tras la caída del socialismo real y hoy no tiene ya ni pies ni cabeza mantener la extraña y original situación española, que consiste en «no estar pero sí estar» en la llamada estructura militar de la organización. En un momento en que, hasta Francia, se aproxima a la organización militar integrada, resulta arcaico y sobre todo, poco útil (para nuestras fuerzas armadas en primer lugar, para nuestros aliados, para la seguridad global en suma) mantener el llamado modelo español, extraño y surrealista híbrido. Cualquier rectificación de la política de seguridad deberá tener en cuenta esta necesidad. Y es seguro que quienes, durante siete años, han intentado convencer a la opinión pública de la originalidad y utilidad del modelo, se opondrán frontalmente a cualquier cambio. El consenso sobre la Alianza tiene sus límites. El sueño de Mastrique También debería tenerlos el proyecto de construcción europeo que obtuvo y no estoy seguro que haya sido entonces un acierto la adhesión incondicional del centroderecha liberal y reformista, sin que mediara reflexión y discusión previas. La realidad está situando al Tratado de Mastrique en los verdes campos de la utopía y en el futuro se impondrán ciertas rectificaciones, sea ratificado o no el texto por el Reino Unido y Holanda, se amplíe o no la Comunidad. Entre estas rectificaciones estará, qué duda cabe, cierta renacionalización de la política europea, que países como Francia o la propia Alemania, están llevando a cabo a la chita callando y que España deberá, también, iniciar porque los intereses nacionales más inmediatos no se defienden suficientemente en Bruselas. Esta evidencia, que roza la heterodoxia, debe asumirla cualquier gobierno sea cual sea, una vez superado el sueño de Mastrique. He aquí también un aspecto de la política exterior española donde no debía haber consenso y armonía entre las posiciones de unos y otros. Hasta ahora, por déficit de razonamiento o una pizca de audacia, González y sus amigos llevaron la voz cantante y lo que es peor convencieron por activa o pasiva a sus opositores para que asumieran en su globalidad cierta idea de la construcción europea que se desbarató en los últimos meses. Habrá que matizar ante la realidad de una Europa nada presta para la unidad sin concesiones, que los intereses nacionales coinciden a veces pero a veces, no con el proyecto unionista, monetario, económico, político y de seguridad. Nada de esto significa boicotear el futuro de la unión sino, simplemente, introducir ciertos elementos correctivos que, por otra parte, todos nuestros socios están llevando a cabo. El amigo americano Durante la próxima legislatura el nuevo gobierno tendrá que volver a negociar el siempre delicado asunto de las bases americanas en España, alfa y omega de nuestras relaciones con Estados Unidos. El fallecido Fernández Ordoñez había establecido un plazo amplio (ocho años) entre una negociación y otra para no añadir un elemento de tensión o irritación a las no siempre fáciles relaciones con el amigo americano. La reducción de la presencia militar norteamericana en España (y especialmente la salida de los F16 de Torrejón y la desactivación de la parte americana en la base de Zaragoza, además de otras reducciones irrelevantes) se produjo estos años sin dificultades y sin que la seguridad occidental sufriera lo más mínimo. La situación internacional y los nuevos equilibrios ayudaron a que así fuera. Pero ahora entramos en una nueva fase. Ya no hay razón alguna, ni política, ni de seguridad, ni mucho menos económica para que existan bases americanas en España: esta presencia es un arcaísmo que debe eliminarse cuanto antes en un ambiente de amistad y cooperación. España y Estados Unidos forman parte de una estructura común de seguridad la OTAN como socios y las facilidades de uso (eufemismo para designar a las bases de utilización conjunta) son innecesarias ahora. Incluso en momentos de tensión mundial recordemos la guerra contra Irak y la utilización de la base de Morón por los bombarderos americanos la cooperación será posible y necesaria, pero no justifica la presencia militar norteamericana en nuestro territorio. Amigos sí, pero cada uno en su casa: España debe ser un país adulto, democrático, cooperador y fiel a sus compromisos. La OTAN es el lugar adecuado para cualquier tipo de cooperación militar siempre y cuando la presencia española en este organismo sea plena y no original como es ahora. Simplificando: OTAN sí, bases no. Así de claro. Durante la década socialista, se pasó del antiamericanismo primario a unas relaciones casi carnales con el amigo americano. Parece haber llegado la hora de asumir ciertas responsabilidades y colocar la relación bilateral a un nivel de igualdad del que hasta ahora ha carecido. Semejante objetivo puede alcanzarlo cualquier gobierno, de derecha, centro o incluso de izquierda, pero previamente deberá asumir el riesgo de una nueva negociación con Washington, que no será fácil. El consenso aquí tampoco parece evidente. Magreb: El fin de la mala conciencia El Magreb y especialmente, Argelia se ha convertido en un polvorín. Es del interés de España, ayudar a que el fuego se reduzca, la estabilidad se recupere y la cooperación aumente, como fórmula no tan infalible como algunos creen de que las presiones de todo tipo (demográficas, políticas, económicas) no repercutan de forma intolerable en la otra orilla del Mediterráneo. El gobierno español, no ha hecho todo lo que podía para que la cooperación CEMagreb, CEArgelia o CEMarruecos haya ido lo más lejos posible. Es inevitable que, tarde o temprano, España deba poner en la balanza sus intereses nacionales y comunitarios frente a ciertos principios que, obviamente, se violan permanentemente en la región, tales como los derechos humanos, las libertades, etc. Pero debe hacer esta evaluación sin la mala conciencia que hasta ahora tiñó las relaciones con los dos grandes países magrebinos y especialmente con Marruecos a causa del contencioso sahariano. No sólo por intereses evidentes (de seguridad, económicos, políticos) a España la interesa un Sahara ligado a Marruecos, sea cual sea la fórmula de este vínculo. Este problema, que ha envenenado cualquier relación con el reino alauita desde 1976, no puede seguir condicionando intercambios, proyectos, cooperación por razones que tienen más que ver con el psicoanálisis que con la política. España no tiene ¿cuántas veces habrá que repetirlo hasta que se entienda? responsabilidad histórica alguna en lo que sucedió en la excolonia durante los últimos quince años. Son los países de la zona Argelia, Mauritania y Marruecos quienes deben responsabilizarse con lo ocurrido. Y naturalmente, el siempre torpe Frente Polisario, que sigue aprovechando con evidente inteligencia la mala conciencia colectiva española. Es hora ya de pasar esta página, sea cual sea la solución que Naciones Unidas encuentre al problema y que, naturalmente, España debe apoyar en la medida, reducida, de sus fuerzas. Un Estado saharaui independiente sería un factor negativo para el Magreb y una grave fuente de preocupación para España. Este tipo de evidencias suelen silenciarse para no molestar a quienes, ni son amigos, ni lo serán obviamente en el futuro. Flecos: Iberoamérica, Gibraltar, Guinea Pese a los esfuerzos de los últimos años, las relaciones con Iberoamérica siguen teñidas en buena medida por la retórica y el verbalismo. Los Tratados de Amistad y Cooperación firmados con algunos países, han servido en algunos casos no muchos para relanzar unas relaciones económicas hasta entonces mediocres. La creación de la Conferencia Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno (cuya tercera convocatoria se celebrará en Salvador de Bahía, Brasil, este verano) constituye también un avance de cierta consideración que debe promoverse incesantemente, so pena de degenerar en el folklore y la pompa. Falta, sin embargo, con Iberoamérica un elemento decisivo: una verdadera y generosa política de cooperación, que supere las afinidades selectivas tan al uso durante el decenio socialista, en el que ser sandinista, castrista o socialdemócrata criollo, favorecía, según los años, la afluencia de créditos y ayudas mucho más que el auténtico interés de la operación o las necesidades detectadas localmente. Sin cooperación no hay política exterior y esto, en Iberoamérica, resulta especialmente cierto. En cuanto a Gibraltar, desde que en diciembre de 1982 el recién nacido gobierno socialista abrió, caprichosa y arbitrariamente, la verja fronteriza de forma unilateral y sin compensación alguna, el contencioso ha ido de mal en peor. La acumulación de cesiones, irresponsabilidades y debilidades, ha conducido a un auténtico fondo de saco diplomático. El Reino Unido parece más dispuesto que nunca a incumplir reiteradamente los documentos firmados (por ejemplo, los Acuerdos de Ginebra y Bruselas sobre cuestiones de soberanía, o del uso conjunto del aeropuerto) y a primar los caprichos y veleidades de los gibraltareños, convertidos en parte de la negociación. La tímida respuesta española, la permanente cesión ante provocaciones e incumplimientos, exige hacia el futuro un verdadero cambio de rumbo, so pena de esclerotizar para siempre este contencioso secular. Cualquier cosa que se parezca a un consenso en los métodos anteriores para resolver el problema, se traduciría en un inmenso disparate. ¿Qué decir de Guinea? La política aplicada desde 1989 hasta la fecha se ha saldado, sencillamente, con un desastre. La excolonia sigue siendo uno de los más infelices y miserables países de Africa, dirigido por un dictador de opereta, un Uburey que permanentemente chantajea al gobierno de Madrid, con una curiosa mezcla de amenazas y cucamonas, para seguir recibiendo la sopa boba de una ayuda y una cooperación que deben revisarse de arriba abajo y, si fuese necesario, suEl estado de la Nación primirse sean o no humanitarias. Aunque de reducida importancia económica y política, la relación con Guinea constituyó siempre un excelente test de competencia para los gobiernos españoles desde la independencia. Y el balance es demoledor. Cualquier consenso con lo que se hizo en el pasado o se intenta hacer en el presente sería, también, un disparate. Llegados a este punto y antes de concluir, convendría distinguir las voces de los ecos. En el terreno de los grandes objetivos y principios, es fácil cantar la gloria del consenso en política exterior, porque nadie con dos dedos de frente podría rechazar, por ejemplo, una política favorable a la construcción europea, a la defensa Occidental, a las buenas relaciones con el Magreb o con Estados Unidos. Pero lo importante en este tipo de materias, no es tanto la definición de los objetivos cuanto los métodos utilizados para llevarlos a la práctica. Y ahí debe radicar sin duda la gran diferencia entre el pasado y el futuro, si futuro hay: los métodos están, en muchos aspectos caducos, los resultados han sido pobres, los medios resultan escasos. Modernizar unos, mejorar otros y promocionar estos últimos, constituye una tarea urgente. La política exterior española ha navegado en este decenio entre las buenas intenciones y el recurso a un consenso verbal. Parece haber llegado la hora, entonces, de reconvertirla.