Nueva Revista 119 > Mann sin atributos
Mann sin atributos
Felipe Santos
De la relación entre Robert Musil y Thomas Mann como competidores. Las obras de Mann.
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Referencia
Felipe Santos, “Mann sin atributos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1809.
Dublin Core
Title
Mann sin atributos
Subject
Música
Description
De la relación entre Robert Musil y Thomas Mann como competidores. Las obras de Mann.
Creator
Felipe Santos
Source
Nueva Revista 119 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
MÚSICAMann sin atributosFELIPESANTOSDeath in Venice, de Benjamin BrittenHans Schöpflin, Scott Hendricks, Carlos Mena, Uli Kirsch, Leigh Melrose.Nueva producción del Gran Teatre del Liceu, Teatro Real, Deutsche Oper am Rhein Dusseldorf Duisburg, Willy Decker (dir. escena)Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu, Sebastian Weigle (dir.)Gran Teatre del Liceu, Barcelona, 27.5.08Los Buddenbrook, de Thomas MannTraducción de Isabel García Adánez. Edhasa, 2008, 884 pp.Los Mann, dirigida por Heinrich BreloerMiniserie. Guión: Heinrich Breloer, Horst Königstein. Producción: Katharina Gräfin Lamsdorff,Thilo Kleine. Reparto: Armin MuellerStahl, Monica Bleibtreu, Jürgen Hentsch, VeronicaFerres, Sebastián Koch.DVD. Avalon. Alemania, 2001, 315 min.obert Musil y Thomas Mann no tuvieron una relación fácil. El primero, después del éxito de su obra inicial, vivía en la precariedadRmás absoluta, enfrascado en la redacción de El hombre sin atributos, unanovela interminable que le absorbió los últimos trece años de su vida.El segundo alcanzó la fama con su primera novela, Los Buddenbrook, porla que le otorgarían casi treinta años después el Premio Nobel de Literatura. Quizá fue porque, desde el comienzo, se reconocieron comocompetidores. Deseaban ser visitados por las mismas musas, aquellasque alumbraron los caminos de la bildungsromanen las primeras décadasdel siglo XX. Sin embargo, aquellas novelas perseguían un anhelocomún: la resurrección de un hombre contracorriente, enfrentado a lanueva sociedad alumbrada con el nuevo siglo, la del predominio de lomaterial sobre lo espiritual.NUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 139]Felipe Santos«Considerar a la bondad como una forma peculiar del egoísmo; relacionar las emociones con las secreciones internas; establecer que en elhombre, de diez partes, ocho o nueve son de agua; declarar que la célebre libertad moral del carácter no es otra cosa que un fenómeno automático y accesorio del librecambio; pretender que la belleza dependa dela buena digestión y de una ordenada distribución del tejido adiposo;calcular estadísticamente las cifras de las concepciones y de los suicidiospara demostrar que actos, al parecer los más libres del hombre, se escapan a su albedrío [...] semejantes ocurrencias, que en cierto sentido desenredan el truco de la prestidigitación de las ilusiones humanas, creansiempre una especie de conjetura, favorable en orden a adquirir unaacepción específicamente científica». El mundo de hoy tiene ese inconfundible aire enfático y fatuo de la Kakania por la que Musil hacediscurrir a su antihéroe. Casi de la misma forma, Mann dibuja al último de los Buddenbrook, al desubicado Hanno, que no puede reprimirun sentimiento de hastío frente a los intentos de su padre por convertirle «en un comerciante muy hábil y ganar mucho dinero». «Ésos eranlos escrúpulos que sentía, esa especie de resistencia desesperada y opuesta a su naturaleza escrupulosa que se veía obligado a vencer a diario, enla vida práctica, cuando, una vez más, no alcanzaba a comprender, asuperar, cómo es posible analizar una situación, tomar conciencia deella y, sin embargo, aprovechar la coyuntura sin avergonzarse. Ahorabien, aprovecharse sin mostrar vergüenza, se decía, indica que uno valepara abrirse camino en la vida».Sin embargo, sus destinos se unirían al ser dos de los escritores quese vieron obligados a exiliarse ante el ascenso del nacionalsocialismo.Ya en 1932, cuando lo inevitable estaba ya a la vuelta de la esquina,Thomas Mann se sumó sin ambages a la fundación de la Robert MusilSociety en Berlín. Ese mismo año afirmó que lo que se había publicadode El hombre sin atributosera la novela contemporánea más importanteque se había escrito.Por las obras de Mann desfilan hombres que, a la luz de aquellostiempos, se revelaban sin valor ni provecho alguno: Christian yHanno Buddenbrook, Gustav von Aschenbach, Hans Castorp, Adrian NUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 140]Mann sin atributosLeverkühn. Quizás porque en lo más íntimo de aquel mago que les diovida también había un hombre sin atributos que pugnaba con el hombre burgués y acomodado. Como Thomas Buddenbrook, el senador ycónsul que hereda el gran negocio familiar, que se procura una buenaposición social, pero que, tras la muerte de sus padres, acaba consumiendo sus días hastiado ante una vida que ha sido constante apariencia y representación. «La absoluta falta de entusiasmo por algo que deverdad le apasionase, el empobrecimiento y la desolación que reinabanen su interior una desolación tan profunda que se traslucía en unestado de pesar casi permanente y tan indeterminado como angustioso, unidos a un implacable sentido del deber y a la firme determinación de seguir mostrando la máxima dignidad por todos los medios yguardar las apariencias, habían transformado su existencia en eso: enalgo artificial, conscientemente forzado, por lo que cualquier palabra,cualquier movimiento, cualquier acción que implicase el más mínimocontacto con otras personas, se convertía en una agotadora e irritanteactuación teatral».IMás de cien años después de estas líneas, corren el riesgo de ser desprovistas de sus atributos. La capacidad actual por quedarse en la superficie,la acendrada aversión a desentrañar la complejidad de un pensamiento,condiciona aún hoy la percepción y comprensión de la obra de autorescomo Thomas Mann. Buena prueba de ello es Muerte en Venecia, dondees difícil encontrar una opinión que sea algo más que el relato donde unartista maduro se dedica a perseguir por Venecia a un jovencito sin quellegue a tocarle ni dirigirle la palabra.Obras inspiradas en él, como la película de Luchino Visconti (1971)o la ópera de Benjamín Britten (1973) también resultan interpretadasen un único sentido. La obra de Mann es una invitación permanente ano quedarnos en las frases literales que leemos. Hay una historia detrásde la historia formal, el acceso a un mundo interior que, desde luego, noes fácilmente inteligible. Pero en sus escritos, se confiesa seguidor de la«óptica doble», un estilo que pretende ser comprensible tanto para losNUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 141]Felipe Santosmás rudos como los más refinados. Dice su biógrafo Hermann Kurzke,en Thomas Mann. La vida como obra de arte(Galaxia Gutenberg, 2003)que «para los rudos hay una cara exterior suficientemente comprensible. Para los refinados, los sofisticados, y en los casos más extremos, incluso sólo para él mismo (pues seguro que hay pasajes más que suficientes cuyo sentido más profundo nunca podremos descifrar), hay unestrato más profundo únicamente reservado para los iniciados».Este año subía por primera vez al escenario de un teatro de ópera español la obra del compositor británico Benjamin Britten, Death in Venice. El primer reto del director de escena germano Willy Decker consistía en conseguir esa atmósfera de tensión psicológica, latente, nuncaresuelta hasta el final del relato, sin caer en lo fácil, en composicionesteatrales obvias que soslayaran el carácter simbólico de la obra deMann. Sus propuestas escénicas anteriores así lo atestiguaban. Estamosante uno de los grandes de la dirección escénica europea, muy en lalínea germana de teatro conceptual, que sugiere más que muestra.La Muerte en Veneciavista en Barcelona es una producción de granexcelencia escénica, con hallazgos e ideas teatrales muy estimables,como por ejemplo el cuadro que representa a la ciudad leyendo las últimas noticias, intentando encontrar alguna pista sobre el rumor quecorre ya de boca en boca: una epidemia de cólera asola Venecia. O también la escena del teatro de guiñol, un teatro dentro del teatro, una manera de contar la obsesión de Aschenbach por todo lo que le ha ocurrido desde que un caluroso día llegase al Lido, huyendo de la fría Múnich.La parodia del grupo de músicos, ya muy cerca del final, es otro de losmomentos geniales de esta producción.Sin embargo, Decker nos ha querido trasladar un Aschenbach desesperado, que presiente su perdición. Hay algo de pesimismo vital eneste personaje que crea la música de Britten y que se encarga de subrayar el director germano. «Las palabras no vienen». A diferencia del relato de Mann, el protagonista no es un escritor consagrado, sino un artista que tiene enormes problemas para dar curso a su obra. Nos lomuestra una enorme mesa con que se abre la ópera, atestada de papelesdescartados.NUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 142]Mann sin atributosDeath in Venicede Britten en el Gran Teatre del Liceu © BofillEsta desesperación remite a la lectura de la película de Luchino Visconti, donde el protagonista era un compositor, director de orquesta,que atraviesa por un periodo de confusión artística. Sus conciertos acaban siempre con el más sonado de los fracasos. Se impone una ruptura,una huida que permita poner tierra de por medio y volver con fuerzasrenovadas. Pero Aschenbach nunca volverá de ese viaje.En realidad, la muerte es el gran presentimiento del relato, la gransombra que acompaña al protagonista a todas partes. El aire funerariode las góndolas inspiró a Mann esa imagen que tan bien se plasma enla producción de esta ópera, con un gondolero siniestro, con chistera,que conduce en silencio a Aschenbach hasta el Lido, como si fuera lareencarnación de Caronte, aquel barquero de la mitología clásica queconducía las almas de los muertos al remoto territorio del Hades.NUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 143]Felipe SantosDeath in Venicede Britten en el Gran Teatre del Liceu © BofillYa en el hotel, nuestro escritor camina siempre con pasos cortos, enfundado en un traje oscuro, que contrasta con la blancura del vestuariode los demás huéspedes. Una de las escenas más sorprendentes es laenorme vulgaridad con la que se sustancia el encuentro con Tadzio, queen modo alguno puede suscitar la reflexión sobre la belleza clásica delrelato. Hasta que aparece la madre, que en esta producción encarna laactriz Francesca Pisanello. Distinguida, elegante, bellísima, recuerda ala encarnación misma de una época ya próxima a su fin, como el personaje de Gerda Arnoldsen en Los Buddenbrooko la Mariscala en el Rosenkavalierstraussiano. Visconti también nos ofreció una imagen inmortal de aquel modo de vestir, de comportarse, tan próximo a desaparecer tras la Gran Guerra, en la personalidad de la actriz Silvana Mangano.NUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 144]Mann sin atributosDeath in Venicede Britten en el Gran Teatre del Liceu © BofillNUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 145]Felipe SantosEl apartado musical está excelentemente defendido por HansSchöpflin, en uno de sus papeles fetiche, muy bien acompañado porScott Hendricks y la voz de Carlos Mena en su intervención comoApolo. Sebastián Weigle consigue una lectura muy acorde con la producción, en otra ópera de un compositor que el Liceu parece haber encontrado la senda de la excelencia, como el Billy Buddque pudo verseen este mismo escenario hace unas temporadas.Decker mantiene a lo largo de toda la ópera un gran ritmo en escena, con cuadros llenos de simbolismo. Pero como no podía ser de otromodo cuando se trata de Muerte en Venecia, se deja deslizar en ocasioneshacia lo estrictamente morboso, corriendo el riesgo de que gran partedel significado de la obra permanezca tristemente escondido.II«La rectitud, el equilibrio es lo principal para mí. Siempre habrá personas en las que esté justificado ese constante interés por sí mismas, esaconstante observación de sus sentimientos: poetas capaces de recrearuna vida interior privilegiada en acertadas y bellas palabras, y de enriquecer con ello los sentimientos de los demás. Pero nosotros no somosmás que simples comerciantes, querida mía; el resultado de nuestra introspección es insignificante hasta un punto descorazonador [...] no tenemos más remedio de sentarnos a trabajar y hacer algo de provecho».Thomas Buddenbrook aparece en la imaginación de Thomas Manncomo un hombre con ideales prácticos, esos mismos que detestaba tantosu abuelo, el viejo Johann.No tendría tiempo de ocuparse en cosas sin una aparente utilidad.Por eso recela de las clases de música que su hijo, Hanno, recibe a instancias de su madre, una consumada violinista. La belleza, aquella quesaturó los sentidos de Aschenbach en Venecia, consume las fuerzas deljoven Buddenbrook, las mismas que necesita para enfrentarse a la vidatodos los días. «Entonces se apoderó de él aquella sensación de abatimiento absoluto que tan bien conocía. De nuevo sintió cuánto dolorproduce la belleza, cómo desemboca en el más profundo sentimiento de vergüenza y anhelante desesperación y, a pesar de todo, consumeNUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 146]Mann sin atributostambién todo el valor y la capacidad desubsistir en la vida corriente».Buddenbrooks. Verfall einer Familie(Los Buddenbrook. Decadencia de unafamilia) fue publicada en 1901 por unjoven escritor de apenas veinticincoaños. Cuando le concedieron el Nobel,en 1929, con tres obras más a sus espaldas, no imaginaría que esta extensa novela fuese la mencionada por el juradode la Academia Sueca para concederleLOSBUDDENBROOKtan distinguido galardón: «Principalmente por su gran novela, Los BuddenTHOMASMANNbrook, que ha conquistado un reconociEdhasa, Barcelona, 2008miento cada vez mayor como una de las896 páginasobras clásicas de la literatura contemporánea». Hasta nosotros ha llegado unanueva traducción editada por Edhasa acargo de Isabel García Adánez, que también tradujo para la misma editorial La montaña mágica. La intención ha sido la de presentar un textofiel al original que permite, al lector en español, apreciar todos los matices del estilo del gran autor alemán.Desde el primer capítulo de esta novela, se constata la capacidad observadora de Mann, acreditada en sus relatos anteriores. El comienzo sefragmenta en capítulos cortos, que hacen avanzar la historia a un ritmofrenético, para detenerse en aquellos momentos que serán decisivos parala vida de los personajes. Una colección de momentos yuxtapuestos, quecasi presagia la forma de contar del, por aquel entonces, incipiente cinematógrafo. La voracidad observadora del escritor destila una fina capa deironía. En las páginas de esta novela nos encontramos un experto en crearatmósferas («Las velas se iban consumiendo lenta, lentamente, y a veces,cuando la corriente de aire inclinaba sus llamas hacia un lado, un suaveolor a cera se extendía por la mesa») a partir de la subjetividad de los personajes y de ese narrador omnisciente que entra y sale de sus mentes.NUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 147]«Todos los personajes tienen algo demí. Un artista que no revele toda su individualidad es un siervo inútil. Pero,¿cómo puedo revelarme a mí mismo sinrevelar, al mismo tiempo, el mundo queme rodea? Los Buddenbrookson misueño», nos dice el escritor en un momento de Los Mann,la serie producidapor la televisión bávara y ganadora de varios premios audiovisuales. Al igual quecon Musil, Thomas Mann mantendríauna relación tensa con su hermano,Heinrich, también escritor como él. Los celos profesionales también seextenderían al resto de la familia, donde dos de sus hijos, Klaus y Erika,iniciarían su propia trayectoria artística. Sin embargo, el paso del tiempo acabaría por reencontrar a la familia, con la excepción de Klaus, aquien las musas han abandonado definitivamente, una vez concluidala guerra mundial.Robert Musil morirá sin cumplir su empeño de terminar El hombresin atributos. La muerte le sorprenderá en el cuarto de baño de su habitación en Roma. Encima de su escritorio quedaron las últimas notas deesta novela que, quizá, estaba predestinada a que no terminase nunca.En aquellas páginas sigue viviendo el matemático Ulrich, el hombre sinatributos, acompañado de la bella Diotima, cuyo nombre tomaría Musilde este poema de Hölderlin:«Ven, gozo de la musas celestiales, que antaño reconciliabasa los elementos, y apacigua el caos de estos tiempos.Sosiega las airadas discordias con celestes melodías de paz,hasta que en los mortales pechos lo divino se unifique;hasta que aquella antigua naturaleza humana, grande y tranquilaresurja, poderosa y más serena, de esta época agitada».FELIPESANTOSNUEVA REVISTA 119 · OCTUBRE 2008[ 148]