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La cultura de Estado

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“La cultura de Estado,” accessed October 7, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2662.

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La cultura de Estado

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Nueva Revista 130 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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1423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 14LA CULTURADE ESTADOAlbert BoadellaDIRECTOR ARTÍSTICO DE LOS TEATROS DEL CANALNADA MÁS OPORTUNO QUE CONTAR CON LA COLABORACIÓN DEUNA FIGURA CULTURAL DE TANTA RELEVANCIA EN EL ESCENARIO ARTÍSTICO ESPAÑOL COMO LA DE ALBERT BOADELLA PARAANALIZAR LAS COMPLEJAS RELACIONES ENTRE CULTURA Y PODER POLÍTICO. BOADELLA RELACIONA LA PENETRACIÓN DE LASADMINISTRACIONES PÚBLICAS CON LA PÉRDIDA DELA EXCELENCIA ARTÍSTICA, ENTRE OTRAS INTERESANTES REFLEXIONES.Mi nueva responsabilidad en la dirección de los Teatrosdel Canal me ha inducido a plantearme con mayor precisión las dimensiones, los límites y las consecuencias de loque llamamos cultura pública. Poner en práctica una actividad de esta naturaleza tutelada por la administración significa a menudo tener que asumir los hábitos y las inerciasderivadas de unos conceptos que generalmente se hallanen tesituras muy distintas de lo que es la realidad cotidiana. En el caso de las artes, la maquinaria administrativopolítica es un vehículo pesado que no puede correr al mismo ritmo de la agitación que envuelve el mundo artístico.nueva revista· 130141423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 15la cultura de estadoPero en los tiempos actuales esta distancia aumenta de forma sustancial ya que la mayor parte de los medios que laadministración asigna a la cultura son empleados en espectacularesinstalaciones para envasar los supuestos contenidos. La generalización de este automatismo en la casi totalidad de las administraciones podría descifrarse tambiéncomo el instinto de envasar y controlar un sector con tendencias poco ajustadas a la corrección del momento.Por esta misma razón, en las últimas décadas, los arquitectoshan sido los máximos protagonistas de las administracionesculturales, y muy especialmente de sus presupuestos. Ello ha generado un problema muy extendido enlos países desarrollados, y es que cuando un arquitecto seencarga de construir una infraestructura pública, la exhibición personal acostumbra a prevalecer por encima de lafuncionalidad. Los intereses parecen contrapuestos pueslos incentivos del arquitecto se encuentran más en la búsqueda de la notoriedad o los premios de diseño que la posterior rentabilidad de la actividad que allí pueda realizarse.En última instancia, esta dualidad de objetivos acaba cargando sobre el erario público unos costes muy elevados peroimprescindibles para sostener el mantenimiento del voluminoso envoltorio, con lo cual los contenidos pasan a segundo término.Obviamente, esta forma de proceder, impracticable enel sector privado, revela un criterio que corresponde a unconcepto del Estado como monopolio cultural. Bajosemejante principio, cualquier tentativa de amortización y rentabilidad es percibida como una cierta adulteración de lamagnificencia con que deben actuar las administracionesnueva revista· 130151423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 16albert boadellapúblicas en materia cultural. En resumen, estas contradiccionesderivadas de mi nueva responsabilidad pública meobligan a una profunda reflexión sobre la forma más práctica y sensata de incentivar la acción cultural en un paísdonde el término está totalmente desnaturalizado por suutilización política, pero muy especialmente por lo que yollamo la creación por decreto, o sea, la cultura de Estado.En estas materias, algunos gobiernos occidentales, entre los que se encuentra España, han contraído unas competencias muy temerarias. Ministerios y Consejerías de Culturase han convertido en los tutores de formas y estilos muyprecisos en el arte, y por consiguiente (dado el volumende medios invertidos) al promover un género desequilibran automáticamente los otros. El problema no está soloen el reparto de subvenciones sino en la discrecionalidadque se otorga la administración en materia de formas, estilos y contenidos. Una fórmula que viene a significar enla mayoría de los casos la inclinación por opciones ideológicas concretas. Pongamos solo el ejemplo de las llamadasartes plásticas. Estas manifestaciones de diversa índole,pero siempre bajo la coartada de la modernidad y la vanguardia, nos vienen exhibiendo desde hace varias décadasuna muestra exacta de las razones que han conducido a loque ahora, en una nueva perversión del lenguaje, calificamos como crisis. Nadie, ni nada había anticipado la metáfora de forma tan visible y patente.Cito un ejemplo concreto vinculado al dinero público:ARCOpersonifica la raEn Madrid, la feria internacional diografía perfecta de lo que acontece en el plano moralpero también en el plano económico en nuestra sociedad.nueva revista· 130161423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 17la cultura de estadoMe refiero a la entronización de la nada y de la vaciedaden el mercado. El feísmo como reacción a la impotenciacreativa, cortando el paso a cualquier posibilidad de crearuna belleza de excelencia, y aún menos, en algo asentadosobre la sedimentación del pasado. El resultado de tal situaciónexige la necesidad imprescindible del experto paraque la inanidad de las obras (basadas en la destrucciónde toda referencia al lenguaje común) consiga así alcanzarun alto valor comercial. En definitiva, para que la diferencia entre el desconchado de una pared y un Tapies mantenga una sustanciosa cotización, o para que el frenesí derotuladores de un parvulario sobre un folio y un Pollok,signifiquen una distancia de millones de dólares necesitamos un experto. En estos terrenos, sin el experto, nadie seatreve a dictaminar nada. Como consecuencia de ello, decenas de Madoff han recorrido el mundo convenciendo alos más notables que debían invertir en tales ingenios y noen la pared desconchada o las expresiones plásticoterapéuticas del frenopático.En este sentido, la moneda de cambio son unos valorestriviales que no encarnan ninguna sustancia porque nocorresponden ni a la necesidad ni al gusto de la ciudadanía. Unos ciudadanos que desfilan aturdidos y acomplejados ante la pornografía de la nada que se exhibe en losgrandes tabernáculos arquitectónicos levantados con dinero público. La solidez y el prestigio de la inteligencia, lasutilidad y la experiencia, quedan suplantadas por la impremeditación, la desfachatez y la grosería técnica de losprotagonistas del bricolaje comercial. La sublimación de loirracional constituye la medida del éxito. Bajo este prisma,nueva revista· 130171423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 18albert boadellase puede afirmar que hoy el escándalo moral es el únicomotor de las artes modernas. Esta misma situación sepuede traspasar a otras disciplinas artísticas a pesar de queaquellas que necesitan directamente del público se venmás afectadas por el veredicto de este que por la autocracia del experto.Si todo ello correspondiera a un espontánea necesidadde la gente y cada cual se apañara en la complicada labor de seducir a una clientela, podríamos aceptar que porlo menos representa algo funcional o emocionalmente útil,como siempre procedieron las artes; sin embargo, el problema es que todo el montaje se sustenta sobre el intervencionismo de las administraciones públicas, las cualesalimentan mediante la franquicia democrática una burbuja de signos completamente ininteligibles para la mayoríade los ciudadanos. En el fondo, el invento solo está disponible y destinado a un puñado de supuestos exquisitos oinversores que aprovechan la ayuda pública para su regocijo personal. Lo que en principio debería ser un serviciopúblico destinado a proteger las obras intelectuales de loshombres, el noble término cultura sirve en manos de laadministración para promover la confusión de los órdenesy el trastrueque de los papeles.La cultura se convierte así en una prestigiosa patentede impunidad y hay que pagar por ello un precio muy elevado porque los Estados, en vez de distinguir los órdenesen esta vasta esfera cultural que controlan, sienten la grantentación de convertir este sistema en un colosal distribuidorde recursos que permite hacer que el ocio de las masas refluya hacia algunas obras y viceversa, que las prefenueva revista· 130181423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 23409 12:30 Página 19la cultura de estadorencias de la camarilla en el poder invadan el ocio de lasmasas. La administración, al englobar en sus asignacionesel ocio y al mismo tiempo las obras de actividad intelectual, tiene a la sociedad tan bien acostumbrada a esa amalgamaque ella ya no se atreve por sí misma a desarrollariniciativas e instituciones protectoras que no sean las detitularidad pública. En cuanto a la posibilidad de contrarrestarcon el mecenazgo privado un impulso tan avasallador,en la práctica resulta muy poco factible, ya que el mecenazgo depende estrechamente de las opciones marcadaspor la propia administración cultural. En tales condiciones, o bien ofrece una financiación complementaria o calca sus iniciativas del modelo oficial.Nos encontramos pues en que hoy las administraciones públicas, influidas por las políticas culturales de lasocialdemocracia, pretenden hacer la guerra a los lugarescomunes del arte comercial y burgués, extendiendo en todos los ámbitos una cultura que han sometido previamentea su propio filtro. A su paso, la hierba del arte espontáneamente popular y tradicional no vuelve a crecer. Y cuandose deciden a proteger lo tradicional en su afán de estimular el voto popular, se lanzan a promover y subvencionarcualquier banalidad con tal que sea masiva. Lo comprobamos anualmente con el carnaval u otras bullas semejantes.Si nos centramos, por ejemplo, en el propio carnaval, comprobaremos que se trata de una manifestación que precisamente ha dejado de tener todo sentido fuera de lo quesignificó su provocación ante la cuaresma, la cual tambiénha desaparecido. Dejando al margen algunos lugares concretos en los que estas manifestaciones se han mantenidonueva revista· 130191423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 20albert boadellacomo un voluminoso espectáculo de masas, en la mayoríade ciudades resulta un patético desmadre con altas dosis decutrez que no debería ser jamás motivo de apoyo institucional. Pero en esta vasta ensalada que promueve la administración bajo el término cultura, y que engloba desde lafabricación de cazuelas regionales hasta los desfiles demodelos, es imposible mantener el rigor de la excelenciaartística. Arte es hoy una palabra que ha dejado de tenertodo sentido desde que cualquier profesional de los fogones se declara genio de la creatividad por la simple deconstrucción de un salmonete. Y así se le venera sin complejoalguno, no solo en los medios, que aún sería justificable,sino en las esferas oficiales.La inducción a excelencia ha desaparecido de España entodos los terrenos. Es un término considerado hoy entre losadeptos del progresismo oficialista como algo reaccionario.Solo nos queda la excelencia practicada por los deportistas,los cuales, como no tienen posibilidad de artificio, todo sesostiene por mérito, esfuerzo y trabajo. Quizás por ello eldeporte es la única actividad que los españoles han progresado ante el mundo. Aquí no hay demagogia posible ni sonnecesarios expertos para la traducción de los contenidos.Abocados a semejante panorama uno se pregunta: ¿Cómopueden surgir artistas profundos si no queda reconocimientopara ningún maestro? Si el propio Estado es el destructordel merito y la excelencia al promover normativas en lasque el fracaso reiterado en el estudio no implica consecuenciasrelevantes. Concretamente en las artes, solo el toreoha mantenido el principio del mérito, por lo menos a losmejores todavía se les llama maestros. Es la única maninueva revista· 130201423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 21la cultura de estadofestación que merece actualmente la calificación de arteen el sentido profundo del término. Será porque aún depende del Ministerio del Interior a pesar de los esfuerzosque hacen los profesionales de la tauromaquia para pasara Cultura.Los maestros del arte enseñan a conocer, hacen admirar pero también comprender, degustar, e imitar despuésde haber admirado. Sin embargo, intentar forzar la naturaleza de cada ciudadano con el potencial de la administración, imponiéndole el deber de ser «cosquilleado» porlas obras maestras que este año pasen oficialmente comotal, representa un acto de coacción a la libertad. Esta forma de consigna encubierta, cuyo mecanismo es herencia delos totalitarismos socialistas, encubre un poderoso principio de esterilización y esterilidad e impone como ejemploa todos los ciudadanos un frívolo «voyerismo» catacaldos.La primera de las obligaciones de un Estado en materia cultural es ser enormemente receloso con las modasporque su función esencial pasa por proteger y conservarel auténtico patrimonio. La verdadera cultura, como laagricultura, es la culminación paciente de la naturaleza.Todo lo contrario del concepto «política cultural», quepara obtener resultados inmediatos tiende a liquidar elproceso natural. En este aspecto, es justo hacer dos excepciones: el Reino Unido y Estados Unidos, donde unossistemas más cercanos al liberalismo han conseguido enalgunos temas culturales (no en todos) un mejor ensamblaje entre lo público y lo privado. Por lo menos no debensoportar el escándalo de un cine subvencionado y completamente inservible para sus contribuyentes.nueva revista· 130211423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 22409 18:00 Página 22albert boadellaEn nuestro país, la mayor conquista de los gobiernosque se autocalifican progresistas ha sido conseguir eliminar toda tradición y que nos pongamos firmes ante la palabra modernidad. Basta anticipar que una idea inclusodescabellada, un ensayo literario odioso, un hombre incluso vil, un mobiliario incluso repugnante, basta anticiparque es moderno y de inmediato nadie osa elevar el menormurmullo. Pero la paradoja es que este principio no soloha sido practicado por los gobiernos de la izquierda sinoque la derecha, acomplejada ante la posibilidad de que latachen de reaccionaria ha imitado la misma forma de proceder. Y lo que es aún peor, lo ha hecho sin convencimiento.La izquierda, por lo menos, tiene la conciencia y la petulancia de considerarse la encarnación y el monopolio dela cultura en su esencia y así puede dedicarse a suministrar recursos sin complejo alguno. El resultado inmediatode la repartidora es un multitudinario ejército de intelectuales y artistas dispuestos a salir en manifestación cuando convenga y apoyar sin reservas al magnánimo gobierno. O sea, que el lado más esperpéntico del asunto es quela derecha plagia hoy la misma política de la izquierda enmateria cultural y le toca siempre bailar con la más fea.Esta invasión de los gobiernos en los epicentros de lasactividades culturales ha provocado funestas consecuencias en los principios de libertad y pluralidad, inherentese imprescindibles en cualquier realización artística. Noobstante, dentro del contexto europeo actual nos encontramos hoy con una benefactora paradoja. La realidad económica y financiera del momento con su obligada disminución de los gastos suntuarios por parte de los gobiernos,nueva revista· 130221423 La cultura de estado.qxp:Layout 1 23409 12:30 Página 23la cultura de estadopuede repercutir positivamente sobre las formas de intervención de la propia administración en la cultura. Ante laescasez de medios públicos será obligado actuar con nuevos planteamientos más proclives a establecer una menordistancia entre lo que se exhibe y su valor real. En definitiva, un mayor acercamiento al principio de la oferta y lademanda que siempre estuvo presente en el pasado conespléndidos resultados en el campo de las artes. Los artistas, o los simples generadores de acciones culturales, deberán atenerse a una norma fundamental de cualquier actividad pública como es la seducción del prójimo a fin deasegurar la propia subsistencia. En el fondo, no es másque restablecer la igualdad de oportunidades y primar laexcelencia en la cultura sin tentaciones de inflación porparte de las administraciones públicas. Obviamente, ellono quiere decir que los Estados tengan que desentendersede todo lo referente a la promoción de las artes pero susintervenciones deberán plantearse como una función ecológica que no provoque desequilibrios. En todo caso, setratade evitar injerencias agresivas en el frágil caldo decultivo que surge del arte y la cultura popular.De no ser así, seguiremos encadenados al frívolo frenesí de la novedad y las administraciones culturales continuarán siendo cómplices en la producción insaciable deentretenimientos para alimentar a un consumidor voraz queolvida el último bocado recibido a fin de metabolizar elmenú siguiente. nueva revista· 13023