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Marcel

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“Marcel,” accessed April 26, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1979.

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Marcel

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Nueva Revista 127 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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MARCEL SCHWOB O EL ORFEBRE DELA PALABRALuis Julio González PlatónESCRITOREL ARTÍCULO TRATA DE PRESENTAR AL NUEVO LECTOR DESCHWOB CÓMO LO LLEGUÉ A CONOCER Y CÓMO, A LA MANERA BORGIANA, INGRESÉ EN ESA COFRADÍA DE APASIONADOSLECTORES DEL AUTOR FRANCÉS. TAMBIÉN INCLUYE UNA SUCINTA BIOGRAFÍA ENTRE LA QUE VA ENTREVERADA SU BIBLIOGRAFÍA CON LA IDEA DE QUE EL LECTOR, TRAS LA LECTURADE LA ESTRELLA DE MADERA, PASE A LEER OTRAS OBRAS SUYASY ACABE TAMBIÉN EN LA MENCIONADA COFRADÍA. PARA ELQUE YA CONOZCA A ESTE AUTOR, EL ARTÍCULO LE RECORDARÁLO YA SABIDO, PERO LE APORTARÁ LA LECTURA DE UN CUENTO QUE PERMANECÍA INÉDITO EN ESPAÑOL.Conocí a Marcel Schwob, como cuento en el prólogo dellibro que editó el pasado año Ediciones Sequitur, graciasa la película Roma de Alfredo Aristaráin. Me hubiera gustado decir que fue en una conferencia de algún erudito peromi manera de ingresar en esa sociedad secreta de devotoslectores del escritor francés fue por medio del cine. Desdenueva revista· 127100entonces he leído toda su obra y esa lectura me ha proporcionado algunas de las emociones lectoras más intensasque recuerdo. Si alguien después de leer las Vidas imaginarias, La cruzada de los niños o La vida de Monelleno siente el sabor de la buena literatura, debería someterse a unacura de desintoxicación de tanta literatura barata como nosasedia. Personalmente, vuelvo una y otra vez a degustarsu prosa trabajada como un orfebre y en ese hundir mi herrada en el pozo de su literatura siempre extraigo un agualimpia que me purifica. Para darle a conocer a los lectoresde Nueva Revistahe seleccionado un cuento hermosísimo,un cuento que narra cómo un niño que vive en la oscuridad va buscando la luz. Abundan en la literatura de Schwobesos niños «buscadores», esos niños que viajan por elmundo buscando algo que quizás no encuentren nuncapero que con esa búsqueda dan sentido a sus vidas. EnLa estrella de maderael lector podrá conocer a uno de esosniños y podrá disfrutar de una prosa bellísima en la que elautor se regodea tanto que en ocasiones parece que, embriagado, se pierde en su propia narración. La lectura deMarcel Schwob es un viaje inolvidable a la belleza. Peroantes, si me lo permiten, déjenme que les cuente su vida,tal y como la cuento en el prólogo del libro del que habloal principio de esta introducción, que es en sí misma unanovela apasionante. Cuando la lean, podrán ingresar depleno derecho en la sacrosanta cofradía de lectores apasionados de Marcel Scwhob.Marcel Schwob nació en Chaville, como André Mayer,el 23 de agosto de 1867, y provenía de una familia judía deamplia cultura. Marcel vivió su infancia en Nantes, ciudadnueva revista· 127101luis julio gonzález platónen la que su padre había comprado a la familia Mangin elperiódico Le Phare de la Loire. Rodeado de tan buenosmaestros como eran su propia madre y su tío y de los preceptores e institutrices alemanes e ingleses que sus padrescontrataron para su educación, no es raro que hablara demanera natural francés, inglés y alemán. En el colegio deNantes donde estudió quedó el recuerdo de aquel niñojudío que se llevaba todos los premios en los estudios.Pero no es un niño empalagoso ni creído; al contrario,es expansivo y tiene adoración por la música. Esto no quitapara que leyera a Poe en inglés, enviara una carta a JulioVerne o devorara con poco más de diez años la Gramáticacomparada de Brachet.En 1882, con quince años, pasó a estudiar al colegioSaintBarbe de París y a residir en casa de su tío Léon, endonde aquel niño amante de los libros encontrara un paraíso. Su tío, que vivía entre libros, le habla de la Antigüedadclásica y de Asia, y juntos pasean por las orillas del Sena parándose en los puestos de los bouquinistes,en donde Marcel se habitúa al tacto y al olor de los libros, en ver en elloscasi seres reales. No es raro que en ese ambiente el adolescente Marcel tradujera a Catulo y que fuera su propiotío el que le corrigiera la traducción. Tampoco es raro queescribiera por aquellos años una obra muy del estilo romántico, imbuida de Victor Hugo, Ilusiones y desilusiones,sueños y realidades.El joven Schwob pasa a estudiar en el liceo Louis leGrand con compañeros de la talla de Léon Daudet, PaulClaudel, Paul Gsell y Georges Guieysse. Con este últimole une una gran afición por el griego, el sánscrito y el argotnueva revista· 127102marcel schwob o el orfebre de la palabrafrancés. Pero el amigo de Marcel muere de forma trágica alos veinte años.En 1892 publica Corazón dobley en 1895 El rey de lamáscara de oro.Con veinticinco años es ya un escritor deéxito. En 1894 publica El libro de Monelle del que es protagonista Louise, una joven prostituta a la que Schwob amópero que murió tempranamente. Este libro es la historia deese amor y una terapia para el autor después del sufrimiento que había experimentado tras su muerte. Tambiénen esa fecha publica una imitación del poeta griego Herondas: Mimes. Pero el amor también le llega al investigador y escritor y también por esos años, en 1895, conoce ala actriz Margarita Moreno. Y con el amor, el dolor puesle llega una extraña enfermedad que los médicos no acaban de diagnosticar y que era para unos una dispepsis pútrida y para otros un grave trastorno en el aparato digestivo. En ese mismo año lo operan y a esta operación leseguirán otras cuatro. Se convierte, como diría Chicho Sánchez Ferlosio, en un «enfermo profesional» que se haceadicto a la morfina que le suministraban para aliviar losfuertes dolores que padecía. Aunque mermado en sus fuerzas, se dedicará a la investigación histórica y a las traducciones pero también sigue escribiendo. Así va dando a laluz La cruzada de los niños, un libro único y de una hermosura que arrebata desde sus primeras páginas, incluidaesa pequeña cita en latín, fruto sin duda de la erudición delautor. Su pasión por la historia le lleva a escribir Las vidasimaginariasy su faceta de intelectual, Spicilége, libro enel que trata de sus obsesiones literarias, Villon y Stevenson,pero también, entre otros, de San Julián el Hospitalario ynueva revista· 127103luis julio gonzález platónen el que se atreve a poner en forma de diálogo «cuasi clásico» una conversación entre, nada más y nada menos queDante, Cimabue, Cavalcanti, Cino da Pistoia, Cecco Angiolieri, Andrea Orcagna, Fra Filippo Lippi, Sandro Botticelli, Paolo Uccello, Donatello y Jan Van Scorel.Entre agosto y septiembre de 1900 permanece en Londres en dondeaprovecha para casarse con Margarita Moreno. Entre abrily julio de 1901 está en la isla de Jersey en muy mal estadofísico pero lleno de proyectos pues sigue con la idea deescribir sobre Villon, el autor que él tan bien conoce. EnUriage proyecta un viaje a Oceanía, con la idea y la esperanza de recobrar la salud. Este viaje surge porque Stevenson, su adorado Stevenson, había muerto en Samoa. Porcierto, que nunca se encontraron y su relación fue tan sóloepistolar. Ya que no pudo ser en vida, Schwob decide vera su amigo en la tumba de la Polinesia y embarca en octubre de 1901 en el Ville de la Ciotat junto con un doméstico chino, Ting. Tras varios cambios de barco, llega a Sydneyy embarca en el Mapouri. Llega a Samoa y con sus cuentosaquel francés venido de la otra parte del mundo seduce alos indígenas. Sin embargo, en el mes de enero de 1902contrae una pulmonía. Un médico americano y una enfermera adventista lo salvan y Marcel regresa de nuevo enel Mapouri gracias a la generosidad del capitán Crawshawque lo admite a bordo sin dinero. Schwob regresa conTing a Marsella. Este viaje quedará reflejado en su libroViaje a Samoa (Cartas a Margarita Moreno). Fue lo únicoque sacó en limpio de su viaje pues no consiguió visitar latumba de Stevenson y no llegó a escribir las numerosasobras que tenía proyectadas. Salió escarmentado de losnueva revista· 127104marcel schwob o el orfebre de la palabraviajes y parece ser que gritó, tras su regreso, algo parecido a «nunca más volveré a irme de mi casa».En marzo de 1902, tras su regreso de su desventuradoviaje a Samoa, se centra en el teatro pues su traducción deHamlet había tenido un gran éxito. Se dedica a un periodismo crítico y publica, bajo el seudónimo de LoysónBridet, Les moeurs des Diurnales.Es ahora el hijo del periodista, brillante periodista él mismo, el que escribe. Pero sulado de novelista le dicta La lampe de Psyché, una colecciónde escritos antiguos que entrega al Mercure de France.En 1904, pese a su grito de no dejar más su casa, abandona la calle de Saint Louis en l’Ille para embarcarse en LeHavre rumbo a Oporto, Lisboa, Barcelona y Marsella. Deallí va a Santo Agnello de Sorrento, en donde visita a suamigo americano Marion Crawfort, cuya Francesca da Rimini había adaptado. Pero su estado físico es muy malo. Enoctubre de 1904 regresa a París y allí deja de ser escritorpara convertirse en el erudito profesor que lleva dentro: clases en la Escuela de Altos Estudios Sociales en donde explica a Villon, su adorado y muy trabajado Villon; estudioscríticos sobre este autor; estudios literario sobre las relaciones de Dickens con la literatura rusa; preparación delo que iba a ser su gran libro sobre Villon, un autor que tanbien conoce tras tantos años de estudio sobre él. Sin embargo, a finales de febrero de 1905, cae enfermo. Tras unosdías de enfermedad, el «enfermo profesional» que habíasido desde diez años de atrás, muere cuando le quedabanseis meses para cumplir los treinta y ocho años. Era, paraser más exactos, el 26 de febrero de 1905.nueva revista· 127105La estrella de maderaUn relato de Marcel SchwobIEn este antiguo bosque había más claros que senderos; prados redondos guardados por altas encinas; lagos de helechosinmóviles sobre los que planeaban ramas frágiles y frescascomo dedos de mujer; grupos de árboles graves como pilastras, reunidos para murmurar durante siglos sus deliberaciones de hojas; estrechas ventanas de ramas que se abrían a unocéano verde en el que temblaban largas sombras perfumadas y los círculos de oro blanco de sol; islas encantadas debrezos de color de rosa y ríos de aulagas; enrejados de lucesy de tinieblas; grandes espacios naturales en los que surgíanllenos de temblor los pimpollos y las juveniles encinas; lechosde agujas rosáceas donde las horcaduras musgosas de los viejos árboles parecían sumergidas hasta media pierna; cunas deardillas y nidos de víboras; mil estremecimientos de insectos y cantos aflautados de pájaros. Con el calor, el bosque susurraba como un poderoso hormiguero, y guardaba en él, trasla lluvia, una lluvia lenta, cálida, obstinada que caía desde suscimas y anegaba sus hojas muertas. Tenía él su respiración ysu sueño; a veces roncaba; a veces, callaba mudo, quieto, alacecho, sin un roce de serpiente, sin un trino de curruca.¿Qué esperaba? Nadie lo sabía. Tenía su voluntad y sus gustos: lanzaba en derechura las líneas de los abedules quese afilaban como flechas; luego, tenía miedo y se paraba ennueva revista· 127106un rincón para estremecerse bajo un grupo de álamos temblones; daba un paso hacia las lindes, justo en la llanura, peroapenas se quedaba allí y huía de nuevo, entre el frío horror desus más altos y profundos árboles, hasta su mismo centro nocturno. Toleraba la vida de los animales y no parecía darsecuenta de ella; pero sus troncos inflexibles, resistentes, anchos como rayos solidificados que hubieran salido de la tierra, eran hostiles a los hombres.Sin embargo, el bosque no odiaba a Alain: lo que hacíaera robarle el cielo. Durante muchos años el niño no conoció más luz que un turbio y lechoso color verde en elaire, y, al llegar la noche, veía la carbonera llenarse de puntos rojos. El misericordioso y viejo bosque no le había permitido ver nunca toda la plata y el oro que el cielo de lanoche lleva consigo. Vivía así, al lado de una buena mujer,cuyo rostro, lleno de surcos como una corteza, se habíahecho un lugar entre las inmutables líneas del reposo dela vida. Le ayudaba a cortar las ramas, a apilarlas en las carboneras, a tapar los montones de tierra y de turba, a vigilar el fuego para que fuera dulce y lento, a escoger los trozos para hacerlos negros montones, a llenar los sacos delos porteadores cuya figura apenas se veía entre la tinieblade las hojas. A cambio de eso tenía la fortuna de escucharal mediodía el charloteo de las ramas y de las bestias, de dormir bajo los helechos en la época del calor, de soñar que suabuela era una encina retorcida o que la vieja haya que miraba constantemente la puerta de la cabaña se iba a acuclillar y venía a comer la sopa; era feliz considerando sobrela tierra la constante huida de la inalcanzable moneda delsol; reflexionando cómo los hombres, su abuela y él nonueva revista· 127107marcel schwoberan verdes y negros como el bosque y el carbón; mirando y espiando el instante de su olor más sublime; haciendo chapotear su cantarillo de arcilla en el agua dela charca que se había agazapado entre tres rocas redondas; viendo salir un lagarto al pie de un olmo como unbrote luminoso, ondulante y fluido, y, en el hueco de laespalda del mismo olmo, hincharse el fuego carnoso deun champiñón.Así fueron los años de Alain en el bosque, entre el dormir en sueños de los días y los sueños soñados durantelas noches; y tenía ya diez años.Un día de otoño hubo una gran tormenta. Todas lasoquedades gruñían y gritaban; jabalinas que chorreabanlluvia se arrojaban una y otra vez en la confusión de lasramas; las ráfagas aullaban y formaban remolinos alrededor de las cabezas canas de las encinas; la joven alburagemía, la vieja se lamentaba; se escuchaba gimotear al viejocorazón de los árboles y algunos hubo que, golpeados mortalmente, cayeron rígidos, arrastrando trozos de su copa.La carne verde del bosque yacía cortada con sus heridasabiertas y por esas dolorosas aspilleras penetraba en susentrañas de sombra azorada la luz horrible del cielo.Esa noche el niño vio algo sorprendente. La tempestadhabía huido hacia la lejanía y todo había vuelto a estar ensilencio. Se notaba una especie de gloria tranquila tras unlargo combate. Al ir Alain a sacar agua con su escudilla enla charca del roquedal, vio las estrellas que, centelleaban,titilaban, parecían reír en el espejo rústico con una sonrisahelada. Al principio pensó que eran puntos de fuego comolos que brillaban en el carbón de las carboneras; pero éstosnueva revista· 127108la estrella de maderano le quemaban los dedos, huían de su mano cuando intentaba cogerlos, se balanceaban de un lado para el otro ydespués volvían obstinadamente a titilar en el mismo lugar.Eran unos fuegos fríos y burlones. Y Alain veía flotar enmedio de ellos la imagen de su figura y la imagen de susmanos. Entonces volvió sus ojos hacia lo alto.A través de una gran herida sombría del follaje, vio laconcavidad radiante del cielo. El bosque ya no le protegía y sintió una desnudez llena de vergüenza. Pues, delfondo de esta inmensa claridad azulada, tan alejada, muchos ojillos implacables le miraban, pupilas muy penetrantes, guiños de estrellas, un picoteo de rayos. Así conoció Alain las estrellas y las deseó en el mismo instanteen que las conoció.Corrió al lado de su abuela, que atizaba pensativa la carbonera. Y, cuando le preguntó por qué la charca de las rocasreflejaba tantos puntos brillantes que se estremecían entrelos árboles, su abuela le dijo:—Alain, son las hermosas estrellas del cielo. El cieloestá por encima del bosque y los que viven en la llanuralo ven siempre. Y cada noche Dios alumbra sus estrellas.—Dios alumbra en la llanura sus estrellas —repitió elniño—. Y yo, abuela, ¿podría encender las estrellas?La anciana colocó sobre su cabeza su mano dura ycuarteada. Era como si una de las encinas hubiera tenido piedad de Alain y le hubiera acariciado con su gruesa corteza.—Tú eres muy pequeño. Nosotros somos muy pequeños —dijo ella—. Tan sólo Dios sabe en la noche encendersus estrellas.nueva revista· 127109marcel schwobY el niño repitió:—Tan sólo Dios sabe en la noche encender sus estrellas...IIA partir de entonces, los gozos diarios estuvieron llenos deinquietud. El murmullo del bosque dejó de parecerle inocente. Ya no se volvió a sentir protegido bajo el abrigo dentado de los helechos. Se extrañó de cómo el sol se movíasobre el musgo. Se cansó de vivir en la sombra verde y oscura. Deseó otra luz diferente del tornasolado del lagarto, delsombrío tapiz del champiñón y del enrojamiento del carbón en las carboneras. Antes de irse a dormir, iba a contemplar en la charca la innumerable risa crepitante del cielo.Toda la fuerza de sus deseos le llevaba más allá de las tinieblas cerradas de las hayas, de las encinas, de los olmos, detrás de los que había más hayas, más encinas y más olmosaún y siempre otros árboles y montones de oquedales. Su orgullo se había sentido herido por las palabras de la anciana:—Tan sólo Dios sabe en la noche encender las estrellas.—¿Y yo? —pensaba Alain—. Si me marchara a la llanura, si viviera bajo ese cielo que está por encima de los árboles, ¿no podría yo también encender mis estrellas? ¡Oh!¡Iré! ¡Iré!Nada le gustaba ya en el recinto del bosque que le asediaba como un ejército inmóvil, le aprisionaba como unaprisión rígida cuyos árbolescarceleros se multiplicaban paradetenerlo, extendían sus brazos inflexibles, se dirigían haciaél amenazantes, enormes, terribles y mudos, armados denueva revista· 127110la estrella de maderacontrafuertes nudosos, de barricadas hendidas, de manosgigantescas y enemigas; parecía hostil el bosque a todo loque no era él mismo en la celosa protección de su corazón tenebroso. Pronto se curó de todas las heridas de latempestad, volvió a cerrar las crueles heridas por donde penetraba la luz para dormirse de nuevo en el sueño de suprofundidad. Y la charca del roquedal volvió a su oscuridady el rostro del rústico espejo ya no reflejó nunca más la sonrisa luminosa del cielo.Pero en los sueños del niño las estrellas reían siempre.Una noche se escapó de la cabaña mientras que suabuela dormía. Llevaba una alforja con pan y un trozo dequeso curado. Las carboneras brillaban serenamente consu fulgor sofocado. ¡Qué tristes parecían esos puntos rojosen comparación con las vivas centellas del cielo! Las encinas, en la noche, no eran más que sombras ciegas quealargaban sus largas manos a tientas. Dormían, como suabuela, pero dormían de pie. Había tantas que unas a otrasse confiaban su custodia. No se las oía respirar durante elsueño. Estarían así, en silencio, hasta los primeros levantes de la aurora. Pero, cuando el viento de la mañana hiciera murmurar las hojas, Alain habría ya burlado su vigilancia. Todos los pájaros piarían y piarían para advertirlaspero Alain ya se habría deslizado entre sus brazos. No le podrían seguir pues tenían pánico a la llanura. Se conformarían con amenazarle de lejos, como una fila de gigantes negros: no sabían ni gritar ni caminar, ellas no sabían nadamás que amontonarse, estrecharse, multiplicarse, crecer,abrirse, ahorquillarse, echar mil tentáculos inmóviles, adelantar de pronto gruesas cabezas y horribles clavas. Pero ennueva revista· 127111marcel schwoblas lindes de la llanura su poder quedaba anulado y un encantamiento las paralizaba de pronto como si la luz las hubiera deslumbrado de estupor.Cuando Alain llegó a la llanura, se atrevió a darse la vuelta. Los gigantes negros, agrupados como el ejército de lanoche, parecían mirarlo con tristeza.Luego Alain levantó la mirada. Un milagro le aguardabaen el cielo. Se podría decir que estaba todo florido de floresde fuego. Por doquier se estremecía con sus centellas. Algunas huían, se hundían, desaparecían, aparecían de golpe,aumentaban, ardían al rojo vivo, palidecían, se volvían azules, se borraban, flotaban un momento, se esparcían en tres,cuatro o cinco trazos de llama, luego se volvían a juntar, sefundían y, condensadas, no eran más que un punto brillante. Tenían otras una insoportable agudeza, atravesaban losojos como una aguja, luego se hacían dulces, se llenaban debruma, se extendían, se convertían en manchas claras, vacilaban, se marchaban de pronto hacia el vacío y luego, almomento, volvían a aparecer, horadando el aire con su estilete de pureza. Otras había que formaban líneas, construían figuras, se disponían en formaciones en donde Alainveía casas, ventanas, carros; de repente era el ángulo deltecho el que titilaba, más tarde el dintel de la puerta, la empuñadura del timón o el centro del cubo de la rueda delcarro; más tarde se apagaba todo; luego los puntos todavíabrillaban, pero con una luminosidad desigual de manera quelas figuras en un momento se confundían.El niño dirigía sus manos hacia el fondo de la noche.Intentaba coger las luces pálidas, modelarlas para volver aformar las figuras, lleno de curiosidad por aprender cómonueva revista· 127112la estrella de maderaardían y si había allí arriba grandes carboneras de carbónazul picadas todas ellas por llamas.Al momento vio la llanura. Era larga, ancha y desnuda,sin forma hasta su unión con el cielo, con escasa movilidadpor su vegetación baja. Un río lento era su linde cuyas orillas no se distinguían. Era como la llanura sólo que un pocomás blanco.Alain se encaminó al río para volver a ver en él las estrellas. En él parecían fluir, se hacían líquidas e inciertas,se doblaban, se hacían redondas, se velaban bajo un telónoscuro y en ocasiones se las veía en una muchedumbrede líneas cortas que se espejaban. Iban con la corriente, seextraviaban en los remolinos y morían, ahogadas por gruesos manojos de hierbas.Durante toda esa noche, Alain caminó junto al río. Doso tres hálitos de la mañana envolvieron a todas las estrellascon una mortaja gris clara con rayas de oro y de rosa. Al piede un árbol enjuto en el que temblaban sus hojas de plata,Alain se sentó un poco cansado. Aún caminó todo el día. Ala noche, durmió en un hueco de la orilla. Y a la mañana siguiente, retomó su marcha.Hete aquí que vio alargarse el río y perder a la llanura sucolor. El aire se hacía húmedo y salado. Los pies se hundíanen la arena. Un murmullo prodigioso llenaba el horizonte.Pájaros blancos volaban emitiendo gritos roncos y llenos delamento. El agua se volvía amarilla y verde, se inflaba y sesalía de su curso. Las orillas se abajaban y desaparecían. Almomento, Alain no vio otra cosa que una gran extensión dearena, atravesada a lo lejos por una larga raya oscura. El ríodio la impresión de que no avanzaba: lo detuvo una barreranueva revista· 127113marcel schwobde espuma contra la que todas sus olas pequeñas luchaban. Más tarde se abrió y se hizo inmenso, inundó la llanura y se extendió hasta el cielo.Alain estaba rodeado de un tumulto extraño. A su ladocrecían cardos de las dunas con cañizos amarillos. El viento le barría el rostro. El agua se elevaba con hinchazones regulares, crestadas de blanco; largas curvaturas huecas quevenían una y otra vez a devorar la playa con sus bocas glaucas. Vomitaban en la arena una baba de burbujas, de conchas pulidas y agujereadas, de espesas flores de viscosa liga,caracolas relucientes, recortadas, cosas transparentes y blandas con singular animación, misteriosos restos misteriosamente gastados. El mugido de todas esas bocas glaucas eradulce lleno de lamentos. No gemían como los grandes árboles, sino que parecía que lloraban con otro lenguaje. También debían de ser envidiosas e impenetrables, pues hacíanrodar su sombra púrpura apartadas de la luz.Alain corrió por la orilla y se dejó mojar los pies por laespuma. La noche venía. Por un momento pareció que estelas rojas flotaban en el horizonte en un crepúsculo líquido. Luego la noche salió del agua, en un extremo delmar; se llenó de poder, ahogó las bocas que gritaban desdeel abismo con sus remolinos oscuros. Y las estrellas salpicaron el cielo del océano.Pero el océano no se convirtió en el espejo de las estrellas. Al igual que el bosque, resguardaba contra ellas su corazón de tinieblas ayudándose de la agitación eterna delas olas. Se veía brincar por encima de esta inmensidad ondulante las cimas crinadas de cabelleras de agua que lamano profunda del océano retiraba al momento. Montañasnueva revista· 127114la estrella de maderafluidas se amontonaban y se fundían a un tiempo. Cabalgatas de olas galopaban furiosas, después se abatían invisibles.Filas infinitas de guerreros con crines en movimiento avanzaban en una carga implacable y zozobraban en el campo debatalla bajo el flotar de una interminable mortaja.En el recodo de un acantilado vio una luz errante. Seacercó. Un corro de niños daba vueltas por la playa y unode ellos movía una antorcha. Estaban inclinados mirandohacia la arena en el sitio en donde vienen a morir los largoslabios del agua. Alain se mezcló entre ellos. Miraban en laplaya lo que acababa de traer el mar. Eran seres con rayas,de colores inciertos, rosados, violáceos, manchados de bermellón, ocelados por el azul del mar y cuyas magulladurasexhalaban un fuego pálido. Se podría decir que eran extrañas palmas de manos, alrededor de las cuales se crispaban dedos entecos; manos errantes, muertas ha poco, vueltas a arrojar por el abismo que envolvía el misterio de suscuerpos, hojas carnosas y animadas, hechas de carne marina; bestias astrales que vivían y se movían en el fondode un cielo oscuro.—¡Estrellas de mar! ¡Estrellas de mar! —gritaban losniños.—¡Oh! —dijo Alain—. ¡Estrellas!El niño que sostenía la antorcha la inclinó hacia Alain.—Escucha —le dijo— la historia de las estrellas. Lanoche en la que nació Nuestro Señor, el Señor de los niños,nació en el cielo una estrella nueva. Era enorme y azul. Leseguía allá donde iba y lo amaba. Cuando los malvados vinieron para matarlo, ella lloró sangre. Pero, cuando murió, alcabo de tres días, ella murió también. Y cayó en el mar y senueva revista· 127115marcel schwobahogó. Y muchas otras estrellas en aquel tiempo se ahogaronde tristeza en el mar. Y el mar tuvo piedad de ellas y no lesquitó sus colores. Y viene a devolvérnoslas lleno de dulzuratodas las noches para que nosotros las guardemos en memoria de Nuestro Señor.—¡Oh! —dijo Alain—. ¿Y yo no podría volverlas a encender?—Están muertas —respondió el niño de la antorcha—desde la muerte de Nuestro Señor.Entonces Alain bajó la cabeza, se dio la vuelta y salió delpequeño círculo de luz. Pues lo que él buscaba, no era deningún modo una estrella ahogada, una estrella muerta,apagada para siempre. Quería, como sólo Dios podía hacer,encender una estrella y hacerla vivir, disfrutar de su luz, admirarla y verla subir en el aire, lejos de las tinieblas del bosque, que esconde las estrellas, lejos de las profundidadesdel océano, que las ahoga. Los otros niños podían recogerestrellas muertas, guardarlas y quererlas. Ésas no eran paraAlain. ¿Dónde encontraría él la suya? No lo sabía; perotenía la certeza de que la encontraría. Sería algo muy hermoso. La encendería y sería suya y hasta podría ser que lesiguiera por todas partes, como la gran estrella azul que seguía a Nuestro Señor. Dios, que tenía tantas estrellas, tendría la bondad de dársela al pequeño Alain. Lo deseaba contodas sus fuerzas. Y ¡qué sorpresa la de su abuela, cuandoregresara! Todo el horrible bosque se aclararía hasta lo másprofundo. «¡No sólo es Dios el que alumbra sus estrellas!—gritaría Alain—. Yo tengo también mi estrella. Tan sóloAlain la alumbra aquí por dar luz en medio de los viejos árboles. ¡Mi estrella! ¡Mi estrella de fuego!».nueva revista· 127116la estrella de maderaLa luz que brincaba de la antorcha erró de un lado aotro de la playa, se hizo rojiza bajo la llovizna; las sombras de los niños se fundieron en la noche. Alain se quedósolo. Una lluvia fina lo envolvió y lo atravesó, tejió entre ély el cielo su red de pequeñas gotas. El lamento de las olaslo acompañó; ya un murmullo, ya un ulular; en ocasionesuna ola poderosa rompía con estrépito en el acantilado, sepulverizaba, estallaba por todas partes o se proyectabaentre la negrura del aire como un espectro de espuma.Luego la llanura se hizo igual y monótona como los suspiros regulares de un enfermo; vino una especie de dulcetumulto aéreo, balbuciente y confuso; más tarde Alain penetró en el silencio...IIIY pasaron los días y las noches; las estrellas salieron y sepusieron; pero Alain no había encontrado la suya.Llegó a una tierra inhóspita. La hierba fuera de sazónamarilleaba tristemente en los extensos prados; las hojas delas viñas enrojecían en las cepas delante del racimo acre yapretado. Por doquier, líneas regulares de chopos recorríanla llanura. Las colinas se elevaban con lentitud, recortadascontra los campos pálidos, en ocasiones con la mancha oscura de un bosquecillo de encinas. Otras, escarpadas, seveían coronadas por un círculo de árboles negros. Las largas mesetas se erizaban de masas amenazantes. El verdeindolente de un grupo de pinos parecía allí un lugar feliz.A través de esta árida comarca erraba un manantial claroy pedregoso. Rezumaba dulcemente de un montículo,nueva revista· 127117marcel schwobdejaba seco la mitad de su lecho en los primeros ribazosy se resquebrajaba en brazos que iban a acariciar el pie deviejas casas de madera con el marco lleno de guirnaldas.Era tan transparente que los lomos de las percas, de los lucios y de los peces araña aparecían como una bandadainmóvil. Los guijarros rozaban con suavidad el hilo de aguay Alain veía a los gatos pescando de noche entre las dosorillas.Y más lejos, allí donde el arroyo se convertía en río, habíauna pequeña ciudad asentada en las márgenes bajas, concasas pequeñas, puntiagudas, tocadas con tejas acanaladasen ojiva, con gran cantidad de minúsculas ventanas estrechas y con rejas, con garitas en los techos pintadas de azuly de amarillo y un viejo puente de madera, y un monasterio, semejante a una bruma bermeja desbarbada, donde SanJorge, dispuesto para la lucha, arrojaba su lanza a la garganta de un dragón de cerámica roja.El río, largo, luminoso y verde, rodeaba la ciudad comoun rompeolas, entre montañas nevadas a lo lejos y todas laspequeñas colinas de la pequeña ciudad por donde subíanlas calles con sus grandes letreros de colores: la calle delYelmo, y la calle de la Corona, y la calle de los Cisnes, y lacalle del HombreSalvaje, cerca del Mercado de Pescadosy del León de Piedra que vomitaba su chorro de agua puracomo un arco de cristal.Había allí probos mesones donde las mozas de grandesmejillas vertían el vino claro en las jarras de estaño, dondecolgaban en las paredes las vestiduras y las mucetas dejadas en empeño; el Ayuntamiento, donde se sentaban losburgueses con su capa de paño, con su camisa de linonueva revista· 127118la estrella de maderacrudo, el anillo de oro en el dedo corazón, haciendo buenajusticia y pronto despacho de los malhechores, y alrededorde la casa del consejo, calles estrechas y apacibles con lostenduchos de los escribanos, bien abastecidos de pergaminos y de escribanías; mujeres tranquilas, con ojos de unazul acuoso, con cara gastada por la ternura, con un doblementón, tocadas con una túnica transparente, a veces laboca velada por una banda de tela fina; muchachas jóvenes con vestidos blancos, con los codos recortados y uncinturón cereza; muchachas que parecía que hilaban ensus ruecas sus largos cabellos; niños pelirrojos con labiospálidos.Alain pasó por debajo de una bóveda rechoncha: erala entrada de la plaza del Viejo Mercado. La rodeaban casitas acurrucadas como viejas alrededor de un fuego de invierno, todas apelotonadas bajo su capirote de pizarras yabultadas con escamas a la manera de las gargantas de dragón. La iglesia parroquial, negra por los monstruos debarba de espuma, se inclinaba hacia una torre cuadradaque se iba afilando como la punta de un estilete. Cercaabría sus puertas la barbería, de vidrios grasientos, redondos como burbujas, con contraventanas verdes en las quese veían pintadas en rojo las tijeras y la lanceta. En mediode la plaza estaba el pozo con el brocal gastado, cubiertopor su cúpula de herrajes cruzados. Niños con los pies desnudos corrían a su alrededor; algunos jugaban a las tres enraya en las losas; un gordito lloraba en silencio, la bocasucia de melaza y dos chiquillas se tiraban de los pelos.Alain quiso hablarlos; pero ellos huían y le miraban a escondidas, sin responderle.nueva revista· 127119marcel schwobEl sereno de la noche se dejó notar entre un aire nebuloso. Se veían brillar ya las candelas que se reflejaban enlos vidrios espesos como círculos rojos. Se cerraban laspuertas; se oía el entrechocar de las contraventanas y el rechinar de los cerrojos. El plato de estaño de la hospederíatintineaba contra su garfio de hierro. Por el zaguán entreabierto Alain vio la luz del hogar, aspiró el olor del asado,oyó decantar el vino; pero no se atrevió a entrar. Una vozgruñona de mujer gritó que era la hora de cerrarlo todo.Alain se escabulló hacia una callejuela.Todos los puestos estaban cerrados. No había ningúnlugar de abrigo contra el relente. El bosque ofrecía el huecode sus árboles hendidos; el río, las vueltas de sus márgenes;la llanura, su surco entre los rastrojos; la mar, el recodo desus acantilados; hasta el campo duro no denegaba su zanjabajo el haya; pero la malhumorada ciudad, con sus cejasfruncidas, estrechamente cerrada y enclaustrada, no ofrecía nada a los pequeños vagabundos.La ciudad se convirtió en una negra espesura y hasta deuna forma extraña se erizó en los pasillos que la rodeaban,en sus angostos callejones sin salida, donde cruzaba pilares, hundía maderos oblicuos y cavaba arroyos que se entrelazaban. La ciudad adelantaba de pronto dos mojonescon cadenas, el rastrillo de una reja, los grandes garfios dela muralla; una casa cortaba la calle con su torrecilla; otrala aplastaba con su aguilón; una tercera llenaba la calle consu vientre. Era como una ronda inmóvil de piedra y de madera, armada con chatarra. Todo formaba un conjuntonegro, inhospitalario y silencioso. Alain avanzó, volvió paraatrás, se perdió, giró en círculo y regresó otra vez a la plazanueva revista· 127120la estrella de maderadel Viejo Mercado. Las candelas estaban apagadas y todaslas ventanas estaban recogidas en sus caparazones. No viomás que una luz vacilante, en un tragaluz oval, cerca de lapunta de la torre cuadrada.Se entraba allí por la abertura de un basamento que noestaba cerrado y los peldaños de la escalera llegaban hastael umbral. Alain se armó de valor y se puso a subir por unaestrecha y rápida espiral. A la mitad del camino, crepitabaen el muro una mecha que ardía suavemente y que flotabaen un mechero de cobre.Cuando llegó a lo alto, Alain se paró delante de una extraña puertecita incrustada de clavos de bronce y retuvo surespiración. Oía a intervalos una voz aguda y anciana quepronunciaba frases entrecortadas. Y de pronto su corazónempezó a latir y creyó que se ahogaba: pues la aguda y anciana voz hablaba de estrellas. Alain pegó su oreja al herrajeesculpido en la gran cerradura y escuchó.—Estrellas malvadas y funestas —decía la voz— conla noche, la hora y con el que pregunta. Escribe: Sirio,velado por la sangre; la Osa Mayor oscura; la Osa Menor,llena de bruma. La Estrella Polar, radiante y marcial.Puerta superior: en esta noche de martes, Marte rojo eincendiado en la octava casilla, casilla de Escorpión,signo de muerte y de muerte por fuego: batalla, carnicería, mortandad, llamas que devoran. En esta hora decimotercera, perjudicial por naturaleza, Marte está en conjunción con Saturno en la casilla del terror. Calamidad;muerte; el peor desenlace para cualquier empresa. El hierro se mezcla con el plomo y el fuego. Hierro forjado paradestruir; plomo fundido. Marte se une a Saturno. El rojonueva revista· 127121marcel schwobpenetra en el negro. Incendio en la noche. Alarma durante el sueño. Tintineo de hierro y masas de plomo quechocan. Aspecto contrario: pues Tauro entra en la Puerta Inferior y Escorpión en la Puerta Superior. Júpiter enla segunda casilla se opone a Marte en la octava. Ruinade toda riqueza y de toda gloria. El Corazón del Cielo permanece estéril y vacío. Así el ardiente Marte domina sindisputa sobre los edificios y la vida que Saturno posee.Incendio de la ciudad; muerte por las llamas. Terror yconflagración. A la hora decimotercera de esta nochede martes, Dios desvía los ojos de sus estrellas y entrega las almas al fuego.Al momento allí donde la vieja voz iba diciendo esas palabras la puerta se abrió, golpeada por puñetazos y patadas:la pequeña figura de Alain pareció de pie en el umbral,erguida y furiosa, y el niño irritado gritó:—¡Mentís! Dios no abandona a sus estrellas. ¡Sólo Diossabe alumbrar sus estrellas en la noche!Un anciano vestido con una toga de marta elevó su mirada inclinada sobre un astrolabio construido en forma deesfera armilar y parpadeó con sus párpados enrojecidoscomo un pájaro antiguo de la noche azorado en su guarida.A sus pies, un niño pálido y delgado que escribía en un pergamino dejó caer la pluma de sus dedos. La llama de dosgrandes cirios de cera se alargó y se desvió por la corriente de aire. El anciano alargó su brazo y su mano aparecióen la bocamanga forrada como una osamenta vacía.—¡Niño bárbaro e incrédulo —dijo— qué negra ignorancia te posee! Escucha: este otro niño te instruirá porsu boca. Háblale tú de la naturaleza de las estrellas.nueva revista· 127122la estrella de maderaY el niño flaco recitó:—Las estrellas están fijas en la bóveda de cristal y girancon tanta rapidez sobre su apoyo de diamante que se inflaman por su propio movimiento y torbellino. Dios no esnada más que el primer motor de las órbitas y la causa dela revolución de los siete cielos; pero, tras el movimientoinicial, el cielo de las constelaciones no obedece más quea sus propias leyes y gobierna a su antojo los sucesos de latierra y los destinos de los hombres. Tal es la doctrina deAristóteles y de la Santa Iglesia.—¡Mientes! —gritó de nuevo Alain—. Dios conoce atodas sus estrellas y las ama. Me las ha dejado ver pese a losgrandes árboles del bosque que cubrían el cielo; y ha hechoque flotaran en mi honor a lo largo de la corriente del río; yalegres las ha puesto a bailar para mí por encima del campo;y he visto también las que se ahogaron cuando la muertede Nuestro Señor; y muy pronto me enseñará la mía y...—Niño, Dios te mostrará la tuya. ¡Así sea! —dijo el anciano.Pero Alain no pudo saber si le hablaba en serio puesun soplo de viento llenó al instante la habitación y las dosllamas de los cirios se tumbaron como flores vueltas delrevés, azulearon y murieron. Alain encontró de nuevo la escalera palpando el muro; y, como estaba lleno de audacia ytambién para castigar al anciano embustero, arrancó el mechero de cobre con su mecha ardiente y se lo llevó.Toda la plaza estaba negra de noche y la torre cuadrada pareció esconderse y desaparecer tan pronto como Alain la huboabandonado. Volvió a encontrar el paso de la bóveda a la luzde su lámpara y lo franqueó. Aquí los sombreros puntiagudosnueva revista· 127123marcel schwobde los techos no recortaban el cielo. Las tinieblas se alargaban y la sombra superior parecía como barnizada de blancura. El firmamento nocturno estaba asido en una celosía de estrellas, recorrido por hilos de aire tenue con nudoscentelleantes, cubierto por una redecilla de fuego claro. Alainelevó la cabeza hacia la gran red radiante. Las estrellas se reíansiempre con su risa de escarcha. Con seguridad que ellasno tenían piedad de él. No lo conocían pues había permanecido cubierto durante mucho tiempo en la horrorosa espesura del bosque. Se reían de él, al estar tan altas y deslumbrar tanto, porque él era pequeño y no tenía nada másque una lámpara vacilante y llena de humo. Se reían tambiéndel viejo mentiroso que pretendía conocerlas y de sus dos cirios apagados. Alain las miró una vez más. ¿Se reían por burlarse o se reían de placer? Bailaban también. Debían de serfelices ¿No sabían que el pequeño Alain la encendería a unade ellas como el mismo Dios? Con seguridad Dios se lo habíadicho. ¿Cuál debía ser la suya? Había tantas. Una noche sinduda se daría a conocer, descendería a su lado y no tendríamás que cogerla como una fruta. O, si no quería dejarse tocar,volaría ante él con sus alas de fuego. Y ella reiría con él y élreiría con la misma risa que ella y todo el viejo bosque se veríasembrado de lucecitas que no serían sino risas.Ahora Alain estaba sobre el viejo puente que temblabasobre sus pilares esculpidos. Se veía correr el agua entre lasgruesas vigas de su entarimado y hacia el centro había unagarita toda ella revestida de pizarras pintadas de amarillo yazul. El vigilante debería de permanecer en su nicho pero noestaba allí. Por fortuna para Alain, pues es posible que nole hubiera dejado pasar con su lámpara. Alain no se atreviónueva revista· 127124la estrella de maderaa alumbrar el agujero negro de la garita y apretó el paso. Delotro lado del puente estaban las casas más humildes de laciudad, las que no tenían escudos de colores, ni grifos monstruosos para agarrar los contrafuertes de las ventanas, nibocas de dragón para vomitar el agua de la lluvia, ni serpientes que se enlazaban a los dinteles de las puertas, nisoles haciendo visajes y deslucidos en los aguilones. Ellasno tenían ni su camisa de tejas desnudas o de pizarras grises y tan sólo estaban construidas con maderos cortados aescuadra.Alain llevaba en alto su lámpara para distinguir el camino. De repente, se paró y se puso a temblar. Había unaestrella ante él, un poco por encima de su cabeza.Estrella oscura, la verdad, pues era de madera. Tenía seisrayos cruzados sobre otros seis, de manera que era perfecta. Estaba clavada en el extremo de una tabla que cruzaba lacalle. Alain la alumbró y la observó. Era ya vieja y estaba resquebrajada. Sin duda que había esperado mucho tiempo;Dios la había olvidado en un rincón de esta pequeña ciudad;o bien la había dejado allí sin decir nada, sabedor de queAlain la encontraría. Alain se acercó a la casa. Era una casapobre que no tenía contraventanas y, por los vidrios bajos, viomuchos curiosos personajes de madera. Estaban alineadosen una repisa, como si miraran por la ventana; sus ropas eranduras y rectas; sus labios se estrechaban en un trazo; sus ojoseran redondos y sin brillo y tenían las manos cruzadas. Habíatambién un buey y un asno, con las patas rígidas y muy abiertas y una cruz donde parecía clavada una figura llorosa y unpesebre sobre el que estaba clavada una estrellita, muy parecida a la que estaba enganchada en la calle.nueva revista· 127125marcel schwobY Alain vio que la había al fin encontrado. Esta estrellaestaba hecha con la madera del bosque y esperaba que alguien la prendiera. Había esperado a Alain. Acercó su lámpara y la llama roja lamió la estrella que crepitó. Brotaronlagrimitas azules: luego un trazo de fuego, un chasquido yse puso a arder, convirtiéndose en una bola de fuego resplandeciente. Entonces Alain aplaudió gritando:—¡Mi estrella! ¡Mi estrella de fuego!Algo se movió en la casa; las ventanas de arriba se abrieron y Alain vio cabecitas asustadas con largos cabellos, muchos niños en camisa que se habían despertado y venían amirar. Alain corrió hacia la puerta y entró en la casa. Gritaba:—¡Niños, venid a ver mi estrella! ¡Mi estrella de fuego!¡Alain ha encendido su estrella en medio de la noche!Mientras tanto la estrella ardiente creció muy deprisa, desparramó una cabellera de chispas; luego las maderas secas seinflamaron; el techo de paja enrojeció de golpe y todo el alerose convirtió en un telón de fuego. Se oyó un grito de espanto, llamadas vagas, luego llantos agudos. Y el incendio se hizoenorme. Hubo un derrumbe; enormes tizones se levantaronentre el humo; fue una enorme mezcolanza de rojo y de negro;al final una especie de remolino se elevó allí en donde se precipitó un montón de enormes brasas ardiendo.Y el jadeo siniestro de una campana de alarma comenzó a resonar.En ese mismo momento, el viejo de la torre cuadradavio alzarse en el Corazón del Cielo, que es la Casa de laGloria, una nueva estrella roja.nueva revista· 127126