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El Imperio del pesimismo

Gabriel de Pablo Contreras

De cómo se enfrenta el gobierno a los problemas políticos. Ejemplos de esta situación son: la Ley del Aborto o la legalización de la prostitución.

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Referencia

Gabriel de Pablo Contreras, “El Imperio del pesimismo,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1877.

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Title

El Imperio del pesimismo

Subject

Sociología futura

Description

De cómo se enfrenta el gobierno a los problemas políticos. Ejemplos de esta situación son: la Ley del Aborto o la legalización de la prostitución.

Creator

Gabriel de Pablo Contreras

Source

Nueva Revista 123 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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SOCIOLOGÍA FUTURAEl imperio del pesimismoGABRIELDEPABLOCONTRERASPERIODISTAHay muchas cosas de nuestra época que, aun siendo habituales, son difíciles de comprender. Una de ellas es el significado del siguiente argumento: «Las mujeres desde siempre han abortado. Con ley o sin ley, seguiránabortando. Como en todo caso lo van a seguir haciendo, legalicemos elaborto para que al menos lo hagan con garantías sanitarias». En otras cuestiones, como por ejemplo la prostitución, se argumenta de manera semejante, a saber: «Es imposible acabar con la prostitución, así pues hagámosla legal para que las mujeres la ejerzan al menos con garantías laborales».Según esta peculiar manera de argumentar, parece que hay que legalizarcualquier cosa por el mero hecho de que existe, de que es una «realidad»,en cierta medida inevitable.Pero que algo exista, que sea una «realidad», no significa que deba serlegal. ¿Acaso no han existido desde siempre los delitos? ¿No ha habidotambién desde siempre latrocinio, asesinato, pederastia, estupro, explotación laboral o injusticias sociales? Los ha habido y los seguirá habiendomientras haya humanidad sobre la faz de la tierra. ¿Significa eso que debemos legalizar esos y otros delitos parecidos? No lo creo. Si persistimosen nuestra actual tendencia y continuamos legislando «realidades», corremos el riesgo de dejar lisiado el mismo concepto de delito, y aun de eliminarlo. Pero obviamente no tiene sentido una ley que no distingue lobueno de lo malo, que lo permite todo porque no prohíbe nada. ¿Alguiense puede imaginar una indefensión jurídica más grande que ésta? Suena asalmo bíblico: nadie, ni siquiera la ley, será capaz de distinguir entre el delincuente y el justo, entre el honrado y el tramposo. Ciertamente, es difícil sostener todo esto.13JUNIO 2009GABRIEL DE PABLO CONTRERASEstá claro que la solución a un problema político o social nunca puedeser la legalización. Si ETAes un problema, ¿lo solucionaríamos acaso legalizando el terrorismo? ¿Legalizaríamos los malos tratos porque «desde siempre» los hombres han pegado a las mujeres? Sin embargo, eso es exactamente lo que hacemos (o queremos hacer) con otras cuestiones como elaborto, la eutanasia, la prostitución, las descargas ilegales, las drogas, etc.Se pretende acabar con el corazón del problema sencillamente negandosu existencia como problema, verbigracia: la prostitución no es un delito,sino una profesión como otra cualquiera; el aborto no es un delito, sinoun derecho de la mujer; la pederastia no es un delito, sino una opción sexual saludable; el robo no es un delito, sino un ejercicio de libertad económica. Desde un punto de vista estrictamente retórico, cualquier problema deja de serlo si ya no lo consideramos como tal. Aunque, ciertamente,un problema no desaparece porque ya no lo llamemos por su verdaderonombre, del mismo modo que el avestruz no se salva del peligro por másque esconda la cabeza en un agujero.En este punto, alguien podría objetar, llevándose las manos a la cabeza, que «no es lo mismo» el aborto que la pederastia, que «no es lo mismo»el robo que la prostitución. En efecto, estamos todos de acuerdo en quehoy nuestra sociedad muestra cierta tolerancia por algunas cuestiones(aborto, consumo de drogas, eutanasia, prostitución, etc.), pero no porotras (malos tratos, robo, terrorismo, etc.). Sin embargo, todo esto es contingente, porque lo que ahora toleramos podemos dejar de tolerarlo y loque hoy nos parece horrible, nos puede parecer maravilloso en el futuro.Es una mera cuestión de opinión pública. Si, por medio de una acciónpropagandística prolongada en el tiempo, alguien consigue hacernos plásticos a la idea de que el incesto o la poligamia son una opción, ¿por quéno legalizaríamos también esas «realidades»?En el fondo de esta desconcertante legislación de «realidades» está naturalmente el relativismo, ese joven, nuevo y desenfadado amigo nuestro.La consideración posmoderna de que no hay una verdad, sino tantascomo personas, el pensamiento que subraya que la ética es una cosa decuras ha restado autoridad moral a la ley. Si no hay una verdad, si no hayuna ética común, ¿con qué legitimidad puede la ley (emanada de la sociedad) juzgar al que ha decidido «libremente» prostituirse, drogarse, sui14NUEVA REVISTA 123EL IMPERIO DEL PESIMISMOcidarse, robar o acabar con la vidade su propio hijo?La solución a un problema político oEl filósofo Fernando Savater hasocial nunca puede ser la legalizamanifestado muchas veces su preocución.pación porque en la legislación seconfundan delitos y pecados. Su preocupación procede de un principio ilustrado que comparto: en democracia,atendiendo al principio de la libertad religiosa e ideológica del ciudadano,no es bueno que la ley se entremeta en la conciencia individual de cada uno.Resumiendo, la legislación debe reflejar que es el ciudadano particular el quetiene conciencia, y no el Estado. Pero eso no significa que la ley y la moralno estén relacionadas. El error surge de creer, a impulsos de una laicidaddesenfocada, que la ley no debe ser moral en absoluto.Algún ingenuo puede pensar que la función de la ley es regular la realidad o, por mejor decir, «las realidades» que forman parte de una sociedad,sin tomar partido por ninguna. Pero esto es imposible, porque en todo casola ley no puede ser aséptica. Si algo es legal, automáticamente se convierteen moral, es decir, en aceptable desde el punto de vista de la conducta social. Algunos juristas llaman a esto la pedagogía de la ley. En efecto, si rebajamos la edad de las relaciones sexuales consentidas hasta los cinco años,por ejemplo, ¿no estaría la ley tomando partido por la pederastia? O si, compadecidos por quienes no tienen dinero para comer, permitiéramos hurtarimpunemente alimentos de un supermercado, ¿no estaría la ley diciendo alos ciudadanos: «robad, estúpidos»? Dice un conocido principio jurídico que«la costumbre hace la ley». Pero con la actual legislación de «realidades»,toma cuerpo la consideración de la política como un acto de adoctrinamiento: ahora es la ley la que hace la costumbre.La relación entre moral y ley es compleja, y ha dado lugar recientemente a una intensa discusión pública entre los partidarios de la laicidad y losdel laicismo. Sí existe una relación necesaria entre lo ético y lo legal, que seresume así: todo lo legal debe ser moral, aunque no todo lo moral debe serley. Quiere esto decir que una ley no puede ser inmoral de suyo porqueserá una ley injusta. Pero al mismo tiempo no se puede caer en la tentaciónde elevar toda la moral a la categoría de ley, porque sería una intromisióndirecta e inaceptable del Estado en la conciencia de cada ciudadano.15JUNIO 2009GABRIEL DE PABLO CONTRERASEn cierto modo, la actual legalización de «realidades» procede de unainterpretación extremada del principio del «mal menor», doctrina enunciada primitivamente por San Agustín en De ordine. Ante la existencia de unmal social persistente e irresoluble (como la prostitución), se debe o sepuede aplicar una cierta tolerancia, ya que acabar totalmente con ese males imposible. Por otra parte, la doctrina del mal menor se debe aplicarsólo en los casos en los que el «culpable» es al mismo tiempo una víctima,como sucede con la prostitución y el aborto. Pero una cosa es que las autoridades se «hagan las tontas» ante un delito de raíz compleja y otra muydistinta es que lo legalicen y lo incorporen al tejido social, normalizándolo. Realmente, hacer legal la excepción es convertirla en regla.En rigor, la doctrina del mal menor es una doctrina pesimista. SanAgustín, en el siglo V, no tenía lógicamente una concepción moderna dela acción social y política, por eso podía permitirse el lujo de considerarque la prostitución era un mal que incluso cumplía una cierta función social. Sin embargo, nosotros, desde la Ilustración, hemos tomado conciencia de que la sociedad es algo que podemos moldear, al menos en ciertamedida. Sabemos que somos y seremos lo que queramos ser. La formade ser específica de una sociedad no es algo que venga impuesto por la naturaleza, sino que es fruto de una interacción entre las personas que lacomponen, es decir, siguiendo a Rousseau, es un contrato social. En otraépoca, ante un problema, se hubieran encogido de hombros y lo hubieran atribuido a un castigo divino o algo parecido. En la modernidad, sinembargo, aplicamos nuestra inteligencia para intentar modificar el estadode las cosas que no nos gustan. Así pues, el pesimismo no es precisamente un valor ilustrado ni moderno, por más que hoy, quienes se dicen a símismos herederos de la Ilustración, habiten en un mundo interior sin esperanza. Lo propio del pensamiento moderno es tener fe, a veces inclusodemasiada, en la fuerza de la acción social de los hombres.El socialismo español actual en su propaganda se atribuye constantemente el valor del optimismo. Nada más lejos de la realidad. La visión social de la actual «izquierda» es tan profundamente pesimista, que sorprende que alguien pueda confundirla con el optimismo. En todo caso, sepodría calificar de «pesimismo sonriente». Según esta visión, la solución alos problemas está en negar su existencia, porque de hecho son imposi16NUEVA REVISTA 123EL IMPERIO DEL PESIMISMObles de resolver. Es aliarse con el malen vez de intentar derrotarlo. Es unaUna ley no puede ser inmoral desolución simple para ganar la batallasuyo porque será una ley injusta.a la existencia de un problema: loPero no se puede caer en la tentamejor es dejar de llamarlo problemación de elevar toda la moral a la cay llamarlo opción; lo mejor es dejartegoría de ley, porque sería una inde llamarlo delito y empezar a llatromisión inaceptable del Estado enmarlo derecho. Es brillante.la conciencia de cada ciudadano.Hace ya mucho tiempo que la actual «izquierda» abandera la blandura posmoderna en su acción política,y es la primera en legalizar aquellas «realidades» que ya están maduraspara su aprobación en las Cortes. Baila así al son que mejor suena, mecido por la brisa de la opinión pública, con la seguridad de que siempre vaa acertar, como «acierta» siempre el César cuando reparte pan al pueblo.Y lo peor de todo es que la derecha también ha iniciado esa misma carrera, algunas veces disimulando y otras liderando este alucinante pesimismo. ¿No hay ahora ningún político que se atreva a defender los sólidosprincipios ilustrados de la modernidad, frente a los volátiles contravaloresde la posmodernidad? ¿Tanto vale un cargo?Personalmente, comparto la posición de Séneca sobre estas famosas«realidades». Escribe el filósofo hispano romano en De Ira: «Contra losmales continuos y prolijos se ha de trabajar tenazmente, no para que dejede haberlos, sino para que no venzan». El pobre Séneca no sabía que enel siglo XXIíbamos a transformar su aforismo en este otro: «Contra losmales continuos y prolijos no se ha de perder el tiempo; para que dejede haberlos basta con dejar que venzan». El problema de la posmodernidad no es que no seamos capaces de resistir al lodazal del mal, sino quedirectamente nos arrojamos en él.19JUNIO 2009