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Los dos Imperios
Pedro Fernández Barbadillo
Reseña literaria de "El imperio inmóvil o el choque de los mundos" por Alain Peyrefitte.
File: Los dos imperios.pdf
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Número
Referencia
Pedro Fernández Barbadillo, “Los dos Imperios,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2559.
Dublin Core
Title
Los dos Imperios
Subject
Libros
Description
Reseña literaria de "El imperio inmóvil o el choque de los mundos" por Alain Peyrefitte.
Creator
Pedro Fernández Barbadillo
Source
Nueva Revista 005 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
LOS DOS IMPERIOS
A finales de 1792, en plena revolución francesa, el rey de Inglaterra envió a China una embajada de alto rango presidida por Lord Macartney y de la que formaban parte nobles, oficiales, mecánicos, literatos, pintores, soldados e intérpretes (todos ellos sacerdotes católicos de origen chino) con el objetivo de establecer relaciones más intensas entre el Hijo del Cielo (el emperador chino) y el monarca británico. Once meses después de haber salido de Inglaterra, el 14 de septiembre de 1793, Macartney, su «segundo» Sir George Stauton, el hijo de éste, Thomas Stauton, y el padre Li, un sacerdote tártaro formado en el seminario de Nápoles, saludaban al gran Quianlong, el emperador manchú que dirigía los destinos de China en Jehol, la segunda capital del Imperio Medio, como los chinos se autodenominaban.
"Kotow"
El embajador inglés portaba ricos presentes y una carta de su soberano para el emperador manchú donde se sugería la apertura comercial del gran imperio, hasta entonces herméticamente cerrado a los bárbaros extranjeros. Lord Macartney se negó a hacer el «kotow» o reverencia tradicional (nueve veces la frente debe tocar el suelo) ante el Hijo del Cielo y éste jamás se lo perdonó. La embajada terminó mal y pronto. Poco faltó para que sus miembros fueran
finalmente asesinados por la «burocracia celeste», es decir, la inmensa burocracia de mandarines con que Qianlong, sus antepasados y sus sucesores gobernaron el extenso país y sus estados feudatarios.
Aquella fallida embajada produjo decepción, malhumor y despecho en la corte británica, aunque no sería la última.
También provocó una serie de libros, memorias y descripciones de gran interés histórico y antropológico. En 1973, menos de dos siglos después, el ex ministro francés Alain Peyrefitte, uno de los espíritus más cultos y alertas de la V República publicó un libro de gran éxito titulado Cuando China despierte sobre el ex imperio convertido en faro de la revolución mundial.
En aquel libro había ciertas referencias a la embajada de Lord Macartney. Peyrefitte se había hecho con una importante biblioteca de viajes en 1954, cuando compró a un librero de Cracovia una colección de textos del siglo XVIII y comienzos del XIX. Uno de ellos se titulaba: Relaciones del viaje a la China y Tartaria con la comitiva de la embajada de Lord Macartney cuyo autor era nada menos que Sir George Stauton. Los 12 volúmenes de «relaciones» fueron para el ex ministro francés una verdadera revelación. A partir de entonces fue coleccionando poco a poco todos aquellos textos que de algún modo se relacionaban con la embajada. En 1980 solicitó ayuda a un profesor de la Universidad de Pekín para que investigara los archivos imperiales en torno a aquella embajada. En 1987 un joven investigador chino, tras haber trabajado durante un año con los papeles amontonados en la Ciudad Prohibida de Pekín, le ofreció más de 400 páginas de documentos relacionados con Lord Macartney y su embajada.
En casi todos los documentos se encontraron edictos del emperador, algunos de ellos corregidos o enmendados por el propio Hijo del Cielo, donde se hacían referencias directas al «embajador bárbaro». Quianlong tenía entonces 83 años pero la edad no parecía pesar en su tajantes opiniones.
Tras la atenta lectura de aquel monumento documental, Peyrefitte se puso manos a la obra y escribió este libro singular, cuya lectura recomiendo no sólo a quienes se interesan por lo que fue, es y será el «Imperio Medio», es decir, China, sino también a quienes por elemental sentido común, creen que nuestro mundo quedaría un tanto incompleto si se ignorase la realidad china, despierta o dormida. Creo, en efecto, que El imperio inmóvil es un libro
excepcional. Cuando se publicó en Francia tuvo un éxito relativo pese a que está escrito con brillantez y se lee como una novela de aventuras. No estoy seguro de que aquí, en España, vaya a convertirse en un bestseller porque no habla de banqueros, duquesas o historias de colchón. Tal vez tenga la fortuna, sin embargo, de que la «inmensa minoría» se interese y logre un éxito regular. Por de pronto cabe felicitar a la editorial por haberlo publicado: este tipo de gestos en nuestro país resultan más bien heroicos.
«Llegados para proponer el movimiento y el cambio —escribe Peyrefitte— Macartney y sus compañeros vieron en la sociedad china un modelo de sociedad cerrada». Varios siglos después, la situación no ha variado en profundidad. Hubo, es verdad, una revolución —mucho más radical, en apariencia, que otras del mismo signo— pero las cosas se parecen desesperadamente a cuanto sucedía en la época de Quianlong: Mao o sus sucesores, simplemente, lo han reemplazado. Persiste la misma legación de poder en el primer ministro (Chu En Lai), la misma preocupación por el
ritual protocolario, la misma adhesión a un sistema común de «ritos» y respuestas para todo (el «pensamiento Mao» tras el «pensamiento Confucio»), el mismo predominio de la tierra (Quianlong desprecia la revolución industrial en beneficio del mundo rural, Mao se apoyó en los campesinos para su revolución), la misma desconfianza hacia los extranjeros, la misma violencia (revolucionaria o feudal), etc., etcétera.
Superioridad
Peyrefitte considera que la colisión entre Oriente y Occidente representada por la embajada inglesa fue el inicio de un largo enfrentamiento y, sobre todo, una ocasión fallida de haber establecido relaciones de otro tipo entre los dos mundos. Macartney y sus compañeros de expedición fueron a China con la certeza de que eran superiores a los demás europeos y regresaron con una nueva certeza: que eran, también, superiores a los chinos. A partir de ahí se inició un inmenso malentendido a un lado y otro, que traería sangre a borbotones y cuyas consecuencias no han sido, todavía hoy, superadas. Al final de la obra, Peyrefitte dedica varias páginas a reflexionar sobre el fenómeno colonial y reparte, con aparente equidad, responsabilidades y culpas.
Se pregunta: ¿es que Occidente resulta más culpable que cualquier otro gran país o potencia que ha tratado de dejar su huella en el exterior? La respuesta está clara.
Peyrefitte concluye su extensa obra con una serie de frases tajantes y, curiosamente, nada hueras. La actual inferioridad de China, asegura, deriva ampliamente de su sentimiento de superioridad. «El subdesarrollo, asegura, es la unión del aislamiento y el inmovilismo, agravados por la demografía.
El desarrollo es el matrimonio de la apertura al mundo y de las innovaciones entrecruzadas».
A. M
A finales de 1792, en plena revolución francesa, el rey de Inglaterra envió a China una embajada de alto rango presidida por Lord Macartney y de la que formaban parte nobles, oficiales, mecánicos, literatos, pintores, soldados e intérpretes (todos ellos sacerdotes católicos de origen chino) con el objetivo de establecer relaciones más intensas entre el Hijo del Cielo (el emperador chino) y el monarca británico. Once meses después de haber salido de Inglaterra, el 14 de septiembre de 1793, Macartney, su «segundo» Sir George Stauton, el hijo de éste, Thomas Stauton, y el padre Li, un sacerdote tártaro formado en el seminario de Nápoles, saludaban al gran Quianlong, el emperador manchú que dirigía los destinos de China en Jehol, la segunda capital del Imperio Medio, como los chinos se autodenominaban.
"Kotow"
El embajador inglés portaba ricos presentes y una carta de su soberano para el emperador manchú donde se sugería la apertura comercial del gran imperio, hasta entonces herméticamente cerrado a los bárbaros extranjeros. Lord Macartney se negó a hacer el «kotow» o reverencia tradicional (nueve veces la frente debe tocar el suelo) ante el Hijo del Cielo y éste jamás se lo perdonó. La embajada terminó mal y pronto. Poco faltó para que sus miembros fueran
finalmente asesinados por la «burocracia celeste», es decir, la inmensa burocracia de mandarines con que Qianlong, sus antepasados y sus sucesores gobernaron el extenso país y sus estados feudatarios.
Aquella fallida embajada produjo decepción, malhumor y despecho en la corte británica, aunque no sería la última.
También provocó una serie de libros, memorias y descripciones de gran interés histórico y antropológico. En 1973, menos de dos siglos después, el ex ministro francés Alain Peyrefitte, uno de los espíritus más cultos y alertas de la V República publicó un libro de gran éxito titulado Cuando China despierte sobre el ex imperio convertido en faro de la revolución mundial.
En aquel libro había ciertas referencias a la embajada de Lord Macartney. Peyrefitte se había hecho con una importante biblioteca de viajes en 1954, cuando compró a un librero de Cracovia una colección de textos del siglo XVIII y comienzos del XIX. Uno de ellos se titulaba: Relaciones del viaje a la China y Tartaria con la comitiva de la embajada de Lord Macartney cuyo autor era nada menos que Sir George Stauton. Los 12 volúmenes de «relaciones» fueron para el ex ministro francés una verdadera revelación. A partir de entonces fue coleccionando poco a poco todos aquellos textos que de algún modo se relacionaban con la embajada. En 1980 solicitó ayuda a un profesor de la Universidad de Pekín para que investigara los archivos imperiales en torno a aquella embajada. En 1987 un joven investigador chino, tras haber trabajado durante un año con los papeles amontonados en la Ciudad Prohibida de Pekín, le ofreció más de 400 páginas de documentos relacionados con Lord Macartney y su embajada.
En casi todos los documentos se encontraron edictos del emperador, algunos de ellos corregidos o enmendados por el propio Hijo del Cielo, donde se hacían referencias directas al «embajador bárbaro». Quianlong tenía entonces 83 años pero la edad no parecía pesar en su tajantes opiniones.
Tras la atenta lectura de aquel monumento documental, Peyrefitte se puso manos a la obra y escribió este libro singular, cuya lectura recomiendo no sólo a quienes se interesan por lo que fue, es y será el «Imperio Medio», es decir, China, sino también a quienes por elemental sentido común, creen que nuestro mundo quedaría un tanto incompleto si se ignorase la realidad china, despierta o dormida. Creo, en efecto, que El imperio inmóvil es un libro
excepcional. Cuando se publicó en Francia tuvo un éxito relativo pese a que está escrito con brillantez y se lee como una novela de aventuras. No estoy seguro de que aquí, en España, vaya a convertirse en un bestseller porque no habla de banqueros, duquesas o historias de colchón. Tal vez tenga la fortuna, sin embargo, de que la «inmensa minoría» se interese y logre un éxito regular. Por de pronto cabe felicitar a la editorial por haberlo publicado: este tipo de gestos en nuestro país resultan más bien heroicos.
«Llegados para proponer el movimiento y el cambio —escribe Peyrefitte— Macartney y sus compañeros vieron en la sociedad china un modelo de sociedad cerrada». Varios siglos después, la situación no ha variado en profundidad. Hubo, es verdad, una revolución —mucho más radical, en apariencia, que otras del mismo signo— pero las cosas se parecen desesperadamente a cuanto sucedía en la época de Quianlong: Mao o sus sucesores, simplemente, lo han reemplazado. Persiste la misma legación de poder en el primer ministro (Chu En Lai), la misma preocupación por el
ritual protocolario, la misma adhesión a un sistema común de «ritos» y respuestas para todo (el «pensamiento Mao» tras el «pensamiento Confucio»), el mismo predominio de la tierra (Quianlong desprecia la revolución industrial en beneficio del mundo rural, Mao se apoyó en los campesinos para su revolución), la misma desconfianza hacia los extranjeros, la misma violencia (revolucionaria o feudal), etc., etcétera.
Superioridad
Peyrefitte considera que la colisión entre Oriente y Occidente representada por la embajada inglesa fue el inicio de un largo enfrentamiento y, sobre todo, una ocasión fallida de haber establecido relaciones de otro tipo entre los dos mundos. Macartney y sus compañeros de expedición fueron a China con la certeza de que eran superiores a los demás europeos y regresaron con una nueva certeza: que eran, también, superiores a los chinos. A partir de ahí se inició un inmenso malentendido a un lado y otro, que traería sangre a borbotones y cuyas consecuencias no han sido, todavía hoy, superadas. Al final de la obra, Peyrefitte dedica varias páginas a reflexionar sobre el fenómeno colonial y reparte, con aparente equidad, responsabilidades y culpas.
Se pregunta: ¿es que Occidente resulta más culpable que cualquier otro gran país o potencia que ha tratado de dejar su huella en el exterior? La respuesta está clara.
Peyrefitte concluye su extensa obra con una serie de frases tajantes y, curiosamente, nada hueras. La actual inferioridad de China, asegura, deriva ampliamente de su sentimiento de superioridad. «El subdesarrollo, asegura, es la unión del aislamiento y el inmovilismo, agravados por la demografía.
El desarrollo es el matrimonio de la apertura al mundo y de las innovaciones entrecruzadas».
A. M