Nueva Revista 029 > La Europa de Quince

La Europa de Quince

José María de Areilza Carvajal

A lo largo de las últimas décadas, la Comunidad Europea ha ido de crisis en crisis pero las instituciones comunitarias han crecido en medio de las dificultades, se han hecho resistentes a la crítica y a la desconfianza proveniente de sus estados miembros.

File: La Europa de Quince.pdf

Referencia

José María de Areilza Carvajal, “La Europa de Quince,” accessed April 23, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/532.

Dublin Core

Title

La Europa de Quince

Subject

Panorama

Description

A lo largo de las últimas décadas, la Comunidad Europea ha ido de crisis en crisis pero las instituciones comunitarias han crecido en medio de las dificultades, se han hecho resistentes a la crítica y a la desconfianza proveniente de sus estados miembros.

Creator

José María de Areilza Carvajal

Source

Nueva Revista 029 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

Document Item Type Metadata

Text

Una huida hacia adelante La Europa de quince Por José M.s de Areilza Carvajal ecía De Gaulle que lo que más le gustaba del Poder eran las tormentas. Lo mismo podrían repetir los funcionarios más veteranos de la Comisión. A lo largo de las últiDmas tres décadas, la Comunidad Europea, y con ella la Comisión, no ha hecho más que ir de crisis en crisis. Sin embargo las instituciones comunitarias han crecido en medio de las dificultades y se han hecho resistentes a la crítica y a la desconfianza proviniente de sus estados miembros. La Comunidad asombra por su capacidad de presentarse como un proyecto perpetuo, al que no se debe juzgar antes de tiempo, o como un proceso original, imposible de ser evaluado sino con las categorías jurídicas y políticas que él mismo va creando. La última de todas las crisis, la actual, da mucho qué pensar. Todas las circunstancias adversas que han coincidido en estos últimos seis meses, animarían a afirmar que la Comunidad no se mueve ya más que por inercia. Pero no es así. La crisis de Maastricht parece que se salvará a lo largo de 1993 y las instituciones comunitarias proseguirán su vuelo habitual, raso y a trompicones. En efecto, en menos de un año, la Comunidad ha perdido la confianza de sus miembros daneses y británicos y de sus vecinos suizos, tres democracias que funcionan. Aún peor, alemanes y franceses, el tandem que sostiene la larga marcha hacia la integración europea, se ha parado por un momento para dudar de la racionalidad comunitaria. Los franceses, en el referendum de Septiembre, el cual despertó el fácil nacionalismo galo y cuyo efecto próximo fue el bloqueo unilateral de las negociaciones de GATT. Los alemanes, en su votación parlamentaria para ratificar Maastricht, que condicionó su participación en la fase final de la Unión Monetaria a una nueva votación a favor y en la que se limitó con un nuevo procedimiento constitucional la transferencia de poderes adicionales a Bruselas. La entente grecogermana Alemania, dicho sea de paso, está preocupada por salvaguardar al menos las competencias de sus regiones frente a la Comunidad, que legisla sin debate y control público en tantas áreas. Ante la imposibilidad de crear un Parlamento Europeo que esté como poco en pie de igualdad con la Comisión y el Consejo, ha decidido interpretar el inestable reparto de competencias entre la Comunidad y los estados miembros como un fin en sí mismo, a la manera constitucional germana, y no como un medio para facilitar la integración económica, como es tradicional en la cultura jurídica comunitaria. Es cierto que la entente graneogermana ha servido para que en estos meses el franco salga airoso de la inestabilidad monetaria. Pero no es menos importante recordar que políticos de la importancia de Mitterrand, Schmidt o Delors han hablado abiertamente este otoño de prescindir de la Unión Monetaria negociada en Maastricht para, si se La decisión más importante de la cumbre de Edimburgo ha sido empezar las negociaciones de adhesión con tres nuevos países: Austria, Suecia y Finlandia tercia, hacer una fusión de las dos monedas fuera de los tratados comunitarios. El Tratado de la Unión Europea no sirvió para despejar dudas sobre el proceso de integración europea. Hace más de un año en Maastricht los gobiernos de los Doce no supieron dar el paso siguiente a la integración económica consolidada por el Acta Unica Europea, que consistía en la reforma política de las instituciones comunitarias. En cambio, se optó por seguir el camino del neofuncionalismo. Esta política de pequeños pasos, ambigüedad conceptual y negociación incesante tal vez esté ya cerca de tocar su techo. O tal vez el modelo de Monnet pierda fuerza en épocas de recesión mundial. No obstante, la propia falta de ideas y proyectos públicos en casi todos los Estados miembros, va a permitir que la Comunidad por ahora sobreviva en su inadecuada forma institucional presente e incluso que el Tratado de Maastricht sea ratificado por los Doce. Desde Bruselas se está utilizando el principio de subsidiariedad del artículo 3b de Maastricht para vender el Tratado a ingleses y daneses. Este principio no tiene más contenido real que el que cada usuario quiera darle, pero ayuda a imaginar a la Comunidad capaz de autolimitarse y dispuesta, en palabras de sir León Brittan, a actuar menos para actuar mejor Sin embargo, la verdadera técnica que se ha escogido para reanimar el entramado comunitario es la adhesión de nuevos miembros. Esta clásica vuelta a los orígenes de cualquier organización internacional, preguntarse por quiénes son sus miembros y quiénes no, permite salir del incómodo debate sobre la toma de decisiones en la Comunidad y el comportamiento de sus instituciones, que empezaba ya a sonar a rebeldía sin causa. La decisión más importante de la cumbre de Edimburgo ha sido empezar las negociaciones de adhesión con Austria, Suecia y Finlandia. El país que más se oponía a esta ampliación era Francia, que quería ver ratificado antes el tratado de Maastricht, para comprometer con más fuerza a Alemania en la construcción europea. Pero el país galo ha cedido. En la última cumbre comunitaria ha conseguido mayores subvenciones a su agricultura y que los plenos del Parlamento Europeo sigan siendo en Estrasburgo. Pero sobre todo ha juzgado que Alemania, aunque preocupada por la mala gestión eocnómica de su unificación, ayudará a mantener la moneda francesa con vistas a una unión monetaria no lejana. La entrada de tres nuevos miembros, sin embargo, podría invalidar este juicio. Como afirma uno de los nativos que protagoniza la película Indochina, yo no entiendo las historias de amor de los franceses. •