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El escritor

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“El escritor,” accessed April 26, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1966.

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El escritor

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Nueva Revista 127 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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EL ESCRITOR ANTE LA BARBARIE.STEFAN ZWEIG A LA LUZ DE SUS BIÓGRAFOSPablo d’OrsESCRITOR Y CRÍTICO LITERARIODOS NOVEDADES BIOGRÁFICAS TRAEN DE NUEVO A LA ACTUALIDAD AL ESCRITOR AUSTRÍACO STEFAN ZWEIG. UNA LAFIRMA SU PRIMERA MUJER, FRIDERIKE ZWEIG, Y LA OTRA ELINVESTIGADOR OLIVER MATUSCHEK. PONEMOS AMBAS ENCOMÚN PARA INTENTAR DESCUBRIR LAS DISTINTAS VERSIONES DE ESE AUTOR CLAVE EN LA LITERATURA Y EN LA VIDAEUROPEA ANTERIOR A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.«Amémonos en el arte como los místicos se aman en Dios, ypalidezca todo ante ese amor»Gustav FlaubertEn estos últimos meses, dos libros —distintos en su planteamiento, pero afines en el tema— han puesto a StefanZweig (Viena, 1881Petrópolis, Brasil, 1942) en el candelero del mercado editorial español. Me refiero a Destellos devida. Memorias(Global RhythmPapel de Liar, 2009), escrito por quien fuera la primera esposa del escritor austriaco,y a Las tres vidas de Stefan Zweig(Global RhythmPapel nueva revista· 127136de Liar, 2009), del documentalista e investigador OliverMatuschek, conocido por su catálogo e historia de la colección de autógrafos del biografiado Zweig. El estudio comparativo entre ambos volúmenes es inevitable, pues si bien haydatos coincidentes, como no podía ser de otra forma, también los hay divergentes y hasta contradictorios, obligando allector atento a una revisión de ese grande de las letras europeas que fue el autor de Veinticuatro horas en la vida deuna mujery Novela de ajedrez.Comenzaré reflexionando sobre el primero en su ordende publicación, de menor enjundia y rigor, el escrito porFriderike Zweig (Viena, 1882Stamford, 1971), quien,según unos, no tuvo pudor en apropiarse del apellido de suafamado esposo aun después de divorciarse de él y, segúnella misma, estaba en posesión de un documento legal quejustificaba, y hasta la exhortaba, a este fin. Lo primero quellama la atención de la tal Friderike von Winternitz (yZweig deja reveladora constancia en su diario de cómo sintió como si una ráfaga de aire helado hubiera entrado en lahabitación cuando conoció a Von Winternitz) es que setrata de un volumen que rezuma esa forma de amor que esla devoción y la solicitud. Escrito por una mujer cuya vidagiró, casi exclusivamente, en torno a la figura estelar deZweig, sorprende la naturalidad con que su autora aceptaser designada por el poeta con la expresión «conejitamayor», dando por sobreentendido que su ardiente y adorado Zweig tuviera otras «conejitas menores» con que saciar su pasión. Llaman la atención los desvelos de estamujer para, sin entrometerse en la creación de su marido—para la que Zweig, evidentemente, se bastaba—, velarnueva revista· 127137pablo d’orspara que él gozase de la tranquilidad necesaria para escribir y pudiera sobrellevar sus frecuentes e irracionales crisis de pesimismo. Pese a ser madre de dos hijas, a quienesnaturalmente debía criar, y pese a los múltiples viajes que,como cosmopolita comme il faut, hizo junto a su esposopor Francia, Italia y Suiza, Friderike tuvo tiempo de acompañar muchos de los años de formación y placeres del reputado escritor; de alquilar una magnífica vivienda en laKapuzinerberg de Salzburgo, donde compartieron días luminosos pero preñados de incertidumbre; de manteneruna intensísima relación social, lejos de las corrientes chovinistas y alimentada por el intercambio cultural, así comouna nutrida correspondencia con el propio Zweig y conmuchas de las personalidades más destacadas de su momento (Albert Schweizer, Albert Einstein, Máximo Gorki,Romain Rolland y Joseph Roth, ente otros —sin olvidarmúsicos, actores y otras figuras de la farándula—, ofreciendo de todos ellos, en sus memorias, jugosas semblanzas); de acudir al teatro y a conciertos con envidiable frecuencia; de preocuparse para que las palabras de sumarido, en cuanto escritor internacional, llegasen a todoslos rincones del mundo; de emigrar a Norteamérica consus hijas, dando testimonio de su temperamento luchador;y, en fin —que es lo que ahora nos ocupa—, de legarnosno sólo estos Destellos, sino su célebre Zweig, tal como yolo viví (Stefan Zweig, wie ich ihn erlebte), así como unapreciosa biografía del escritor en imágenes. Conforme seavanza en lectura de estos Destellos, la impresión de quedetrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer sehace más y más evidente.nueva revista· 127138el escritor ante la barbarieDe este «libro de recuerdos», tal y como la propia autora lo define, me ha interesado de modo particular losprimeros compases de la relación entre Stefan y Friderike, allá por el año 12. Como no podía ser de otra formaentre escritores, todo fue gracias a un libro: los Himnos ala vida, del belga Emil Verhaeren, en traducción del propio Zweig. Tras la lectura de aquellos poemas, y no sin haberse percatado de que el otrora bohemio era ya un elegante joven —conocido ya en los medios literarios—,Friderike tomó la iniciativa de enviarle una notita de agradecimiento. Fue así como «la providencia había hecho unprimer intento no consumado de ponernos en contacto»,confiesa la escritora. «Es posible que escenificásemosuna pequeña comedia al subrayar el carácter literario dela floreciente amistad», sigue diciendo. A partir de ahí, lascartas —siempre con la redonda caligrafía de Zweig, entinta lila— y los encuentros se suceden en las más diversas ciudades de la geografía europea: en Berlín, dondeStefan compró una cesta de naranjas que fue repartiendoentre los niños; en el barrio portuario de Sant Pauli (Hamburgo), donde «mujeres maquilladas se exhibían ante ventanales iluminados con farolillos rojos»; en la gloriosa soledad del macizo de Rosengarten; en Baden, conocida porsus balnearios, un escenariopreámbulo de su futura relación conyugal... Una escenografía del amor que, en expresión de Romain Rolland, servía al tiempo de hermanamiento con otros pueblos y propiciaba la camaraderíaentre artistas.Al igual que sucede con el colosal El mundo de ayer.Memorias de un europeo, incomparablemente superior anueva revista· 127139pablo d’orslos dos libros que aquí recensionamos, Destellos, que tanprometedoramente comienza, se desliza hacia la descripción del convulso mundo que al matrimonio Zweig le tocóvivir, exquisitamente burgués, culto y hasta refinado enprimera instancia y, finalmente, terrible y hasta atroz acausa del nazismo y la conflagración bélica. La ventaja detal opción es un friso del ambiente cultural de aquellaViena de principios de siglo, sin duda una de las etapasmás gloriosas de la cultura europea y de la cultura en general; la contrapartida: la carencia de detalles o anécdotas,apartado, en cambio, en el que la obra de Matuschek esgozosamente generoso y hasta prolijo.Hay, sin embargo, en todo el libro, que es una narración retrospectiva pero sobre todo una recopilación defragmentos de diarios y de cartas, así como de textos deotras personalidades como Rilke o Louis Pasteur, unacierta intención de ventilar en público asuntos de índolenetamente privada y, como no podía ser menos, Lotte Altmann, la segunda esposa del escritor, no sale muy bienparada. En efecto, aquella alocada secretaria, treinta añosmenor que Zweig, aparece en estas páginas como oportunista y usurpadora. Priman, no obstante, como ya he indicado, los apuntes sobre la complicada situación políticade Austria allá en el 37, sobre la desaparición del Imperio Austrohúngaro y la Revolución Rusa, así como la narración de su cruda vivencia de la Segunda Guerra Mundial en París, con la expansión de los movimientosrevolucionarios: todo aquello que Zweig no supo asumiry que le condujo, víctima de su extremada sensibilidad, a lapremeditadísima y liberadora decisión de poner fin a susnueva revista· 127140el escritor ante la barbariedías en Brasil. Mi conclusión es que Zweig, autor élmismo de memorables biografías, no hubiera escrito eltipo de libro que firmó su primera esposa.Antes de entrar en Las tres vidas de Stefan Zweiges preciso dejar constancia de que Matuschek acusa a Friderikeen el primer capítulo de su libro no sólo de silenciar algunos hechos relevantes, algo después de todo comprensible, sino de relatar sucesos sin la necesaria documentación, haciéndose valer exclusivamente de su memoria.También acusa a la autora de Destellosde manipular datos,con mejor o peor fortuna. Y no se trata de una acusaciónsin importancia, pues apunta a la caprichosa eliminaciónde algunos personajes, a la dolosa relativización de algunasdeclaraciones, a la popularidad que Friderike buscó consus memorias y con la publicación del epistolario y, en fin,como yo mismo indicaba más arriba, a la implacable censura a que los pasajes que trataban sobre Lotte Altmanneran sometidos.Para remediar tamaña imprecisión y agravios a la historia, Matuschek saca a colación a Alfred Zweig, el hermano de Stefan, con quien Friderike no tuvo sólo una relación tensa, sino de estricta rivalidad. Así fue: Alfredestuvo muy molesto con que Friderike se atreviera a describir episodios de la infancia de los Zweig, cuando ella,obviamente, no pudo estar allí. Alfred se enfadó al constatar que su padre era tachado de débil y su madre de caprichosa. Alfred no soportaba que Friderike se presentase como conciliadora ni que ocultase lo conflictiva quefue su convivencia con el autor de Jeremíasen su residencia de Salzburgo. El caso es que, con el apoyo incondicionalnueva revista· 127141pablo d’orsde los herederos del escritor —como Matuschek se encarga de subrayar—, el biógrafo se ha servido para Las tresvidasde todos los textos originales de Zweig, procedentesde colecciones privadas, bibliotecas y archivos de diferentes países, al igual que de un concienzudo análisis de lacorrespondencia que Zweig mantuvo con su hermano Alfred, con su amigo Richard Friedenthal, que fue quienadministró su legado literario tras su muerte, y con ErichFitzbauer, responsable de la Sociedad Internacional Stefan Zweig en la década de los cincuenta.El resultado es una obra admirable por su rigor científico y esmero documental, así como entretenida por su estilo narrativo —claro y conciso—. Tanto el personaje comosu época quedan bien delineados; el periodo histórico —laEuropa central de entreguerras— se hace perfectamentecomprensible; y figuras como Schnitzler, Strauss o Hoffmansthal cobran la auténtica dimensión que tuvieron en lavida de Zweig, que aparece aquí como quien realmentefue: no sólo un exitoso autor, sino una estrella mediática ypopular de la literatura mundial. Los méritos de Matuschek, por ende, no son pequeños.Pero lo que más me ha interesado de esta obra ha sidosu estructura tripartita, que respeta la que el propio Zweigquiso dar sin éxito a su autobiografía, las múltiples anécdotas que trufan el texto —que obviamente dan una visióncabal y más completa del poeta— y, lo que considero capital, la imagen final que resulta del biografiado. De estastres características quisiera dar cuenta a continuación.La primera vida o etapa de Zweig versa sobre sus años deaprendizaje en la tonificante Viena finisecular, sus primerosnueva revista· 127142el escritor ante la barbarieescarceos amorosos y su obsesiva preocupación adolescente por fraguarse un sitio en el parnaso literario —consu temprana irrupción en la bohemia del Imperio—; esteperiodo concluye con el estallido de la Primera GuerraMundial. La segunda vida o etapa describe su frustrada incorporación a filas y las tareas burocráticas que desempeñó para el ejército austriaco, así como su éxito y brillomundano durante dos decenios, las prolíficas décadas delos veinte y treinta, en que Zweig era traducido, casi inmediatamente, al francés, italiano, inglés y español. La últimavida o etapa, en fin —aquella que muestra a un Zweigsemidiós pero, a la postre, demasiado humano—, tratasobre su doloroso trastorno bipolar, sobre su exilio por sucondición judía, sobre su importantísima vocación pacifista e internacionalista, así como sobre la lamentable prohibicióny quema de sus libros, «aquel aquelarre medieval dedementes en pleno corazón del país de los poetas y pensadores». Sobre esta plantilla, ante nuestros ojos lectores desfilala enriquecida familia de los Zweig, provenientes de laactividad industrial; el indudable privilegio de los incontables viajes y formación universitaria del biografiado; su esfuerzo titánico y talento para construir, al estilo de ThomasMann, su propio destino; la constante edición de sus agudos y sofisticados relatos, de sus estimables ensayos —consu inconfundible y acertada fórmula en tría das— y de susdecentes poesías, aun las más primerizas, de las que Zweigrenegó en su madurez; así como la postrera postergaciónde toda su obra, tachada de anticuada por las nuevas generaciones y hoy, afortunadamente, recuperada y colocadaen su correspondiente puesto de honor.nueva revista· 127143pablo d’orsEn segundo lugar —y esto es lo que personalmenteprefiero de la obra de Matuschek—, las anécdotas: unapaleta llena de colores por medio de los cuales accedemosal hombre que palpitaba tras el escritor. Me refiero a suaversión al colegio, del que ni siquiera al término de susdías era capaz de recordar nada bueno («lo llamábamos escuela y queríamos decir miedo, severidad, suplicio, coacción y cárcel», escribe); a su torpeza para el baile y los deportes (no aprendió a montar en bicicleta en toda su vida);a sus suspensos en física y matemáticas, materias por lasque no demostraba ninguna afición; a su ridícula admiración por Johannes Brahms —cuyos méritos desconocía,pero cuya fama suscitaba en él un efecto embriagador—; asu pueril imitación de firmas, fruto de las concienzudascomparaciones de autógrafos, que coleccionaba con enfermizo afán; a su habilidad para ser tan travieso como elque más, pero suficientemente hábil para ocultar su rebeldía; a su desmesurada afición a los cafés, donde, como esbien sabido, se gestaba la vida cultural del país; a su cautelosa reserva y discreción, hasta el punto que ni siquierasus más allegados sabían qué escondía tras su correctaapariencia externa; a la impresión que le produjo que Friderike declarara, ya en su primera entrevista, lo trágicoque se le antojaba tener hijos con un solo hombre; a suscuidadosos viajes de formación a la India y a las Américas,de los que se deja constancia en algunas fotografías; a suprofundo malestar ante las primeras críticas a sus publicaciones («Kalkbeck, el imbécil de siempre», dice sobreuno de los críticos del Neues Wiener Tageblatt); a su inconsciencia y hasta candor en lo que atañía a cuestionesnueva revista· 127144el escritor ante la barbariefinancieras; a su prevención frente a cualquier relaciónafectiva, por el temor a que le robara demasiado tiempo y,en fin, a sus innumerables conquistas («Me insinúo a unadama y en un santiamén está conmigo en la cama a lascuatro de la madrugada»), así como a su pánico sexual(«El erotismo me da pavor porque él me toma a mí y no yoa él»)... ¿Debo seguir? Como botón de muestra juzgo quees más que suficiente.Por último, y más allá de la incuestionable calidad artística de la obra de Zweig y del poderoso vigor de su lenguaje, la imagen que resulta del escritor: la de un hombreque —apasionado por sí mismo, como demuestra que antepusiera su legado literario a todo lo demás— tuvo unaextraordinaria sensibilidad social que, sin embargo, nosupo hacerse cargo del nuevo mundo que estaba irrumpiendo y que, por ello, no pudo sobrevivir a la civilizaciónque le tocó vivir. En efecto, azotado por el nazismo y el comunismo y arrasado por las nuevas clases sociales e ideologías, por las nuevas tecnologías y formas de expresión,Zweig y todos los de su élite no supieron reaccionar frente a los desafíos de su tiempo y fue barrido de la historia,por mucho que hoy, por fortuna, lo estemos recuperando.Pero el autor de la soberbia La impaciencia del corazón, asícomo del inolvidable Los ojos del hermano eterno, debe restar entre nosotros más allá de su decadentismo estilístico(Zweig ha envejecido muy bien) y de su miopía política.Debe restar y resta por haber edificado una vida desde alamor a los libros como baluarte con que hacer frente a labarbarie. En este sentido, no menos importante que el estrictamente literario —pues apunta a la actitud ética delnueva revista· 127145pablo d’orsescritor ante su tiempo y a su ineludible responsabilidad—,Stefan Zweig permanece en los archivos de la historia porsu acusada preocupación por construir una Europa auténticamente civilizada, que hunda sus raíces en algo máshondo que los meros intereses comerciales o la economía.Concluyo con las palabras de C. Thompson, uno de losmás fervientes discípulos del escritor, recogidas por Friderike Zweig y que yo suscribo en toda su magnitud: «Ningún otro poeta me ha hecho comprender tan convincentemente el ideario humanista y la necesidad depermanecer firmes en la defensa de las ideas [...]. No encontré a ningún otro pensador con un sentido de la justiciatan categórico, firme e inmarcesible; su capacidad de juicio florecía en un himno a la humanidad, incluso cuandohablaba de la mezquindad y las imperfecciones». Por supuesto que el suelo se agrietó a los pies de Zweig, quien,cual testigo lúcido de este resquebrajamiento y preso deuna melancolía venenosa, prefirió ser el artífice de su propio final antes que otra de sus víctimas. Sí, pero en su existencia de contrastes supo mantener el tesoro de su libertad interior, convencido de que la misión del escritordurante la guerra no es sino escribir. Más que por la belleza y fulgor de sus palabras —si es que todavía hay alguien que dude de esto—, la razón por la que se consagróa las letras fue, en mi opinión, para que no desaparecieran de la faz de la tierra las huellas del horror.nueva revista· 127146