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Tres carteles de cine

Luis Alberto de Cuenca

El autor hace un recopilatorio de poemas "Misión de audaces", "La querra de las galaxias" y "La Bella y la bestia".

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Referencia

Luis Alberto de Cuenca, “Tres carteles de cine,” accessed April 24, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/348.

Dublin Core

Title

Tres carteles de cine

Subject

Crteles de cine

Description

El autor hace un recopilatorio de poemas "Misión de audaces", "La querra de las galaxias" y "La Bella y la bestia".

Creator

Luis Alberto de Cuenca

Source

Nueva Revista 100 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

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por lui5 alberto DE CUENCA Misión de audaces (1959) de John Ford La guerra era la guerra en aquella película. Los cañones sonaban de verdad. Los heridos sufrían de verdad. El cielo reflejaba el rojo de la sangre mezclado con el fuego de las detonaciones, y el terror se extendía por el estremecido paisaje, como un ángel oscuro desplegando sus alas de murciélago sobre la inmensidad de la verde planicie, salpicada de cuerpos destrozados. La guerra era furia en Misión de audaces, y sonido que estallaba en las sienes, y era un cuento contado por un idiota (y todo eso que dice Shakespeare en Macbeti). Pero había grandeza en esa guerra, Y John Ford, que no era ningún idiota, supo subrayar ese aspecto (hoy tan poco políticamente correcto) y darle a la guerra un sentido más allá del vacío, más allá del dolor. La nobleza, el honor, la bravura, el espíritu de sacrificio, la caballerosidad, el coraje y la buena crianza son virtudes que habitan en el pecho de los héroes del Norte (y también, cómo no, de los confederados) mientras van a la guerra y desgranan sus épicas canciones de batalla, y mientras sus azules siluetas a caballo se recortan, triunfales, sobre un alucinante crepúsculo de gloria. Mientras van a la muerte como quien va a una cita de amor o de amistad. La guerra de los galaxias (1977) de George Lucas Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme, pero sé que ocurrió. No sé dónde. En galaxias improbables, difusas. Acaso en mi cerebro tan sólo. No recuerdo ni el tiempo ni el lugar, pero pasó. Las cosas importantes que pasan parecen no pasar. Una chica muy rubia venía de algún astro a jugar en tu sueño contigo: era tu amiga, la que se fue de viaje por el cielo, y volvía para no abandonarte nunca más. Sonreía como una aparición surgida de ¡as páginas de una novela gótica y, a la ve;, como un hada de los hermanos Grimm. Se hacía llamar Leia en nuestros juegos. Leia Organa, para ser más precisos. Un nombre que sonaba a romance galáctico, a balada espacial, a cantar de gesta del futuro. Un nombre que sabía a chicle americano y a bolsa de patatas fritas en el descanso de una doble sesión de cine, y a sirena, y a caricia dulcísima, y a promesa de amor. Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme, pero sé que ocurrió. Y sé que a la princesa Leia irán dirigidas mis últimas palabras cuando la luz se apague, y que repetiré su nombre en mi agonía, como si ella tuviese un nombre, antes de hundirme en la noche total. La Bella y la Bestia {1991} de Gary Trousdale y Kirk Wise ¡Ah, mi Bella lectora, qué cara de radiante felicidad pusiste cuando él abrió la puerta de su maravillosa biblioteca! Tus ojos prendían fuego al mundo y tus manos surcaban océanos de libros sin temor al naufragio, como quien cumple un sueño largamente esperado. Sólo a partir de entonces el palacio de Bestia fue también tu palacio. Sólo a partir de entonces recibiste su cuerpo deforme en tu purísimo santuario inviolado. Sólo entonces supiste que lo amabas, que nada ni nadie impedirían que te unieras a él con pasión infinita. Faltaba sólo un pétalo por caer, y la rosa languidecía dentro de su mágica urna. Cayó por fin el último pétalo, y de la Bestia bibliófila surgió un príncipe guapísimo y analfabeto. Habría que intentar adaptarse a aquel cambio: la vida es inferior al arte.