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¿ Es hispanoamérica un mito sin destino?

Raúl Rivera

El destino de América Latina en ocasiones parece estar lastrado
por tópicos económicos y por regímenes carentes de libertad.
Sin embargo, una mirada atenta descubre en el sur del continente
una región que ha alcanzado grandes cotas de desarrollo
económico y de estabilidad en la mayoría de los países. Es justo
afirmar, por tanto, que se está incorporando con éxito al
camino de la prosperidad.

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Raúl Rivera, “¿ Es hispanoamérica un mito sin destino?,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/3637.

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¿ Es hispanoamérica un mito sin destino?

Alternative Title

España como puerta en Europa

Subject

Perspectiva desde América Latina

Description

El destino de América Latina en ocasiones parece estar lastrado
por tópicos económicos y por regímenes carentes de libertad.
Sin embargo, una mirada atenta descubre en el sur del continente
una región que ha alcanzado grandes cotas de desarrollo
económico y de estabilidad en la mayoría de los países. Es justo
afirmar, por tanto, que se está incorporando con éxito al
camino de la prosperidad.

Creator

Raúl Rivera

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Nueva Revista 135 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Durante un reciente encuentro de FAES en el que analizamos
las nuevas realidades latinoamericanas, surgió la
duda respecto a si sigue siendo legítimo hablar de «Hispanoamérica
» en pleno siglo XXI o si, por el contrario, a estas
alturas el concepto es poco más que una «frase hecha»
carente de contenido. Mal que mal, en décadas recientes
América Latina parece haber encontrado un rumbo que le está reportando buenos resultados y que la ha llevado a
estrechar sus vínculos con estadounidenses y asiáticos, relegando
a Europa a un incómodo segundo plano. A la luz
de lo anterior, la idea de Hispanoamérica ¿tiene futuro?
Más allá de los tradicionales vínculos históricos y culturales
que vienen a la mente cuando se piensa en Hispanoamérica,
¿en qué podría basarse una «relación especial»
de este tipo entre América Latina y España, casi dos siglos
después del fin del gran proyecto imperial español? A
la hora de esbozar una repuesta, debemos tener en cuenta
que, más que en una historia compartida, cualquier alianza
de este tipo debe sustentarse en intereses comunes y
solo hará sentido en la medida que contribuya a resolverlos
principales retos que cada cual enfrenta. Es posible
por lo tanto reformular la pregunta en términos mucho
más concretos. Más allá de los lugares comunes, ¿cuáles
son los intereses comunes?
Evidentemente, su identificación debe basarse en una
lectura certera de las respectivas realidades. Ello exige
empezar por deshacerse de muchas ideas preconcebidas
sobre América Latina que no resisten confrontación con
la evidencia.
Buena parte del mundo (incluidos muchos latinoamericanos)
aún tiende a percibir a América Latina como una
región colorida y pintoresca pero relativamente pobre, inestable
(económica y políticamente), violenta y dominada
por los dictadores de turno o por líderes populistas como
Chávez y sus aliados del ALBA, muchas veces en convivencia
con redes de narcotraficantes. Si a ello sumamos el
hecho de que la región está fragmentada en una veintena de países, esta termina por volverse poco atractiva y marginal
en el contexto mundial y resulta difícil discernir el
atractivo que podría tener, al menos para España, una posible
«relación especial» con la región, más allá de los afectos,
nostalgias y buenas intenciones.
Afortunadamente, como demuestro en detalle en mi
libro Nuestra hora, la realidad latinoamericana es muy distinta.
Revisemos muy rápidamente la evidencia.
En décadas recientes, los principales países de la región
adoptaron regímenes cambiarios libres, eliminaron la
mayoría de las cuotas y prohibiciones a la importación y
redujeron sus aranceles desde niveles que estaban entre
los más altos del mundo a cerca de 10% en promedio,
convirtiéndose en los mercados más abiertos y competitivos
del mundo emergente. Mientras los ojos del mundo
estaban vueltos hacia China e India, la región ha venido
registrando las mayores tasas de crecimiento económico
en su historia. Con unos 600 millones de consumidores
cuyo ingreso per cápita es similar al promedio mundial,
América Latina se ha convertido en la cuarta mayor economía
del mundo, con un PIB regional de más de seis billones
de dólares.
A pesar de la crisis que tiene en jaque a las economías
industriales, la economía regional mantiene un gran dinamismo.
De hecho, las reformas realizadas han contribuido
a que América Latina sea hoy una de las economías más
estables de mundo. Como resultado, en lo que va del siglo
más de cincuenta millones de latinoamericanos dejaron
atrás la pobreza y se unieron a la pujante clase media
regional, que ya representa un 60% de la población total.
Cada vez más, los pobres del mundo están concentrados
en Asia y África.
Igualmente significativo es el hecho que, al reducir sus
barreras comerciales e integrarse a la economía global,
América Latina puso en marcha un proceso de integración
regional que está dando origen a un vasto mercado
interno. Baste señalar que cuatro de sus mayores países
—Chile, Colombia, México y Perú— hoy están unidos por
tratados de libre comercio bilaterales, dando origen a un
mercado de 200 millones de consumidores, comparable
en tamaño y aún más abierto al mundo que Brasil, gracias
a diversos acuerdos de libre comercio con la Unión Europea
y los Estados Unidos. Este proceso ha estimulado la
aparición de empresas multilatinas, líderes de sus industrias
a través de la región, que empiezan a proyectarse con
fuerza a nivel mundial. El resultado es una región mucho
menos fragmentada económicamente de lo que normalmente
se piensa y que está avanzando a buen ritmo hacia
una plena integración de sus mercados.
Desde hace aún más tiempo las artes y letras regionales
también desmienten las fronteras políticas intrarregionales,
al punto que América Latina se ha convertido en una
de las regiones más homogéneas del mundo en términos
culturales. Recientes encuestas revelan la sorprendente unidad
valórica subyacente. A diferencia de cualquier otra región
del mundo, los latinoamericanos combinan un énfasis
en valores tradicionales como familia, religión y autoridad,
con un fuerte foco en autoexpresión y realización personal,
característico de las sociedades industriales. Esta distintiva
combinación valórica es el producto de un mestizaje de culturas y razas sin precedentes en el mundo, donde la
tradición occidental aportada por España se fundió con
tradiciones culturales aún más antiguas. No olvidemos
que dos de las seis civilizaciones originarias del planeta
—la mesoamericana y la andina— son latinoamericanas.
Esa fusión de razas y culturas ocurrió gracias a la falta de
prejuicios raciales que tradicionalmente caracterizó a la población
ibérica a la hora de elegir pareja y se vio enriquecida
por aportes africanos y asiáticos que aún hoy resuenan
con fuerza en muchos ámbitos y son especialmente visibles
en la mesa, música y bailes latinoamericanos. Cualquier
posible «relación especial» entre España y la región
debe ser entendida en el contexto de esta identidad profundamente
mestiza de los latinoamericanos.
Es posible que la tradición occidental termine dominando
y que la región se incorpore como miembro pleno
de Occidente tras completar su tránsito hacia la prosperidad.
Más probable, sin embargo, es que América Latina
emerja como una civilización distintiva, muy cercana a la
tradición occidental pero fiel a sus raíces mestizas y orgullosa
de ello.
Más allá de terminar de definir su propia identidad
como región, América Latina enfrenta el reto de avanzar en
su integración política. Su relativo retraso en este ámbito
es afortunado, ya que hubiera sido difícil resistir las tentaciones
burocráticas y estatistas que entramparon proyectos
de este tipo en otras latitudes (y en la propia región)
durante el siglo pasado. Pero los costos de la desunión política
están creciendo a medida que el mundo se organiza
en bloques culturales homogéneos y los países latinoamericanos empiezan a aprovechar la creciente prosperidad
para fortalecer sus capacidades militares. Esto último amenaza
con poner en marcha una carrera armamentista regional,
que bien podría ser estimulada desde fuera por
quienes necesitan acceder a productos agrícolas y minerales
latinoamericanos para alimentar a sus poblaciones e
industrias. Aunque durante el último siglo América Latina
fue la región más pacífica del mundo en términos de muertes
violentas totales per cápita, sirviendo de refugio a millones
de inmigrantes europeos y asiáticos que escapaban de
guerras y dictaduras, garantizar la paz interna regional durante
el siglo XXI requiere capitalizar esta historia de paz y
de creciente integración económica para avanzar hacia
una mayor integración política.
Afortunadamente, la mayor estabilidad económica ha
avanzado mano a mano con una creciente estabilidad política,
lo que valida y aporta continuidad a las reformas realizadas.
Casi sin excepción, los países latinoamericanos
hoy están gobernados por líderes elegidos democráticamente.
Atrás quedaron las dictaduras del pasado y la democracia
impera en la región como nunca antes. Aunque
Chávez y sus aliados neopopulistas del ALBA tiendan a
acaparar la atención de los medios, en realidad controlan
menos del 20% de la economía o la población regional. El
grueso de los latinoamericanos ha optado por una u otra
versión del «modelo chileno» de gobierno democrático,
con instituciones fuertes y ámbitos de acción acotados y
de mercados libres y abiertos al mundo.
Gracias en buena medida a estos avances, América Latina
tiene actualmente la distinción de ser la región más desarrollada del mundo emergente. Esto conlleva sus propios
retos: si la región desea evitar los errores cometidos
por las sociedades que la precedieron en el camino al desarrollo
y alcanzar una prosperidad sustentable, no tiene
más opción que encontrar su propio camino. Ello no solo
implica nuevos modelos industriales sustentables sino
nuevas soluciones institucionales (como, por ejemplo, sistemas
privados de pensiones), así como productos y servicios
mejor adaptados a las necesidades de los consumidores
en la base de la pirámide. En otras palabras: América
Latina no tiene más opción que volverse una región profundamente
innovadora. Si lo logra, inevitablemente se convertirá
en un referente para el resto del mundo emergente.

¿ QUÉ IMPLICA TODAS ESTAS CONSIDERACIONES RESPECTO AL FUTURO DE LA «CUESTIÓN DE LA IBEROAMERICANA» ?
En primer lugar, algo bastante obvio a estas alturas: el hecho
que buena parte de América Latina y España compartan
un mismo idioma, numerosas tradiciones culturales
y tres siglos de historia no significa que ambas regiones
compartan una identidad, ni mucho menos un destino
común. Europa apostó hace varias décadas por Europa
—con mucha razón—. América Latina apostó hace doscientos
años por sí misma —con mucha razón—. Pensar en
América Latina como «la América hispana» es tan absurdo
como pensar en España como la «Europa latinoamericana
». En la medida que la historia común sea la base sobre
la cual se pretenda definir un posible futuro común,
Hispanoamérica no tiene destino. España tampoco puede aspirar a un rol de primus inter pares con una economía y
población que no llegan ni al 20% de la latinoamericana.
Pero sí puede aspirar, con justa razón, a alguna forma de
«relación especial» con América Latina.

¿ QUÉ FORMA?
Es tentador modelar esta «relación especial» en la que
existe entre el Reino Unido y los Estados Unidos, dado
que surgió en un contexto histórico comparable y a partir
de similares sentimientos de amistad y entendimiento
mutuo. En el caso anglosajón, sin embargo, dos grandes
potencias militares —dominantes en el siglo XIX y XX, respectivamente—
se aliaron para defender a las democracias
occidentales, poniendo freno a la agresión nazi, conteniendo
la amenaza soviética y, más recientemente, neutralizando
el terrorismo islámico. Una «relación hispanoamericana»
análoga, cimentada en la colaboración militar, resulta difícil
de imaginar.
Ello no significa que una futura relación hispanoamericana
deba ignorar los aspectos políticos y geopolíticos.
Por el contrario, más que nunca, españoles y latinoamericanos
tienen la oportunidad de trabajar juntos en un
proyecto político trascendente: la consolidación a ambos
lados del Atlántico de sociedades libres, democráticas y
meritocráticas, donde los prejuicios raciales y sociales son
refutados por un tradicional mestizaje de culturas y razas
y en las que los principales motores del progreso individual
y social son la iniciativa individual y la actividad emprendedora.
Sumar fuerzas en torno a estos valores trascendentes
constituye una poderosa épica a partir de la cual construir una relación hispanoamericana para el siglo XXI,
cimentada en el poder de las ideas y en la capacidad de
colaborar internacionalmente para hacerlas realidad.
Una relación de este tipo promete rendir frutos muy
concretos para los latinoamericanos, ya que estos principios
constituyen poderosos cimientos sobre los cuales llevar
adelante su proyecto de unidad regional, con todos los
beneficios que este conlleva. Un proyecto integracionista
que limite la institucionalidad regional solo a aquellas
funciones indelegables y busque acercar los gobiernos locales
a sus ciudadanos resulta mucho más factible y atractivo
que los proyectos integracionistas de antaño, liderados
desde el Estado por burócratas inspirados en visiones
estatistas y resistidos por los ciudadanos.
Los frutos para España de una América Latina unida
en torno a estos principios también deberían ser sustanciales,
ya que ella es funcional al éxito de las multinacionales
españolas, incluyendo las más jóvenes, que al igual
que sus predecesoras encontrarán en América Latina un
ámbito de expansión cultural y económicamente más cercano
y fácilmente asequible. Lo mismo es verdad en el
caso de las multilatinas: estas tenderán a probar sus capacidades
competitivas primero en un mercado más cercano
y asequible como España, antes de dar el salto al resto
de la Unión Europea. Como resultado, España tiene el
potencial de convertirse en la sede de sus operaciones
europeas y africanas, como ocurrió en el caso de la mexicana
CEMEX, la pionera entre las multilatinas. Esta dinámica
ganar/ganar promete aportar un renovado vigor a la
alicaída economía española.
Más allá de eso España también entiende, al igual que
América Latina, que debe potenciar su actividad innovadora
y emprendedora si desea sostener e incrementar su
actual prosperidad. ¿En qué medida una «Hispanoamérica
de los valores» es plenamente funcional al logro de
este objetivo? ¿Dónde están las oportunidades de colaboración?
Como región líder dentro del mundo emergente, América
Latina contiene una amplia diversidad de segmentos
socioeconómicos cuyas necesidades requieren soluciones
innovadoras, desde aquellos que disfrutan de un nivel de
vida comparable a la media en los países industriales, a
aquellos en la base de la pirámide que recién se incorporan
a la economía de mercado. Cada segmento aspira a
acceder a productos y servicios adecuados a sus necesidades,
desde alimentos y bienes electrodomésticos y electrónicos
de bajo costo a automóviles y otros productos
emblemáticos de la clase media, viviendas económicas de
calidad y, por supuesto, a todo tipo de servicios financieros,
de salud y educativos. Quien desarrolle esos innovadores
productos contará con una ventaja considerable a la
hora de extender sus actividades a otras regiones emergentes,
maximizando su valor económico. Para muestra un
botón: en respuesta a la necesidad de erradicar un villa
miseria de un núcleo urbano, un grupo de arquitectos
chilenos desarrolló una vivienda familiar de calidad, cuyo
costo unitario es inferior a diez mil dólares, que está siendo
evaluada por los gobiernos chino y nigeriano para implementarla
en gran escala. La región también requiere
con urgencia contar, por ejemplo, con sistemas educativos capaces de convertir a sus jóvenes en protagonistas
activos de la economía del conocimiento. Dicho de otra
manera: América Latina representa una región piloto natural
y fácilmente accesible para emprendedores españoles
interesados en desarrollar soluciones innovadoras para
los más de cinco mil millones de personas en los mercados
emergentes.
En este sentido, el término Hispanoamérica pasa a designar
a un espacio de innovación que abarca ambos lados
del Atlántico, construido a partir de una historia compartida
y sobre la base de principios liberales, alimentado
por la creatividad que surge del encuentro desprejuiciado
de culturas y razas, y desde la cual surgen innovaciones que
ayudarán a miles de millones de seres humanos a dejar
atrás la pobreza, alcanzar una prosperidad sustentable y
construir sociedades en la que logren desplegar plenamente
sus talentos e intereses. Un enorme espacio de generación
de riqueza como este es el equivalente a una enorme
mina de oro en la sociedad del conocimiento. En definitiva,
Hispanoamérica pasa a designar una épica conjunta,
sustentada en una tradicional cercanía cultural, en intereses
muy concretos y en una visión compartida del futuro,
que hará posible acceder a una prosperidad, estatura e influencia
global inalcanzables individualmente.