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La nocion de literatura

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La nocion de literatura

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Nueva Revista 132 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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LA NOCIÓN DELITERATURA, HOYDarío VillanuevaFrente a la tremenda proclamación de la muerte de Diosque Nietzsche hizo en 1883, parecerá una bagatela la muerte de la novela, que se viene anunciando desde el anteriorfinal de siglo; la muerte de la tragedia, que dio título auno de las libros de George Steiner; o la muerte del autor,sentenciada en 1968 por Roland Barthes. Como corolariode tantos decesos y extinciones, el profesor de PrincetonAlvin Kernan publicaba en 1990 un libro ampliamentecomentado: The Death of Literature.Hace ya treinta años, cuando los estudios poscoloniales comenzaban su andadura académica, falleció tambiénMarshall McLuhan, un profesor de literatura de la Universidad de Toronto, estudioso, entre otros, de Tennyson,Pope, Coleridge, Poe, Mallarmé, Joyce, Pound o John DosPassos, que en 1962 publicaba una obra llamada a ejerceruna enorme influencia en el pensamiento del último tercio del pasado siglo: La Galaxia Gutenberg. Génesis delHomo Typographicus.Cuando Marshall McLuhan acuña ese rubro que tantoéxito alcanzaría, consistente en identificar como galaxiaGutenberg el ciclo de la modernidad marcado por la invención de la imprenta de tipos móviles, deja así mismonueva revista· 13241darío villanuevaimplícitamente instaurada la definición de las dos galaxiasprecedentes, la de la oralidad y la del alfabeto. Y posibilitatambién que su propio nombre sea utilizado para identificar nuestra época contemporánea en lo que se refiere alas tecnologías «eléctricas» de la comunicación, inauguraXIXcon la invención pionera del teléda a mediados del grafo al que vendrán a secundar después el teléfono deGraham Bell, el cinematógrafo de Edison y de los Lumière, la radio de De Forest y Marconi, y finalmente la televisión, que ya está lista en el decenio de los treinta peroque deberá aguardar al final de la segunda guerra mundialpara su difusión universal.En los tres decenios que nos separan de su fallecimiento ocurrieron acontecimientos trascendentales parala historia de la Humanidad vista desde la perspectivaque McLuhan hiciera suya. En sus escritos se mencionaya el ordenador como un instrumento más de fijación electrónica de la información, pero lo más interesante paranosotros resulta, sin duda, la impronta profética que enalgunos momentos el canadiense manifesta a este respecto. Unos pocos años más tarde, en una extensa entrevistaMcLuhan expresa una premonición referida a los ordenadores que habla de lo que en aquel momento no era másque un sueño y, por lo contrario, hoy es la realidad másdeterminante de lo que, con Manuel Castells, vamos a denominar laGalaxia Internet, y que otros como Neil Postman prefieren calificar como «the Age of Electronic Communication».Decía McLuhan: «El ordenador mantiene lapromesa de engendrar tecnológicamente un estado de entendimiento y unidad universales».nueva revista· 13242la noción de literatura, hoyCuando cumplimos los tres primeros lustros inmersosen la nueva galaxia todavía no podemos dar por superado loque bien podríamos llamar el«periodo incunable» de lanueva cultura generada por Internet. Mas basta con el tiempo pasado para preguntarnos si se pueden detectar ya o nosus efectos, más o menos evidentes, en la propia condiciónhumana. O en algo menos trascendente pero no carente deinterés para nosotros: la pervivencia de la Literatura.Alvin Kernan, por su parte, justifica cumplidamentecómo y por qué lo que desde el Romanticismo se venía conociendo como literatura está perdiendo sentido, y desapareciendotanto del mundo social como de las concienciasindividuales. Para ello han colaborado tanto elementos endógenos como exógenos, pues Kernan, a estos efectos, considera tan deletéreas para la continuidad de la literaturala televisión como la deconstrucción de Derrida y sus seguidores.La primera lo es como emblema de una revolución tecnológica con la que McLuhan vaticinó el final de la galaxia Gutenberg, sin que el intelectual canadiense llegasea conocer en su plenitud todas las potencialidades de laera digital. Y la deconstrucción, que ha contaminado espectacularmente el pensamiento literario en las universidades anglosajonas, con su insistencia en postular la vacuidad significativa del lenguaje y los textos ha dejado francoel camino al relativismo literario más radical, a la liquidación del canon, y en definitiva, al descrédito de la literatura que tradicionalmente se había estudiado como unafuente privilegiada de conocimiento enciclopédico y educación estética. Así, en 1988, por caso, la Universidad denueva revista· 13243darío villanuevaStandford decidía arrinconar, por su tufillo elitista, eurocéntrico e imperialista, viejos programas basados en losescritos de los «dead white males», que habían sido hastaentonces el fundamento de la educación liberal norteamericana. Dos scholars de la vieja guardia —ambos apellidados Bloom: Allan y Harold— destacan en la denuncia deeste Apocalipsis humanístico, con obras tan significativascomo The Closing of the American Mind y The WesternCanon, respectivamente.Pero en mi criterio, el quid de la cuestión no descansatanto en cómo las nuevas galaxias de la tecnología comunicativa van a acabar con el estado de las cosas en nuestro campo de interés, que es el cultural y el literario, sinoen qué medida van a alterarlas más profundamente. Yo nocreo, por caso, en la tan cacareada muerte del libro, pormás que en los próximos lustros la biblioteca digital conviva o incluso llegue a desplazar a la presencial en la preferencia de los usuarios. Y por la misma lógica, frente a lamuerte de la literatura me interesan las posibilidades y límites de la llamada ciberliteratura, o mejor todavía en quémedida la literatura de siempre está destinada a metamorfosearse por mor de la era digital, hasta convertirse, incluso, en una especia de posliteratura.Alvin Kernan entendía la literatura, en el ya citado libro sobre su muerte, en un sentido amplio, fácilmentejustificable desde la Historia de nuestra civilización. ParaKernan, los grandes libros constituyen el sistema literariode la cultura impresa, y en gran medida su poder institucional ha descansado en la fuerza del soporte mecánicoque Gutenberg puso al servicio de otra revolución igualnueva revista· 13244la noción de literatura, hoymente tecnológica y no menos importante, la de la escritura alfabética descubierta por los sumerios tres o cuatromilenios antes de Cristo.Parece lógico que de un tiempo a esta parte se hayaconvertido en una preocupación para intelectuales, humanistas, estudiosos y creadores el futuro de la literatura,entendida tanto en su acepción más general —el conjunto de los saberes transmitidos a través de la letra impresa— como en la variante relativamente reciente que laidentifica con los textos de concepción y funcionalidadestética, planteamiento que Florence Dupont ha puestoen muy oportuna conexión con la oralidad y la escrituraen otro libro, L’invention de la littérature (traducido al español en editorial Debate, Madrid, 2001), de indudableinterés para el asunto que nos ocupa.Otro libro de hace tan sólo unos años, representativode lo que nos está pasando, es el de Janet Murria, Hamleten la holocubierta. El fundamento lúdico del arte, de la literatura, de la ficción y la «voluntaria suspensión del descreimiento», explícito tanto en Schiller como en Coleridgey atribuido a la condición humana más genuina por Huizinga, avala la apasionada defensa de que estamos asistiendo a la «época incunable de la narrativa digital», cuyaestética se fundamenta en los placeres proporcionadospor «historias partici pativas que ofrezcan una inmersiónmás completa, actuación satis factoria y una participaciónmás sostenida en un mundo caleido scópico». Con ello seconsolidará un nuevo género, el ciberdrama, que no serála transformación de algo ya existente sino una reinvencióndel propio arte narrativo para el nuevo medio digital.nueva revista· 13245darío villanuevaLa pregunta clave es si será posible un ciberdrama queevolucione desde la mera órbita del entretenimien to placentero hasta el universo eminente del arte. Para Murray,sólo será cuestión de tiempo. Analiza también el papel delciberautoro ciberbardo,que no será ya el emisor de un cibertextolineal, susceptible de variaciones hermenéuticaspor parte de sus lectores, sino poco más que el creador deunos fundamentos esquemáticos y unas reglas para que,sobre ellas, los usuarios elaboren sus propios desarrollos.La actuaciónprimará, pues, sobre la autoría,y estas nuevas manifestaciones carecerán de la fijación, estabilidad,perpetuación en el tiempo e intersubjeti vidad que hoy caracterizan a la literatura propiamente dicha.Oralidad, escritura, imprenta. Estamos inmersos ahoraen una nueva revolución, la electrónica y telemática delas autopistas de la información y las plataformas digitales, que el autor de La Galaxia Gutenbergno pudo vislumbrar, ni alcanzó a vivir, pues se ha desatado a un ritmofrenético precisamente en los dos decenios largos que siguieron a su muerte, sobrevenida el mismo año en quecomenzaba la historia de los pecés, los ordenadores personales. Paradójicamente, todo ello ha representado unarecuperación de la escritura y de su demanda de visualidad, que eran las grandes sacrificadas en el retorno eléctrico ante la oralidad tribal jaleada por McLuhan. Porquela secuencia de galaxias, como hemos comentado ya, norepresenta compartimentos estancos y tránsitos irreversibles. No es de extrañar, así pues, que Ted Nelson, uno delos gurús del hipertexto, llame a los ordenadores «máquinas literarias».nueva revista· 13246la noción de literatura, hoyCabe pensar, por lo tanto, que si a lo largo de todo esterecorrido milenario se han consagrado compatibilidadesantes que exclusiones, que si la escritura no arrumbó conla oralidad, ni la imprenta con el manuscrito, el ciberespacio será capaz de integrar todos los procedimientos yrecursos que los seres humanos han ido desarrollando a lolargo del tiempo para comunicarse intersubjetivamente, ypara transmitir, en condiciones de fiabililidad y operatividad, el acervo de su conocimiento y de su productividadcultural, dimensión en la que lo que denominamos Literatura sigue representando un tronco indeclinable.Hoy se puede decir que el libro impreso goza de muybuena salud. Nunca en toda la Historia se han escrito,impreso, distribuido, vendido, plagiado, explicado, criticado y leído tantos, sin que por momento se perciba ningúnsíntoma de desaceleración en las estadísticas. Y una parteconsiderable de ellos pertenecen al ámbito de lo que seguimos denominando Literatura.Pero como bien suelen advertirnos los teóricos y analistas de las planificaciones estratégicas, un rasgo considerado como fortaleza en el diagnóstico de una determinadasituación corporativa o institucional puede representar ala vez, por paradójico que ello parezca, una amenaza. Y eneste sentido lo es el abigarramiento de lo que el poeta, ingeniero y ensayista mexicano Gabriel Zaid llama «los demasiados libros», causantes de que, al publicarse uno cadamedio minuto, las personas cultas lejos de ser cada vezmás cultas lo seamos menos por haber mayor diferenciaentre lo que leemos y lo que podríamos leer. Según él, «elproblema del libro no está en los millones de pobres quenueva revista· 13247darío villanuevaapenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir», y proponeque el welfare state, el Estado del bienestar debería instituir un servicio de gheishas literarias encargadas de leer,elogiar y consolar a esa legión de escritores frustrados porfalta de público.Estamos ahítos, inundados de información. Tanto esasí que una manera de definir Tecnópolis es decir que eslo que le sucede a una sociedad cuando se han venidoabajo sus defensas contra el exceso de información. Tradicionalmente, los tribunales, la escuela y la familia eraninstituciones para el control de la información. Y por loque respecta a la Literatura, el canon tan denostado deun tiempo a esta parte era, con el soporte fundamentalmente académico, un eficaz medio de poner orden y concierto en la selva de la proliferación literaria. Y como medio técnico para lo mismo, Postman destaca «la periciadel experto».Julien Gracq, en su panfleto La littérature à l’estomac,advertía ya en 1950 de algo que no ha hecho sino incrementarse en los últimos sesenta años: lo que él calificade «el drama del libro anual» para no prescribir, pues «alescritor francés le parece que él existe no tanto porque lolean cuanto porque “hablen de él”».Si sumamos los resultados de la actividad pre, sub, parao posliteraria de escribidores como los que Julien Gracqdesenmascara y la que también pueden ejercer aquellosotros que, como denunciaba esta vez Gabriel Zaid, escriben sin haber leído nunca, nos sobreviene la avalancha deuna que, remedando la famosa expresión de Gianni Vattinueva revista· 13248la noción de literatura, hoymo referida al pensamiento, bien podríamos denominar«letterature debole». Es lo que yo prefiero calificar de posliteratura. Muchos prolijos best sellerscomo los de StiegLarsson se caracterizan por una paradójica desliteraturización de la literatura. Por su noestilo, como si una prosa conautoconciencia de sus virtualidades poéticas pudiese convertirse en la gran enemiga de lo que se pretende contar.En cuanto a la destrucción del canon, una de cuyasmanifestaciones más deletéreas es precisamente la actitud de quienes escriben sin haber leído nada, HaroldBloom, como es bien sabido, construye sobre la lectura—que para él es siempre un misreading cuando va seguida de la escritura de una nueva obra— toda su teoría literaria, fundamentada en el canon de los libros eminentesque en la Historia han sido y siguen siendo. Su escepticismo al respecto de esta pervivencia entre las nuevas generaciones lo sitúa muy cerca de otros apocalípticos. Abrumadopor la proliferación de nuevas tecnologías para llenarel ocio, se siente rodeado por los negadores del canon,entre los cuales reconoce incluso a varios de sus discípulos de Yale, muy activos en «la trama académicoperiodística [...] que desea derrocar el canon con el fin de promover sus supuestos (e inexistentes) programas de cambiosocial».Lleva toda la razón Harold Bloom en otra de sus convicciones menos pugnaces: la de que no puede haber escritura vigorosa y creativa sin el proceso de influencia literaria,«un proceso fastidioso de sufrir y difícil de comprender»,porque los grandes escritores no eligen a sus precursores,sino que son elegidos por ellos.nueva revista· 13249darío villanuevaFrente a quienes sostienen que el canon —un concepto religioso en su origen— se ha convertido en una elección entre textos que compiten para pervivir realizada porgrupos sociales, instituciones educativas o tradiciones críticas, Bloom insiste en que la clave está en las decisionestomadas a este respecto por autores de aparición posteriorque se sienten elegidos por figuras anteriores concretas.En contra de los partidarios de la idea de que los valoresestéticos dependen también de la lucha de clases, Bloomporfía en que el yo individual es el único método y el único baremo para percibir el valor estético, y teme, en definitiva, que estemos destruyendo todos los criterios intelectuales y estéticos de las humanidades en nombre de lajusticia social.Me quedaré, no obstante, con otra idea suya que meparece de mayor interés. En vez de lucha de clases, Bloomhabla de una «lucha de textos» de la que emana el valorliterario. Debate que se produce entre los propios textosentre ellos, en el lector, en el lenguaje, en las discusionesdentro de la sociedad. Pero también, y no con menos trascendencia, en el aula.Cuenta Michel Tournier, en un libro delicioso titulado Lectures vertes, que el padre de Marcel Pagnol, que eramaestro, solía decir: «¡Menudo escritor es Anatole France!De cada una de sus páginas se puede extraer un dictado».Poesía, novela, teatro y ensayo, al tiempo que nos revelan el sentido genuino de lo que somos y de lo que nosrodea, actúan como instrumentos insuperables para la educación de nuestra sensibilidad y para la más correcta formación de nuestro intelecto. En las páginas de la verdaderanueva revista· 13250la noción de literatura, hoyliteratura está, además, la llave insustituible para lograr lacompetencia cabal en el uso de esa facultad prodigiosade los seres humanos que es el lenguaje, y para producirnos convenientemente como ciudadanos en el seno de lasociedad.Me considero un maestro más. Pero no por deformación profesional o por interés de gremio, sino por meraciudadanía considero que la educación es el fundamentode los mejores logros de la sociedad y el instrumento insustituible para la buena gobernanza de la república. Lasnuevas galaxias de la información y la comunicación precisan también de nuevas pautas pedagógicas, algunas delas cuales, por otra parte, tienen que ver con una educación para la nueva tecnología. Ese es el gran reto para lasgeneraciones de los que no fueron —no fuimos— «niñosdigitales», porque tal posibilidad era utópica cuando eranchicos, y hoy escribimos, enseñamos, investigamos o nosgobiernan. Pero tanto para ellos como para nosotros, laexistencia de un canon literario representa toda una garantía de buen tino (algunos dirían «de calidad») y de aprovechamientodel tiempo. Ars longa, vita brevis. En fugairrevocable huye lahora,nos decía un poeta canónico donde los haya, pero aquélla el mejor cálculo cuenta que enla lección y estudios nos mejora.Lo que está en juego, a la vista de todas estas circunstancias, es algo fundamental: la pervivencia de la literatura como lenguaje más allá de las restricciones del espacioy el calendario; como la palabra esencial en el tiempoqueconjuraba el poeta Antonio Machado. Esta dimensión deperpetuidad era inherente a lo literario porque conformanueva revista· 13251darío villanuevala propia textura del discurso, su literariedad, al programarlo, condensarlo y trabarlo como un mensaje intangible, enunciado fuera de situación pero abierto a que cualquier lector en cualquier época proyecte sobre el texto lasuya propia y lo asuma como revelación de su propio yo.En vez de palabra esencial en el tiempo, ahora ¿palabrabanal al momento?Una escritura concebida desde la aceptación de su caducidad por parte de su creador, toda escritura «fungible»dejaría, así, inmediatamente de ser literaria, para convertirseen algo completamente diferente, en pasto de una culturadel ocio servida por una poderosa máquina industrial. nueva revista· 13252