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Lorenzo Silva

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“Lorenzo Silva,” accessed March 28, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2607.

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Lorenzo Silva

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Nueva Revista 131 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nacido y criado en el Madrid de los sesenta y los setenta,donde tiene su patria, que es la juventud. Pero por suerte lavida le ha llevado a otros muchos d?as y lugares, distintos ydistantes, que son los que componen el caleidoscopio de susensibilidad ante el mundo. Tambi?n agradece no habersepodido dedicar desde el principio a su pasi?n, que es buscarhistorias y contarlas, porque eso le forz? a perseverar en esapasi?n de forma m?s intensa y cuando las circunstancias seconjuraron a su favor ya no hab?a riesgo alguno de quepudiera perderla o malbaratarla. Igualmente agradece todaslas cosas que ha hecho porque la coyuntura, unos jefes o lanecesidad econ?mica le obligaron a ello: a trav?s de ellasdescubri? parajes, situaciones y personas a los que no lehabr?a llevado su propio capricho, y que enriquecieron enmucho su percepci?n. Finalmente, expresa tambi?n sugratitud a todas las adversidades sufridas y las personas quecontribuyeron a ellas, porque le hicieron m?s fuerte yconsciente. Vive con su familia, su cimiento, entre Getafe y Viladecans, pero su domicilio est? al costado de su maleta.Que no es grande.108lorenzo silvaVindicación del artista adolescente?Qui?nes ?ramos? Para dar respuesta a esa pregunta degriego malcriado s?lo hab?a tres posibles ide?logos en elgrupo. De esos tres, dos, N?stor y yo, ?ramos en la pr?cticauno, porque nuestras ideas al respecto, m?s que coincidir, seconfund?an. El otro era ?preiero recordar aqu? elseud?nimo que ?l mismo se impuso? S?crates P. Sin duda habr?a sido ?l quien m?s vocaci?n habr?a tenido?o tuvo? de aceptar el reto. Sin embargo, no me pareceque hubiera debido prestarse mucha atenci?n a susseguramen te sentidos y rigurosos argumentos. S?crates P.cre?a, a su manera, en la rep?blica de los sabios. Enanteriores experien cias comunitarias hab?a intentado votarleyes que deinieran cu?ndo un miembro pod?a serexpulsado o reconveni do, sin arbitrariedades y en virtud dela m?s acendra da raz?n pr?ctica ?o acaso pura?. Aunqueal topar con N?stor y conmigo comprendiera que en aquellanegligente congrega ci?n proposicio nes de esa laya habr?ansido acogidas con una estruendosa carcajada, y se cuidara,en consecuencia, de exponerlas, cabe cuestionar quehubiera llegado a deshacerse de tan nobles aspiraciones enla medida suiciente para no desigurar en un sentido ejempla rizante aquella reuni?n m?s o menos casual deextraviados en la que inopinadamen te ?l hab?a ido a caer.110NUEVA REVISTA 131vindicación del artista adolescenteAhora he olvidado las caras y los nombres exactos demuchos de aquellos compa?eros de entonces. Recuerdo quecasi todos eran generosos y leales, los seres de m?s limpiocoraz?n que nunca encontr?. Algunos no entend?an o consideraban peligrosas las veleidades a que N?stor y yo nosprest?bamos, y sin embargo continuaron a nuestro lado eltiempo necesario para tener sobrado derecho a irse luego sinque nadie pudiese acusarlos de desertores. Otros persiguieron sus propios ines, y debieron de alcanzarlos,porque no apuntaban demasiado alto. Todos nos divert?amos,y disfrut? bamos de la dulce sensaci?n de despreciar desdenuestras diversas inferioridades ?casi todos ?ramos desgraciados con las chicas, por ejemplo? a aquellos que nopod?an hacernos sombra en los tres o cuatro asuntos quedecidimos que ten?an importancia. Hicimos pocas cosas,aparte de emborracharnos y de mofarnos de todo con oicioy sin ?l. O no hicimos nada, al in y al cabo. Pero siempresupimos que pod?amos hacer m?s que los otros, sinarrogancia, porque nos constaba que los otros tambi?n losab?an. Opt?bamos por abstenernos con la calma de quiencumple con su conciencia, sin exigir tener raz?n para queello nos consolara de no tener otra cosa. Nada nos obligabaa ser brillantes, ni siquiera ?tiles. As? obtuvimos algosemejante a la paz interior que luego tanto habr?a defaltarnos.Con todo, la separaci?n de todos ellos fue aceptada, tantopor N?stor como por m?, con la naturalidad con que serecibe una noticia prevista. No hubo traumas en la ruptura,que fue bastante gradual, salvo excepciones. Una de ellas,la ?nica aut?ntica mente trascendente para m?, fue S?cratesP. Ya desde el comien zo de nuestra relaci?n con ?l lost?rminos fueron peculiares. Antes de trabar conocimientoNUEVA REVISTA 131111lorenzo silvadirecto le hab?amos observado, y dispon?amos adem?s dereferencias de alg?n ex miembro de la comunidad que a lasaz?n lideraba. Ninguna de nuestras impresiones era muyfavorable, de manera que el encuentro con ?l, determinado,como tantos otros acontecimientos de aquel tiempo, por unciego designio administrativo de la autoridad acad?mica,result? algo accidentado. De todos modos, no hubo derramamiento de sangre, porque las mutuas reticencias noshac?an ser precavidos. Transmutada la rivalidad en alianza, dadas las ventajasque ello nos reportaba a todos, S?crates P. empez? adesplegar ante nosotros su ideario, su estilo de muchachodisfrazado de hombre ?o viceversa?. En honor a la verdadhe de admitir que la solidez de sus convicciones nosdeslumbr? algo en el primer momento e incluso despu?s.Una vida algo m?s torturada de lo que a su edad otroshab?amos tenido le confer?a esa superio ridad, que no lleg?a traducirse en predominio por diversas razones ?entreotras: N?stor y yo ?ramos dos, y nos tra?amos entre manoscosas que S?crates P. envidiaba m?s de lo que nosotrosllegamos a envidiarle nunca su aplomo?. N?stor acogi? conmayor reserva a aquel nuevo aliado, debido a la intranquilidad que le produjo el preferente y concentrado acercamiento a m? a que se entreg? casi desde el principio.Aunque S?crates P. corrigi? este error de aproximaci?n m?starde, interes?ndose por mi amigo tanto o m?s que por m?,hubo de sufrir sin remedio en adelante los efectos de aquelrecelo, que se fue volviendo m?s inlexible y sarc?stico amedida que se ve?a conjurado el peligro de que aquellairrupci?n devaluase la unidad entre N?stor y yo.As? fue como comenz? la ca?da de S?crates P., y quiz?corres ponda decir que hubo en ello cierta injusticia, por112NUEVA REVISTA 131vindicación del artista adolescenteparte de N?stor en menor medida que por la m?a ?yo nohab?a sido amena zado o postergado, y hab?a escuchado lasconfesiones de S?cra tes P. conquis tando su conianza?. A partir de la ilimitada mordacidad de N?stor, en la que, nosin razones, pero haciendo gala de cierta desaprensi?n, meregocij? y particip? tanto como me fue apeteciendo, lasgraves sentencias y los may?uticos esfuerzos de S?crates P.fueron transform?ndose en an?cdotas grotescas, aludidasuna y otra vez con creciente desprecio de la bonhom?a quealentaba su eventual torpeza, sobre la que cab?a dudar que nosotros, intocados por las variadas calami dades queS?crates P. hab?a debido ir superan do, estuvi?semosautorizados para juzgar. A este proceso contribuy? el propio S?crates P., actuandoen dos direcciones distintas y equivocadas al verse acosado?distaba de ser tan lerdo como para no percatarse? por aquella p?rdida de prestigio. Ante N?stor, indudablemente quien m?s debilitaba su posici?n, pas? a ostentara la desesperada una seguridad condescendiente, jact?ndosede haber averiguado lo m?s intrincado de las incli nacionesde ambos, en un pat?tico intento de sobreponerse por lafuerza. N?stor no ten?a m?s que darse la vuelta riendo, y esofue lo que hizo, sin apiadarse. En cuanto a m?, su tentati vafue m?s comprometida, y m?s ileg?tima tambi?n. Porque as?como estoy seguro de que con N?stor, ante la insal vablediicultad que para el asalto se hab?a ganado desde elprincipio, obr? de forma precipitada, la t?ctica que emple?conmigo se bas? en una certera determinaci?n, cuyo grado de consciencia no puedo precisar, del lanco m?s desprotegido por el que pod?a atacarme. Sin embargo, le fall? la suerte, y le fall? el inadecuado c?mplice quepreten di? usar como cebo. Pero sobre todo, se fall? a s?NUEVA REVISTA 131113lorenzo silvamismo, por no atreverse a hacerlo solo. Eso evit? que yo, desprevenido y vacilante, cayera en la trampa.A los ines que imagino que obedec?a la emboscada, denada le habr?a servido que ?sta hubiera sido un ?xito.S?crates P. me habr?a ganado para perderme al poco tiempo,para perder por completo mi consideraci?n y para perd?rsela?l mismo. Esto me hace meditar si su encerrona no fue enrealidad un acto de autohumillaci?n, un reconocimientoescandaloso de su derrota. S?crates P. era tan capaz deembarcarse en estas penitencias como de creer en susdelirios de conocedor y liberador de los deseos ocultos quelos dem?s nos empe??bamos en sofocar por indecisi?n otibieza. Fuese lo uno o lo otro, S?crates P. protagoniz?despu?s de este primer error un segundo y deinitivo: el deasumir la hip?tesis que hab?a elaborado para prever mireacci?n en el caso de que fallara su emboscada. Fue ?lquien me la revel?, entreverada con su propuesta, al sugerirque con aquel tipo de iniciativas se hab?a ganado el rechazode otras personas que le quer?an. Yo no pude condenarle entonces, ni meses despu?s,cuando empec? a comprender lo que hab?a ocurri do. Probablemente fuera alguna vez cierto que en rec?nditas profundidades de nuestro esp?ritu N?stor y yo dese?ramos algoparecido a lo que S?crates P. propon?a. Son escasos losdeseos ?por perversos o absurdos que sean? que uno nodeja surgir con mayor o menor intensidad, llegado el caso.Pero s?lo un ser tan embotado y magn?nimo como S?cratesP. pod?a echarse a la espalda el deber de atenderlos siempre,a costa de cualquier impedimen to e ignorando las consecuencias de hacerlo en un mundo ap?tico. Gracias a ?l, y ala fortuna que me libr? de seguirle en su ocurrencia exaltada,aprend? a estar en guardia contra esa perniciosa actitud114NUEVA REVISTA 131vindicación del artista adolescentemaximalista. Pero no llegu? nunca a menospreciarle, comoN?stor. Ni quise desprenderme de su amistad, porque simpatizaba con las causas de sus desatinos. Pero S?crates P.estaba abocado a entender otra cosa, y lo que yo ya no ten?aera el ?nimo de retenerle. Se retir? y bien estuvo as?. Le dej? alejarse como si hiciera una ofrenda a alguna demis deidades oscuras, sin guardarle el menor desafecto. Lerecordaba y le recuerdo todav?a, grande y c?lido, ofreci?ndome su chaqueta para abrigarme en una noche fresca.En tantos sentidos era mejor que nosotros.El cad?ver de S?crates P. qued? para siempre en mimemoria se?alando la frontera entre aquella ?poca y todo lo que vino luego. Su desaparici?n coexisti? en el tiempo?que a veces se lleva tambi?n el espacio?, con la trasposici?n por N?stor y por m? del ?ltimo l?mite de Arcadia, lapatria irrecobrable que, salvo para algunos alienados,siempre ha de ser la juventud. Ya desde que reunimos o se reuni? a nuestro alrededor aquel grupo empezamos a abrigar secretamente el fatal presagio de que se nos estabaescapando. Algunos aconteci mientos f?tiles ?el comienzode la universidad, cada uno en un mausoleo de la inteligencia distinto? y otros m?s sensibles, como la erosi?nsufrida por N?stor con las primeras embestidas graves del abismo que encerraba su alma, cooperaron a hacernosinviable la restauraci?n de lo que hab?amos pose?do. Nosentretuvimos lanzando cabos aqu? y all?, d?ndonos laespalda de vez en cuando para no acabar de vernos las carasy no tener que saber lo que estaba sucediendo. Despu?s yome fui a vivir a otro sitio, y m?s tarde fue ?l quien debi?abandonar la ciudad en la que manten?amos nuestroterritorio com?n. Y en la distancia sobrevinieron las primerasdesilusiones, las primeras escaramuzas serias, combatidasNUEVA REVISTA 131115lorenzo silvalaboriosamente por ambos en extensas alegaciones postales.Defendimos lo que hab?a sido nuestro pactando complejosequilibrios, vertiendo el coraz?n en aquel papel adversosobre el que ca?a traducido en arriesgadas palabras.Salvamos nuestra hermandad contra todos los obst?culos,pero lo que ya no cab?a negar, ni siquiera omitir, era que lo hac?amos en el destierro, expulsados de la madre que noshab?a dado el ser. La ?nica conexi?n practicable con el para?so perdido eraun inierno que convertimos en nuestra vocaci?n. Hab?amosdescu bierto la literatura juntos, en las horas m?s favorablesde la edad a?orada. Hab?amos aprendido los rudimentos ycon ellos construido esqueletos dispersos que consider?bamos inobje tables, pese a su impericia notoria, entanto que daban fe de nuestra gloria extinguida. Y aunquenos hab?an arreba tado el impulso, la imaginaci?n y el vigorde entonces, el culto que se nos exig?a nos movi? a darnosfebrilmente a escribir. En los primeros a?os de exilio, en losque las asechanzas de nuestros enemigos a?n no se hab?anextremado como lo har?an luego, aprovechamos paraamontonar relatos y novelas, de lamentable factura en sumayor parte, pero que en mi apreciaci?n como en la deN?stor no pudieron ser alcanzadas por otras realizacionesposteriores de mayor y m?s fr?o c?lcu lo. He sufrido tanto como pudiera merecer, ante la p?gina enblanco menos que ante la ya malograda por las plasmacionesabortivas en que terminaban mis ideas. Todo para no sacarm?s que unas cuantas historias inh?spitas, irregulares,lastradas por su car?cter extra?o y turbio, no lo bastantedecidido como para que me fuera l?cito exhibirlas ante otrosojos que los de N?stor y ocasionalmente, los de otraspersonas m?s o menos desconoci das. Tanto dio que en una116NUEVA REVISTA 131vindicación del artista adolescentetarde alguna misterio sa iebre me facultase para producirdiez p?ginas, como que gastase un mes recolocando ydesviando los adjetivos originales de medio folio de asuntopuramente auxiliar. Al inal mi novela era un ediicio tr?mulo,con pasadizos cegados, inmensas salas vac?as, y algunaspeque?as estancias de delicado acierto a las que casi no sepod?a llegar. Pero yo segu?, y N?stor, que a la saz?n tropezaba con suspeculiares decepciones, tambi?n sigui?; ambos amarrados ala certeza interior de que, de todas las cosas que acomet?amos, aquella vergonzosa aberraci?n infecunda era, endeinitiva, la m?s importante.Desde aqu?, como desde fuera de nuestros pellejosentonces, se antoja sencillo y admisible cuestionar por qu?,ya que hab?amos hecho la elecci?n de la literatura, nos conformamos con asistir trabajosamente a su lento fracaso bajolas incle mencias exteriores. Descendiendo al deta lle, pareceponer en entredicho nuestra misma irmeza en la vocaci?nel que ni siquiera trat?ramos de dedicarnos a escribir de manera exclusiva, arriesgando cuanto hubiera quearriesgar y sin consentir que nuestro tiempo se perdiera en lo que convencionalmente se nos exig?a para subsistir.Hubo razones, m?s o menos enojosas y discutibles, que nosforzaron tanto a N?stor como a m?, y en mayor medida seg?nfueron pasando los a?os, a empe?ar un gran pedazo de nuestra existencia en ocupaciones indeseadas. No todosdisponen de la ocasi?n de eludir ciertas servidumbres. Por eso hubimos de buscar alguna profesi?n ?til y seguraque sin ser del todo indigna nos diese para comer, al margende la literatura. No comprometimos en esa actividadperentoria m?s que un apego tenue, secundario, apenas elsuiciente para no despreciarla, guardando nuestro amorNUEVA REVISTA 131117lorenzo silvapara el arte. Pero no se aceptan impune mente, aunque seaa medias, las reglas de la vida. Porque ?sta se vale del m?sestrecho resquicio para entrar a imponer la brutalidad de suley en toda la extensi?n disponible y, cuando uno quiereoponerse, ya ha sido invadido y la belleza se ha vueltoinviable. A este combate, la vida, que es el reino de la renuncia,siempre sale con ventaja sobre el arte, que es el sue?o de lavoluntad ininita. En este sentido, es verdad que cada veznos fue m?s dif?cil, que el sacriicio y el trastorno de sobrevivirnos como artistas lleg? a inhabilitarnos para serloadecuadamen te. Si fue nuestra la culpa, si pudimos evitarloo no, es cuesti?n que interesa menos que atestiguar aqu?otra verdad, m?s oculta: pese al destino urdido paso a pasoen nuestra contra, pese a pelear con las manos atadas, nosalimos del todo derro tados.?Qu? ha de pretender un artista? ?En qu? consiste eltriunfo de quien se ha entregado a una vocaci?n? N?storestableci? taxati vamente en el testamento del que me hizodepositario la necesi dad de incinerar todos y cada uno desus manuscritos ?muy mayori tariamente in?ditos?. Yo,que sab?a de la impecable oscuridad de sus p?ginas, que lashabr?a guardado despejando para ellas a manotazos el mejorsitio en los cajones donde se amontonan mis recuerdos,obedec?, simplemente. No pens? que estaba rob?ndole nadaal mundo ni a m?, que hab?a amado lo que quemaba; s?loatend? a destinar aquella obra al in que hab?a escogido elmismo impulso que la hab?a creado. Que ese in fuera loinverso, la destrucci?n, supon?a una simetr?a que conten?auna palmaria ense?anza: lo que ven?a de la nada, a la nadavolv?a, tras un apasionado y moment?neo tr?nsito por laexistencia. No importaba en s? el hecho de haber existido, y118NUEVA REVISTA 131vindicación del artista adolescentemenos importaban el inal o el origen, que eran la mismanada; s?lo importaba la pasi?n, por breve, por delirante, porincon gruente. N?stor y yo acatamos el deber de construircon tes?n, con furia, y sobre todo, sin precisar de un objetivom?s o menos resarcitorio para excusar todo lo que estrope?bamos dentro y fuera de nosotros prestando o?dos alreclamo de escribir. Triunfamos en tanto que comprendimosque lo ?nico que cuenta es la limpieza del acto, seg?n lasnormas que aquel franc?s tarado enunciara con met?dicaclarividen cia: soportar la propia obra como una fatiga,aceptarla como una regla, levantarla como un templo,guardarla como un r?gi men, vencerla como un obst?culo,conquistarla como una amistad, cebarla como a un ni?o,1crearla como un mundo, sin prescindir del misterio.Cumplido esto, la vocaci?n est? realizada y el instinto quela alumbra colmado. Despu?s puede venir el fuego, como vino para N?stor, o elolvido y el polvo que envuelven mis escritos. Ni siquieradebe preocupar que alguna coincidencia o laqueza difundala obra, precipitando sobre ella la tergiver saci?n, los malentendidos, haci?ndola inalmente inofensiva. Puestos aeliminar lo superluo, tampoco la calidad objetiva o laoportunidad de la obra, como se deduce, tienen la menorrelevancia. Existe un argumento l?gico para inducir arelexi?n a los adeptos a la est?tica del resultado extr?nseco.Aun concediendo lo inconcedible, esto es, que los escritosde una persona puedan ser debidamente descifrados por otraque domine el idioma empleado por la primera, es muyimproba ble que dentro de una cantidad bastante corta dea?os, pongamos mil, nadie, por ejemplo, alcance a dominarel caste llano que yo he utilizado. Si dejamos correr un par1 Marcel Proust, A la Recherché du Temps PerduNUEVA REVISTA 131119lorenzo silvade instantes m?s ?concibamos diez mil, un mill?n de a?os,un chispazo en el c?mputo de la eternidad?, cuestapostular que habr? siquiera hombres, hablen lo que hablen.Ahora recuerdo, s?, c?mo N?stor y yo abandonamos sindespedirnos los dos o tres cen?culos literarios en queintenta mos sin ninguna fortuna encontrar algo m?s que unaignominiosa impacien cia por ingresar en alguna categor?acertiicada de sublimidad; c?mo nos apart?bamos a alg?nrinc?n donde el aire fuera fresco a elaborar a mediasnuestros proyectos, disfrutando m?s de esta fase, en la queaparec?a desnudo el signiicado casi inasequi ble de lasalegor?as que compart?amos, que del momento en que lo ten?amos todo hecho y ya no se ve?a m?s camino que lahipot?tica cesi?n a un lector extra?o. Recuerdo la gloriosaquema de mi primera novela, de la que N?stor recogi? lascenizas para convertirlas en una reliquia m?s valiosa de lo que la misma novela habr?a podido ser jam?s. O lasrelecturas sentimentales a que a menudo nos entreg?bamos,en las que las viejas p?ginas volv?an a cobrar en nuestrasmanos la vida huida. Recuerdo el placer, la potencia, laconvicci?n de estar en lo cierto. A su lado, nada fue lasensaci?n, que alguna vez nos fue otorgada, de verlo todocongelado y vaciado en letra impresa. Pero una media victoria es tambi?n un medio descalabro.No fue amargo, o no lo fue de un modo decisivo, que detodo nuestro esfuerzo no resultara siquiera algo ligeramenteaproxi mado a los logros de los que hab?amos designado comomaestros. A in de cuentas, eso s?lo nos imped?a dar a otrosla utilidad que a nosotros nos hab?an dado, y eso importabatan poco, soslayando necias vanidades, como a Kafka o aDostoievski aliviaba nuestra admiraci?n. Lo peor fue llegara aquella tarde, cuando tanto N?stor como yo hab?amos120NUEVA REVISTA 131vindicación del artista adolescentedejado ya de escribir. El ocaso adensaba ante nuestros ojoslas siluetas de los ediicios, que desiguraban aquel paisajeque hab?a alber gado nuestras tardes juveniles. Est?bamosrepasando el censo de los personajes que hab?amosengendrado y arrojado a crueles peripecias, llamando aalgunos por su nombre, comprobando que hab?amosolvidado el de muchos. De pronto sobrevino un silen cio, endurecido por laoscuridad que se extend?a. Fue N?stor quien tradujo: ?Y todo para acabar dej?ndolos solos, tan indefensoscomo los hicimos.Hube de estar de acuerdo, ahogando la rabia, una rabialoja, ruin, mutilada. Aquella tarde vi llorar a N?stor porprimera y ?ltima vez. Tambi?n yo quise llorar, porque al inal,mansamen te, nos hab?amos resignado a traicionar nuestrosufrimiento, lo ?nico que de verdad nos hab?a pertenecidoen la vida y en el arte, reunidos ya para siempre en el remordimiento com?n de la memoria. NUEVA REVISTA 131121