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De Quincey y los tártaros
Luis Alberto de Cuenca
Reseña del libro "La rebelión de los tártaros" de De Quincey.
File: NR-5 P73-74 De quincey y los tártaros.pdf
Número
Referencia
Luis Alberto de Cuenca, “De Quincey y los tártaros,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2567.
Dublin Core
Title
De Quincey y los tártaros
Subject
Artes y Letras
Description
Reseña del libro "La rebelión de los tártaros" de De Quincey.
Creator
Luis Alberto de Cuenca
Source
Nueva Revista 005 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
DE QUINCEY Y
LOS TARTAROS Por Luis Alberto de Cuenca Acaba de ver la luz
un librito de Thomas
De Quincey
(Manchester, 1785-Edimburgo,
1859) que vale por muchos volúmenes
en folio: La rebelión de
los tártaros (Madrid, Alianza
Editorial, colección «El Libro
de Bolsillo», n.° 1.454). La traducción
y el prólogo han corrido
a cargo de Luis Loayza. Recuerdo
haber leído a De Quincey
en las traducciones que Antonio
Dorta publicó en la colección
«Austral» de Espasa-
Calpe: Confesiones de un comedor
de opio inglés (Buenos
Aires, 1953) y El asesinato considerado
como una de las bellas
artes y El coche correo inglés
(Madrid, 1966). En el catálogo
de Alianza figuran esas mismas
obras y una tercera, Suspiria de
profundis, que estoy deseando
leer.
Hacia 1830, en su granja de
Rydal, en la región de los lagos,
De Quincey escribió a una revista
proponiendo varios temas de
posibles artículos: Giordano
Bruno, los oradores griegos, una
historia de la Lógica, la huida de
los tártaros calmucos desde Rusia
hasta la frontera china. Este
último trabajo, titulado Revolt
of the Tartars, no aparecería
hasta julio de 1837 y en las páginas
del Blackwood's Magazine.
Luego se incorporó a las
Obras completas de su autor
editadas por David Masson
(Edimburgo, 1889-1890), y ahora,
cien años después de esa benemérita
compilación, podemos
leer el precioso opúsculo en castellano,
gracias a los buenos oficios
del mencionado L. Loayza.
En 1771 tuvo lugar la épica
huida de los tártaros calmucos,
al mando de su jan Oubacha,
desde las riberas del Volga
—donde eran súbditos del Zar—
hasta la región de Mongolia de
donde procedían, muy cerca de
la frontera con China, de cuyo
emperador habían sido tributarios
hasta 1616, año en que se
alejaron del Celeste Imperio
buscando pastos en Occidente.
Las terribles penalidades que
acompañaron este éxodo, la
cruel venganza de Rusia y de sus
aliados kirguises y bashkirs, la
atractiva y maligna personalidad
de Zebek Dorchi, primo de
Oubacha, y las circunstancias terribles
y románticas que rodearon
la fuga de toda una nación,
con sus ancianos, sus mujeres y
niños, en busca de su hogar ancestral,
hacían de este episodio
histórico un hecho digno de ser
transformado en relato fantástico
por la siempre espléndida
pluma del escritor y opiómano
de Manchester.
La fuente de De Quincey parece
haber sido, en su origen,
una nota de Gibbon al capítulo
XXVI de su Decadencia y caída
del Imperio Romano, que trasladara
a nuestra lengua el inefable
don José Mor de Fuentes
(Barcelona, 1842). Cito por esa
traducción, reproducida facsimilarmente
hace poco por Ediciones
Turner (Madrid, 1984):
«Esta gran transmigración de
300.000 calmucos sucedió en el
año 1771. Los misioneros de
China han traducido (Memorias
acerca de la China, tomo I, pp.
401-418) la narración original de
Kien Long, emperador reinante
de China, destinada para la inscripción
de una columna. El emperador
emplea el lenguaje suave
y especioso de Hijo del Cielo
y Padre de su pueblo» (vol. III,
p. 321).
Sobre este hecho, rigurosamente
histórico, teje De Quincey
su relato mágico, en el que no
es difícil rastrear las huellas delirantes
del láudano. Loayza define
con acierto su método: «En
la obra de De Quincey, la parte
de ficción es casi insignificante.
Lo que abunda es la no-ficción
—a saber, las memorias, las biografías,
los ensayos históricos—,
pero una no-ficción imaginaria:
De Quincey dice siempre
la verdad, es decir, lo que él
imagina que es la verdad, la
"verdad sospechosa'' que Alfonso
Reyes identifica con la literatura
».
Debo reconocer que siento
una especial debilidad por los
pueblos nómadas de la Eurasia,
desde los primitivos indoeuropeos
hasta sus vástagos los escitas,
y, sobre todo, por los mon- Thomas de Quincey.
goles. Recuerdo dos libros de
Harold Lamb sobre mongoles
que me produjeron un impacto
muy duradero: su biografía de
Gengis Jan (aquel caudillo a
quien invocan hoy los demócratas
de Mongolia en su perestroika
particular, lo que no deja de
ser tan delirante como un ensueño
opiáceo, por lo menos), y La
marcha de los bárbaros, una
maravillosa monografía sobre el
desplazamiento hacia el Oeste de
los herederos de Gengis Jan (este
último libro editado en Argentina
por Editorial Sudamericana
en 1943). Me fascinan aquellos
pueblos que vagaban por las
estepas montados a caballo
mientras al Sur, a orillas de los
grandes ríos, comenzaba a desarrollarse
la civilización con sus
ciudades y sus murallas protectoras,
su agricultura y su ganadería.
Siempre he sentido el más
vivo interés por aquellos clanes
que adoraban al Cielo y se vestían
de rudas pieles, y nunca hacían
noche en el mismo sitio, y
se emborrachaban con leche fermentada
de yegua.
Repasando la obra de De
Quincey, tropiezo con una obra
que me gustaría sobremanera
ver pronto en las librerías españolas.
Me refiero al ensayo crítico
On the Knocking at the Gate
in Macbeth (algo así como
«Aldabonazos a la puerta de
Macbeth»), publicado en el
London Magazine en 1823. Si
existe un personaje que me inquieta,
ése es el sucesor y asesino
de Duncan en el trono de Escocia.
Y más ahora, después de
leer La rebelión de los tártaros,
porque pienso que su autor, entre
grano y grano de opio, tomó
sin duda prestados algunos rasgos
del tirano escocés para configurar
a Zebek Dorchi, un tártaro
dotado de auténtica grandeza
shakespeareana.
Luis Alberto de Cuenca es investigador
del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, filólogo y poeta.
LOS TARTAROS Por Luis Alberto de Cuenca Acaba de ver la luz
un librito de Thomas
De Quincey
(Manchester, 1785-Edimburgo,
1859) que vale por muchos volúmenes
en folio: La rebelión de
los tártaros (Madrid, Alianza
Editorial, colección «El Libro
de Bolsillo», n.° 1.454). La traducción
y el prólogo han corrido
a cargo de Luis Loayza. Recuerdo
haber leído a De Quincey
en las traducciones que Antonio
Dorta publicó en la colección
«Austral» de Espasa-
Calpe: Confesiones de un comedor
de opio inglés (Buenos
Aires, 1953) y El asesinato considerado
como una de las bellas
artes y El coche correo inglés
(Madrid, 1966). En el catálogo
de Alianza figuran esas mismas
obras y una tercera, Suspiria de
profundis, que estoy deseando
leer.
Hacia 1830, en su granja de
Rydal, en la región de los lagos,
De Quincey escribió a una revista
proponiendo varios temas de
posibles artículos: Giordano
Bruno, los oradores griegos, una
historia de la Lógica, la huida de
los tártaros calmucos desde Rusia
hasta la frontera china. Este
último trabajo, titulado Revolt
of the Tartars, no aparecería
hasta julio de 1837 y en las páginas
del Blackwood's Magazine.
Luego se incorporó a las
Obras completas de su autor
editadas por David Masson
(Edimburgo, 1889-1890), y ahora,
cien años después de esa benemérita
compilación, podemos
leer el precioso opúsculo en castellano,
gracias a los buenos oficios
del mencionado L. Loayza.
En 1771 tuvo lugar la épica
huida de los tártaros calmucos,
al mando de su jan Oubacha,
desde las riberas del Volga
—donde eran súbditos del Zar—
hasta la región de Mongolia de
donde procedían, muy cerca de
la frontera con China, de cuyo
emperador habían sido tributarios
hasta 1616, año en que se
alejaron del Celeste Imperio
buscando pastos en Occidente.
Las terribles penalidades que
acompañaron este éxodo, la
cruel venganza de Rusia y de sus
aliados kirguises y bashkirs, la
atractiva y maligna personalidad
de Zebek Dorchi, primo de
Oubacha, y las circunstancias terribles
y románticas que rodearon
la fuga de toda una nación,
con sus ancianos, sus mujeres y
niños, en busca de su hogar ancestral,
hacían de este episodio
histórico un hecho digno de ser
transformado en relato fantástico
por la siempre espléndida
pluma del escritor y opiómano
de Manchester.
La fuente de De Quincey parece
haber sido, en su origen,
una nota de Gibbon al capítulo
XXVI de su Decadencia y caída
del Imperio Romano, que trasladara
a nuestra lengua el inefable
don José Mor de Fuentes
(Barcelona, 1842). Cito por esa
traducción, reproducida facsimilarmente
hace poco por Ediciones
Turner (Madrid, 1984):
«Esta gran transmigración de
300.000 calmucos sucedió en el
año 1771. Los misioneros de
China han traducido (Memorias
acerca de la China, tomo I, pp.
401-418) la narración original de
Kien Long, emperador reinante
de China, destinada para la inscripción
de una columna. El emperador
emplea el lenguaje suave
y especioso de Hijo del Cielo
y Padre de su pueblo» (vol. III,
p. 321).
Sobre este hecho, rigurosamente
histórico, teje De Quincey
su relato mágico, en el que no
es difícil rastrear las huellas delirantes
del láudano. Loayza define
con acierto su método: «En
la obra de De Quincey, la parte
de ficción es casi insignificante.
Lo que abunda es la no-ficción
—a saber, las memorias, las biografías,
los ensayos históricos—,
pero una no-ficción imaginaria:
De Quincey dice siempre
la verdad, es decir, lo que él
imagina que es la verdad, la
"verdad sospechosa'' que Alfonso
Reyes identifica con la literatura
».
Debo reconocer que siento
una especial debilidad por los
pueblos nómadas de la Eurasia,
desde los primitivos indoeuropeos
hasta sus vástagos los escitas,
y, sobre todo, por los mon- Thomas de Quincey.
goles. Recuerdo dos libros de
Harold Lamb sobre mongoles
que me produjeron un impacto
muy duradero: su biografía de
Gengis Jan (aquel caudillo a
quien invocan hoy los demócratas
de Mongolia en su perestroika
particular, lo que no deja de
ser tan delirante como un ensueño
opiáceo, por lo menos), y La
marcha de los bárbaros, una
maravillosa monografía sobre el
desplazamiento hacia el Oeste de
los herederos de Gengis Jan (este
último libro editado en Argentina
por Editorial Sudamericana
en 1943). Me fascinan aquellos
pueblos que vagaban por las
estepas montados a caballo
mientras al Sur, a orillas de los
grandes ríos, comenzaba a desarrollarse
la civilización con sus
ciudades y sus murallas protectoras,
su agricultura y su ganadería.
Siempre he sentido el más
vivo interés por aquellos clanes
que adoraban al Cielo y se vestían
de rudas pieles, y nunca hacían
noche en el mismo sitio, y
se emborrachaban con leche fermentada
de yegua.
Repasando la obra de De
Quincey, tropiezo con una obra
que me gustaría sobremanera
ver pronto en las librerías españolas.
Me refiero al ensayo crítico
On the Knocking at the Gate
in Macbeth (algo así como
«Aldabonazos a la puerta de
Macbeth»), publicado en el
London Magazine en 1823. Si
existe un personaje que me inquieta,
ése es el sucesor y asesino
de Duncan en el trono de Escocia.
Y más ahora, después de
leer La rebelión de los tártaros,
porque pienso que su autor, entre
grano y grano de opio, tomó
sin duda prestados algunos rasgos
del tirano escocés para configurar
a Zebek Dorchi, un tártaro
dotado de auténtica grandeza
shakespeareana.
Luis Alberto de Cuenca es investigador
del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, filólogo y poeta.