Nueva Revista 131 > Enrique Garcia Maiquez

Enrique Garcia Maiquez

File: Enrique Garcia Maiquez.pdf

Referencia

“Enrique Garcia Maiquez,” accessed April 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2599.

Dublin Core

Title

Enrique Garcia Maiquez

Source

Nueva Revista 131 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

Document Item Type Metadata

Text

ENRIQUE GARCÍAMÁIQUEZ Nac? en Murcia en 1969, aunque desde entonces vivo en El Puerto de Santa Mar?a. Escribo desde antes de saber,pues, hijo primog?nito, mis padres apuntaban lo que fuidiciendo en un cuaderno, que he le?do hace poco y qui?nsabe si no es mi mejor obra. A pesar de los a?os, sigoempe?ado en ponerle nombres a las cosas, el suyo y, a la vez, el m?o. Con la intenci?n de que sean, tambi?n, del lector. 122El espejito mágico Trueno Distante hab?a cerradoun trato redondo. El rostro p?lido aquel, a cambio de unas rid?culas pepitas de oro, recogidas como quien no quiere la cosa, por entretenerse, mientras pescaba truchas en el r?o Colorado, le hab?a dado unal?mina de magia transparente.El rostro p?lido no era JohnWayne, todav?a. Pertenec?a a lacompa??a de Francisco de Ulloa, esto es, a la primeraexpedici?n europea a Ciguat?n; era moreno, bajo, joven,fuerte, oriundo de Ayamonte, gran lector del Amad?s deGaula y algo poeta. De hecho, para convencer al indio delas ventajas del canje, le hab?a estado explicando por se?asque, si se llevaba el espejo, le regalaba el mundo. El mundoentero se relejaba all?, y el espa?ol le mostraba c?mo lapradera y los so?olientos reba?os de bisontes entraban,como por arte de birlibirloque, en el recuadro que sosten?aen la mano. Todo lo relejado, insist?a, se irisaba de no s?qu? y de misterio. Trueno Distante escuchaba como quienoye llover: no entend?a una palabra de esos sonidosceceantes. Quiz? los compa?eros de Andr?s V?lez, que as?se llamaba el rostro (relativamente) p?lido, tampoco lehabr?an entendido la argumentaci?n l?rico?comercial. Y no123enrique gARCÍAmÁiquezs?lo por su tendencia a expresarse en octavas m?s o menosreales, sino sobre todo por la sutileza del razonamiento. El mismo V?lez, que era poeta, pero no tonto, qued?perplejo cuando el indio, de golpe, acept? el trato. Pens?que en el Nuevo Mundo hab?a encontrado un p?blicoreceptivo y lament? que Trueno Distante no entendiese elcristiano para recitarle un soneto suyo o cinco. De todasmaneras, dio por sentado que se lleg? a un acuerdo graciasa la eicacia de su ret?rica. Siempre cont? que aquel fue elprimer oro que gan? con las letras. (Tambi?n fue el ?ltimo.)La realidad, como suele, era bien distinta. En unmomento de su larga conversaci?n en lenguas mutuamenteininteligibles, Trueno Distante atisb? su propio rostro en elespejo, pero vio a su difunto, a su querido, a su a?oradopadre, exactamente igual a cuando era un experimentadojefe indio, aunque con unos ojos que ahora brillabanencendidos por una ilusi?n. Aquel objeto era una ventana alm?s all?, pens?, y cerr? el trato lo m?s r?pido que pudo. Sefue con su espejo, mir?ndose entusiasmado o mir?ndoleensimismado, seg?n se mire.La admiraci?n de Trueno Distante por su padre no hab?adejado de crecer con los a?os. A?oraba mucho sus sabiosconsejos ahora que era ?l el jefe de la tribu, y a menudorememoraba las reservas que el viejo Rayo Que No Cesahab?a mostrado a su matrimonio con Flauta Fina, aunque eljefe entendi? ?hombre de mundo al in?los motivos delhijo: aquellos encantos que entonces saltaban (y caracoleaban) a la vista.Con el tiempo la delicada Flauta hab?a ido perdiendo losevidentes encantos a la vez que se ganaba en la aldea elsobrenombre de Ca?a Cascante. No desperdiciaba ocasi?n124NUEVA REVISTA 131el espejito mágicode hacer caer sobre su marido su verbo r?pido. El sufridoTrueno Distante estaba cada d?a m?s taciturno, puesreconoc?a la superioridad dial?ctica, entre otras, de su se?ora.Ni siquiera se atrevi? a contarle el fabuloso negocio queacaba de rematar. Ella encontrar?a una forma simple y a lavez contundente de dejarle en rid?culo. Capaz era, incluso,de echarle en cara que esa historia era un relejo de unlejano cuento zen. Escondi? su espejito en su carcaj, juntoal tabaco, y s?lo le coment? la curiosa llegada en tres canoasinmensas de unos hombres tirando a p?lidos y a peludos. Ledio un collar de cuentas de vidrio que le hab?a comprado,porque en el fondo la segu?a queriendo.El humor de Trueno Distante mejor? una barbaridadgracias a la presencia a placer de su padre. A cada rato seiba a una esquina y le echaba un vistazo al viejo y amboscelebraban, sonrientes, el reencuentro. O se re?an de lascosas de Ca?a, recordando las prevenciones paternas, queno fueron lo suicientemente irmes, tal vez.Como es natural, la sagaz Ca?a Cascadora estaba mosca.A las primeras de cambio, cogi? las vueltas a su marido yregistr? el misterioso carcaj en busca de la l?mina de hieloque, por lo visto, tanto le gustaba. Al ver el espejo, la antiguaFlauta Fina silb?. Se llev? una inmensa sorpresa, que lallen? de ternura hacia su marido. A partir de ahora ser?a para?l la mejor mujer de la pradera. Se ganar?a a pulso elsobrenombre de Flauta Dulce. Con qu? emoci?n contempl?ella que el vivo retrato de su madre, o sea, de la mism?simasuegra de Trueno Distante, era lo que tanto emocionaba yconsolaba al hombre. ?Qui?n hubiera imaginado ?se dijo?que Trueno Distante amase tanto a mi vieja madre a?orada.Qu? bueno es?. NUEVA REVISTA 131125